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CAPÍTULO

32

La mañana del concierto de los Awdry, Nicholas envió un trío de rosas de seda de color melocotón preparadas para enganchar en el corpiño. Qué atento por su parte. Rachel sabía que ya no era temporada de rosas, pero aquellas eran una bonita alternativa.

Más tarde, vestida para la ocasión, Rachel abrochó las flores al corpiño de su vestido de noche de color marfil. Miró su reflejo en el espejo, satisfecha de haber colocado el regalo adecuadamente.

Cuando el carruaje de los Ashford se detuvo frente a Ivy Cottage aquella noche, Rachel ya estaba esperando en el vestíbulo. Pudo ver el rostro del señor Ashford a través de la ventana. Nicholas salió y se acercó a la puerta solo. Ella lo invitó a pasar.

—Matilda estará lista en un momento. Ha subido a por un abanico.

Él asintió.

—No hay problema, tenemos tiempo de sobra. —Detuvo su mirada en la figura y el rostro de la mujer, con aprobación, y después vio las rosas de seda—. Brillan a su lado. Y usted está muy hermosa.

—Gracias —respondió ruborizada.

—Señorita Ashford, Rachel… —Se acercó a ella.

—Aquí estoy, aquí estoy… —Matilda se precipitó hacia el vestíbulo con su bolso y un abanico plegado en la mano—. Lamento haberle hecho esperar, señor Ashford.

—En absoluto.

Matilda le sonrió.

—Quizá podría ayudar a Rachel con su chal.

—Por supuesto.

La joven le tendió su chal de cachemir y él lo colocó por encima de sus hombros. Abrió la puerta y escoltó a ambas señoritas hasta el carruaje.

Como había prometido, la señora Ashford fue educada y casi cordial, aunque su amabilidad iba dirigida sobre todo a Matilda en vez de a Rachel, pero a ella no le importó. Sintió alivio al ver que su atención se centraba en otra persona. Mientras las dos mujeres hablaban, Rachel se relajó en los cojines y cayó en un estado de somnolencia gracias al movimiento constante del carruaje. De vez en cuando, levantaba la vista y se encontraba a Nicholas mirándola. El hombre sonreía y ella respondía del mismo modo.

Cuando llegaron por fin a Broadmere y entraron en el vestíbulo de la fortaleza, Rachel se sorprendió al ver tantas cabezas de animales disecadas en los muros. No era su decoración favorita.

Sir Cyril les dio la bienvenida con una amplia sonrisa.

—Bienvenidos, bienvenidos todos.

Rachel le dio las gracias, aunque tenía la ligera impresión de que él no recordaba quién era.

Mucha gente deambulaba por la antecámara, mientras que otros habían entrado ya en el salón para encontrar un sitio en las filas de sillas. Rachel vio a Justina Brockwell y a la señorita Bingley y se disculpó para ir a saludarlas.

—¡Rachel! —exclamó su amiga con alegría—. Qué alegría verte. Veo que has venido con los Ashford.

—Sí, y con la señorita Grove.

—Sé que conociste a sir Cyril y a su hermana Penélope en nuestra casa, pero ¿conoces a su hermana pequeña, Arabella?

—No.

La joven se volvió para buscar entre la gente.

—Ahí está, hablando con Timothy.

Rachel siguió su mirada y encontró fácilmente la figura alta y masculina de Timothy, que estaba muy apuesto y elegante vestido de noche. Conversaba con una joven hermosa y esbelta que llevaba un impresionante traje blanco. El ancho escote dejaba a la vista sus hombros y sus delicadas clavículas sin exhibir demasiado su pecho. Una cinta azul de seda envolvía su fina cintura enganchada con un broche enjoyado. Debía de ser la última moda, pensó, a diferencia de su vestido, de escote más bajo y sin una cintura tan marcada. El cabello color miel de la chica estaba adornado con una banda sofisticada y con una pluma de avestruz. Las rosas de seda y su simple peinado le parecieron de pronto demasiado infantiles para sus veintisiete años.

—Es encantadora —observó Rachel.

—Como tú. —Justina le apretó la mano—. Siéntate cerca de nosotros, ¿me lo prometes?

Rachel asintió.

—Lo haré si es posible.

