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CAPÍTULO

31

La tarde del martes, Rachel levantó la cabeza del mostrador de la biblioteca y notó que el corazón se le aceleraba.

—¡Timothy!

—Hola, Rachel. —Permaneció allí quieto, envuelto en su abrigo, con el sombrero en la mano. Su rostro parecía más delgado y un poco cansado después de pasar aquella semana fuera. A sus botas les hacía falta un pulido y su cabello enmarañado necesitaba un buen corte. Pero nunca le había parecido tan apuesto.

Se levantó y se acercó a él, deteniéndose muy cerca, casi tocándolo.

—He estado tan preocupada… Tu madre también. Ayer vino a verme.

—Lo sé. Me lo dijo anoche, cuando llegué a casa.

Bajó la cabeza, avergonzada al pensar lo que habría dicho su madre de ella.

—Quería saber por qué estabas enfadado. No le dije nada, pero le hablé de una forma muy desagradable, lo siento.

—Ella te dio razones para ello, y eso fue lo que le dije cuando me describió cómo se había enfrentado a ti, sin mencionar el resto.

—¿Le hablaste de… Bramble Cottage?

—No. Lo he estado pensando, pero he decidido no hacerlo. Ella siente la pérdida de mi padre intensamente y no quiero arrebatarle la idea que tiene de su marido y de su matrimonio. Me pareció demasiado cruel.

—Lo entiendo. Espero… que no me culpes por desenterrar todo esto.

—¿Culparte? No es culpa tuya.

—Pero si no hubiera comenzado la biblioteca, aceptado donaciones, traído a la señora Haverhill a nuestras vidas…

Él sacudió la cabeza.

—La verdad siempre se abre paso en algún momento y ahora debemos rezar por que algo bueno salga de ella.

Rachel asintió y posó los ojos en los suyos.

—¿Puedo preguntarte adónde fuiste?

—Necesitaba alejarme… para pensar. También fui a una especie de misión.

—¿Misión? ¿A qué te refieres?

—¿Puedes venir conmigo a Bramble Cottage? Así os contaré las noticias a la señora Haverhill y a ti a la vez.

—Claro. Déjame pedirle a la señorita Matty que me sustituya en la biblioteca.

Él asintió y ella se apresuró a buscar a Matilda, y a ponerse un sombrero y una capa.

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Sir Timothy se mantuvo callado durante el camino, negándose a darle pista alguna de sus noticias, así que Rachel le contó su conversación con Carville en la iglesia mientras caminaban.

Cuando llegaron a Bramble Cottage, la señora Haverhill abrió la puerta y los invitó a pasar, sin lograr esconder del todo tras su amabilidad la expresión de sorpresa al ver que sir Timothy había vuelto. Les ofreció un poco de té, pero él declinó.

—Por favor, ¿podríamos sentarnos y hablar?

—Por supuesto.

De nuevo, ella y Rachel se sentaron en el sofá y él escogió la butaca que estaba frente a ellas, con una mesa baja entre ambos.

De un bolsillo interior de su abrigo sacó un trozo de tela, un rectángulo doblado de terciopelo afelpado, lo dejó en la mesa entre ellos y abrió las esquinas de la tela para revelar su contenido: un anillo, un guardapelo y una miniatura de ojo.

La señora Haverhill dio un respingo y se llevó una mano a la boca. Miró al hombre con los ojos muy abiertos y, con indecisión, alargó la mano hasta el guardapelo y, después, hasta la miniatura.

—Pensé que no volvería a verlos.

Inclinó el broche hacia Rachel y esta pudo ver que había un pequeño retrato de un hombre enmarcado en pequeñas perlas. Entonces levantó el anillo de oro con una sola esmeralda.

—Nunca me puse este anillo en el jardín o mientras hacía jabón. Siempre lo mantuve escondido, o eso pensaba. ¿Cómo lo has…?

