CAPÍTULO
15
Cuando las niñas ya estaban en la cama, Rachel le preguntó a Mercy si tenía alguna idea de quién podría ser la mujer misteriosa. Su amiga entrecerró los ojos, pensativa.
—¿Un manto negro?
—Sí, creo que bajaba por la carretera de Ebsbury desde el norte.
Mercy asintió levemente.
—Acompaño a Fanny en esa dirección los domingos para que visite a su familia. Su granja está justo al otro lado de la colina.
—¿Y sabes de alguna otra mujer que viva por allí?
—La señora Jones y la señora Miller. Aunque sí he visto a una mujer que viste un manto negro todo el año. Tuve que reprender a Fanny porque decía que era una bruja.
—Es un comentario muy hostil, incluso para Fanny. Sin embargo, la señora Timmons dijo algo similar.
—Estoy de acuerdo. Aunque, entre nosotras, si hubieras visto a la mujer en el jardín delantero, revolviendo un caldero con un largo palo, con el manto negro y la nariz puntiaguda…
—Mercy, ¡qué impropio de ti! —bromeó Rachel—. ¿Qué era lo que hacía?, ¿pócimas y venenos?
—Según Fanny, sí. Pero, a juzgar por el olor, es probable que fuera jabón, algo mucho menos diabólico y bastante más práctico.
—¿Qué edad tiene la mujer?
Mercy se encogió de hombros.
—No es una vieja arpía… ¿Cincuenta, quizá?
—¿Y sabes cómo se llama? Me gustaría ofrecerle una suscripción.
—Creo que es la señora Haverhill, aunque la tía Matilda lo sabrá con seguridad.
—Si lo sabe, no quiso decírmelo, aunque se lo pregunté cuando la señora Timmons estaba delante… —La cocinera no era una persona especialmente comprensiva y discreta.
—Eso podría explicarlo —asintió la maestra.
—¿No conoces a la mujer?
—No, es muy reservada, por lo que sé. No creo haberla visto en Ivy Hill.
—Qué curioso… Me pregunto si le gustará leer.
Al día siguiente, Rachel decidió subir por la carretera de Ebsbury para ver si conseguía dar con aquella mujer. Si así era, intentaría hablar con ella. Metió algunas monedas en su bolso de mano, pensando que podría preguntarle si vendía jabón antes de sacar el tema de la suscripción.
Cuando salió de Ivy Cottage, vio a Jane subiendo por la calle Church. Su amiga la saludó.
—Rachel, ¿hacia dónde te diriges?
Se encontraron junto a la puerta.
—A ver a la señora Haverhill. ¿La conoces?
—No la conozco, pero he oído hablar de ella. Creo que elabora jabones aromáticos y los vende en el mercado de Wishford. De hecho, tenía intención de visitarla en algún momento para preguntarle si podría hacer un jabón especial para Bell Inn.
—A mí me gustaría ofrecerle una suscripción. Recientemente realizó una donación a la biblioteca. Al menos creo que fue ella. Solo pude entrever su rostro.
—¿Te importa si te acompaño? Me gustaría conocerla también.
—Claro que no me importa. Disfrutaré de tu compañía y contigo a mi lado no me sentiré tan nerviosa al llamar a la puerta de una extraña. Esperemos que no tenga un perro rabioso.
Las dos amigas subieron por la carretera de Ebsbury. Cruzaron el arroyo de Pudding y dejaron atrás una granja. La vía se estrechaba a medida que subían Ebsbury Hill. Cuando estaban cerca de la cima de la colina, llegaron a una encantadora casita rodeada por un muro bajo de piedra. En el amplio jardín delantero había un caldero volcado y abollado al lado de los restos de una hoguera con rescoldos aún humeantes. La puerta del jardín estaba abierta y un camino de piedra conducía a la puerta principal, que también estaba abierta. Rachel no logró ver a nadie.
Las dos jóvenes intercambiaron miradas de preocupación y avanzaron sigilosamente hacia la puerta principal, pasando por encima de un tiesto destrozado. En el muro contiguo a la puerta podía leerse «Bramble Cottage», escrito en una pequeña placa cubierta en parte de hiedra.
—¿Hola? —saludó Rachel—. ¿Señora Haverhill?
Se oyó un maullido por respuesta y un gato atigrado y anaranjado se acercó lentamente hasta la puerta abierta. Jane dio unos golpecitos en el marco de la puerta y repitió la llamada, levantando la voz:
—¿Hay alguien en casa?
Rachel se asomó ligeramente. Vio una mesita auxiliar boca abajo, los cajones del escritorio colgando vacíos y su contenido desparramado por el suelo, como si hubieran explotado. ¿Qué había ocurrido? Instintivamente, dio un paso atrás: el responsable de aquel desastre aún podía andar cerca.
—¿Deberíamos entrar? —susurró Jane—. ¿Para asegurarnos de que ella no está… herida o algo?
