CAPÍTULO
38
A la mañana siguiente, temprano, Jane estaba en el mostrador de recepción cuando Gabriel entró por la puerta lateral. No lo había visto desde la mañana anterior.
—Buenos días, Jane.
—Gabriel. ¿Qué tal está durmiendo en su antigua habitación?
—No muy bien, de hecho, pero ha amanecido un bonito día. Deberíamos salir y disfrutarlo.
Ella levantó la mirada y se encontró con sus ojos expectantes.
—¿Vendría a montar conmigo, Jane?
Se acercó a ella y habló con un tono suave, casi íntimo, aunque probablemente estaba sacando demasiadas conclusiones. Era una proposición simple e inocente… pero ¿por qué su corazón se aceleraba tanto al oír su propuesta?
—¿Cree que Athena está preparada?
—Pensé que podría montar a Sultán y yo a otro caballo, mientras llevo a Athena con una correa. Quiero asegurarme de que no está evitando usar esa pata.
—Buena idea. Temía tener que montarla con sus heridas. Y me gustaría pasear con Sultán de nuevo.
—Eso pensé. —Sonrió.
—¿Y usted? El viejo Ruby aún está aquí y seguro que le ha echado de menos también.
—Oh, no. Tengo un nuevo caballo con el que me estoy familiarizando… Se lo compré ayer al administrador de la hacienda de los Brockwell.
—Ah. ¿Eso hizo ayer?
—Sí. ¿Le gustaría verlo?
—Me encantaría.
Jane llamó a Cadi para que la ayudara a ponerse su nuevo traje de montar azul y, al oír con quién saldría a pasear a caballo, la doncella obedeció ilusionada.
Gabriel llevaba un sombrero de ala alta y lucía muy apuesto con abrigo rojo oscuro, pantalones de montar y botas altas. De hecho, parecía un atlético caballero.
El día no era frío, sino luminoso. Trotaron a través de los campos ondulados, asustando a algunos faisanes de los setos, y se internaron en el bosque Grovely. Cuando ralentizaron la marcha de sus caballos para seguir el camino entre los árboles, Jane miró hacia Gabriel, admirando las líneas de su rostro y la postura tan segura que mantenía sobre la montura.
—Mencionó que deseaba comprar su propia granja. Entiendo que está buscando una tierra cerca del valle de Pewsey para estar cerca de su tío, ¿me equivoco?
—En realidad, había pensado buscar en esta zona.
—¿Cerca de Ivy Hill? —Jane dejó ver un gesto de sorpresa en el semblante.
Él asintió y observó su expresión. El pulso de la joven se aceleró.
—La granja Lane está a la venta.
—Lo sé.
—Está muy cerca, de hecho.
El hombre escrutó su reacción.
—¿Constituiría eso un problema? Usted y yo no siempre hemos estado de acuerdo. Si prefiere que me mantenga alejado, solo tiene que decírmelo.
Ella sostuvo su mirada y la desvió después.
—Esos altercados forman parte del pasado.
—¿De verdad?
Ella asintió y bajó la cabeza para evitar una rama baja. Él hizo lo mismo.
—Bien.
Continuaron la marcha al trote unos instantes.
—¿Entonces no hace falta que me mantenga alejado? —Su voz grave hizo que Jane sintiera algo extraño en el corazón.
La joven apretó los labios y, temblorosa, negó con la cabeza. A él no le resultó convincente el gesto y preguntó:
—¿No le importa que su antiguo herrador viva tan cerca?
Jane sintió una opresión en el pecho. ¿Estaba pensando mudarse a aquella zona para estar cerca de ella?
—Yo… no lo creo. Aunque algunos pensarán que te pagué demasiado si puedes permitirte comprar una granja.
—Culpa a la ignorancia. —Le guiñó un ojo y ella respondió con una sonrisa; ambos sabían que su sueldo había sido muy escaso.
Gabriel miró atrás para ver cómo caminaba Athena y Jane lo imitó. El paso de la yegua parecía normal. Sus orejas se levantaban cada vez que un pájaro volaba cerca de ella. Permanecía cerca de Sultán, como si estuviera feliz ante la perspectiva de seguirlo a cualquier parte.
El herrador miró entonces a la mujer.
—En cualquier caso, ha aprendido mucho desde entonces y ahora gestiona Bell Inn muy bien, por lo que parece. ¿No le dije que lo conseguiría?
