CAPÍTULO
39
Al día siguiente, Jane pasó un poco de tiempo en el jardín, limpiando los tallos muertos y las hojas caídas que se habían acumulado a lo largo del otoño. Después entró en la cabaña para quitarse los guantes de trabajo, lavarse las manos y arreglarse el pelo. Al entrar, vio una caja de guantes de hombre en la mesilla auxiliar y recordó el recado pendiente. Decidió ocuparse de ello aquel mismo día.
Entró en la posada y, al encontrarse con Colin en la recepción, le dijo que se iría durante unos minutos. Él prometió ocuparse de todo en su ausencia.
Caminó hacia la iglesia para llevarle los guantes al sacristán, el señor Ainsworth. Había visto sus viejos y andrajosos guantes cuando había movido sus flores y decidió regalarle un par que había pertenecido a John y estaba en excelentes condiciones. No logró encontrar al hombre por ninguna parte, por lo que dejó la caja en la puerta de su cobertizo.
A darse la vuelta, se detuvo, sorprendida de ver a un hombre de pie frente a una de las lápidas más recientes, la de la señora Thomas, supuso. Vestía una levita gris y pantalones oscuros, sujetaba el sombrero en la mano y tenía la cabeza inclinada. Decidió que se marcharía en silencio y lo dejaría llorar en paz. Pero entonces el hombre se movió y pudo ver su perfil.
James Drake.
Preocupada, se acercó a él. Sus botas arañaron una pierda irregular del camino y él levantó la mirada ante el ruido, con la expresión devastada.
—¿James? ¿Está usted bien? Me marcharé si prefiere estar solo, pero si hay algo que pueda hacer por usted…
—Quédese un minuto, Jane, por favor.
—Por supuesto. —Se situó a su lado—. No sabía que conociera a la señora Thomas.
—Nunca llegué a conocerla, pero me sentí arrastrado hasta aquí de todas formas. Para disculparme.
—¿Disculparse?
Él asintió.
—Fue culpa mía que se alejara de su nieta, igual que soy culpable de la muerte de Mary-Alicia. Contrajo una fiebre tras dar a luz a su hija —a nuestra hija— y nunca se recuperó por completo.
Jane sintió lástima.
—James, usted no sabía nada.
—La busqué, pero se había cambiado el apellido. Si la hubiera encontrado, la habría ayudado.
—Sé que lo habría hecho.
—Ojalá pudiera disculparme con Mary-Alicia también. Fui a Bristol a buscar dónde estaba enterrada, pero supe que le habían dado sepultura en una fosa común y que estaba en una tumba sin nombre.
Jane notó opresión en el pecho. Ella lo comprendía muy bien.
—Lo siento. Venga conmigo.
Le tomó de la mano y lo condujo hacia el muro oeste.
—La señora Thomas también necesitaba un sitio donde llorar a Mary-Alicia y el sacristán le dio uno.
Le enseñó el lugar, donde se erguía una pequeña piedra junto al muro. Alguien había dejado un pequeño tiesto con crisantemos. ¿El señor Ainsworth, quizá?
—Sé que no es lo mismo, pero su abuela puso todo su amor y sus lágrimas aquí, donde también dejó flores en su memoria. Podría hacer usted lo mismo.
—Gracias, Jane. —Asintió.
Ella le apretó la mano y lo dejó solo.
Cuando llegó a Bell Inn, encontró a Patrick de pie en la oficina, con las manos apoyadas en el escritorio y cabizbajo.
—¿Patrick? ¿Qué ocurre?
—Cierra la puerta, Jane.
Ella obedeció, preocupada. Su cuñado continuó:
—Hetty me ha contado por fin la verdad sobre lo que ocurrió antes de conocerme.
—¿Ah, sí? —Contuvo el aliento, inquieta.
—¿Recuerdas lo que te dije una vez?, ¿que ella había dejado clara su disposición al principio?
—Sí.
