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CAPÍTULO

16

Jane se sentó en los escalones de la posada acariciando a Kipper. El joven McFarland pasó a su lado con el correo del día en la mano.

—Una carta para usted, señora Bell.

—Gracias, Colin —respondió, aceptando la carta—. Por cierto, intenté encontrarte ayer por la tarde. Llegaron tres correos a la vez y necesitábamos ayuda.

—Oh, disculpe, señora Bell. No creí que fuera a necesitarme más.

—Yo tampoco. Sé que te tomas algunas horas de descanso de vez en cuando, pero hazme saber cuándo te vas para que sepa dónde estás en caso de que surjan imprevistos.

—Por supuesto, señora.

Cuando Colin volvió a la posada, Jane dirigió la mirada a la carta y advirtió una letra ligeramente familiar. Estaba clara y enfáticamente dirigida a la «Señora Jane Bell». Supuso que habrían subrayado su nombre para diferenciarla de la señora Thora Bell. Por aquel detalle, Jane llegó a la conclusión de que la carta era de Hetty Piper, pues la antigua doncella no sabría que Thora se había casado y que ahora era la señora Talbot.

Jane abrió el sello y leyó la carta.

Querida señora Bell:

Créame, he intentado encontrar otra ocupación armada con la carta de recomendación que me escribió, pero Goldie está empeñada en que no trabaje en Epsom para nadie más que para ella y ha difamado mi nombre por toda la ciudad. Por tanto, no he recibido ninguna oferta respetable.

¿Aún está en pie su amable oferta de un empleo en Bell Inn? Si la leona le prohíbe contratarme, dígamelo y no acudiré. Por el contrario, si pudiera ir, le prometo que haré lo posible por mantenerme lejos de su hijo, que el cielo me proteja.

Es mejor que sea usted quien decida si mencionar la posibilidad de mi vuelta a Patrick Bell. No deseo que se marche de nuevo del país por mi culpa.

Espero su respuesta:

Hetty

Las intenciones de Jane eran sinceras cuando le ofreció a Hetty Piper un lugar en Bell Inn si no podía encontrar otro empleo decente en Epsom. Y Thora —que había despedido a la joven cuando trabajaba en la posada hacía unos años— se había mudado a la granja del Ángel, de su nuevo marido. Por tanto, «la leona» ya no estaba involucrada en el día a día de la gestión de Bell Inn, pero Patrick sí… Jane salió a buscar a su cuñado y lo encontró en la oficina. Entró, cerró la puerta tras de sí y se volvió hacia él, que la miraba con el ceño fruncido.

—Ese no es un buen comienzo.

—He recibido una carta que… te concierne. —De hecho, puede que mucho.

—¿Ah, sí?

—Cuando estuve en Epsom hace unos meses, le ofrecí algo a alguien y ahora ha decidido aceptar.

Sus ojos se entornaron.

—¿De quién estamos hablando?

—De Hetty Piper.

Patrick echó la cabeza para atrás y se apoyó con pesadumbre en el respaldo de la silla.

—¿Por qué demonios le ofreciste un puesto aquí? ¿Y por qué querría trabajar aquí?

—John deseaba ayudarla antes de fallecer y ahora deseo ayudarla yo en su lugar y en el tuyo.

—¿En el «mío»?

—Estaba embarazada cuando se fue de aquí, Patrick. ¿Niegas que estuvisteis… juntos?

Él se cruzó de brazos.

—No lo niego. No estoy orgulloso de ello, pero no soy el único responsable. —Frunció el ceño—. Dirás que soy un engreído, pero «ella» me persiguió. Ella era todo deseo al principio, por lo que tuve cierto reparo antes de… proceder. No estoy justificando mi comportamiento, pero es la verdad. ¿Ella te contó otra cosa?

Jane sacudió la cabeza.

—No, dijo que no había sido tu culpa. No del todo.

Patrick asintió, visiblemente aliviado.

—¿Ves? Después mantuvo la distancia y yo decidí hacer lo mismo. Pensé que mi madre no lo sabía, hasta que, unos días después, salí al patio y vi a Hetty subirse a la diligencia y desaparecer. Le había pagado el pasaje e incluso le envió sus cosas. Al final, teniendo en cuenta la incomodidad que reinaba entre nosotros, admito que yo mismo pensé que era lo mejor.

—Pero ella me dijo que te escribió para decirte que estaba embarazada. ¿Por eso dejaste el país?

Él levantó las manos.

