CAPÍTULO
42
La tarde del domingo, Mercy, Alice y Phoebe fueron a dar un paseo por el campo. Caminaron por la orilla del arroyo de Pudding y bajaron por la carretera de Ebsbury componiendo bonitos y coloridos ramos de hojas otoñales: amarillas, doradas, naranjas y rojizas.
Alice se subió al bajo muro de piedra que bordeaba un lado de la carretera y la maestra alargó la mano libre para tomar la de la niña y sujetarla mientras andaba con aires de equilibrista, agarrándose a las hojas de los árboles con la otra manita para mantener el equilibrio.
Mercy recordó que ella hacía lo mismo de niña y sonrió nostálgica.
—Eres casi una funambulista, Alice.
Frunció el ceño y preguntó:
—Fun… ¿qué?
—Es otro nombre para un equilibrista. Viene del latín, de «funis», que significa «cuerda», y «ambulare», que significa «pasear» o «caminar».
Phoebe soltó una risita.
—Qué palabra tan graciosa.
Calle abajo, cerca de la verja de Thornvale, llamó su atención una haya cuyas hojas estaban teñidas de rojo en la punta y se desprendían hacia el suelo con una ráfaga de viento. Las niñas se adelantaron corriendo para recoger algunas para sus ramilletes.
Kelly Featherstone saludó a Mercy desde el asilo, ella se detuvo un instante para hablar con el anciano. Sonrió ante algo que dijo y miró hacia abajo para comprobar que las niñas estaban bien. Entonces su sonrisa se borró: un hombre estaba hablando con las niñas.
El señor Drake.
Sintió tensión en todo el cuerpo. ¿Qué le estaría diciendo a Alice? Estaba indecisa entre apresurarse a su encuentro o intentar evitarlo.
Se excusó ante el señor Featherstone y caminó con determinación calle abajo, pidiéndole a Dios que la ayudara a retener su lengua… y su corazón. El señor Drake levantó la mirada al ver que se aproximaba y esta vez fue su sonrisa la que se desvaneció. Mercy percibió instantáneamente la tirantez entre ellos.
Él evitó su mirada y se dirigió a las niñas.
—Bueno, adiós, señorita Phoebe. Alice… —Inclinó su sombrero y miró un instante a Mercy—. Por ahora.
Aquellas palabras sonaron amenazantes.
Miró por encima del hombro mientras el hotelero se alejaba y se volvió hacia las niñas.
—¿Qué os ha dicho el señor Drake? —Intentó mantener un tono y una expresión lo más relajados posible.
Alice la miró detenidamente, con esos ojos verdes tan parecidos a los del hombre, se recordó Mercy.
Phoebe se encogió de hombros.
—Ha dicho que quería invitarnos a Alice y a mí a su hotel a tomar el té o ¡un helado!
Miró de reojo a Alice.
—Ya veo.
Y sí que lo veía claro: no podía esperar más tiempo para hablarle a la niña del cambio que se avecinaba.
Aquella noche, Mercy rezó por tener templanza y encontrar las palabras adecuadas. Al día siguiente, le pidió a Alice que la acompañara a la sala de estar.
—Buenos días, Alice. —Forzó un tono alegre—. Tengo algo que decirte. ¿Por qué no te sientas aquí y yo me siento a tu lado?
La pequeña obedeció y la miró con aquellos ojos llenos de confianza. La maestra respiró hondo.
—¿Conoces al señor Drake? Por supuesto que sí, ya lo has visto algunas veces. Él es tan… amable y le gustas tanto que quiere ser tu padre.
La niña frunció el ceño.
—Mi padre murió. Cuando yo era un bebé. Me lo dijo mamá.
—Sé que lo hizo. Pero ahora el señor Drake quiere convertirse en tu padre y criarte como a su propia hija.
—¿Por qué?
—Porque él es tu… Era un amigo de tu madre.
—Pensé que iba a vivir contigo, que tú ibas a ser mi… mamá.
Mercy sintió que el corazón se le contraía de dolor. Se mordió el labio para mantener las lágrimas a raya.
—Nada me habría hecho más feliz, pero el señor Drake era mucho más cercano a tu madre, así que es su derecho y su privilegio criarte como su niña pequeña.
—¿Ya no viviré aquí?
La mujer tragó saliva.
—Solo un poco de tiempo más, pero el señor Drake vive en el Fairmont, una bonita y antigua casa. Bueno, es un hotel, en realidad. Yo solía jugar ahí cuando era pequeña. ¿Recuerdas que os ha invitado a Phoebe y a ti a visitarle? De hecho, está construyendo una habitación allí solo para ti.
