CAPÍTULO
12
Mercy le dio las gracias a Alice por ordenar las pizarras y vio cómo se apresuraba para alcanzar al resto de alumnas, que ya habían salido del aula para ir a lavarse antes de la cena. Entonces oyó un amigable saludo fuera y echó un vistazo por la ventana. El señor Kingsley subía por la calle Church con la caja de herramientas en la mano y se detuvo a hablar con su vecino un instante antes de continuar hacia Ivy Cottage. Aunque la biblioteca circulante ya se había inaugurado, él seguía acudiendo de vez en cuando para rematar algunos detalles, como añadir molduras a los estantes que había instalado.
Colin McFarland había llegado una hora antes para estudiar con Anna, por lo que Mercy bajó a avisarle de la llegada del señor Kingsley. Sin embargo, cuando alcanzó la sala de estar y se asomó dentro, vio que Anna y el empleado de Bell Inn seguían trabajando muy concentrados, con las cabezas muy juntas e inclinadas sobre el escritorio. La punta de la lengua del chico sobresalía mientras intentaba centrar su atención en una columna de números.
Deslizó un papel hacia Anna para que lo revisara, se cruzó de brazos y se mordió el labio mientras esperaba. La muchacha levantó la mirada hacia él y le dirigió una sonrisa alentadora.
—Casi. Has sumado las dos primeras columnas correctamente, pero olvidaste llevarte cuatro a las centenas aquí, ¿lo ves? Lo recordarás la próxima vez. Ahora, empecemos a multiplicar. Si la tarifa de un pasaje es de siete chelines y seis peniques, y viaja en él una familia de cuatro personas, ¿cuál será la cuantía total?
Él bajó la vista hacia el papel y suspiró.
—Cada vez te resultará más fácil, Colin. Lo prometo. Venga, te ayudaré.
Mercy decidió no interrumpir la lección y entró en la sala de lectura a saludar al señor Kingsley y ver si podía ayudarlo ella misma. Él levantó la mirada cuando la vio entrar, pero siguió con su trabajo.
—Oh, buenas tardes, señorita Grove. Creí oír la voz de Colin.
Ella asintió.
—Está… ocupado en este momento, pero espero que llegue pronto. ¿Qué tiene pensado para hoy?
—La señorita Ashford me pidió un soporte para los periódicos, como un gran escaparate Canterbury, ¿lo conoce? He realizado un dibujo de lo que busca, pero necesito tomar algunas medidas más y asegurarme de que se ajustará al espacio disponible. —Sacó una regla plegable de su caja de herramientas y la extendió.
—¿Necesita que sujete un extremo? —se ofreció la mujer.
—Gracias. Justo ahí, pegado al muro del fondo.
La señorita Grove obedeció. Él tomó las medidas y las escribió en un cuaderno de bolsillo con un grueso lápiz. Cuando hubo terminado, ella le preguntó:
—¿Puedo ver el dibujo?
—Si lo desea… Pero recuerde que no soy ningún artista. —Volvió algunas páginas y le mostró varios bocetos del expositor desde diferentes ángulos.
—Es muy bonito. —Entonces añadió con una risita—: Egoístamente, le propondría que alargara las patas para que los más altos no tengan que agacharse tanto.
Lo dijo con tono de broma, pero él miró el dibujo y después reparó en la estatura de Mercy, solo unos centímetros más baja que él.
—Tiene razón. Las personas altas, como usted o como yo, no deberían sufrir calambres en el cuello durante toda su vida. —Sonrió—. Excelente idea, señorita Grove.
Con un sentimiento de placer tras el halago, le devolvió la sonrisa. Colin entró en la estancia y Mercy casi lamentó verlo aparecer.
Al día siguiente, Rachel durmió hasta tarde, pues había permanecido leyendo hasta pasadas las doce la noche. Cuando despertó, corrió a lavarse y a vestirse y bajó a la biblioteca a tiempo para abrir a las nueve en punto. Llegó a la puerta justo cuando el reloj de pared daba las nueve, por lo que entró directamente, saltándose el desayuno, a pesar de que podía oír las protestas de su estómago.