—¿Crees que tenía que haberme casado con la doncella? ¡Mi madre habría estado pletórica! Hetty me importaba, pero no estaba preparado para asumir esa responsabilidad. Además, ella no era tan inocente como ha podido hacerte creer.

—¿Y eso influyó en la situación?

—Creo que sí. Si ella dice que soy responsable, ¿dónde está el niño ahora?

—Me dijo que tuvo que renunciar al niño para trabajar… irremediablemente, supongo. Sobre todo cuando John no logró ayudarla a pesar de haberlo intentado. John leyó una de sus cartas y, en tu ausencia, sintió la responsabilidad de ayudarla. Fue una de las razones por las que fue a Epsom aquel día…, para ver a Hetty. Pero fue arrollado por el carruaje antes de llegar.

—Y supongo que la muerte de John es culpa mía también.

Jane sacudió la cabeza. Si Gabriel Locke estaba en lo cierto, John habría sido asesinado por un prestamista a quien no había podido pagarle una deuda, pero nadie podía probarlo.

—No, Patrick —respondió—. Eres inocente en lo que a John respecta, pero no en lo que tiene que ver con Hetty. —Levantó la carta—. Ella dice que vuelve y que intentará mantener las distancias contigo. ¿Puedes decir lo mismo?

—Sí, «madre» —replicó Patrick con malicia—. He aprendido la lección… No te preocupes.

El enojo desapareció de su rostro tan rápido como había aparecido y emitió un suspiro.

—Discúlpame, Jane. Sé que no me comporté bien, pero ¿estás segura de que deseas invitarla a que vuelva?

—Esto no tiene nada que ver con lo que yo quiero…, sino con hacer lo correcto. —Abrió la puerta y le dirigió una última mirada—. No hagas que me arrepienta.

Volvió a su cabaña, le escribió una respuesta a Hetty invitándola a viajar a Bell Inn tan pronto como pudiera e incluyó un pasaje en el sobre.

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El domingo siguiente, después del oficio, Mercy acompañó a Sukey Mullins a su casa, que se encontraba entre Ivy Hill y Wishford, para que pasara la tarde con sus padres y hermanos. Muchas de sus alumnas tenían familia lo suficientemente cerca como para ir a verla, mientras que unas pocas recibían visitas de sus parientes en la salita de estar de Ivy Cottage los domingos. Solo había dos niñas, Phoebe y Alice, que no participaban en este ritual semanal. El padre de Phoebe era un vendedor que viajaba mucho, aunque iba a ver a su hija al menos una vez al mes, y Alice, hasta donde ella sabía, estaba sola en el mundo.

Cuando volvió de acompañar a Sukey, le sorprendió ver a tres personas sentadas alrededor de la mesa de hierro forjado del jardín: la tía Matty, Alice y Phoebe. El jardín delantero bordeaba la calle Church y un bajo muro de piedra separaba la vía de su pequeña parcela de hierba. Las niñas solían jugar en la zona ajardinada trasera, pero la tía Matty disfrutaba allí de su pequeño remanso de paz durante las tardes más agradables. Seguramente había sentido lástima por las chicas que se quedaban y las había invitado a acompañarla en lo que solía ser un «espacio familiar».

Sabiendo que podía generar celos, Mercy intentaba evitar cualquier atención especial a sus alumnas y esconder su debilidad por Alice sobre las demás, pero no podía culpar a su tía por querer aliviar la soledad de las niñas. Según se fue acercando, distinguió un juego de té, así como blocs de dibujo y tarros de pintura junto a ellas. Matilda bebía su té vespertino y animaba a las pequeñas mientras ellas pintaban en los cuadernos.

Al verla, la tía Matty la saludó.

—Hace un día maravilloso. ¡Ven con nosotras!

—Ahora voy, en un minuto. —Entró en la casa para dejar su bolsa y prepararse una taza de té. Cambió su sombrero de la iglesia por uno de paja de ala ancha, ya que era una tarde bastante soleada, y se reunió con ellas, tal y como había prometido. Cuando se sentó junto a Alice, vio a James Drake caminando calle abajo. La tía Matilda no tardó en saludarlo.

—Buenas tardes, señor Drake.

Él levantó su sombrero.

—Buenas tardes, señorita Matilda. Señorita Grove… Niñas…

—Únase a nosotras, ¿quiere? —ofreció su tía—. Tenemos una taza de sobra.

—Ah, es usted muy amable, pero no quiero interrumpirlas.

—En absoluto, nos encantan las visitas. ¿No es así, niñas?

Phoebe asintió amigablemente, pero Alice bajó la cabeza, lanzando breves miradas al hombre por debajo de su sombrerito de paja. Se levantó sigilosamente de su silla y se instaló en el regazo de Mercy, como hacía muy a menudo.

