CAPÍTULO
26
Hetty había insistido en que llevaría andando a Betsey a la granja a la mañana siguiente, por lo que Thora se sorprendió al ver una carreta subiendo por el camino, a la señora Burlingame con las riendas y a la criada y su hija junto a ella.
—Buenos días, Thora.
—Phyllis, qué amable por tu parte traerlas hasta aquí.
La carretera se encogió de hombros.
—Las vi caminar. Tu granja no está lejos de mi ruta habitual, así que podré traerlas por las mañanas.
Hetty bajó del carro y tomó a su hija en brazos.
—Se lo agradezco. Betsey pesa más de lo que parece.
—Os veré mañana entonces. —La señora Burlingame espoleó a su caballo.
La pelirroja miró a su antigua jefa.
—Gracias de nuevo por ofrecerse a cuidar de Betsey mientras trabajo. —Sacó un trozo de papel del bolsillo de su delantal—. He escrito algunas cosas por si le resulta útil: la hora habitual de la siesta y lo que le gusta comer. Si protesta, una galleta suele ayudar. Le gustan mucho.
Hetty le tendió la lista de instrucciones y a Betsey. Thora se alegró al ver que escribía con letra legible, aunque infantil, y con buena ortografía.
—Y aquí tiene una manta que yo misma le tejí. Está un poco desgastada, lo sé, pero la ayuda a dormir.
—Nos las arreglaremos bien. —Tomó a la niña de los brazos de la madre—. Talbot y yo la llevaremos a la posada esta noche, por lo que no hace falta que vuelvas luego. Ahora, vete.
Después de agradecérselo varias veces, se apresuró a volver a pie a Bell Inn para comenzar su primer día de trabajo. En cuanto su madre desapareció, Betsey comenzó a llorar.
—Vamos, nadie te está pellizcando. —Llevó a la niña a su dormitorio, buscando algo con que distraerla. Agarrando algo brillante de su tocador, volvió a la sala de estar con la pequeña en brazos y se sentó en el sofá.
Miró a la criatura, con sus rizos pelirrojos y sus redondos ojos azules humedecidos por el llanto, y sintió una oleada de tristeza. Levantó la cadena de oro frente al rostro de la niña, esperando que aquello la entretuviera y dejara de llorar. Aquella pulsera había sido un regalo de Frank, su primer marido. Poco después de morir él, Nan —su amiga y cuñada de Talbot— la había animado a sacar su corazón azul a la luz. Ahora, Thora sujetaba el colgante esmaltado ante el rostro lloroso de la niña, que se sumió en el silencio mirándolo, como en trance. Se felicitó a sí misma por reaccionar tan rápido.
Un segundo después, la mano de la pequeña agarraba el corazón, arrancándolo de la cadena. La mujer ahogó un grito.
—No, devuélveme eso ahora mismo.
La adorable granuja lo apretó como si fuera su propia vida… o una galleta. Thora no quería que se atragantara con el colgante.
—Vamos, mi niña, devuélvemelo.
Betsey se aferraba al corazón azul, y la mujer vio en ese gesto la primera señal de que aquella niña, después de todo, podía estar relacionada con ella. Afortunadamente, Talbot llegó del granero con un gatito para enseñarle a la cría, que dejó caer el colgante.
Solamente esperaba que no ahogara al gatito.
Cuando llegó el momento de salir al patio para el recreo, Mercy se puso el sombrero que le había traído su madre. Tenía una bonita corona bordada de algodón que complementaba su nuevo vestido verde oscuro y el jubón a juego. Mirándose al espejo mientras se anudaba las cintas, se sorprendió al ver su reflejo: casi se sentía hermosa con aquel atuendo tan favorecedor.
El señor Hollander salió al jardín trasero para hacerle compañía mientras Matilda permaneció hablando en la verja del jardín con la señora Shabner, la modista de Ivy Hill.
Durante unos minutos, Mercy y el señor Hollander se sentaron juntos en un banco y simplemente observaron a las niñas jugar. Alice y Phoebe se turnaban en el columpio mientras Anna las empujaba. Sukey se sentó en una manta bajo un árbol y se puso a leer, como solía hacer. Otras dos chicas jugaban con el gato de los vecinos, que se había encaramado al muro del jardín.