Unos minutos después entraba con los Ashford en el salón, que estaba iluminado con candeleros de pared y altos candelabros. La señora Ashford logró finalmente sentarse cerca de Justina. Sin embargo, Timothy se sentó en una de las filas traseras junto a Arabella Awdry, y Rachel se sintió incómoda con él detrás.

Pasó la hora anunciada para el inicio del concierto y la gente comenzó a mirar a su alrededor con curiosidad.

Sir Cyril se situó frente a sus invitados; juntó y separó las manos.

—Gracias a todos por venir. Cielo santo, cuánta gente. —Sonrió, colocó una mano en su cintura y la bajó de nuevo—. Sé que esperan escuchar música y música será lo que tengamos, espero que pronto. Nuestro pájaro cantor acaba de llegar después de un ligero retraso y necesita tiempo para prepararse y calentar la voz, lo que quiera que eso signifique. Personalmente, creo que tomar un poquito de brandi es todo lo que necesita mi garganta para calentarse, pero soy nuevo en estos asuntos.

Se rio para sí mismo y continuó:

He sido informado de que muchas damas y caballeros disfrutan mucho de estos espectáculos, aunque yo personalmente detesto la música italiana, pues no entiendo una sola palabra, pero estoy muy feliz de complacerlos a todos ustedes. —Volvió a sonreír, colocó de nuevo la mano sobre la cintura y la bajó otra vez—. Espero que disfruten de la signora Maltese, aunque yo prefiero una buena canción popular o silbar mientras camino por el campo con la escopeta en la mano, el apuntador a mi lado y los pájaros cantando. Esa sí es música para mis oídos. Hasta que los derribo, claro está. —Se rio una vez más y paseó una mirada ansiosa por la habitación. Después, miró el reloj, movió los pies y se ajustó la corbata—. ¿Desean que les silbe algo…?

Lady Awdry se levantó.

—Quizás alguna de las jóvenes podría tocarnos algo mientras esperamos a que la signora se una a nosotros.

Él sonrió y respiró hondo.

—Excelente idea, madre. —Hizo un gesto señalando alrededor—. Tenemos un pianoforte, un arpa y partituras. —Miró entre los invitados—. ¿Y bien?, ¿quién llenará este hueco?, ¿quién dará un paso al frente para ayudarme? —Su mirada se detuvo en la mayor de sus hermanas—. Penélope está a punto de huir de la habitación.

Rachel miró en aquella dirección y vio a la mayor de las señoritas Awdry con un evidente gesto de incomodidad. Alguien había tratado de compensar su clara falta de feminidad con demasiados bucles y volantes y el turbante emplumado sobre su cabeza era una elección desafortunada, pues la hacía parecer la persona más alta de la habitación.

—No te preocupes, Pen —la tranquilizó sir Cyril—, no te pediré que toques nada, ¡a no ser que juguemos al críquet! —Se rio nerviosamente y se sacudió los zapatos de nuevo. Entonces miró a su hermana pequeña—. Pero Arabella sí nos tocará algo, ¿no es así? A no ser que alguien desee hacerlo antes.

Cerca de Rachel, la señora Bingley le dio un empujoncito a su hija, claramente deseosa de que demostrase sus talentos.

—Pero, mamá… —susurró la señorita Bingley— todavía no he debutado en sociedad.

—Pero casi, querida. Las invitaciones a tu baile se enviarán la semana que viene.

Lady Brockwell también miraba con expectación a Justina, pero la joven sacudió la cabeza con un gesto de alarma en sus bonitas facciones.

Rachel miró divertida a ambas jóvenes. Ninguna de ellas quería salir a tocar.

La señorita Bingley se levantó entonces con resignación, acostumbrada sin duda a que la empujaran a actuar. Se sentó en el pianoforte y se decidió ambiciosamente por una melodía irlandesa. Tocaba razonablemente bien, aunque con indiferencia, demostrando poco deleite propio y para quienes la escucharan.

Cuando terminó, un aplauso cortés la acompañó hasta su silla. Arabella Awdry se levantó y se colocó junto al arpa. Al ver su regia postura y sus dedos habilidosos mientras acariciaba las cuerdas, Rachel sintió una admiración reacia por la privilegiada joven.

Cuando terminó y la aplaudieron con más fuerza, sir Cyril anunció un interludio de cinco minutos mientras iba a comprobar el progreso de la signora.

