CAPÍTULO
34
Más tarde, Mercy caminó hasta Bell Inn para buscar apoyo en Jane y, cuando llegó, vio a Colin McFarland en la recepción. Logró dirigirle una sonrisa al joven.
—Hola, Colin. ¿Qué tal va todo por aquí? ¿Te sirven las lecciones?
El chico dirigió una mirada hacia la oficina.
—Sssh…
La maestra lo miró con incredulidad.
—¿Me estás diciendo que aún no se lo has contado a Jane?
Él sacudió la cabeza.
—¿Contarme el qué? —preguntó la dueña de la posada saliendo de la oficina para saludarla.
Mercy le dirigió al chico una mirada apremiante. Con timidez, Colin reconoció:
—He estado yendo a Ivy Cottage para recibir clases de Aritmética.
—Aaah, así que es ahí donde estabas. Hacía tiempo que me lo preguntaba. Deberías habérmelo dicho.
—Lo sé, y esa era mi intención, pero estaba… avergonzado.
—No debes estarlo. Has mejorado mucho. Patrick y yo nos hemos dado cuenta.
—Gracias, señora Bell, aprecio mucho su comprensión y su paciencia.
Jane se volvió hacia su amiga y dijo con ironía:
—Bueno, Mercy, ¿algún secreto más que contarme hoy?
Ella no le devolvió la sonrisa.
—Oh. —La sonrisa de la señora Bell se desvaneció—. ¿Quieres que vayamos a mi cabaña?
—Si puedes escaparte…
—Colin tiene todo controlado aquí, ¿verdad, Colin?
—Sí, por fin.
Jane la condujo a su casa y, una vez sentadas, Mercy le habló del señor Drake y de Alice. Los ojos de la posadera se abrieron como platos.
—¿El señor Drake? Cielo santo…
—Bueno, la carta que encontramos iba dirigida a un tal «JD», pero mucha gente se dirige a él con esas iniciales, al parecer.
Jane asintió y dijo con suavidad:
—Sí, de hecho, cuando el señor Drake vino por primera vez aquí y firmó en el registro de la posada, escribió su nombre como JD. Me dijo que era así como la mayor parte de sus amigos le llamaban, amigos que estarían dispuestos sin duda a declararlo, si es necesario.
—Esa fue la conclusión del señor Coine también. —La maestra levantó la mirada hacia su interlocutora—. No estaba segura de que debiera decírtelo. Sé que sois amigos, pero necesitaba hablar contigo.
—Claro que sí, me alegro de que me lo hayas contado. Me pregunto si fue la señorita Payne la que lo atrajo hacia Ivy Hill en un primer momento. Eso explicaría muchas cosas. Oh, Mercy, qué decepción para ti. En el fondo, estoy sorprendida de que quiera criar a Alice, pues hace poco me dijo que pensaba que no tenía madera de padre.
—Es evidente que ha cambiado de opinión. —Mercy bajó la mirada—. He estado preguntándole a Dios por qué me está ocurriendo todo esto a mí, si he hecho algo para merecerlo o si… hay algo que debo aprender de todo esto. De ser así, necesito aprenderlo cuanto antes. No quiero volver a sentirme nunca como ahora ni perder a alguien tan querido.
—Si hubiera una lección que sacar de todo esto, serías sin duda alguna la primera en aprenderla y en aprenderla bien, pero eres la última persona que merece algo así.
Mercy sacudió la cabeza.
—No, Jane, tengo mis debilidades. Estaba orgullosa de pertenecer a la familia más antigua de Ivy Hill, orgullosa de ser independiente, de ser dueña de mi propia escuela y de mi casa, o eso pensaba.
—Lo siento mucho —repitió su amiga.
—Yo también lo siento. Siento pena de mí misma, pero… voy a dejar de compadecerme ahora mismo. —Emitió un último sollozo y logró esbozar una sonrisa insegura—. Perdóname, Jane.
La posadera le apretó la mano.