Sí, se lo había dicho. Antes de marcharse, le había tomado la mano con la suya, fuerte y encallecida, y le había dicho que confiaba en ella. Sus palabras resonaron en la mente de Jane durante su ausencia, sobre todo cuando las cosas se ponían difíciles o cuando debía enfrentarse a alguna decisión sobre la posada.
Levantó la vista y mantuvo la mirada de Gabriel.
—Así es. Y su confianza en mí significó mucho entonces, y también ahora.
—Me alegra oírlo. Dije esas palabras convencido.
Salieron del bosque y trotaron hasta la granja Lane, observando la tierra y los edificios anexos. La casa parecía en buen estado, aunque un poco descuidada, nada que un poco de atención y de pintura no pudieran arreglar.
Jane observó a su acompañante.
—¿En qué piensa?
Gabriel recorrió con su mirada la granja una vez más y después miró el rostro de Jane.
—Me gusta lo que veo.
Devolvieron los caballos a los establos de Bell Inn. Gabriel aplicó un poco más de ungüento en las heridas de Athena y cambió sus vendajes. Mientras Jane cepillaba a la yegua, él hizo lo propio con su nuevo caballo y, luego, con Sultán.
La mujer le dio a su yegua un golpecito cariñoso.
—Ya he terminado. ¿Quiere que le ayude con Sultán?
—Por supuesto, si no es molestia.
Movió la caja con los útiles para el cuidado de los caballos con una mano, abrió el cubículo vecino y entró. Por la cercanía del hombre y del caballo, sintió los aromas masculinos del jabón de afeitar, de heno y de cuero.
Tomando una gran bocanada de aire, se obligó a concentrarse en su tarea. Juntos, cepillaron a Sultán. Sus manos y los cepillos se movían al unísono, tocándose con los hombros de vez en cuando.
En el pesebre contiguo, Athena resopló como para llamar la atención. Jane sonrió.
—Alguien está celosa. —Esperaba que Gabriel le devolviera la sonrisa, pero permaneció en silencio a su lado.
Levantó la mirada. Su rostro estaba muy cerca. Tan inesperadamente… tenso. El aire entre ellos se espesó y saltaron chispas.
—Jane… —murmuró.
Sentir su cálido aliento en la sien hizo que notara un estremecimiento en la piel. Ella bajó la mirada.
—¿Sí, Gabriel?
Las solapas de su abrigo estaban torcidas y las planchó distraídamente con la mano que le quedaba libre, acariciándolas con los dedos.
Cuando levantó la vista, se encontró los ojos oscuros del hombre posados en los suyos. Su corazón se aceleró. Él levantó la mano y le acarició la mejilla, con su mirada intensa fija en su boca. Ella esperó, conteniendo el aliento…
Una bocina resonó en el establo y Jane dio un respingo. Los mozos de cuadra gruñeron y empezaron a prepararse para empezar el día en los dormitorios contiguos.
—Será mejor que me vaya. —Avergonzada e insegura, salió a toda prisa del establo.
Volvió a la cabaña a cambiarse de ropa… y a poner algo de distancia entre ella y el señor Locke.
Rachel le pidió a la señorita Matilda que le enseñara cómo hacer tartas de manzana ahora que había más reservas de fruta. Matty aceptó. Juntas se enfrentaron a la ira de la señora Timmons y conquistaron la cocina. Siguiendo las instrucciones de la mujer, peló y quitó el corazón a las frutas, las hirvió en un poco de agua, añadió canela molida, azúcar y piel de limón, y lo coció todo mientras trabajaban en la masa. Una hora después, la cocina de Ivy Cottage era un desastre harinoso y con olor a canela, pero la joven había logrado culminar su primera receta.
Llevó una tarta a la familia Mullins y la otra a la señora Haverhill. Sospechaba que su primer intento repostero haría que Matilda Grove pareciera una chef de cocina de renombre.
Los Mullins la aceptaron con gentileza, pero la señora Haverhill no tanto.
—Gracias, Rachel —le dijo—, pero no hacía falta que lo hicieras. Sabes que no me gusta aceptar caridad.
—Lo sé, pero cuando la pruebe verá que es un regalo muy humilde —repuso, con una sonrisa cariñosa.
Al volver a Ivy Cottage, descubrió que habían llegado las invitaciones para el baile de presentación de la señorita Bingley. Mercy, Matilda y ella habían recibido una.