La señorita Matilda entró un instante después desde la sala de estar acompañada del señor Basu, que cargaba con una vieja cesta de mimbre.
—¿Qué es eso? —preguntó Rachel.
—Libros.
—¿Más libros? ¿Quién los ha traído?
—No lo sabemos. El señor Basu los encontró esta mañana en la puerta.
—¿No hay un nombre escrito o una nota?
Matty negó con la cabeza.
—Nada que yo haya visto.
—¿Y cómo puedo ajustar la cuenta de alguien que no da su nombre?
—Supongo que no querrá nada a cambio.
—Pero yo…
—Los libros pesan, querida —la interrumpió la señorita Grove.
—Oh, lo siento mucho. Puede dejarlos aquí, sobre el escritorio, señor Basu. Muchas gracias.
El hombre colocó la cesta en el lugar indicado y salió de la estancia con premura. Matilda permaneció con ella.
—¿No han visto a nadie? —preguntó Rachel, mirando por la ventana de la biblioteca.
—No.
Rachel suspiró.
—Miraré si hay una inscripción o una dedicatoria en alguno de ellos.
Comenzó a sacar libros y a apilarlos en el escritorio. Conformaban una curiosa selección: una novela romántica de cubierta barata, numerosas revistas para mujeres —que incluían láminas de moda—, un ejemplar de la Lista de la Marina de Steel, algunos diarios de viaje, un libro de poesía y otro de sermones. Rachel abrió todas las cubiertas esperando encontrar algún nombre inscrito en ellas, pero no había nada. ¡Qué frustrante!
—No me gusta la idea de aceptar libros sin dar crédito a cambio —dijo Rachel, con el ceño fruncido.
—Ya lo sé. —La mujer la observaba con cariño—. No seas tan orgullosa, querida. Todos hemos necesitado ayuda en alguna ocasión. No debe avergonzarte permitir que tus amigos y vecinos te bendigan con su ayuda. —Rachel bajó la cabeza, pero la señorita Matty se la levantó con un gesto amable—. Estuviste una vez en posición de ayudar a otros, Rachel Ashford. Ahora otros están en posición de ayudarte a ti. No pierdas el tiempo con lamentos. Cuando vuelvas a estar en una posición privilegiada, recuerda devolver el favor.
La joven lanzó una risa irónica.
—¿Volveré a estarlo?
—Sí, querida, yo creo que sí. Ahí será cuando puedas devolver el «crédito» a aquellos que lo necesiten. Así es como funcionan las cosas en los pueblos, en el mejor de los casos. Al menos aquí en Ivy Hill. —Acarició con cariño la mejilla de Rachel—. ¿Está bien? ¿Lo recordarás?
Asintió entre la esperanza y la duda.
—Gracias, señorita Matty. Lo intentaré.
Matilda se marchó. Rachel detuvo su búsqueda entre los libros y comenzó a añadir los títulos a su lista de inventario. Cuando terminó, echó un vistazo a la cesta ya vacía y vio que había algo en el fondo. Alargó la mano para hacerse con el papel grueso. Era una tarjeta de visita.
James Drake
Propietario
The Drake Arms, Southampton
Entonces… la donación anónima no era tan anónima. ¿Por qué habría dejado el señor Drake más libros en su puerta? Los ejemplares parecían demasiado nuevos como para haber salido del ático del Fairmont y ligeramente femeninos para ser de su colección privada. Tendría que preguntarle. Decidió enviarle una nota e invitarle a que las visitara.
Unos días después, Mercy bajó a la biblioteca y vio que la puerta interior estaba abierta. Como regla general, permanecía cerrada durante el día para mantener la biblioteca circulante aislada del resto de la casa y especialmente de la escuela, lo que les concedía un poco más de privacidad. Seguramente su tía habría olvidado cerrarla. Rachel había ido a dar un paseo con el señor Ashford y la tía Matty se había ofrecido a atender la biblioteca en su lugar hasta que volviera.