—No hay nada que perdonar. Solamente me gustaría poder ayudarte. —Hizo una pausa y continuó—: Mercy, sé que no quieres oír esto, pero si el señor Drake es el padre de Alice es bueno que quiera formar parte de su vida. Otra cosa sería que nunca lo llegara a saber, que la dejaras creer el resto de su vida en un padre ficticio que murió en el mar…, pero, querida, eres la persona más honesta que conozco y habrías terminado por contarle la verdad.
—Sí, lo habría hecho, cuando fuera lo suficientemente mayor como para saberlo. Y después habría sido decisión suya dejarle o no formar parte de su vida.
Jane sacudió la cabeza.
—¿Después de cuántos años perdidos? Le tendría rencor por haberla abandonado y a ti por alejarla de él. Otra cosa sería que el señor Drake no estuviera dispuesto ni interesado o que fuera un canalla, pero no es así.
Mercy la miró con detenimiento.
—¿Aún echas de menos a tu padre, Jane? ¿Te gustaría que volviera a formar parte de tu vida?
Los ojos de la señora Bell se llenaron de lágrimas y su amiga se arrepintió en el mismo momento de aquella pregunta. Jane abrió la boca, la cerró de nuevo y, finalmente, dijo:
—No estamos hablando de mí. Yo ya era mayor cuando mi padre se fue, era demasiado mayor como para sentirme… abandonada.
No era muy convincente. Mercy no conocía los detalles sobre por qué el señor Fairmont se había marchado y su hija casi nunca hablaba de ello. Su amiga se secó las lágrimas y cambió de tema.
—Por cierto, ¿le has dicho a Rachel que su biblioteca está en peligro?
La señorita Grove hizo una mueca de fastidio.
—No, pero debo hacerlo. Lo he retrasado demasiado.
Rachel estaba preparándose para irse a dormir cuando Mercy llamó a la puerta. La invitó a entrar y detectó inmediatamente su expresión sombría.
—¿Qué ocurre?
—Rachel, debo contarte algo que tendría que haberte dicho antes. ¿Recuerdas que nos enteramos de que George se había comprometido?
—Sí.
—Mis padres quieren ofrecerle la posibilidad de vivir en Ivy Cottage con su nueva esposa, a no ser que…
—¿A no ser que qué?
—Que me case con el señor Hollander.
—Oh, Mercy.
Ella levantó la mano.
—No quiero que te preocupes por un lugar en el que vivir. Tendrás un sitio a mi lado siempre que lo necesites, pero tu biblioteca…
Rachel pestañeó.
—Ya veo. —Entonces, aquello que había deducido Timothy de la conversación entre su madre y la señora Grove no era un malentendido ni una suposición—. ¿Y qué hay de tu escuela?
La maestra sacudió la cabeza.
—¡Oh, no! —lamentó la señorita Ashford, desolada.
—Lo siento, Rachel. Has tenido tu biblioteca muy poco tiempo y me siento fatal. No creo que mis padres cambien de idea ni que George acepte mantenerla. Si me casara con el señor Hollander podría ser una opción, pero aún no he decidido qué hacer al respecto, y sentí que tenías derecho a saber que después de Navidad es posible que la biblioteca tenga que cerrar.
—Mercy, no te atrevas a casarte con alguien solo por salvar mi biblioteca. Nunca me lo perdonaría. De verdad. Haz lo que sea mejor para ti. Prométemelo.
—He intentado decidir qué es lo mejor e incluso he redactado una lista de pros y contras. Las ventajas que tendría al casarme con el señor Hollander —un marido, posiblemente hijos y quedarme como dueña de Ivy Cottage— sobrepasan con diferencia a lo que tendría que renunciar. Es una ecuación simple sobre el papel, pero aquí… —presionó una mano contra el pecho y sacudió lentamente la cabeza— no es tan simple.
—Lo entiendo. —«Demasiado bien», pensó Rachel mientras apretaba con cariño la mano de su amiga—. Gracias por contármelo.