Cuando cerró la biblioteca la tarde siguiente, se detuvo en el aula para pedirle a Anna Kingsley que fuera a su dormitorio cuando pudiera. Extendió varios vestidos de noche en su cama intentando decidir cuál ponerse en el baile. No había tenido un vestido nuevo desde su ruina económica y se preguntaba cuál de los antiguos podría pasar por uno de moda y sería apropiado para una mujer cuyo padre había fallecido cinco meses antes. Había ahorrado un poco de dinero de la biblioteca, pero no podía gastárselo. Ante la posibilidad de tener que cerrarla, tenía que estar preparada para devolver una parte de las suscripciones.
Alguien llamó a la puerta. Esperaba que fuera Anna, pero oyó la voz de Jane.
—¿Rachel?
Abrió la puerta con una sonrisa.
—Jane, pasa. Qué sorpresa tan agradable.
—Espero no molestarte. La señorita Matty me dijo que estabas aquí.
—No me molestas en absoluto. De hecho, puedes ayudarme a elegir qué ponerme para el baile de la señorita Bingley.
Su amiga dirigió la mirada a los vestidos que descansaban sobre la cama y levantó el de color rosa que sobresalía del baúl antes de que Rachel pudiera cerrar la tapa. Lo sostuvo, observándolo.
—Recuerdo este vestido de tu propio baile de presentación. —Recorrió con la mirada la seda, el corpiño entallado, el femenino escote y el encaje blanco—. También recuerdo que Timothy Brockwell no podía quitarte los ojos de encima cuando lo llevabas.
Rachel se puso tensa. ¿Se lo estaba reprochando? Cuando levantó la mirada, sintió alivio al ver que Jane parecía alegre. Su amiga continuó recordando:
—Fue tan cortés y formal aquella noche. Como si fueras una extraña que acabara de conocer, una extraña «importante». —Sostuvo el vestido frente a su propietaria—. Creo que en ese momento supe que estaba enamorado de ti.
—¿De verdad?
—Sí, fue más que el vestido. Con lo triste que fue la enfermedad de tu madre, creciste mucho durante esos años tan difíciles, en belleza, en gracia y en responsabilidad. Te convertiste en la señora de Thornvale y en una señorita a los ojos de Timothy. Este vestido contribuyó a que él viera los cambios que habías experimentado y fuera consciente de sus sentimientos hacia ti.
Jane suspiró y dejó la prenda sobre la cama y prosiguió:
—Tendría que haberlo aceptado en cuanto lo vi, dejar que te cortejara, pero también a mí me costó darme cuenta del cambio. Afortunadamente, John Bell estuvo ahí para colmarme de atenciones. Él me miraba como Timothy te miraba a ti.
Rachel abrió la boca para disculparse, pero la señora Bell sacudió la cabeza y siguió hablando:
—No, está todo bien. Creo que ya sabía desde hacía tiempo que Timothy y yo no estábamos hechos para ser marido y mujer, aunque sí buenos amigos, siempre. Él lo sabe también. Puede que dejara que su madre le convenciera para no casarse contigo después del escándalo, pero no permitirá que lo controle siempre. Eso espero, al menos. Quiero que ambos seáis felices.
—Oh, Jane, pero tuvimos una pelea terrible. Le dije que estaba contenta de haber escapado de la trampa de casarme con un Brockwell. Si se planteó declararse en algún momento… ¡ahora no lo hará!
Su amiga la miró con los ojos atónitos.
—¿Qué? ¿Cuándo ocurrió eso?
—Hace unas pocas semanas. Él estaba seguro de que yo aún estaba esperando una proposición por su parte después de todo este tiempo.
—Bueno, ¿no es así?
—Sí…, si supiera que me ama. Pero nunca me lo ha dicho. En cambio, me dijo que su familia tenía reservas sobre si yo era adecuada incluso antes del escándalo. Sé que no tenía que haber dejado que me dominara el orgullo, pero estaba muy enfadada.
Jane hizo una mueca.
—Ya sabes lo pragmático que es Timothy. Seguramente no pensó en cómo podrían afectarte esas palabras.
—Bueno, me fui dejándole claro su efecto y mis sentimientos ofendidos.
—Pero aún lo amas, ¿no es así? —le preguntó la posadera con delicadeza.
Rachel exhaló una gran bocanada de aire.
—Sí, no puedo evitarlo.
—¿Y el señor Ashford?