—Pero lo que no mencioné es que después… ella lloró. Le pregunté qué ocurría, pero hizo como si nada y yo también. —Su mandíbula se tensó—. Me ha dicho que hubo otro hombre justo antes de que llegara a Bell Inn. Hetty forzó su relación conmigo para que, en caso de que estuviera embarazada, existiera la posibilidad de que yo me hiciera responsable. Al menos ya sé por qué lloraba. Estaba pensando en él, no en mí. El hombre había… abusado de ella.
—Oh, no. Pobre Hetty.
Jane recordó la determinación de Hetty por no culpar a Patrick y lo lenguaraz que se mostraba ante sus encantos, pero todo aquel tiempo había estado escondiendo un horrible secreto.
El hombre se pasó una mano por la cara.
—No está segura…, pero es posible que Betsey sea hija del otro hombre.
Jane hizo un gesto de contrariedad.
—Aunque sea horrible, no fue culpa suya. No tiene que cambiar las cosas entre vosotros.
Él la miró con expresión desolada.
—¿Estás segura?
Hetty y Betsey no fueron a la granja de los Talbot a la mañana siguiente. La señora Burlingame pasó sin pasajeros y sin detenerse y Thora comenzó a preocuparse inmediatamente. ¿Estaría la niña enferma? ¿Habría pasado algo?
Poco después, Colin llegó en la carreta de la posada y le comunicó que Jane necesitaba que fuera a Bell Inn lo antes posible.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la mujer.
—No lo sé con certeza. Algo sobre el señor Bell, creo.
«Oh, no», pensó. ¿Qué habría hecho Patrick ahora? Fue a buscar su chal, garabateó una nota para Talbot y siguió al chico hacia la carreta. El trayecto hasta la posada nunca se le había hecho tan largo.
Cuando llegaron a las cocheras, Thora vio a Hetty sentada en el porche lateral con la cabeza entre las manos. Jane estaba a su lado, sujetando a Betsey. Thora miró de una cara sombría a la otra.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Ha pasado algo? Colin ha dicho algo sobre mi hijo.
—Patrick se ha ido —dijo Hetty, con rotundidad.
—¿Se ha ido? ¿Adónde?
—No lo sé. —Sacudió la cabeza—. No me lo dijo. Solamente… se fue.
Se volvió hacia su nuera.
—¿Jane?
—Ted me ha dicho que lo vio marcharse en la diligencia en dirección al sur. Llevaba una maleta.
El rostro de Thora se contrajo. «No, no, no. Otra vez no. ¡Oh, Patrick!», pensó. Sintió rabia y el corazón se le agitó. Había pensado que esta vez sería diferente.
—Vayamos a ver su habitación —propuso Jane—. A no ser que crea que no es buena idea…
—Esta propiedad es tuya. Creo que en este caso está justificado.
Las tres subieron la escalera en silencio. Jane le entregó la niña a su suegra y usó la llave maestra para abrir la puerta. Thora se asomó por encima del hombro de Jane a la pequeña y húmeda habitación. Normal que Patrick descartara compartirla con Hetty y Betsey. La señora Talbot hizo un inventario visual: libros en las estanterías, ropa en las perchas y el armario entreabierto.
Jane suspiró aliviada.
—Ha dejado sus cosas. Debe de tener la intención de volver.
Thora sacudió la cabeza.
—Dejó su habitación así una vez y no volvió en un año, seguro de que mantendríamos sus posesiones y su habitación esperándolo para cuando decidiera regresar. No significa necesariamente que piense volver. —Alargó la mano hacia el gabán de lana que colgaba en una percha—. Se ha llevado su levita favorita, pero ha dejado su abrigo de invierno. Quizá no tenga intención de marcharse mucho tiempo esta vez.
—Esperemos que así sea. Pero ¿a dónde ha ido? ¿Y por qué se marcharía sin decir nada?
Los ojos de Hetty se llenaron de lágrimas.
—Ha sido culpa mía. Se lo conté, se lo conté todo y ahora se ha marchado.
Thora y Jane intercambiaron una mirada.