Rachel sintió el miedo agarrado en el estómago al imaginarse entrando con su amiga en la casa. Miró por encima de su hombro, esperando ver a alguien que pudiera ayudarlas, un vecino o un trabajador del campo. Solo vio a una mujer de negro caminando fatigosamente hacia la casa y cargada con una cesta de mercado. Frunció el ceño al verlas y se apresuró hasta ellas.
—¿Sí? ¿Qué quieren? —Cruzó la verja con los ojos cargados de sospecha.
—La puerta estaba abierta cuando llegamos —replicó Rachel.
La mujer paseó la vista desde el caldero volcado hasta el tiesto blanco y azul hecho añicos. Había dos macetas idénticas cerca que habían salido ilesas. Entonces su mirada se posó en la puerta abierta y su boca se torció en una mueca de horror. Dejó caer la cesta y corrió hacia la casa. Las jóvenes se apartaron como dos cortinas para dejarla pasar entre ellas.
Preocupadas y llenas de curiosidad, observaron lo que ocurría desde el umbral, la mujer recorría toda la habitación comprobando los muebles volcados y los cajones abiertos. Subió las escaleras gimiendo.
—No, no, no…
Un instante después, bajó con el rostro contraído por el sufrimiento y presionando un pañuelo sobre la boca. Permaneció quieta, con los ojos distantes.
—Puedo entender lo del dinero, incluso el anillo, pero ¿la miniatura de ojo?, ¿el guardapelo de luto? ¿Sabiendo lo que significan para mí? —Dejó escapar un lamento agudo y presionó el pañuelo contra los labios y los ojos para luego sujetarlo bajo la nariz, como si fuera a detener un flujo de emoción.
—Criatura estúpida, egoísta e hiriente… —murmuró.
—Señora Haverhill —comenzó a decir Rachel con delicadeza—, lo siento mucho. ¿Le han robado? ¿Podemos ayudarla en algo? Parece muy afectada. ¿Desea que le prepare un té?
La mujer sacudió la cabeza. No había duda de que sus pensamientos estaban en otra parte.
—¿Desea que… avisemos al comisario o al magistrado? —preguntó Jane—. Quizá puedan encontrar al responsable.
La mujer volvió la vista hacia ellas como si acabara de caer en la cuenta de que estaban ahí. Se puso rígida y una nueva emoción conquistó su rostro. ¿Miedo?
—Oh, no. Yo… Gracias, pero no. Por favor, no digan nada al comisario o a sir… al magistrado. Esto es problema mío. No necesito ayuda para saber quién es el responsable. ¿Quién más podría saber exactamente dónde encontrar todo lo de valor? ¿Quién podría saber que escondía una llave en ese tiesto en particular entre tantos otros?
—Entonces, si sabe quién lo hizo —dijo Rachel—, querrá llevar a esa persona ante la justicia.
—¿Justicia? —Se rio con amargura—. Hay muy poco de eso en este mundo. No, no hay nada que hacer. Por favor, no hablen de esto con ninguna autoridad, se lo suplico. Esto es un… asunto de familia, más o menos. Y debe permanecer así. Por favor, necesito que me den su palabra. No podría vivir conmigo misma si esto pudiera herir a… cualquiera, por mi culpa.
Jane estudió su rostro, que reflejaba ansiedad.
—¿Está segura?
—Sí, absolutamente. —Sacudiendo por última vez el pañuelo, recuperó la compostura y exhaló un largo suspiro—. Ahora que hemos resuelto este asunto, ¿por qué deseaban verme? ¿O simplemente estaban de paso?
Rachel observó más atentamente a la mujer. Su nariz era un poco prominente, un rasgo que ahora parecía acentuarse por el ligero enrojecimiento, pero tenía unos bonitos ojos azules.
—Soy la señorita Ashford —dijo Rachel—. Tengo razones para creer que dejó un libro para mí en la nueva biblioteca circulante.
Un brillo receloso se despertó en los ojos de la mujer.
—¿Es eso un problema?
—¡No! Aprecio mucho cada una de las donaciones. De hecho, he venido a ofrecerle crédito para que pueda tomar prestados otros libros, si estuviera interesada en una suscripción. —Rachel le alargó una tarjeta con el crédito anotado.
La señora Haverhill la aceptó de mala gana.
—No hacía falta. No quería nada a cambio. Simplemente deseaba dejar un libro anónimamente, pero es obvio que fracasé en el intento. De todas formas, gracias.
Jane intervino:
—Yo soy la señora Bell. Esperaba poder hablar con usted de la posibilidad de elaborar jabones para la posada, pero podemos hablar de ello en otro momento.
La señora Haverhill asintió.
—Sí, estaré encantada de hablarlo en otro momento. La semana que viene, quizá. ¿Le importaría volver? Raramente visito Ivy Hill.
—Por supuesto, no me importa en absoluto. Vendré alguna tarde. —Jane se dispuso a marcharse.
Rachel mantuvo la mirada a la mujer.
—¿Está segura de que no podemos ayudarla en nada? No parece adecuado dejar que se enfrente a esto sola. El magistrado local es amigo nuestro; si se enterara, querría ayudarla.