A Alice empezó a temblarle la barbilla.
—Pero yo quiero quedarme aquí.
Mercy apretó los labios. Por el bien de Alice, debía tragarse su angustia y convencer a la niña de que aquello era lo mejor para ella. Quizá le ayudara a creerlo ella misma.
Tomó su mano.
—Alice, cielo, no hay ninguna razón para estar asustada. Sé que aún no conoces mucho al señor Drake, ni yo tampoco, pero mi buena amiga Jane lo conoce bien. ¿Recuerdas a la señora Bell, de la posada? Confío en ella completamente y me ha asegurado que el señor Drake es un hombre bueno y generoso que está dispuesto y puede mantenerte y cuidarte. Eres una niña muy afortunada. Tuviste una madre que te quería, una profesora que te quiere y, ahora, un padre que te quiere también. Lo mejor será que las dos nos acordemos de eso, ¿de acuerdo?
La niña asintió, pero no soltó la mano de Mercy.
En la salita de café de Bell Inn, Jane se sentó a desayunar con su suegra, su cuñado y sus futuras cuñada y sobrina. Thora tenía a Betsey en su regazo y le daba de comer con destreza de su propio plato a la vez que mantenía una conversación. Hetty y Patrick casi no comían por sonreírse el uno al otro. Jane se encontró a sí misma sonriendo también. La familia Bell estaba creciendo y era un placer formar parte de ella.
Después se excusó para volver a la recepción. Thora entregó a Betsey a su madre y la siguió, dejando que los enamorados terminaran su desayuno a solas con la niña.
Cuando las mujeres cruzaban el vestíbulo principal, Gabriel Locke entró por la puerta lateral. Vestía su abrigo rojo oscuro, pantalones de cuero y unas botas llenas de barro. Jane supuso que volvería de un temprano paseo a caballo, pues no se había afeitado aún.
Thora frunció el ceño cuando el señor Locke comenzó a subir las escaleras.
—¿Señor Locke? ¿Qué está haciendo?
—Mi habitación está ahí arriba, señora Talbot.
—¿Su habitación? Su cuarto está en los establos… —Le dirigió a Jane una mirada llena de confusión.
—Ya no —replicó ella—. Sabe que el señor Locke hace tiempo que no trabaja aquí.
—Lo sé, pero si ha vuelto para ayudar…
—Está aquí como un huésped, Thora. —Le hizo un gesto afirmativo a Gabriel y él continuó hacia su habitación.
—¿Está pagando su estancia? —preguntó.
—Sí.
—¿Por qué?
—El señor Locke está pensando en comprar una granja en la zona.
—¿La granja Lane?
—Quizá.
—Entonces seríamos vecinos —concluyó pensativa—. Cielo santo, Jane, ¿cuánto le pagaste antes de que se marchara?
Soltó una risita.
—Casi nada. Solo trabajó aquí para ayudar después de que John falleciera, ¿recuerda? Él y su tío crían caballos y ahora quiere establecer su propio criadero.
—¿Suyo… o contigo?
Jane pestañeó con la boca abierta. Aquella mujer había llegado a conocerla demasiado bien.
—Suyo… por ahora.
Cadi pasó rápidamente con toallas en los brazos y casi se choca con Thora.
—Disculpe, señora, perdóneme. Llego tarde a entregar estas toallas en la habitación cuatro y Alwena me necesita en el comedor.
—¿En la número cuatro? —repitió Jane.
Al verle la expresión, su suegra levantó una ceja.
—Jane las subirá en tu lugar, Cadi. ¿Verdad, Jane?
—Yo… Por supuesto. Si Cadi necesita ayuda…
—No debemos hacer esperar a un huésped —bromeó Thora, con un destello de ironía en los ojos.
Llevó las toallas limpias arriba y llamó a la puerta de la habitación cuatro.
—Está abierto.
Abrió la puerta, se asomó al umbral y se detuvo. Gabriel estaba frente al lavabo en mangas de camisa, los tirantes colgando de sus pantalones, una brocha de afeitar en la mano y una cuchilla al lado. Levantó la vista con sorpresa.
—Oh, hola, Jane. Creí que sería Cadi quien me traería las toallas.
—Estaba ocupada.
—Disculpe mi aspecto. Fui a montar a caballo antes de que llegara el agua caliente y…
—Lo siento. Le pediré a Alwena que la traiga antes.
—No estaba quejándome, sino explicándome. Me levanto antes que sus huéspedes habituales, supongo. —Se volvió para mirarla—. ¿Le resulta molesto?
—No.
—¿Hay habladurías porque me esté quedando aquí?
Ella sacudió la cabeza.