Caminó hacia la puerta con la intención de cerrarla, pero la tía Matty apareció desde un rincón sombrío y la agarró de la mano para detenerla, con un dedo en los labios que invitaba a guardar silencio. Al ver un gesto de picardía en el semblante de su tía, se asomó para comprobar cuál era la causa. En la biblioteca, el señor James Drake paseaba frente a las estanterías con las manos entrelazadas en la espalda, repasando los estantes con aire de aprobación, pero sin elegir ningún libro.
Matilda murmuró:
—Le he preguntado si podía ayudarle, pero ha dicho que solo estaba mirando.
El señor Drake se sentó en una de las sillas, cruzó las piernas y se recostó sobre el respaldo hasta alcanzar una posición confortable, pero sin nada que leer. ¿Estaba esperando?, ¿quería ver a Rachel? Probablemente. Ante la belleza de la señorita Ashford, no era difícil creer que aquel hombre se hubiera interesado por ella. Lo raro era que ningún pretendiente se le hubiera declarado hasta entonces.
En aquel momento, sir Timothy entró por la puerta lateral con un libro bajo el brazo. El baronet había ido con anterioridad a donar libros y a seleccionar otros para leer. Se detuvo al ver a otro cliente masculino ahí sentado, de manera tan informal.
—Señor Drake…
—Hola, sir Timothy.
El recién llegado señaló con una de sus enguantadas manos hacia los estantes.
—¿No ha habido suerte buscando algo que le interese?
—Aún no. —El hotelero le sonrió, pero Timothy no le devolvió el gesto.
—Señor Drake, antes le veía en numerosas ocasiones en Bell Inn y ahora aquí, en Ivy Cottage.
—Podría decir lo mismo de usted. —Mercy percibió lo que parecía un brillo divertido en los ojos de James.
Sir Timothy, en cambio, no parecía compartir su buen humor.
—Estoy suscrito y soy un ávido lector. ¿Usted también?
El propietario del hotel sacudió la cabeza y apretó los labios.
—Estoy suscrito, pero no son los libros lo que me trae aquí.
Sir Timothy hizo una mueca con la barbilla.
—Señor Drake, no sé exactamente qué se trae entre manos, pero debo recordarle que no es ni agradable ni honorable jugar con los afectos de las mujeres.
James torció la boca en un gesto extraño.
—Y, sin embargo, aquí estamos los dos.
El baronet le dirigió una mirada sombría, pero su interlocutor levantó la mano con gesto conciliador.
—No se preocupe. No tengo intención de jugar con los afectos de nadie en esta casa.
—Entonces, si puedo preguntarle, ¿qué le trae por aquí?
—Puede preguntar, pero no tengo obligación de contestarle. Sin embargo, su interés es perfectamente obvio. Y nuestro joven amigo el señor Ashford tampoco esconde sus pretensiones al visitar Ivy Cottage.
—Eso he podido observar. —Sir Timothy se cruzó de brazos.
La puerta lateral se abrió de nuevo y Rachel entró en la estancia mientras el señor Ashford le sujetaba la puerta. Rachel llevaba un sombrero de ala ancha y sus mejillas habían adquirido un tono rosado con el aire fresco y el ejercicio del paseo. El jubón azul marino que llevaba resaltaba el color de sus grandes y hermosos ojos azules.
Al ver a los dos hombres parecía a punto de desmayarse. Tras ella, Nicholas se detuvo en seco para evitar chocarse contra la joven.
Mercy dio un golpecito en el hombro de su tía y le hizo un gesto indicando que sería mejor que se marcharan, pero Matilda permaneció clavada en el sitio.
—Caballeros… —saludó Rachel, casi sin aliento—. Espero que no hayan esperado demasiado. ¿Han venido a buscar un libro? La señorita Matilda les habría ayudado…
El señor Drake la detuvo con un gesto tranquilizador.