—Le dije que no podía aceptar su oferta. Odié tener que hacerlo, pero ¿no le habría dolido más casarse con una mujer que ama a otro?
—Hiciste lo correcto y, en lo que respecta a Timothy, sabes que sus padres siempre han tenido mucha influencia sobre él. Siente que es su deber casarse con alguien adecuado, poner a su familia por delante.
—Lo sé, pero si fuera su esposa tendría que ser parte de esa familia y no me hace mucha ilusión la idea de vivir bajo el mismo techo que la reprobatoria lady Brockwell toda mi vida. En cualquier caso, no ocurrirá, ya que nos hemos separado y probablemente haya sido un alivio para Timothy. Me deseó buena salud y felicidad y siguió su camino, creo que podría dedicar sus atenciones a Arabella Awdry.
—Oh, lo siento. ¿Debería hablar con él? —Antes de que Rachel pudiera responder, Jane levantó una mano—. No, perdóname. Me he interpuesto entre vosotros demasiado a lo largo de los años y no lo haré ahora. Pero ¿puedo darte un consejo?
—Por supuesto.
Levantó el traje rosa de nuevo.
—Ponte este vestido para el baile. Recuérdaselo. Será una señal de que aún estás interesada.
—Lo había pensado, Jane, pero he decidido no hacerlo —respondió.
—¿Ah, no? Entonces ¿qué…?
Anna Kingsley llamó a la puerta y asomó la cabeza.
—¿Quería verme, señorita Ashford?
—Sí, Anna. Entra. ¿Conoces a la señora Bell?
—¿Qué tal está, señora?
Jane la saludó con amabilidad, y Rachel le contó:
—Anna celebrará pronto su decimoctavo cumpleaños y sus padres la llevarán a un baile público en Salisbury para celebrarlo. —Sonrió.
—Qué emocionante. Nosotras fuimos a algunos de esos bailes a tu edad.
La señorita Ashford tomó la prenda de las manos de Jane.
—Anna, me gustaría que te quedaras este vestido.
La joven abrió la boca, perpleja.
—Oooh…, señorita. Es precioso, pero no podría aceptarlo.
Rachel percibió el gesto atónito de su amiga.
—Claro que puedes. Quiero que lo tengas.
—Es demasiado elegante para mí, es demasiado.
—Por favor, insisto. Si te gusta, por supuesto.
—¿Cómo no iba a gustarme? Es precioso.
Lo extendió ante la figura de la muchacha.
—Creo que combinará perfectamente con tu tono de piel. Debería llevarlo una joven hermosa como tú que vaya a su primer baile. —Miró de reojo a su amiga, que la miraba con atención—. ¿No estás de acuerdo, Jane?
—Yo… sí. Si tú estás segura…
—Lo estoy. ¿Por qué no te lo pruebas, Anna, y vemos si necesita arreglos?
A la chiquilla le brillaban los ojos de alegría.
—Gracias, señorita. No puedo esperar a enseñárselo a la señorita Grove. —Tomando el vestido entre sus manos, salió corriendo de la habitación.
Rachel sintió de nuevo la mirada de Jane sobre ella y desvió la suya.
—Sé cuánto significa ese vestido para ti. Es muy amable por tu parte, pero… me sorprende que puedas desprenderte de él.
—A mí también —admitió—, pero había llegado la hora, creo.
—Entonces ¿qué llevarás al baile de los Bingley?
Se acercó a la cama y sostuvo con timidez uno de color marfil con encaje en el escote y tiras de un elegante bordado dorado. Su amiga contuvo el aliento.
—¡Mira esos bordados! Es precioso.
—Siempre lo he pensado. Era mi favorito de entre los vestidos de mi madre. —Pasó la mano por la brillante tela satinada—. Pensé que quizá la señora Shabner podría quitarle las cintas, porque han amarilleado, y arreglar el corpiño para que esté más a la moda. Quizá podría sustituir el lazo de la cintura también. Está un poco deshilachado.
Jane lo observó detenidamente.
—Sí, ya sé a qué te refieres. —Pasó un dedo por el patrón bordado—. Este vestido es muy elegante, Rachel, creo que te encaja a la perfección.
—Es más adecuado para una mujer de mi edad, ¿no crees?
—Más adecuado para una mujer con tu gracia y tu belleza —puntualizó.
—¿Estás segura de que no pareceré desaliñada?
—Estoy segura, aunque la señora Shabner no estará contenta al no recibir el encargo de un vestido nuevo.