—Qué gesto más considerado, querida. —La tía Matty sonrió a la niña, arrastró la silla vacante hacia atrás y dio unos golpecitos en el respaldo—. Tenemos una silla aquí para usted, señor Drake.

—Muy bien, pero solo unos minutos. Gracias. —Entró en el jardín y se quitó el sombrero con un gesto teatral—. Buenas tardes, señoritas. James Drake, a su servicio.

Las dos niñas soltaron una risita.

—Señorita Matilda, ¿le importaría presentarme a sus dulces acompañantes?

—Por supuesto. Ya conoce a Mercy, por supuesto, pero déjeme presentarle a la señorita Phoebe.

—Hola, señorita Phoebe, es un placer conocerla. —Se volvió hacia Alice, listo para repetir el saludo, supuso Mercy, pero su sonrisa se desvaneció al ver el rostro de la niña por debajo del sombrero.

—Y esta es nuestra alumna más joven, la señorita Alice —continuó Matilda sin darse cuenta.

—Mary-Alicia… —murmuró él.

La niña sacudió la cabeza.

—Solo Alice.

—Discúlpeme, he oído mal.

Alice levantó la mirada hacia él con timidez.

—Mi mamá se llamaba Mary-Alicia.

—¿Mary-Alicia Payne…, quiero decir, Smith?

Alice asintió y él levantó la cabeza, comprendiendo.

—Ah.

—Así es, señor Drake… —Matty dejó ver un brillo de interés en sus ojos. Mercy intentó detener a su tía con un empujoncito bajo la mesa, pero ya era demasiado tarde—. Usted conoció a la madre de Alice. ¿Es que Alice se parece a ella?

El señor Drake miró a la niña de nuevo.

—Sí, tienen un gran parecido, si mi memoria no me falla. Recuerde, sin embargo, que nos conocimos brevemente y hace ya muchos años.

—Mi mamá murió —dijo Alice con calma, pero con aire sombrío.

—Sí, me enteré de tan triste noticia hace poco. Lo siento mucho.

El señor Thomas no habría querido que el señor Drake revelara su conexión con Alice, pero no había manera de evitarlo.

—Mi padre murió también —añadió Alice—, cuando yo era un bebé.

James asintió con expresión grave.

—También lamenté mucho escuchar eso. —Se aclaró la garganta y preguntó—: ¿Y cuántos años tenéis, niñas?

—Yo tengo diez —respondió Phoebe— y Alice solamente ocho.

—Qué dos edades tan estupendas. No se preocupe, señorita Matilda, no le haré la misma pregunta a usted. —Le guiñó el ojo. Se volvió hacia Alice de nuevo y sonrió con calidez—. Tu madre era una joven atenta y muy responsable. No hay duda de que serás como ella bajo la tutela de la señorita Grove.

—¿Qué es tu-tela? —preguntó Phoebe, con el ceño fruncido.

Mercy sonrió.

—Al parecer, aún tengo mucho que enseñaros.

Él le devolvió la sonrisa brevemente y pareció escoger sus siguientes palabras con mucho cuidado.

—Me sorprende que no mencionara a… estas alumnas en particular… cuando hablamos por última vez.

—Como le dije —respondió la tía Matty dirigiéndole una mirada a Mercy—, nuestro cristalero es un hombre muy reservado.

—Eso parece. —Paseó la vista de una niña a otra, deteniéndose en Alice—. ¿Puedo ver vuestros dibujos, señoritas?

Phoebe levantó con orgullo sus flores rosas y violetas hacia él.

—Muy bonito —alabó.

Con más reparos, Alice le enseñó su barco entre olas azules.

—Es el barco de mi papá antes de que se hundiera. Mamá decía que era un oficial muy valiente.

—Estoy seguro de que lo era.

Como no dijo nada durante unos instantes, Mercy preguntó:

—¿Le gustaría que habláramos de la escuela de beneficencia ya que está aquí, señor Drake?

—En otro momento, si no es molestia. No me gustaría abusar de su hospitalidad —respondió vacilante.

—De ningún modo, señor Drake —le aseguró la tía Matty—, siempre estamos encantadas de verle.

—Gracias, señorita Matilda —contestó, mientras se levantaba—. Señorita Grove… Por ahora, les deseo un buen día, señoritas. Gracias por tan agradable visita. Ha sido un placer conocerlas, señoritas Alice y Phoebe. —Con una última inclinación, se volvió y se alejó de ellas.