—Oh, se ofreció, no se preocupe. Pero no estoy aquí por los libros. Me pidió que la visitara, ¿recuerda? —Miró de reojo y con petulancia hacia sir Timothy.
—Ah, sí, lo había olvidado.
La mujer se volvió con el rostro ruborizado hacia su acompañante.
—Gracias por el paseo, señor Ashford, lo he disfrutado mucho.
—Un placer, lo mismo digo. Bueno… Tiene clientes a los que atender, por lo que será mejor que me despida por ahora. —El joven se inclinó con educación y salió de nuevo.
En aquel momento, alguien llamó a la puerta principal de Ivy Cottage, sobresaltando a Mercy. Se avergonzó al ser consciente del tiempo que habían estado contemplando el pequeño drama que se desarrollaba ante ellas. Agarró la mano de Matilda y tiró de ella hasta que consiguió alejarla, a regañadientes, de su puesto de escucha.
Antes de que Mercy pudiera llegar a la puerta principal, el señor Basu salió de la cocina y la abrió. El señor Kingsley y Colin McFarland entraron, cargando con grandes piezas de molduras y conversando amigablemente. Si se unían aquellos dos a los de la biblioteca… ¡Cielo santo!
Desde que se había convertido en una escuela de niñas, Ivy Cottage no había tenido tantos hombres bajo su techo al mismo tiempo, pensó la maestra. ¡Demasiados para su tranquilidad!
Rachel esperó a que la puerta se cerrara tras el señor Ashford y se volvió de nuevo hacia los otros dos.
—Le pedí al señor Drake que nos visitara, pero ¿puedo ayudarle en algo, sir Timothy?
—Puedo esperar. A no ser que su asunto con el señor Drake sea… privado.
—No, no lo es. Solamente quería que viniera para poder darle crédito a cambio de su última donación de libros.
—¿Última donación? —Arqueó las rubias cejas.
—Sí, los que dejó en nuestra puerta. —Señaló hacia la cesta de mimbre vacía—. Supuse que había venido cuando la biblioteca estaba cerrada y que había decidido dejarlos ahí igualmente.
—Yo no dejé ninguna cesta.
—¿Está usted quitando importancia a su gesto de generosidad?
El señor Drake sacudió la cabeza.
—No está en mi naturaleza, señorita Ashford. Aceptaría encantado la gratitud de una hermosa joven si la mereciera, pero este no es el caso. ¿Por qué pensó que los libros eran una donación mía? —Sonrió y añadió—: Además de por mi naturaleza generosa…
—Encontré su tarjeta en el fondo de la cesta.
—¿Mi tarjeta?
—Sí, aquí la tengo. —La extrajo del cajón del escritorio y se la dio.
El señor Drake la estudió con curiosidad.
—Esta es mi antigua tarjeta, impresa hace años, cuando compré mi primer hotel. Qué extraño que haya terminado en el fondo de una cesta de libros y en este lugar.
—Muy extraño.
—¿Qué tipo de libros había dentro, si puedo saberlo?
Rachel abrió la lista del inventario y leyó los títulos, incluyendo Lista de la Marina de Steel y la colección de sermones de Edward Cooper. Se quedó mirando al hombre.
—¿Le suenan de algo?
—No. —Frunció más el ceño—. Seguramente sea de alguien a quien di mi tarjeta hace tiempo o alguien que se hospedó en Drake Arms. No será usted, Brockwell, ¿verdad? En una ocasión mencionó que había estado allí.
—Sí, pero no he dejado ninguna cesta de libros.
—¿Puedo ver el ejemplar de Lista de la Marina? —pidió el señor Drake.
—Por supuesto. —Se acercó a por el libro y, se lo entregó.
Él lo examinó y se lo puso bajo el brazo.
—Gracias. Añádalo a mi cuenta, por favor. Y si descubre quién fue el donante, hágamelo saber, por favor. Ahora tengo curiosidad.
—Claro, así lo haré.
Cuando el señor Drake abandonó la biblioteca, sir Timothy permaneció en silencio. Rachel dirigió entonces su atención hacia él y percibió su aire distraído.