—Me gustaría poder decirle que fue un acto heroico —respondió él—, pero la realidad es que un prestamista de Bristol, que reconoció la insignia familiar tallada en el lateral, se puso en contacto conmigo y me dijo que esperaba algo a cambio. Sospechaba que el anillo habría sido robado, pero no vio el emblema cuando se lo compró a un joven que se identificó como Kurtz. ¿Le dice algo ese nombre?

La señora Haverhill sacudió la cabeza negando.

—Es probable que sea un nombre falso. El prestamista compró el broche y el guardapelo al mismo hombre, por lo que supuse que serían sus recuerdos perdidos. Ya había vendido el guardapelo, pero guardaba un registro de quién lo había comprado. Aunque me llevó algo de tiempo, fui capaz de encontrar a la persona que lo tenía y recuperarlo.

—Qué amable por tu parte —le agradeció Rachel, emocionada.

La señora Haverhill asintió. Miró de nuevo hacia el anillo, hizo el gesto de ir a ponérselo, pero se detuvo, sujetándolo con gesto extraño. Miró a Timothy.

—Su padre me dio este anillo, pero supongo que lo querrá usted.

—No. Busqué entre los registros de inventario y encontré una nota que decía que había sido un «regalo para un amigo especial hace años». Es suyo.

Ella lo deslizó en el dedo; le quedaba un poco suelto debido a la pérdida de peso por su estado de salud.

—Hay algo más. —Sacó un sobre plegado del mismo bolsillo y se lo entregó—. Dentro está la escritura de Bramble Cottage; la casa es suya ahora, para vivir en ella, para alquilarla o para venderla. Y junto a él hay un extracto bancario con lo suficiente, creo, para que pueda vivir tranquila. Espero que entienda que prefiera darle una cantidad fija que un mantenimiento constante.

—Sí, mejor cortar limpiamente aquí. Lo entiendo. Es tremendamente amable por tu parte, Tim… sir Timothy.

—No es amabilidad, sino responsabilidad. Mi padre la convirtió en mi responsabilidad y no habría querido nunca que usted sufriera una situación de precariedad. Ni yo lo deseo.

—¿Y qué hay de Carville? —preguntó la señora Haverhill—. Puede reclamar la propiedad también.

Sir Timothy se encogió de hombros con despreocupación.

—Será recompensado por tantos años de servicio de otra manera. Firmó las escrituras sin queja alguna. Él sabía que la propiedad le había sido legada solamente para que la relación entre mi padre y usted se mantuviera en secreto.

—Supongo que me odias —respondió ella estudiando su rostro.

Él vaciló.

—Y yo supongo que usted siente un amargo resentimiento hacia nosotros, su familia.

—No les culpo, a ninguno. Sir Justin cometió sus propios errores y yo los míos. —Se levantó y se colocó frente al espejo del vestíbulo para ponerse el broche—. Sé que el matrimonio de tus padres no estuvo… falto de tensión y de conflicto. Durante años, pensé muchas veces en marcharme. Si no hubiera sido tan malditamente dependiente de él, es probable que lo hubiera hecho. De cualquier forma, la culpa me asolaba. Si no hubiera estado yo aquí para comparar o para entretenerlo…, ¿habría hecho un verdadero esfuerzo por querer a su esposa cuando aún estaba a tiempo?

—No puedo fingir que apruebo todo esto —dijo Timothy—, pero sé que la relación de mis padres no habría sido perfecta, incluso sin su influencia, pues las mentiras y el adulterio causan un efecto negativo en cualquier matrimonio. No digo esto para herirla, pero debe saber la verdad.

—¿Cómo podría negarlo? —Se volvió hacia él—. Yo tengo parte de culpa, por supuesto que sí.

—Yo culpo a mi padre. —Timothy hizo un gesto de rabia y sacudió la cabeza con la mandíbula apretada.

La señora Haverhill caminó lentamente hacia donde estaba sentado. De pie junto a él, le puso un dedo bajo la barbilla y se la levantó. La miró sorprendido y ella le sostuvo la mirada.