La señora Haverhill sacudió la cabeza de nuevo con seguridad.
—No, no me ayudaría. Ahora, recuerden, ni una palabra a él o al comisario.
Rachel pestañeó.
—Muy bien, si insiste…
Jane la tomó del brazo.
—Vamos, Rachel.
Se alejaron y, al alcanzar la verja, la señorita Ashford miró atrás: la mujer permanecía allí, enmarcada por la puerta abierta, era la viva imagen de la pérdida y el dolor ante la traición.
Durante el camino de vuelta al pueblo, la nueva bibliotecaria negaba lentamente con la cabeza.
—¿Por qué no quiere hacer nada? ¿Por qué insiste en que no hablemos con las autoridades?
—Mencionó que se trataba de algo similar a un asunto de familia —reflexionó su amiga—, lo que sea que eso signifique. Puede que no desee crear problemas a un pariente ladrón.
—Supongo que sí. Si un hijo o una hija pródigos se colaran en casa y robaran algo para sobrevivir… Puede que no desee que su propio hijo sea encarcelado o deportado.
—Aunque quienquiera que fuera se llevó mucho más de lo necesario para sobrevivir.
—¿Tiene hijos? —preguntó Rachel.
—Nunca he oído hablar de otros Haverhill en la zona, ¿y tú?
—No, pero tampoco había oído hablar de la señora Haverhill hasta hace poco. Sé que prometimos no informar sobre el ladrón, pero ¿crees que podríamos preguntarle a Matilda Grove qué sabe de ella?
—Yo creo que sí, siempre que no mencionemos al ladrón.
Asintió con aprobación. Cuando llegaron a Ivy Cottage, encontraron a Matty en la sala de estar cosiendo algo.
—Hola, Rachel. Jane, es un placer volver a verte, querida. —Levantó la aguja y la tela—. Solo algunos remiendos.
—Yo podría haberme ocupado —respondió la señorita Ashford—; coser es una de las pocas labores en las que puedo ayudar.
—Y estoy segura de que lo habrías hecho mejor, pero la señora Timmons me pidió que remendara algunos delantales. Creo que lo único que quería era que saliera de «su» cocina.
Jane y Rachel se sentaron junto a ella y esta comenzó:
—Señorita Matty, ¿cuánto conoce a la señora Haverhill?
—Ah, ¿finalmente resultó ser ella quien había donado el libro?
Rachel asintió, sabiendo que Matilda lo había sospechado todo ese tiempo.
—Discúlpame por evitar tus preguntas, pero no quería mencionar a la señora Haverhill en presencia de la cocinera, ya que tiende a decir cosas desagradables sobre ella, como pudiste comprobar. Casi no conozco a la mujer. De hecho, solamente he hablado con ella un par de veces en los años en que he vivido aquí. Le llevé una tarta cuando se mudó a Bramble Cottage y otras mujeres trataron también de darle la bienvenida, pero no invitó a nadie a pasar y dejó claro que deseaba privacidad. Algunas mujeres se pusieron en su contra después de aquello, o por otras razones. Creo que la señora Snyder le enseñó a elaborar jabón estos últimos años, pero, aparte de eso, siempre ha preferido que la dejen sola.
—¿Siempre ha vivido sola?
—No exactamente. Tenía una criada a tiempo completo. Bess Kurdle, ese era su nombre. Sin embargo, murió el año pasado. Bess venía a Ivy Hill para hacer los recados de la señora Haverhill de vez en cuando, pero no era bien recibida. Creo que tenía un pasado problemático. Siempre prefirieron comprar en Wishford.
—Sí, la señora Haverhill mencionó que raramente visita Ivy Hill.
La mujer asintió.
—Bess Kurdle tenía una hija. Creo que continuó trabajando en Bramble Cottage después de que su madre falleciera.
—¿Cómo sabe eso?
—La señora Burlingame pasa junto a la casa con regularidad en su ruta y ha dicho ver a una joven trabajando fuera de vez en cuando. Al parecer, vende el jabón de la señora Haverhill en el mercado de Wishford.
—Parecía alterada por un… asunto de familia —dijo Jane—. ¿Sabes si tiene hijos? Nunca he oído hablar de un señor o de una señorita Haverhill, ¿y usted?
Matilda negó con la cabeza.
—No, no hay otro Haverhill en Ivy Hill. No sé de dónde vino. De Londres quizá.
—¿Ya era viuda cuando se mudó aquí?
—Mmm… Creo que sí. —La señorita Grove se levantó y la silla arañó el suelo—. ¿Por qué todas estas preguntas? ¿Habéis… oído algo sobre ella?
—La hemos conocido hoy y sentíamos curiosidad.
—Supongo que le ofreciste crédito de la biblioteca y lo rechazó, ¿no es así?
Rachel desvió la mirada.
—Bueno, tomó la tarjeta a regañadientes.
Matilda posó una mano en el hombro de Rachel.
—Recuerda lo que te dije, Rachel. La oportunidad de ayudar a alguien que lo necesite puede llegar antes de lo que piensas.