—¿Le dijiste que era posible que no fuera… el padre de alguien? —preguntó la señora Talbot, con la vista puesta en Betsey.
La joven asintió, avergonzada.
—Solo hubo otro hombre. Yo estaba huyendo de él cuando llegué a Ivy Hill. Él… —Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo continuar.
—Oh, Hetty —murmuró Jane con lástima.
Thora deslizó un dedo bajo la barbilla de la pelirroja:
—Levanta la cabeza, chiquilla. Yo digo que Betsey podría perfectamente ser hija de Patrick. Basta con mirar lo hermosa y encantadora que es, ¡y mira cómo agarra nuestros dedos con sus manitas!
Jane y Hetty la miraron con sorpresa.
—Patrick te ama. Sé que es así. —Su tono era ahora algo áspero—. Si el Señor lo permite, también él se dará cuenta. Aunque deje el país de nuevo, volverá. Entretanto, Betsey y tú siempre tendréis un techo aquí en Ivy Hill. Con Jane o conmigo y con Talbot.
—Gracias, Thora —susurró Hetty, con la voz ronca. Sus ojos se inundaron de lágrimas nuevamente.
Rachel recibió una nota de una joven de pelo oscuro que llegó a la biblioteca.
—De la señora Haverhill, señorita.
—Gracias. —Rachel la aceptó y observó a la joven—. ¿Eres Molly Kurdle, por un casual?
—Así es, señorita —respondió ella con cautela, anticipando claramente una reacción negativa.
Pero Rachel le dirigió una sonrisa.
—Me alegra mucho que estés de vuelta, Molly. Y también la señora Haverhill, sin duda.
La chica le devolvió la sonrisa con timidez.
—Yo también, señorita.
La señora Haverhill le pedía en la nota a Rachel que se reuniera con ella en Bell Inn al día siguiente. No especificaba la razón y, aunque la bibliotecaria le dirigió a la joven una mirada inquisitiva, ella sacudió la cabeza con un gesto de negación.
—No debo decirle nada más. ¿Podrá acudir?
—Sí, acudiré.
Al día siguiente, poco antes de la hora marcada, Rachel bajaba por Potters Lane. Cuando llegó a calle High, vio a sir Timothy andando por el camino desde Brockwell Court.
—Hola, sir Timothy. —Levantó una mano para saludarle.
—Señorita Ashford, no esperaba verla aquí. Caminaron el uno hacia el otro hasta que se encontraron cerca de la herrería.
—Recibí una nota de la señora Haverhill pidiéndome que me encontrara con ella hoy en Bell Inn.
Él frunció el entrecejo.
—Yo también. Me pregunto de qué querrá hablarnos.
—Quizá solo quiera darte las gracias de nuevo, aunque no entiendo por qué me ha incluido entonces. —Rachel confió en que la mujer no tuviera en mente ningún plan para juntarlos.
—Tonterías, tiene más por lo que estarte agradecida a ti. —Se sintió complacida e incómoda a la vez al ver la admiración en sus ojos.
—Hice más bien poco, pero gracias.
Timothy se rascó la barbilla.
—Por cierto, el joven señor Mullins ha venido a pedirme trabajo en la hacienda, a pesar de que el administrador ya le había dicho que no podíamos proporcionárselo. Me contó que fuiste tú quien se lo sugirió.
—Espero que no te importe. Su hermana es una de mis alumnas. Pero no le hice ninguna promesa, solamente le dije que sabía que tú serías justo.
Timothy asintió.
—Eso me aseguró. Empieza la semana que viene, ayudando con la cosecha.
—¡Oh, Timothy! Qué buena noticia, gracias.
Su mirada se posó en el rostro de ella.
—Celebro que te alegres. Me hace feliz ayudar.
Distraída por la calidez con que la miraba, Rachel se internó en calle High sin mirar por dónde iba. Sir Timothy alargó el brazo y la atrajo hacia sí justo cuando una carreta pasaba a toda velocidad. Su sombrero salió volando.