—Tu padre fracasó en muchos aspectos y lo sabía, pero también sabía que lo había hecho bien contigo. Él sabía que tenía que compartir el mérito con tu madre y Dios por tu excelente carácter, pero estaba muy orgulloso de ti. Siempre pensó lo mejor de ti, Tim, y cuando algún día no estés tan enfadado y seas capaz de perdonarlo, espero que recuerdes esto y lo valores. Aunque tu padre estaba lejos de ser un hombre perfecto, siempre fue un hombre de valía, un hombre cuya estima significaba algo.

Se miraron un momento más; después, ella le soltó la barbilla y se alejó. Él respiró hondo, asintió lentamente y se levantó. Rachel lo imitó y salieron juntos.

Volvieron al pueblo el uno junto al otro, con las manos a la espalda.

—Ha sido un gesto muy generoso, Timothy, estoy impresionada.

—Era mi deber y una manera de cerrar en paz un triste capítulo del pasado de mi familia. —La miró fijamente—. Sé que hay algunas cosas que nunca podrán corregirse y para las que, sin duda, no bastará con unos pocos recuerdos y una hoja de papel.

Ella lo observó y entendió a qué se refería. Él sostuvo su mirada un instante y la desvió después hacia el campo. Agarró una rama y apartó algunas ortigas del camino.

—He oído que tendrás que sacar los libros de tu padre de Ivy Cottage. —Tragó saliva—. De vuelta a Thornvale, supongo…

Rachel lo miró con la boca abierta.

—¿Dónde has oído eso?

—Mi madre habló con la señora Grove cuando esta estaba aquí. Algo que dijo hizo creer a mi madre que te mudarías de nuevo a Thornvale. Puesto que me hablaste de la proposición de Nicholas Ashford, me pareció algo creíble.

La mente de Rachel empezó a dar vueltas. Seguramente sería un simple malentendido y la mujer, al asumir que el señor Ashford se le había declarado, pensaría que era una cuestión de tiempo que ella y sus libros volvieran a Thornvale. ¿O era por otra razón? El miedo se apoderó de ella.

Cuando giraron la esquina de la calle Church, le dijo:

—No tengo aún nada decidido. Si la señora Grove ha dicho que tengo que llevarme los libros, sabe algo que yo no sé.

—Discúlpame, no era mi intención preocuparte. No tendría que haber dicho nada. —Lanzó la rama lejos y la miró—. Entonces… ¿no te has comprometido cuando he estado fuera?

—No.

La expresión de Timothy brilló un instante.

—En ese caso, ¿vendrías a un concierto con nosotros en la residencia Awdry mañana?

—Oh. —Sintió que le faltaba el aire. ¿Por qué se lo habría pedido? Después de su pelea, después de… todo. Tragó saliva, evitando su mirada—. Gracias, pero ya había aceptado ir con Matilda Grove y… los Ashford. —Sintió que su cara se encendía por la vergüenza, especialmente ahora que había negado el rumor sobre ella y Nicholas.

Lo miró de reojo y vio decepción en sus ojos.

—Lo siento —añadió.

—No lo sientas. No tienes nada por lo que disculparte, Rachel, es culpa mía. —Sonrió con aire melancólico—. Aquel que duda está perdido.

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Los hermanos Kingsley y otros hombres aparecieron en tropel en Bell Inn a la mañana siguiente, con su carreta cargada de herramientas y madera. Jane sintió alivio al ver que por fin tenían tiempo para dedicar a los establos, que necesitaban reparaciones antes del verano.

Le pidió a la señora Rooke que les preparara el almuerzo. Las doncellas pasaron más tiempo mirando a los hombres por la ventana que trabajando. Cadi pestañeaba repetidamente y con una mirada inocente propuso:

—Yo podría llevarles té o limonada, solamente para ayudar.

—Creo que dejaré que lo haga la señora Rooke, Cadi, pero gracias igualmente —rehusó Jane, con un gesto burlón.

Los mozos de cuadra dejaron los caballos en el prado durante los arreglos, pero Athena no se sentía a gusto con los animales de tiro y pateaba cuando se le acercaban, por lo que la mantuvieron separada, atada en el patio, para mantenerla lejos de las tablas, el polvo y los residuos.