—¿Cuántos años tienen? —El hombre miró de una alumna a otra—. No tengo experiencia con niños y no sé adivinar sus edades.
—Van de los ocho años hasta casi dieciocho, aunque Anna, la mayor, es más mi ayudante que mi alumna. Será una profesora maravillosa algún día. De hecho, ya es tutora de Aritmética de un joven.
La mirada de Mercy volvió a Alice. Inhaló una gran bocanada de aire y rezó por encontrar las palabras apropiadas.
—Señor Hollander, necesito decirle algo, algo muy importante para mí. ¿Ve a esa niña de ahí, la que está en el columpio? Esa es Alice, la más pequeña. Su bisabuelo, su último pariente vivo, me ha pedido que me convierta en su tutora legal y mi abogado está preparando los documentos en este momento.
El hombre arqueó las cejas.
—¿Tutora legal? Es mucho pedirle, ¿no cree?
—No lo es en este caso. Quiero hacerlo. No tengo hijos y sería una bendición criar a Alice como si fuera mía.
—Pero… puede que tenga sus propios hijos.
—En ese caso, mi bendición sería doble. Sin embargo, tengo treinta años. No soy «demasiado» mayor, pero, bueno, no hay ninguna garantía, ¿no es así?
—Esta es una complicación que no había previsto, señorita Grove. Sus padres no mencionaron una niña.
—Son noticias recientes para ellos también. Querían conocer a Alice antes de decir algo al respecto y ya lo han hecho.
—Ya veo. ¿Puedo preguntarle qué ocurrió con los padres de la niña?
—Su padre murió hace años, se perdió en el mar. Su madre falleció hace poco, aunque estaba enferma desde que Alice nació.
—Pero ¿ella tiene buena salud?
—Sí, está perfectamente.
—¿Y sus padres… estaban casados?
Vaciló un instante. ¿La fuga habría sido la única razón para que el señor Thomas renegara de su nieta? Tenía el presentimiento de que había algo más, pero no estaba segura.
—Sí, hasta donde yo sé.
—Discúlpeme, pero ¿hay algo malo respecto a la niña… para que su propio abuelo quiera deshacerse de ella?
Mercy mostró una expresión contrariada al oír la pregunta, pero aclaró con tono calmado:
—Es su bisabuelo. Hace poco que falleció su esposa y quiere asegurarse de que alguien cuide de Alice cuando ya no esté. No hay nada de malo en ello y no hay nada de malo en ella tampoco.
—No pretendía ofenderla, señorita Grove. Solamente preguntaba. ¿No tengo derecho a saberlo?
¿Lo tenía? ¿Quería ella que tuviera ese derecho? No estaba segura.
—¿Por qué no habla con Alice y juzga por sí mismo?
—¿Hablar con ella? No sabría qué decirle a una niña de ocho años.
—Se desenvolvió bien con ellas durante el desayuno y habla con gente joven todo el tiempo en su trabajo.
—Como profesor, sí, pero no como posible padre.
—Aprenderá. Si es necesario, por supuesto.
Nervioso, se pasó una mano por la cara.
—Creo que debería recordarle que soy soltero desde hace mucho tiempo, señorita Grove. Solamente el matrimonio constituirá para mí un cambio inmenso, pero ¿criar a alguien también? Puedo aprender a gestionar lo primero, pero ¿lo otro al mismo tiempo? No sé… Ese sería un curso avanzado.
La mujer juntó las manos.
—Sé que es mucho pedir. No se sienta usted incómodo, señor Hollander, entiendo sus reservas. Me pidieron que fuera la tutora legal de Alice antes de conocerle a usted. En aquel momento, no pensé que pudiera afectar a alguien más, al menos directamente.
—Pero ¿no cambiaría de opinión ahora? Seguro que él entendería que lo reconsiderara.
—No deseo reconsiderarlo. Le tenía mucho cariño a Alice antes de que me lo pidiera y ahora mucho más.
—Ya veo. Bueno, eso me demuestra dónde estoy yo en su lista de prioridades.