—¡Oh, gracias! —jadeó la joven, mientras su corazón palpitaba con fuerza por el riesgo que acababa de correr y por la cercanía del hombre.
—¿Estás bien? —La miró con preocupación.
—Lo estaré en cuanto recupere el aliento.
Sin soltar una de sus manos, él se agachó y recogió el sombrero.
—Lo siento por tu sombrero. Al menos tú has salido ilesa.
—No pasa nada.
Él le quitó el polvo y se lo puso de nuevo en la cabeza.
—Ya está. No ha ocurrido nada. Tan encantadora como siempre.
Sus manos permanecieron en el ala del sombrero un instante y Rachel notó cómo una dulce tensión se apoderaba de su pecho. Timothy se aclaró la garganta.
—¿Lo intentamos de nuevo?
Miraron a ambos lados y, mientras cruzaban juntos calle High, él la guio con una mano protectora en la parte baja de su espalda. Cuando llegaron al otro lado, el hombre abrió la puerta de la posada para que pasara delante y la siguió. La señorita Ashford echó un vistazo alrededor del vestíbulo y en la salita de café, pero no había rastro de la mujer que les había convocado allí. Habrían llegado antes que ella. Un momento después, la joven vio pasar frente a la ventana principal la carreta de la señora Burlingame, con la señora Haverhill sentada a su lado y una joven en la parte trasera. Entró por el arco de las cocheras.
—Pasa, por favor. —Sir Timothy sujetó la puerta y salieron juntos al patio para saludar a la recién llegada.
Uno de los mozos de cuadra la ayudó a bajar del carro y la señora Haverhill se volvió hacia ellos, elegante con su vestido de paseo y su sombrero de plumas. Su joven acompañante llevaba un traje muy sencillo a rayas y con cintas de muselina que Rachel había visto la semana anterior en el escaparate de la señora Shabner.
Jane salió de la posada y se unió a ellos.
—Hola, Rachel, Timothy… —Se volvió hacia la mujer—. Aquí tiene, señora Haverhill, dos billetes para la diligencia en dirección al este. Colin, ayuda a Ted con el baúl, por favor.
—Sí, señora.
—¿Se marcha? —Sir Timothy arqueó las cejas en un gesto de sorpresa.
La mujer lo miró.
—Sí. Quería que nos viéramos aquí para daros las gracias de nuevo y despedirme. Tu sutil insinuación fue muy oportuna y la he llevado a cabo.
Sir Timothy entrecerró los ojos.
—Le cedí la propiedad, señora Haverhill. ¿En qué vio usted una insinuación de que debía marcharse?
—Bueno, quizá no fue intencionada, pero el legado me ha dado el ímpetu y la oportunidad de salir de la trampa y echar a volar. Ya es hora de que prosiga con mi vida en otra parte. Molly ha vuelto, gracias a Dios. —Rodeó con el brazo a la joven que estaba junto a ella—. Vendrá conmigo. Molly es como una hija para mí, la hija que nunca tuve.
Rachel vio que los ojos de la mujer se llenaban de lágrimas y pudo distinguir un destello de la tierna belleza que sir Justin debía de haber visto en ella.
—¿Y qué hará? ¿Adónde irá?
—Vamos a Brighton. Creo que hay muchos turistas allí, así que Molly y yo continuaremos con el negocio de elaboración de jabón que comenzamos juntas. Acondicionaré una pequeña tienda con los fondos que me dio y venderé jabones perfumados y otros productos para las damas. Siempre quisimos ir a Brighton, pero nunca llegamos a hacerlo.
No especificó a quién se refería con «quisimos», pero no hacía falta.
—Entretanto —añadió la señora Haverhill—, le he encomendado al señor Arnold que encuentre un inquilino para Bramble Cottage. Puede que decida vender la propiedad con el tiempo, pero prefiero alquilarla por ahora.
Sir Timothy asintió mostrando su comprensión.
—Espero que sea feliz, señora Haverhill.
—Yo también. —Soltó una risita seca.