¿Habría estado enamorado el señor Drake de la señorita Payne?, se preguntó Mercy. Si así era, debía de ser muy extraño conocer a su hija ahora y oír hablar del hombre con quien se había casado finalmente.

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Al día siguiente, Rachel volvió a Bramble Cottage para ver qué tal estaba la señora Haverhill. El caldero estaba de nuevo en el fuego, pero la maceta permanecía junto a la puerta, hecha añicos. Aunque no vio a nadie, escuchó una pala clavándose en la tierra y siguió el sonido hasta el lateral de la casa, donde encontró a la mujer trabajando en un pequeño huerto, escaso ahora que terminaba el otoño. Llevaba un sucio delantal sobre un vestido liso de día y se había quitado el manto negro. Dejando a un lado la pala, se arrodilló para rebuscar entre la tierra removida. Extrajo varias patatas pequeñas y las colocó en una cesta junto a unos pocos nabos delgaduchos y una zanahoria. Levantó la mirada y dio un respingo, llevándose la mano al corazón.

—Disculpe —dijo Rachel—, no pretendía asustarla.

—Por un momento pensé que era… otra persona. —Se irguió con cautela, sujetándose la parte baja de la espalda—. Me temo que no estoy vestida para recibir visitas.

Una gallina escuálida salió de la nada, picoteando algunos insectos y cloqueando, como agradecida.

—De nada, Henrietta. —La mujer se agachó a por la cesta y se dirigió al frente de la casa—. ¿Qué la trae de vuelta por aquí hoy…? Señorita Ashford, ¿no es así?

Rachel la siguió.

—Sí.

—Como le dije, no me debe nada. Ese libro no era mío, solamente me lo habían prestado.

—¿Se lo prestó… sir Justin Brockwell?

La señora Haverhill miró a Rachel a los ojos con ansiedad, como buscando respuestas en su expresión.

—Sí, hace ya muchos años.

—Eso creía. Su hijo donó el resto de volúmenes hace algunas semanas. Dudaba si vería la colección al completo, pero entonces usted trajo el libro que faltaba. Qué coincidencia más afortunada.

La mujer se encogió de hombros.

—A veces la vida nos da cosas que pensamos que podemos conservar, pero de pronto entendemos que estábamos equivocados.

Una sensación de desasosiego envolvió a la señorita Ashford.

—Lo siento mucho, señora Haverhill. Si el libro es tan importante para usted, se lo devolveré.

—No, ese libro en particular significa poco para mí y que lo entregara no fue una coincidencia; el señor Carville vino y me pidió que lo hiciera. Lo había olvidado por completo.

No parecía arrepentida de no haber devuelto el libro a los Brockwell hacía años. Antes de que Rachel pudiera hacerle otra pregunta, el sonido rítmico de los cascos de un caballo las interrumpió. Levantó la mirada y vio a un jinete acercándose. Sir Timothy.

—Ahí está el hijo de sir Justin —señaló.

La mujer se puso rígida y dirigió una mirada hacia la puerta de la casa, como si estuviera a punto de salir huyendo.

—¿Le dijo que viniera?

—No, no lo hice.

Timothy tiró de las riendas de su caballo según se iba acercando y levantó su sombrero a modo de saludo.

—Buenas tardes.

Sir Timothy, ¿conoce a la señora Haverhill? —preguntó Rachel con educación.

—Creo que no, ¿qué tal está? Ha llegado a mis oídos que tenemos un conocido en común.

La mujer levantó las cejas.

—Sí, aunque me sorprende que él se lo contara.

—Recientemente. Estaba revisando algunos antiguos papeles y pregunté por Bramble Cottage. Me pareció buena idea venir hoy por la mañana y recordar cómo era. —Miró más allá de la verja, hacia la casita—. Carville mencionó que usted se hospedaba aquí. Usted y él son viejos amigos, ¿es así?

—¿El señor Carville?

—Sí, su arrendador —añadió amablemente—. Mi familia era propietaria de este terreno, pero mi padre se lo legó a Carville. Lo había olvidado por completo.

El rostro de la mujer se contrajo.

—¿Qué?

—No se preocupe. Carville me ha asegurado que no tiene intención alguna de retirarse aquí a corto plazo, lo que constituye una buena noticia para ambos, pues usted puede permanecer aquí y yo continúo con el único mayordomo que Brockwell Court ha tenido durante toda mi vida. Que el cielo me ampare cuando llegue el momento de sustituirlo.

La expresión de la mujer pasó de estupefacción a cólera en un instante.

—¿Sir Justin le legó esta casa a su… «mayordomo»?