Lady Brockwell se volvió hacia ella.

—Señorita Ashford, ¿toca usted algún instrumento?

—Me temo que no —respondió, con un movimiento negativo de cabeza.

—Me sorprende.

Sir Timothy se inclinó hacia delante desde la fila de atrás.

—Pero la señorita Ashford posee una bonita voz. Recuerdo bien haberla oído.

Rachel sintió un cálido agradecimiento ante su galantería.

—Excelente idea, Timothy. —Justina se volvió hacia ella con alegría—. Rachel, tú cantas y yo toco el pianoforte. Todos quedarán tan impresionados con tu actuación que no verán mi imperfección con las teclas.

Rachel era demasiado mayor para demostrar sus talentos, por lo que negó con la cabeza.

—No lo creo, Justina. Hace demasiado tiempo que no canto en público, salvo en la iglesia. Nadie querrá oírme cantar…

—Por favor, Rachel. No estaré ni la mitad de asustada si subes conmigo.

Rachel le dirigió una breve mirada a Timothy por encima del hombro, pero él miraba preocupado a su hermana.

—No hace falta que toques si no te sientes cómoda, Justina.

—Es solo una cuestión de nervios —dijo lady Brockwell—. Debería complacer a sir Cyril en esta ocasión, mostrarle su apoyo y demostrar su capacidad de actuar como una excelente anfitriona que gestiona los pequeños problemas inevitables en estos eventos.

Sir Cyril volvió al frente frotándose las manos.

—Unos minutos más, me temo. ¿Quién más quiere complacernos? —Le dirigió una mirada de anhelo a la señorita Brockwell, quien, a su vez, miró a Rachel con los ojos muy abiertos en señal de súplica.

La voz de la señorita Ashford había sido halagada en el pasado, pero nunca había recibido un entrenamiento profesional. Ella sentía que sus únicos talentos eran el bordado y otras labores de costura, y ninguno podía ayudar a Justina en ese momento.

Suspiró resignada y dijo:

—Está bien, Justina, si es tan importante para ti…

—Lo es. —La joven le tomó la mano, la acompañó hasta el pianoforte y revisó rápidamente las partituras.

Sir Cyril irradiaba felicidad.

—Excelente, un dúo. Gracias, señorita Brockwell y señorita…

—Señorita Ashford —añadió Justina mientras seleccionaba una pieza de entre las partituras—. Esta parece bastante simple. —Miró a Rachel buscando su aprobación—. ¿Está bien?

Rachel le echó un vistazo, nerviosa al sentir tantas miradas expectantes sobre ella.

—Creo que la recuerdo, aunque quizá tenga que mirar la letra de vez en cuando.

Justina le dirigió una sonrisa irónica.

—Bueno, yo tendré que estar mirándola cada segundo e incluso así cometeré algunos errores, así que intenta hacerlo lo mejor que puedas. —Flexionó los dedos y comenzó a tocar la introducción.

Rachel inhaló una fuerte bocanada de aire y comenzó a cantar:

Oh, nunca olvidaré las alegrías,

de tantos años desvanecidos,

que florecen en mi memoria

tan bonitas y tan amadas:

Como rosas salvajes,

mi corazón solitario bendice su belleza

y parece una cadena fragante

que ata mi corazón, mi amor a ti…

¿Por qué habría aceptado cantar aquella canción?, se lamentó en silencio. La desgarradora melodía, las palabras que se movían rápidamente de la alegría a los años desvanecidos, a las rosas y a un corazón atado a un antiguo amor…

Mantuvo todo lo que pudo la compostura, como había aprendido en el regazo de su querida madre, e incluso en su lecho de muerte. Siguió cantando, esperando que nadie percibiera el temblor en su voz, y sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Rogaba por que nadie se diera cuenta, por que pensaran que se trataba de un engaño de las luces y nada más.

Sintió la mirada de Timothy y lo miró discretamente. Allí estaba, sentado, con los ojos brillando con alguna intensa emoción, o quizá solo se trataba del reflejo de un candelabro cercano.

Entonces vio a Nicholas y lo encontró mirándola también, embelesado y absorto en sus pensamientos.

Al ver que Rachel prestaba atención al señor Ashford, Timothy mostró una expresión de tristeza en los ojos y abatimiento en los hombros caídos. Por fin, cantó el último verso y Justina tocó las notas finales.