Llegó la diligencia y todos se apartaron mientras cambiaban a los caballos. Jane fue a dar la bienvenida a los pasajeros que se detenían en Bell Inn para cambiar de línea. Los mozos de cuadra se ocuparon rápidamente de los huéspedes y el guarda indicó con su bocina que saldrían en cinco minutos.
La señora Shabner apareció en el patio corriendo y agitando un sombrero que hacía juego con el vestido nuevo de Molly y que quería darle como regalo de despedida. Molly y la señora Haverhill exclamaron encantadas al ver el regalo y se lo agradecieron con cariño a la modista.
Las maletas y el baúl de la señora Haverhill pronto estuvieron cargados en la diligencia. El guarda abrió la puerta y ayudó a ambas a subir. La señora Haverhill se sentó cerca de la ventana y, por un momento, sostuvo la mirada de Rachel. Levantó la mano enguantada en una sobria despedida y después miró hacia delante, sin volver la vista al pasado.
Mercy permaneció en la ventana mirando hacia el jardín trasero y, más allá, hacia su querido Ivy Green, donde unas niñas jugaban en aquella tarde de finales de otoño. Las chicas, especialmente una en particular, tenían un lugar muy especial en su corazón.
Sabiendo que estaba a punto de perder a Alice, el matrimonio y la posibilidad de tener sus propios hijos la atraían como un elixir analgésico, casi inalcanzable.
¿Debía casarse con el señor Hollander? No sentía atracción hacia él y dudaba que pudiera terminar un libro, pero no era un mal hombre. Admitió que si casarse con él le permitía continuar con su escuela, probablemente dijera que sí.
Si rechazaba al señor Hollander, sabía que estaría aceptando una vida como tía soltera en casa de su hermano y bajo la influencia de la futura esposa de George. Matilda había vivido esa vida y parecía feliz. Pero ¿realmente lo era?
Mercy fue a buscar a su tía a la tranquila salita de lectura y se dejó caer en una butaca a su lado.
—Oh, tía Matty, ¿qué debo hacer?
La mujer dejó a un lado su novela y se quitó las lentes.
—¿Sabías que cuando tenía tu edad me encontraba en una situación similar? Mi hermano iba a casarse con tu madre y yo tuve que hacerme la misma pregunta, examinar mis opciones, que eran muy pocas. Había un hombre que me importaba y con quien me habría casado si me lo hubiera pedido, pero se casó con otra. Había otro que me admiraba, pero él no significaba nada para mí, por lo que lo rechacé y me quedé aquí con Ernest y su esposa.
»Hubo ocasiones durante aquellos primeros años en que vivimos los tres aquí que me arrepentí de mi decisión, pero entonces nacisteis George y tú y el carácter de tu madre se dulcificó. Tú en particular fuiste siempre la luz de mis días. Y aún hoy seguimos siendo amigas, gracias a Dios.
»Entre nosotras, nunca lamenté que tus padres decidieran dejar Ivy Hill y marcharse a Londres. Cielo santo, ¿ya han pasado diez años? A nadie le gusta sentirse un extraño en su propia casa. Estos últimos diez años, solas tú y yo con las niñas, han sido de los más felices de mi vida y me da mucha lástima que tengan que terminarse. Pero no tiene que ser un destino funesto. Si eres tan afortunada como yo lo fui, lograrás tener una relación especial con al menos uno de tus sobrinos o sobrinas y eso hará que todo merezca la pena, como me ocurrió a mí.
—Gracias, tía Matty. —Reflexionando sobre las palabras de su tía, concluyó—: Entonces ¿me estás aconsejando que siga como estoy y rece porque todo vaya bien?
—Cielos, no. Sal de esta situación como puedas y llévame contigo. —Le guiñó un ojo y añadió con seriedad—: No puedo decirte lo que debes hacer, pequeña. Decidas lo que decidas, quiero que sepas que te querré y que no podría estar más orgullosa de ti aunque fueras mi propia hija.
Mercy le apretó la mano y ambas contuvieron las lágrimas.