—Sí, pensé que lo sabía. ¿No le dijo Carville que ahora era dueño de la propiedad?

A la señora Haverhill le centellearon los ojos.

—He vivido aquí durante más de treinta años.

Timothy hizo un gesto que delataba su confusión, pero respondió con amabilidad:

—Bueno, no hay nada de lo que preocuparse. Carville dijo que no tenía planes de cambiar su situación actual.

La mujer resopló con alivio… ¿o era irritación?

Rachel estaba deseando decirle a sir Timothy que había sido la señora Haverhill quien había donado el volumen desaparecido, pero se lo pensó mejor al ver la expresión en el rostro de la mujer.

Sir Timothy permaneció en silencio un momento, quizá esperando que le invitaran a entrar, una invitación que parecía poco probable.

—Bueno, ha sido un placer conocerla, señora Haverhill. Y también verla de nuevo, señorita Ashford. Disfrute su visita. —Se levantó el sombrero con una inclinación y se alejó en su caballo.

Rachel lo vio marcharse y, al volverse, se encontró a la mujer con la cara pálida, observando cómo se alejaba.

—¿Se encuentra bien, señora Haverhill?

Ella sacudió la cabeza.

—Tener que conocerlo hoy de entre todos los días, vistiendo un sucio delantal y con las manos negras por la suciedad… Y verlo tan elegante… Se parece mucho a su padre.

—¿Eso cree?

Ella asintió.

—¿Usted no?

—Le confieso que no conocí a sir Justin demasiado bien ni lo recuerdo con claridad.

—Eres muy afortunada.

Sin saber qué responder a aquello, Rachel le preguntó con delicadeza:

—¿Vive aquí sola, señora Haverhill?

—Ahora sí.

—Matilda Grove mencionó que su antigua criada falleció. Lamenté mucho oír aquello.

—Sí, fue muy duro perderla. Era mucho más que una criada para mí; era una buena amiga.

—¿Y tenía una hija?

—Está usted muy bien informada. Veo que Matilda Grove aún tiene una lengua muy ocupada. Sí, después de que Bess falleciera, su hija se quedó conmigo. Cumplió dieciocho años este verano. Entonces, un día fue al mercado y no volvió.

—Oh, no. ¿Le ocurrió algo? Deberíamos hablar con el comisario o…

La señora Haverhill sacudió la cabeza.

—Algo le ocurrió, sí, pero nada que haya que denunciar, solo tremendamente insensato.

—¿Qué quiere decir?

—Se enamoró de un hombre y creyó sus promesas.

—¿Cuándo ocurrió esto?

—Hace algunas semanas —respondió, encogiéndose de hombros—. Ella iba a menudo al mercado de Wishford para vender mi jabón y comprar lo que necesitábamos. Ahí fue cuando conoció a ese canalla encantador. Al parecer, él viaja por el sudoeste de Inglaterra vendiendo mercancías en ferias y mercados. Le suplicó a Molly que se fuera con él, prometiendo que se casaría con ella, aunque primero tenía que conseguir que su familia la aceptara. Intenté advertirle que los hombres hacen promesas que no pueden cumplir, aunque estén realmente seguros en el momento. Le dije que no se marchara de casa sin garantías, sin votos, sin licencia matrimonial, sin anillo, pero ella no hizo caso y dijo que ya habría tiempo para todo eso más tarde. Espero que estuviera en lo cierto, pero lo dudo.

—¿No ha sabido nada de ella?

La señora Haverhill negó de nuevo con la cabeza.

—Creo que ya me habría enterado si se hubiera casado. Creo que incluso me habría visitado, aunque fuera para dejar claro que ella tenía razón y que yo estaba equivocada. Pero no he sabido nada, a no ser que… esto cuente. —Hizo un gesto hacia las piezas de cerámica de la maceta rota que aún tenía que recoger.

—¿Cree que pudo causar todo esto?

—Podría ser, si estuviera muy desesperada, muy hambrienta, aunque yo creo que fue él quien lo hizo. Ella confía en él y probablemente le dijo dónde guardaba mi llave y lo poco que tengo de valor. Supongo que nunca lo sabré con seguridad —respondió con un gesto de dolor.

—Lo siento, señora Haverhill. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?, ¿algo que necesite? No tengo mucho dinero, me temo, pero…

—No, no se preocupe, señorita Ashford. Gracias por su visita, pero estaré bien sola.

¿Era demasiado orgullosa para admitir que necesitaba ayuda? Rachel podía comprender ese sentimiento, pero deseaba hacer algo por ella.