Mercy sintió un nudo en el estómago. Lo había ofendido… Pero entonces él levantó una mano con rapidez.
—Si le soy sincero, es un alivio. Admito que temía que usted estuviera… excesivamente ansiosa por casarse. —Quería decir «desesperada», supuso ella, pero se alegró de que no hubiera pronunciado esa palabra.
—No, no estoy desesperada por dejar atrás mi condición de soltera. Enseñar ha dado a mi vida un objetivo y me siento realizada.
—Pero si se casara no tendría la necesidad de seguir enseñando.
Ella lo miró con asombro.
—Mi necesidad de enseñar va más allá de lo puramente económico. Es mi vocación, mi propósito.
—Pero ser una esposa, la ayudante de su marido, ¿no sería su nuevo propósito? —Levantó una mano de nuevo—. Señorita Grove, no es mi intención ser condescendiente, de verdad. Entiendo que una mujer de su inteligencia y educación querría hacer algo más que planificar los menús y escribir listas de la colada o lo que quiera que hagan las mujeres cuando tienen criados que cocinan y limpian.
La tía Matty se despidió de la señora Shabner y miró hacia ellos. Al verlos tan inmersos en la conversación, llamó a las alumnas.
—Vamos adentro, niñas. Se ha terminado el recreo.
Mientras su tía acompañaba a las chicas, Mercy se volvió en el banco para ver mejor la cara del señor Hollander.
—¿Entonces qué sugiere que haga?
—Que utilice esa pasión por la educación y me ayude a escribir mi libro, como propuso su tía. Será un libro que no solo mejore las vidas de sus alumnas, sino que, si todo va bien, podría contribuir a cientos de personas más. A miles, quizá.
—¿Cómo podría ayudarle yo? Soy profesora, no escritora.
Él reflexionó un instante.
—Podría… compilar mis notas y plasmar las aplicaciones más amplias que usted misma sugirió. Podría editar, corregir y pasar a limpio el texto o cualquier cosa que podamos necesitar. Su ayuda sería de un valor incalculable, ¿lo ve? Su experiencia como profesora no se desperdiciaría. Con su asistencia, podría terminar el libro más rápido y sé que sería un gran éxito.
—¿Y si no lo es? —preguntó Mercy, mientras pensaba: «¡Aún no ha escrito una sola palabra!». Parecía un poco precipitado contar con ello para su sustento futuro.
—Si no lo es —respondió con calma—, llevaré a cabo mi antiguo plan de abrir una escuela para chicos o de convertirme en tutor privado.
—Pero yo ya tengo una escuela…
—Sí, con seis niñas de familias humildes que pagan, ¿qué?, ¿unas pocas libras al año? Sin el sustento de su padre, no podría vivir de esto. Sabe que una escuela de chicos, especialmente una prestigiosa con un profesor de Oxford al frente, traería consigo unos ingresos mucho mayores.
No podía negarlo. Él añadió con gentileza:
—¿Cuidar de los chicos y actuar como la madrina de la escuela no sería un sustituto razonablemente satisfactorio?
Mercy se sintió aturullada.
—¿Un sustituto de qué?, ¿de mis propias alumnas o de mis propios hijos?
—De ambos, si es necesario. Como ha dicho antes, no hay garantía de lo que deparará el futuro.
—No estoy segura… ¿Y qué hay de Alice?
—Tengo que pensar en ese tema —replicó.
—Y yo también.
Aquella tarde, Jane se encontró la oficina vacía y se preguntó dónde estaría Patrick. Cuando rodeó el mostrador, vio algo poco común: su cuñado cargaba con dos grandes cubos de agua por el pasillo desde la trascocina.
Se encontró con Hetty cuando esta bajaba las escaleras.
—No hace falta, señor Bell. Yo me ocuparé desde aquí.
—Deberías hacer que Ned o Colin te ayuden.
—Están ocupados. Además, yo ya acarreaba peso en el Gilded Lily.
—Ya no estás en el local de Goldie, gracias a Dios. Aquí, el personal masculino ayuda con el agua para el baño.
—No me importa. Soy tan fuerte como ellos. —Flexionó alegremente el músculo del brazo—. ¿Ves?