Aun así, los ruidosos martillazos y los hombres extraños yendo y viniendo pusieron a la yegua más nerviosa de lo habitual. Siempre había tenido mucho genio y, últimamente, era más asustadiza. No había duda de que no se estaba aclimatando bien a todos los cambios de los últimos meses: mudarse a Bell Inn bajo el cuidado de Gabriel Locke, la partida de Gabriel, la llegada de Jake Fuller para sustituirlo durante un tiempo y, finalmente, la presencia de un nuevo herrador, el hijo de Jake, Tom.

Jane fue a buscar una zanahoria a la cocina con la intención de intentar tranquilizar a la yegua. Cuando caminaba por el pasillo, vio a Hetty en las escaleras. Patrick estaba en el descansillo de arriba, estirándose con un plumero para alcanzar el candelabro por ella.

«Cielo santo, ¿Patrick limpiando algo por voluntad propia? Sí que debe de estar enamorado».


Al volver dentro tras visitar a Athena, encontró a Hetty y a Patrick muy cerca uno del otro en la oficina; él señalaba algo en la pared.

—¿Ves esta marca? Este año fue el que pasé a John en altura, aunque él era mayor que yo. No le gustó demasiado, te lo aseguro.

Hetty pasó los dedos por las marcas.

—Has sido muy afortunado al haber crecido aquí, Patrick, en un mismo lugar durante toda tu vida, conociendo a todos los del pueblo…

—Tiene sus ventajas, por supuesto, pero también sus desventajas.

—¿Como cuáles?

—Como estar en un mismo lugar toda tu vida, conociendo a todos y con todos sabiendo tus cosas.

Hetty sonrió y se quedó pensando un momento.

—Supongo que depende de la perspectiva.

—Supongo que sí. ¿Dónde te criaste tú?

—Oh, aquí y allá. Nos mudábamos mucho y nunca permanecimos en un mismo lugar durante demasiado tiempo. —Le dirigió una mirada irónica—. Como tú en los últimos años.

Touché. —Patrick se inclinó hacia ella y retiró algo de su pelo—. Solo una telaraña. —Sus dedos se quedaron acariciando un rizo pelirrojo.

Jane se aclaró la garganta.

—Hola a los dos, espero que os estéis comportando.

—Oh, por supuesto. —Hetty se sonrojó—. De hecho, estaba diciéndole al señor Bell que necesito volver arriba para continuar con mi trabajo.

—Así es, Jane. Ha sido culpa mía, la he… distraído.

Hetty recogió su bolsa y se marchó con decisión escaleras arriba. Patrick la miró mientras se iba.

—Casi había olvidado lo hermosa que es, lo dulce e inteligente que es. Cómo me hace reír.

—Ten cuidado, Patrick, empiezas a parecer un hombre enamorado.

—¿Mmm? Ah, sí, pero no hay nada de qué preocuparse, Jane.

Aquello no la tranquilizó. Se agachó a por una cesta de sábanas limpias en el pasillo y la subió al piso de arriba, donde encontró a Hetty derrotada sobre la cama que debía estar haciendo, con las manos en las mejillas.

—Oh, señora Bell, no tendría que haber vuelto. ¿Qué estaba pensando? Es tan apuesto y tan endemoniadamente encantador que me resulta casi imposible pensar con claridad cuando estoy a su lado y recordar mi promesa de mantenerme alejada de él.

Jane suspiró.

—Ten cuidado, Hetty. Recuerda que ya te abandonó una vez. Le tengo mucho cariño a mi cuñado, no me malinterpretes, pero sabes cómo es. No me gustaría verte herida de nuevo.

—Lo sé, tiene razón, pero ahora parece diferente. Aún coquetea conmigo, pero es amable y cuidadoso. No ha hecho nada inapropiado, aunque le confieso que, si intentara besarme, lo tomaría en mis brazos y lo besaría sin duda.

—Entonces mantén tus brazos ocupados —le aconsejó, dejando la cesta en sus manos.