Los acordes se desvanecieron en el silencio, poco a poco, y estalló un aplauso iniciado por Matilda Grove. Otros se unieron a ella y la improvisada cantante se volvió hacia su compañera de actuación para desviar la embarazosa atención hacia la joven, que sonrió de oreja a oreja y se inclinó.

Sir Cyril se acercó al frente de nuevo, hizo una reverencia ante la mano de Justina y sonrió a Rachel.

—Bueno, bueno, bueno, qué bonito. Ah, veo que un criado me está advirtiendo de que la signora ya está lista. Esperemos que no nos decepcione después de tan elegantes actuaciones o extienda su canto demasiado, ya que nos espera una cena después del espectáculo para recompensar su paciencia.

La signora Maltese se acercó con un vaporoso vestido de seda y, con su acompañante al pianoforte, comenzó el concierto. Cantó algunas arias italianas dignas de la ópera de Londres. Su agudo gorjeo rozaba la perfección, aunque ocasionalmente temblaba en las notas más altas. Rachel sintió un fuerte alivio por no tener que cantar después de ella.

Tras varias piezas, la majestuosa mujer de cabello oscuro y ojos impresionantes se dirigió a su anfitrión con un tono acentuado por su procedencia italiana.

—He oído, mi exigente señor, que prefiere las canciones populares a mi música.

Él sonrió y abrió la boca para responder con una afirmación, pero su madre le dio un disimulado codazo y respondió en su lugar:

—Solamente bromeaba, signora.

—Como usted diga, señora. De todas formas, mi madre nació en Irlanda, así que le dedico esta pieza, sir Cyril. —Comenzó una vivaz canción popular con energía y buen humor. Los presentes mostraron su aprobación y la melancolía de la señorita Ashford se esfumó.

Después de que la cantante se inclinara por última vez, su agradecido público se acercó para darle la enhorabuena y agradecerle el concierto. Rachel se levantó, contenta de poder estirarse después de tanto tiempo sentada. Un instante después, Nicholas estaba a su lado con un brillo de admiración en los ojos.

—Canta como un ángel, señorita Ashford. De verdad, ha sido bendecida con una voz muy elegante.

Ella sintió que se sonrojaba.

—Gracias, pero me temo que es obvio que nunca me he formado y que he practicado poco en los últimos años.

—Su voz tiene una cualidad pura y natural que me ha resultado tremendamente conmovedora.

—Es usted muy generoso, pero dejemos de hablar de mí. ¿No prefiere alabar la voz de la signora?

—Prefiero alabar la suya.

Sir Timothy se acercó y saludó a Nicholas con un gesto.

—Señor Ashford… —Se volvió hacia ella—. Gracias, señorita Ashford, por aceptar cantar por el bien de mi hermana. Sé que habría preferido no hacerlo. —Hizo una mueca—. Espero que me perdone por haber sugerido que cantara en un primer momento.

Nicholas se dirigió a él con el ceño fruncido:

—¿Por qué se disculpa por sugerir que la señorita Ashford cantara? Tiene una voz maravillosa.

—Estoy de acuerdo, más hermosa incluso de lo que recordaba. —Estudió el rostro de la mujer con cautela—. ¿Fue… Justina quien eligió la canción?

«Espero que no crea que yo elegí la canción con él en mente», pensó; y aunque notó que se ruborizaba, se obligó a sostenerle la mirada.

—Sí, dejé que ella eligiera.

Él respiró hondo.

—Eso pensé. Bueno, gracias de nuevo. No la molesto más. Buenas noches. —Se inclinó y se alejó de ellos.

Nicholas permaneció a su lado hasta que su madre insistió en que alabara las actuaciones de la señorita Bingley y de la señorita Brockwell también. Por entre la gente, Rachel vio a Timothy darle las gracias a la signora y, después, cruzar la habitación hasta llegar a la alta Penélope Awdry, que permanecía sola contra la pared del fondo. Arabella se unió a ellos y él la saludó con una sonrisa.

Timothy sabía que Arabella era la favorita de su madre, pero había insistido en que no era la suya. ¿Habría cambiado de opinión? Si así era, no podía culparlo, no cuando le había dicho que ya no quería una proposición por su parte y seguía viendo al señor Ashford.

La mujer dejó de observar tan dolorosa escena y casi se chocó con el señor Bingley.