—Parece que les gusta tenerle aquí. Y Thora… solo está siendo Thora.
—Hablaba en serio cuando le dije que podía irme a la posada Crown, si lo prefiere.
—No, no se marche. Estoy… contenta de que esté aquí.
Él se acercó, tomó las toallas y las lanzó a la cama.
—¿Lo está?
Jane tragó saliva. Al ver un rastro de espuma en su mejilla, levantó una mano para limpiarla, pero él la atrapó con la suya y besó suavemente el interior de la muñeca. El pulso de Jane se aceleró. Gabriel pasó un brazo alrededor de su cintura y la acercó hacia él, mientras la mujer contenía el aliento, con el corazón acelerado. Él puso suavemente la mano libre en el rostro femenino con los ojos fijos en su boca. Entonces bajó la cabeza y sus labios se encontraron. Ella cerró los ojos y se inclinó hacia él, que movió la cabeza hacia el lado contrario para besarla con más firmeza y más intensamente. Jane respondió devolviéndole el beso, haciendo caso omiso a la voz de advertencia que oía en su mente.
El hombre se separó y apoyó su frente en la de Jane.
—Tenemos que hablar.
Ella miró hacia la puerta abierta con un gesto de alarma. ¿Qué estaba haciendo? Aquello iba demasiado rápido. Dio un paso atrás.
—Si alguien nos hubiera visto ahora, ¡sí que tendríamos que hablar! Es mejor que me marche. Thora estará preguntándose qué es lo que estoy haciendo.
—Jane…
—No deberíamos dejar que esto se convierta en… costumbre, ¿de acuerdo? Le veré luego. Abajo.
Mientras se alejaba, la cruda realidad nubló su mente. Aquella situación abría paso a la posibilidad de un matrimonio y a la esperanza de hijos, un camino que no estaba preparada para seguir de nuevo.
Rachel fue a Bell Inn para confiarle a Jane las novedades. Estaba emocionada, pero también un poco nerviosa, pensando en cómo reaccionaría su amiga. No la encontró en el mostrador de recepción ni en la oficina, pero pudo verla a través de la ventana en el patio, hablando con un cochero y salió a buscarla por la puerta lateral.
—Por fin te encuentro.
Jane se excusó y se volvió hacia ella con las cejas levantadas y un gesto de interés al verla. ¿Su expresión la habría delatado?
Apretó los labios, reprimiendo una sonrisa. Esperaba que la señora Bell se alegrara por ella.
—¿Qué ocurre?
Rachel la tomó de la mano y la acompañó a la cabaña. Jane no había terminado de cerrar la puerta tras ellas cuando su amiga exclamó:
—Timothy y yo nos hemos comprometido.
—¡Por fin! —Se lanzó a abrazarla con fuerza.
—Quería que lo supieras directamente por mí.
Jane la soltó y la miró a los ojos.
—¿Y cómo ocurrió?, ¿cuándo?
Se sentaron juntas y le contó todo lo que había ocurrido en el baile de los Bingley.
—Me alegro tanto por ti…
Rachel inclinó la cabeza para observar a su amiga.
—¿Ah, sí?
—Por supuesto.
No parecía feliz.
—Jane, ¿qué ocurre? ¿Estás decepcionada?
—No, cielos, no. Lo siento, no debería estropear tu momento con mis problemas. De verdad que estoy muy contenta por los dos.
—Entonces, por favor, dime qué es lo que te preocupa o pensaré lo peor.
Bajó la mirada y suspiró profundamente.
—Muy bien… ¿Recuerdas lo que dijiste cuando viniste aquí antes del baile, cuando tu futuro con Timothy era incierto? Dijiste que tenías miedo de albergar esperanzas, que no querías que te hirieran de nuevo.
—Sí, lo recuerdo.
—Lo entendí porque yo también tengo miedo. —Miró hacia su dormitorio—. Es natural recordar el dolor e intentar evitar que ocurra de nuevo.
La señorita Ashford estudió su rostro con preocupación.
—Jane, ¿qué ocurre? La última vez que hablamos mencionaste que había alguien que te cautivaba. ¿Ha pasado algo?
Titubeó con el labio tembloroso.
—Pensé que podría estar preparada para amar otra vez. Bueno, amar es una cosa, pero el riesgo y el dolor que me traería si… —Negó lentamente con la cabeza.
—¿De qué riesgo estás hablando?
—Cuando estaba casada con John, perdí cinco hijos —confesó, bajando la voz.
—Oh, Jane, cuánto lo siento. —Le tomó la mano con cariño—. Siento no haber estado ahí para apoyarte en aquel momento.