Patrick la miraba fijamente.
—Sí, lo veo. Como seas tan fuerte como bella, que el cielo nos ampare.
Ella le devolvió una sonrisa encantadora al oír aquello y él permaneció quieto, sonriendo como un colegial enamorado.
—¿Patrick? —Cuando no respondió ni pareció oírla, Jane repitió más alto—: ¡Patrick!
El hombre se volvió, salpicando de agua el suelo.
—¿Mmm? Oh, Jane, discúlpame.
Su cuñada puso los ojos en blanco.
—¿No tienes nada más productivo que hacer que flirtear con nuestra nueva criada?
Él levantó los cubos de agua.
—La estaba ayudando.
—Claro que sí…
—Será mejor que entregue esto antes de que el agua se enfríe. —Le dirigió a Hetty otra sonrisa y subió sin esfuerzo las escaleras.
Con una mirada culpable, la criada se apresuró a fregar el charco del suelo con un trapo.
—Disculpe, señora Bell.
—Está bien. No ha sido culpa tuya.
La puerta se abrió. Los Talbot entraban con Betsey. Al ver a su madre, la niña prácticamente saltó de los brazos de la mujer.
—¡Mamá! ¡Mamá!
—Hola, cielo mío. —Hetty se levantó, se secó las manos en el delantal y subió a la niña en brazos, llenándola de besos—. Te he echado de menos. ¿Qué tal se ha portado? ¿Ha habido algún problema?
Thora le dirigió una mirada a su marido.
—Ningún problema.
Cuando Betsey volvió al cuidado de su madre, la señora Talbot fue a la cocina a saludar a la señora Rooke, mientras su esposo hablaba con Colin en la recepción.
La cocinera se quejó de que la joven criada tuviera a una niña durmiendo en su habitación. ¡Era un escándalo sin precedentes!
—¿Ahora cocino para una guardería en vez de para una posada de renombre? —Los ojos de Bertha Rooke centellearon—. Su padre nunca habría permitido algo así.
—Puede que no, pero ¿sabe que estoy cuidando de la niña para que Hetty pueda trabajar aquí?
—Eso había oído, pero no podía creerlo. ¿No fue usted quien la despidió por aquel entonces?
—Así es, pero la gente cambia.
—¿Ella o usted?
—Ambas, o eso espero. Quizá estaba equivocada con ella.
La señora Rooke emitió un gruñido.
—El amor le ha lavado el cerebro.
Thora soltó una risita.
—Probablemente esté en lo cierto.
La cocinera no era la única extrañada y que chismorreaba ante aquella situación. Que lo hicieran. Thora decidió que no le importaba.
Talbot aún estaba hablando con Colin en el mostrador, por lo que fue en busca de Patrick. Lo encontró en la oficina, masajeándose los músculos de los hombros.
—Quiero hablar contigo.
Su hijo se recostó contra el respaldo de la silla e hizo un gesto raro con la boca.
—Ese tono me trae recuerdos, sin duda. Algo me dice que no me va a gustar lo que me va a decir.
—Mírame y respóndeme con honestidad. ¿Hetty y tú estabais… juntos… cuando ella trabajaba aquí?
—Sí, aunque solo durante un tiempo.
—Entonces, ¿es posible que la niña sea tuya?
Él se encogió de hombros.
—Sí, supongo que sí.
La mujer sacudió la cabeza.
—Cuando despedí a Hetty, pensé que prevendría que ocurriera lo peor, sin saber que era demasiado tarde. Intentaba protegerte. Ahora veo que quizá tendría que haberla protegido a ella.
Patrick le dirigió una mirada de reojo y a ella le sorprendió ver un destello de dolor en su mirada.
—No soy un libertino, madre, ella vino a por mí, pero gracias por ese resumen tan admirable de mi carácter.
A Thora se revolvió el estómago entre arrepentida y preocupada.
—Lo siento, pero ¿puedes culparme, después de… todo? —Se acercó a él y levantó la cabeza—. No perdamos tiempo arrepintiéndonos del pasado, Patrick. Es el presente lo que importa ahora.