—Ah, señorita Ashford, ¿qué tal avanza la biblioteca?

—Creo que bien.

—Tiene que darle las gracias a sir Timothy, ¿sabe? Lord Winspear no quería aprobar un segundo negocio en la misma residencia, pero sir Timothy utilizó todos sus poderes de persuasión hasta que convenció al hombre y se salió con la suya. Yo estaba de acuerdo con él, por supuesto. Me parecía un negocio inofensivo.

Rachel notó que se le aceleraba el corazón.

—No, no lo sabía. Gracias, señor Bingley.

Timothy no le había dicho nada de los obstáculos. La había ayudado sin mencionar la mediación a su favor. Con el pulso acelerado, lo miró de nuevo. Él también la observó un instante antes de devolver su atención a las señoritas Awdry, asintiendo con educación después de que Arabella dijera algo. Se encontraban junto a un candelero y una de las plumas del turbante de Penélope se inclinó peligrosamente cerca de la llama. Él apartó ligeramente a la mujer hasta que estuvo fuera de peligro. La chica se lo agradeció titubeante, mientras que su hermosa hermana le sonrió con decisión. Inconscientemente, Rachel se llevó una mano a su alterado corazón y se encontró con las rosas de seda.

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Durante el viaje de vuelta, la señora Ashford parloteó con entusiasmo, acaparando la conversación. Rachel se lo agradeció, ya que no estaba de humor para hablar.

Lady Brockwell ha estado de un humor excelente. Siempre encuentro que es muy reservada, pero hoy parecía muy animada, feliz de ver a sir Cyril cortejando a su hija, y a su hijo tan pendiente de la joven señorita Awdry, a quien le demostraba una atención particular. ¿Lo han notado? Y la señorita Awdry parece admirarlo también, si mis ojos no me han engañado. Ah, sí, lady Brockwell no ha podido borrar la sonrisa de su cara en toda la noche, contenta sin duda ante la idea de semejantes uniones para sus hijos. Solo puedo imaginarme cómo se sentía…

Rachel percibió que Matilda la miraba preocupada, pero mantuvo la vista en la ventana mientras recorrían el campo iluminado por la luna.

—Es sorprendente que sir Timothy no se haya casado todavía —continuó la señora Ashford—. Debe de tener treinta años, por lo menos, aunque los hombres de su rango tienen la libertad de casarse más tarde, no como nosotras. Me pregunto qué es lo que le habrá retenido. ¿Un caballero ocioso como él tiene algo mejor que hacer con su tiempo que buscar una esposa? —Se rio de su ocurrencia.

Sir Timothy no está ocioso, señora. Tiene muchas responsabilidades en su hacienda y en el condado. Forma parte de la dirección del asilo, preside el Consejo del pueblo y sirve como magistrado —intervino Rachel.

La señora Ashford movió la mano con indiferencia.

—Sí, sí, seguro que sus dedos enguantados han trabajado hasta la extenuación montando a caballo, cazando, viajando a la ciudad y lo que quiera que haga un caballero con su tiempo.

—Señora Ashford, usted…

Matilda presionó suavemente el codo de Rachel, que cambió de tema:

—Es cierto que disfruta de todas esas actividades también. —Volvió su atención a Nicholas—. ¿Y usted, señor Ashford? ¿Le gusta montar a caballo, cazar y visitar Londres?

—No mucho, en realidad, aunque me gustaría involucrarme más en los asuntos locales. El señor Paley me ha asegurado que me convertiré dentro de poco en el secretario religioso del condado y yo le dejé claro que estaría encantado de ayudar como pudiera.

—Es muy honorable por su parte.

—Es su derecho y su responsabilidad como señor de Thornvale —repuso, con orgullo, la señora Ashford.

La joven sintió alivio al comprobar que ya podía escuchar aquello sin amargura.

—Y hará un trabajo encomiable, no lo dudo ni por un momento.

Su madre asintió.

—Exacto, en eso estamos de acuerdo, señorita Ashford.

Incluso en la oscuridad del carruaje, pudo ver cómo los ojos de Nicholas brillaban con calidez al mirarla.

—Gracias, señorita Ashford, su confianza es muy importante para mí.

Aquello tendría que haberla colmado de placer, pero sintió que la embargaba la culpa.