—No teníamos precisamente una relación cordial. Gracias a Dios que eso ha cambiado.
—Sí, gracias a Dios.
—Bueno, basta ya de conversación sensiblera. No te olvides de la cena de celebración de mañana por la noche. —Apretó la mano de su amiga y sonrió con valentía—. Y ahora hay otra razón para celebrar.
—No me lo perdería por nada del mundo.
Rachel le devolvió la sonrisa, pero se sintió apesadumbrada por su amiga.
Después de marcharse de Bell Inn, Rachel subió el largo camino que llevaba a Brockwell Court, pues lady Brockwell la había invitado a su casa para hablar de los planes de boda. Ahora que el compromiso de Rachel y Timothy era oficial, parecía resuelta a sacar el mejor partido de todo aquello. Timothy tenía una reunión por la tarde, por lo que no podría acompañarlas. Dijo que estaba encantado de dejarles la charla sobre compras, sedas y muselinas, pero que se reservaba el derecho a planear el viaje bodas.
Cuando llegó, lady Brockwell la saludó con cortesía. Sus felicitaciones fueron cordiales, incluso discretas. En cambio, Justina estaba aún más exaltada de lo normal. Lanzó los brazos al cuello de Rachel y le dio un beso en la mejilla.
—Oh, ¡sabía que tenía que ocurrir! Ahora ya seremos hermanas de verdad. ¡Estoy tan contenta…! —La abrazó de nuevo.
—Sí, sí, Justina. Deja que Rachel respire. Ahora venid las dos a sentaros para que podamos planear nuestra excursión de compras. Necesitarás un vestido, por supuesto, y ropa nueva para tu viaje de bodas.
—Podríamos pedirle a la señora Shabner que hiciera algo. Estaba muy decepcionada cuando no le pedí un vestido nuevo para el baile de los Bingley.
Lady Brockwell arrugó la nariz.
—Si es lo que quieres… Aunque no tu vestido de boda, para ese debemos ir a Londres.
El rostro de Justina se iluminó.
—Oh, sí, vayamos a Londres. Estoy deseando ir a Londres.
Más tarde, con sus listas preparadas y las fechas cerradas, las tres mujeres tomaron el té juntas. El ambiente era mucho más agradable que durante la última visita de Rachel.
Después, la prometida insistió en volver a casa caminando, el sol aún brillaba y se sentía con mucha energía. Pensó que podía volver bailando hasta Ivy Cottage ¡o incluso volando!
Reprimió su entusiasmo y caminó como una dama a través de calle High. Quería visitar a la señora Shabner para darle las gracias por arreglarle el vestido y hacerle saber que había contribuido en una pequeña parte a su compromiso.
Pero cuando llegó a la tienda de la modista, se sorprendió al encontrar la puerta cerrada y un cartel de «Se alquila» en la ventana.
«Oh, no». Rachel se sintió decepcionada y un poco culpable, aunque también sorprendida. Después de todos aquellos años hablando de retirarse, la señora Shabner parecía haberse decidido. Distinguió al señor Arnold, el gestor de la propiedad, saliendo de un local al final de la calle, seguido de sir Timothy. Avanzó hacia ellos, preguntándose por qué se habrían reunido.
El señor Arnold cerró la puerta tras ellos y la vio.
—Ah, señorita Ashford. —La saludó con la mano—. Si necesita realizar alguna reforma, hágamelo saber.
—¿Reforma? —preguntó confundida.
El gestor de la propiedad le sonrió con entusiasmo mientras ella se acercaba.
—Ha pensado en arrendar este edificio para su biblioteca, ¿no es así?
Rachel pestañeó.
—¿Ah…, sí?
Sir Timothy le corrigió.
—Solo si se adapta a las necesidades de la señorita Ashford. Es su decisión. Solo estaba investigando algunas opciones. —Se volvió hacia ella—. Había planeado enseñártelo luego y sorprenderte.
Por costumbre, le vino a la mente una objeción. ¡Nunca podría aceptar una oferta así! Entonces recordó que era su prometido quien le estaba haciendo la oferta.
Al percibir sus dudas, sir Timothy alegó con seriedad:
—Tu biblioteca es un activo para Ivy Hill y no queremos perderla por una simple falta de espacio. Estoy pensando en el pueblo.
—En el pueblo, claro. —El señor Arnold reprimió una sonrisa con un brillo en los ojos.
—No puedo… —se detuvo, y comenzó de nuevo—: No puedo agradecerte lo suficiente el que hayas buscado una casa para el futuro de mi biblioteca.
Les dirigió una mirada a ambos, pero su sonrisa solo era para Timothy.