—La próxima reunión es el lunes que viene por la noche —le recordó Mercy—. Quizá las mujeres del club puedan ayudarnos a resolver nuestros problemas.
Rachel pudo esbozar una sonrisa.
—Puede que esto se les escape, que sea demasiado hasta para la Sociedad de Damas Té y Labores.
Mercy le devolvió la sonrisa y dejó la habitación, cerrando la puerta tras ella.
La señorita Ashford se quedó de pie, sintiendo que la embargaban las dudas y el miedo. ¿Cómo se mantendría ahora? A sus labios asomaba una plegaria, pero no llegó a pronunciarla. ¿Aún era demasiado orgullosa como para pedirle ayuda a Dios?
Pensó de nuevo en Nicholas Ashford. ¿Debía aceptar su proposición de matrimonio? ¿Especialmente ahora, que estaba a punto de perder su sustento?
Rachel alargó la mano hacia el ramillete que su pretendiente le había regalado antes del concierto. Desde la distancia parecía hermoso, incluso las flores parecían naturales, pero llevaban con ellas un doloroso recuerdo de su madre y de su encantador jardín de rosas en Thornvale. Podría ser su propio jardín si se casaba con Nicholas…
En un acto reflejo, se llevó las flores a la nariz, pero solamente pudo oler el vago aroma a lino planchado. Los pétalos eran artificiales, pero aquel ramillete de seda no se marchitaría ni languidecería como uno natural.
Abrió la Biblia de su madre y extrajo aquella rosa que había secado entre sus páginas, extraída del ramo que Timothy Brockwell le había regalado una semana después de su baile. Los pétalos, que fueron una vez de color melocotón, se habían secado y presentaban un color cereza.
¿Qué era mejor?, se preguntó a sí misma, ¿una rosa real y gloriosa, marchita hace tiempo, pero nunca olvidada, o un sustituto tentador que prometía durar para siempre?
Las noches de sábado en Bell Inn solían ser menos ajetreadas, por lo que los mozos de cuadra se sentaban en el patio de los establos a tocar música juntos cuando su trabajo se lo permitía. Ted tocaba el violín y Tuffy una vieja mandolina. Ambos intentaron que Colin se les uniera con la flauta, pero murmuró una disculpa y dijo que tenía que ir a hacer un recado. Aunque el joven McFarland le había confesado por fin a Jane que Anna Kingsley le daba clases, no tenía ganas de que el resto de compañeros se enteraran.
Jane se acercó a los establos para ver cómo estaba Athena y, después, permaneció fuera, escuchando a los hombres tocar. La puerta lateral se abrió y Hetty asomó la cabeza con timidez. Llevaba una flauta en la mano y a Betsey en la cadera.
—¿Puedo unirme?
Tuffy levantó sus pobladas cejas con sorpresa.
—Claro que sí.
La mujer miró a Jane.
—Por supuesto… si no le importa, señora Bell.
—En absoluto. Has estado trabajando muy duro, Hetty, te mereces un rato de ocio. No sabía que supieras tocar.
La chica se encogió de hombros.
—Hace mucho tiempo que no toco, así que no esperen mucho de mí.
Jane alargó las manos para sujetar a Betsey. La pequeña permaneció en sus brazos sin quejarse y ella disfrutó de la cálida sensación de abrazar a una niña y de su dulce olor.
Hetty se sentó junto a Tuffy. Ted tocaba una canción popular con su violín mientras él rasgaba su mandolina al compás. Después de algunas notas agudas, la pelirroja comenzó a tocar una dulce melodía con la flauta, enriqueciendo la interpretación. Cuando terminaron, Jane y Betsey aplaudieron.
—Bien hecho, muchachita. —Tuffy asintió con aprobación—. Tocas igual de bien que Colin y eres mucho más hermosa. Pero no se lo digas a él. —Le guiñó un ojo.
—¿Conoces esta? —Ted comenzó otra canción.