—Gracias por esperar.
—No se preocupe. He vuelto para devolver un libro y esperaba poder hablar con usted un rato mientras estuviera aquí. Nos han interrumpido en otras ocasiones y hoy no es la excepción. Usted es… Bueno, su biblioteca es bastante popular.
—Y eso es un alivio, si me permite decírselo. ¿Quería… comentar algo en particular?
Timothy se llevó un dedo a la boca.
—¿Está… leyendo algo ahora mismo?
—En realidad, sí. Una novela que me recomendó Matilda Grove llamada Orgullo y prejuicio. La estoy disfrutando mucho más de lo que esperaba. De hecho, me he quedado hasta tarde leyendo.
Él sonrió.
—¿No le prometí que aprendería a disfrutar de la lectura? Y mucho más rápido de lo que imaginaba.
Ella asintió.
—Además, he comentado con varias personas cuánto estoy disfrutando el libro, por lo que tengo lista de espera para leerlo cuando haya terminado.
Los ojos oscuros del hombre centellearon con aprobación y con algo más. ¿Admiración? ¿Cariño? Sintió satisfacción y miedo a la vez. «Ten cuidado —se advirtió a sí misma—. No confundas el amor a los libros con algo más».
Ojalá su corazón no latiera de aquella manera cuando él estaba cerca.
Al día siguiente, Mercy recibió una carta de su madre con sello de Londres. La abrió con un poco de temor. Era la primera respuesta que había recibido de sus padres desde que les escribió las dos cartas: la primera sobre la biblioteca circulante de Rachel y la segunda, más reciente, sobre sus planes de convertirse en tutora legal de una de sus alumnas. Dudaba que ambas noticias hubieran sido bien recibidas.
Al ver que su tía y la matrona del asilo, la señora Mennell, cosían una colcha en el salón, Mercy se llevó la carta a la silenciosa sala de estar y se sentó en una de las butacas. Respiró hondo, la desdobló y la leyó.
Querida Mercy:
Tus últimas cartas nos han dejado bastante preocupados. Hemos decidido visitar Ivy Cottage con urgencia. Espéranos el día 3 sobre las cuatro. Espero que no resulte una inconveniencia para Matilda o para ti. Entretanto, te pedimos que pospongas cualquier decisión importante hasta que lleguemos.
Llevaremos un visitante con nosotros; por favor, tenlo todo preparado. El señor Hollander es un amigo de tu padre y tutor de tu hermano de sus días de Oxford. Seguramente recuerdes que le tenemos en alta estima. Desea dejar la vida de soltero y le gustaría conocerte. Le hemos hablado muy bien de ti.
Sé que podemos contar con que lo recibas con la mayor amabilidad y la mejor disposición. Quizá la señorita Ashford podría alojarse en la posada durante nuestra estancia. Estaríamos encantados de correr con los gastos si fuera necesario.
Hasta entonces:
tu madre
—¡Maldición! —exclamó Mercy, resistiendo el impulso de romper la carta. La dejó sobre el regazo para volver a tomarla inmediatamente—. No puede decirlo en serio…
Alguien se aclaró la garganta junto a ella. Levantó la mirada, llena de tristeza, y vio al señor Kingsley medio oculto tras el expositor de periódicos que había construido para la biblioteca. No había reparado en su presencia.
—Disculpe, no quería escuchar a escondidas. Le dije a la señorita Ashford que tendría esto terminado hoy. ¿Está usted bien, señorita Grove?
—No, no estoy bien. Lo único que hice fue escribir y contarles a mis padres que me habían pedido ser la tutora legal de Alice. ¿Y cómo responden? Trayendo a un hombre para que me conozca. Le han hablado «muy bien de mí»… Solamente le habrán dicho cosas buenas, no tengo duda. Probablemente me imagine tan inteligente como mi padre y tan bella como mi madre. Ese hombre no sabe que se encamina hacia una tremenda decepción y yo a la mayor mortificación de mi vida. No, no de mi vida, pues no es la primera vez que hacen esto. Creí que habían tirado la toalla con los intentos de emparejamiento y que se habían resignado a dejarme de lado. ¡Pero no! —Sacudió la carta en la mano, con evidente irritación.
De pronto, se dio cuenta de que estaba diciendo aquello en voz alta, todo lo que pensaba, sin su autocontrol habitual, incomodando a su oyente y a sí misma. Su rostro se encendió.
—Señor Kingsley, perdóneme por abusar de su buena disposición. No suelo ser tan… indiscreta. Discúlpeme.
—No tiene por qué disculparse. Al menos no conmigo.
—Tiene razón. —Sintió vergüenza—. No debería hablar tan ásperamente de mis padres.
—No me refería a eso. Es injusta consigo misma. Recuerdo a sus padres, aunque hace algunos años que no los veo. Yo diría que usted ha heredado sus mejores cualidades, además de poseer otras propias.
Le sostuvo la mirada hasta que entendió lo que estaba ocurriendo.
—Es muy amable por su parte intentar animarme.
—No lo digo para animarla. Lo digo porque es verdad.
Mercy sintió que el rostro se le ruborizaba de nuevo. Él agachó la cabeza.
—Ahora soy yo quien la está distrayendo. Si me disculpa, señorita Grove, volveré al trabajo.
Más tarde, Mercy compartió la carta con su tía. Se estaban compadeciendo de sí mismas cuando Rachel entró en la sala de estar. Al ver sus expresiones, su rostro se ensombreció.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha pasado?
Mercy suspiró.
—Mis padres vendrán a visitarnos en una quincena y traerán con ellos a un invitado, un hombre al que quieren que conozca y de quien, claramente, esperan un desenlace en forma de proposición. Todo esto, por supuesto, asumiendo que él esté interesado después de conocerme. —Leyó parte de la carta en voz alta—: «El señor Hollander es un amigo de tu padre y tutor de tu hermano de sus días de Oxford. Seguramente recuerdes que le tenemos en alta estima». No, no lo recuerdo en realidad. George no duró mucho en la universidad. ¿Un amigo de mi padre? ¿Qué edad tendrá? ¿Esperan que me case con un hombre de la edad de mi padre? —Su voz sonaba inusualmente lastimera a sus propios oídos. «Dios, ¡dame paciencia!».
—Puede que no sea tan mayor, querida —repuso Matilda con amabilidad—. Sin embargo, si lo es, yo me casaré con él para que tú no debas hacerlo.
Matty le guiñó un ojo, pero, por una vez, Mercy no valoró el humor de su tía. Soltó un lamento y leyó en voz alta otro párrafo de la carta para que lo oyera su amiga Rachel.
—«Desea dejar la vida de soltero y le gustaría conocerte. Le hemos hablado muy bien de ti». Seguramente hayan exagerado las cosas buenas y hayan obviado las malas. Ahora esperan que yo lo reciba con «la mayor amabilidad y la mejor disposición».
Rachel cuadró los hombros.
—Necesitas que me vaya.
Su amiga levantó la mirada hacia ella con malestar.
—Oh, querida Rachel…, claro que no debes irte.
—Necesitaréis mi habitación para vuestro invitado. Quizá pueda alquilar una habitación en Bell Inn o quedarme con Jane.
—Qué disparate, Rachel. Tú vives aquí ahora. —Mercy miró a su tía—. Quizá yo podría quedarme contigo en tu habitación, tía Matty. Tienes una cama más amplia.
Matilda se mordió un labio.
—No sé si sería apropiado que el hombre durmiera en tu cama, querida. Podría enviar un mensaje equivocado. Yo podría dormir contigo durante algunas noches y así él puede ocupar mi cuarto. Con los lazos y la ropa de cama de color púrpura no querrá quedarse demasiado. —De nuevo le guiñó un ojo a su sobrina. Esta vez, Mercy logró componer una sonrisa como respuesta.
—Bien pensado, tía Matty.