Patrick salió para unirse a ellos. Tomó a Betsey en brazos y la balanceó al ritmo de la melodía. Al verlo, Jane sintió cómo se le formaba un nudo en la garganta, con una sensación agridulce. Por un momento, a la luz del atardecer, su cuñado se parecía tanto a John que pudo imaginar que era él, bailando con su propio hijo en el patio de Bell Inn.
Poco después, llegó un carruaje y los mozos de cuadra dejaron la música. Hetty les dio las gracias por dejarla unirse a ellos, extendió sus brazos hacia Betsey y la niña volvió con su madre.
Él la miró muy impresionado.
—¿Dónde aprendiste a tocar así?
—Mi padre me enseñó cuando era una niña.
—¿Es músico? —preguntó Jane.
—No realmente, hace cosas aquí y allá…
—¿Y tocas otros instrumentos?
—No, aunque solía hacerlo. Su favorito era el serpentón y quería que todos supiéramos tocar algún instrumento. Era un buen entretenimiento y… a la gente parecía gustarle.
—Una familia de músicos —reflexionó Jane—, ¡qué encantador!
Patrick bromeó:
—Una troupe familiar, ¿no es así? Los flautistas con sus flautas…
—Yo no he dicho que fuéramos una troupe —le corrigió Hetty—. Menuda idea.
—Solamente bromeaba.
—Oh, lo siento —murmuró Hetty, avergonzada por su reacción.
—¿Y dónde está tu familia ahora? —le preguntó la señora Bell, con suavidad.
—No lo sé. Es que… no he estado en contacto con ellos desde que… Betsey nació.
—Estarán preocupados por ti.
—Les escribí para decirles que estaba bien y para que no se preocuparan.
—Ah, bueno. Pero los echarás de menos…
—Sí, sobre todo a mi hermana.
—¿A tu hermana? —Patrick pestañeó sorprendido—. Nunca mencionaste una hermana.
—¿No? Supongo que es porque… hace mucho tiempo que no la veo, pero es lo mejor.
—¿Por qué? —Patrick arrugó el entrecejo.
—Cielo santo, ya es hora de que Betsey se vaya a dormir o mañana estará irritable con Thora… y no queremos eso. Vamos, corderito, es hora de dormir. Buenas noches, Patrick, señora Bell…
—Buenas noches. —El hombre alargó la mano y alisó uno de los rizos de Betsey. Después, observó cómo madre e hija se marchaban.
Jane lo miró con interés.
—Patrick, claramente le tienes mucho cariño a Hetty, y también a Betsey, ¿por qué no te casas con ella?
—Estoy tentado, créeme. Ella es más… todo… de lo que recordaba o de lo que era consciente. También es muy culta, sabe mucho sobre Shakespeare sobre todo. No es algo que uno se espere.
—No siempre ha sido doncella, al parecer. ¿Qué hizo antes de venir por primera vez a Bell Inn?, ¿lo sabes?
—No.
—¿Y de dónde es?
Él se encogió de hombros.
—Ya has visto cómo esquivó tu pregunta. No le gusta hablar de su pasado o de su familia.
—Sí, eso he visto.
—He pensado en declararme, pero ¿qué vida podría ofrecerle cuando soy tu… asistente y ella una doncella? —planteó Patrick, negando con la cabeza.
—Quizá no haría falta que ella trabajara cuando os casarais.
—¿Y entonces ella y Betsey vivirían conmigo en mi diminuta y oscura habitación del sótano?
—Quizá podríamos daros uno de los apartamentos de dos habitaciones que hay arriba, como el que solía ocupar tu madre.
—¿Y perder beneficios? La posada está ahora más llena que antes.
—Mmm… Tendría que pensar en ello, pero quizá podría cederos la cabaña y yo…
—No, Jane, rotundamente no. No te sacaré de tu casa.
—¿No intentaste hacer eso mismo no hace tanto? —Lo miró con un gesto de reproche.
—No quería echarte de tu cabaña, solamente de la posada. Además —le guiñó un ojo—, he madurado mucho desde entonces.