—No, ya lo sé. Probablemente refunfuñe y amenace con retirarse o mudarse a Wishford, como llevo oyendo desde que la conozco.
—Y yo. Pero sabe que no estás en posición de gastar en uno nuevo ahora. Pocos pueden permitírselo en Ivy Hill, yo misma incluida.
Medio en serio, medio en broma, Rachel le dijo:
—¿Prometes ponerte algo viejo y poco favorecedor para que Timothy no decida mirarte a ti?
—No hay peligro de eso, te lo aseguro, sobre todo porque no me han invitado.
—¿Qué? Oh, no. Lo siento.
—No lo sientas, no me importa.
La bibliotecaria inclinó la cabeza y observó a su amiga.
—¿Sabes? Casi te creo. Pareces muy feliz. ¿Ha ocurrido algo? Sé que el señor Drake te estaba prestando mucha atención hace poco, pero…
Jane sacudió la cabeza.
—Sus intenciones no eran serias.
—Lamento que te haya decepcionado.
—No, no me ha decepcionado. Me gusta James, pero hay alguien que me gusta mucho más. —Levantó la mirada, con los ojos brillantes.
—¡Oh! ¿Quién? ¿Lo conozco?
—Creo que no, pero no diré nada más. No todavía, por si acaso… Bueno, solamente he mencionado esta posibilidad para que no te preocupes respecto al señor Drake ni dudes en lo que concierne a Timothy.
—¿Estás segura?
—Lo estoy.
La acompañó hasta la salida y, cuando llegaron al vestíbulo, el señor Basu le estaba abriendo la puerta a Colin McFarland. Después, desapareció de nuevo.
El chico se quitó el sombrero y saludó a las dos jóvenes.
—Estoy aquí para otra lección, aunque he llegado con un poco de antelación.
Rachel echó un vistazo hacia la salita de estar.
—No creo que la señorita Kingsley esté abajo todavía.
Unos pasos hicieron que Colin se volviera hacia las escaleras. Abrió de par en par los ojos y la boca.
Rachel miró para ver qué era lo que le había sorprendido tanto: Anna Kingsley bajaba con el vestido rosa puesto. Tendrían que ajustar un poco el corpiño, pensó, pero la joven estaba encantadora.
Anna les mostró una amplia y luminosa sonrisa.
—¿Qué tal me queda?
—Estás muy hermosa —le aseguró la bibliotecaria.
—En efecto —murmuró Colin.
Anna vio al chico y su sonrisa se desvaneció.
—¡Oh, señor McFarland! Lo siento mucho. Perdí la noción del tiempo. Subiré corriendo y me cambiaré.
Él sacudió lentamente la cabeza.
—Que no sea por mí…
Rachel y Jane compartieron discretamente una sonrisa al oír aquello y caminaron hacia la puerta.
Aquella noche, Jane estaba de nuevo en la recepción cuando Gabriel entró en la posada. Puso las manos en el mostrador y dijo:
—Me gustaría alquilar una habitación aquí, en la posada, si le parece bien. Al precio habitual, por supuesto.
Ella pestañeó sorprendida.
—¿Tan incómoda es la cama del establo? No se había quejado antes.
—Ni lo estoy haciendo ahora. De hecho, casi echaba de menos el pequeño y duro catre y oír los ronquidos de Tuffy por las noches a través de los finos muros. —Le guiñó un ojo—. Pero creo que no es mi lugar el de los mozos de cuadra. Ya no soy su empleado.
Cuando la mujer vaciló un instante, él dio un paso atrás.
—No quiero hacerle sentir incómoda, Jane. Puedo alquilar una habitación en Wishford, si lo prefiere.
—¿Y ayudar a la competencia? Cielos, no.
—¿Está segura?
Abrió el libro de registro y lo deslizó hacia él. Escudriñando con la mirada su reacción, Gabriel tomó la pluma y firmó. Ella seleccionó una llave del armario y le preguntó:
—¿Tiene alguna idea de cuántas noches serán?
—Aún no.
—Está bien. Le pondré en la número cuatro. Aunque no es la habitación más grande, tiene uno de los nuevos colchones de plumas y es muy cómoda.
—Gracias.
Jane rodeó el mostrador, reflexionando acerca de si debía esperar que Colin volviera y le enseñara a Gabriel su habitación. Pero el joven estaba puliendo botas y no volvería hasta un rato después.
—Por aquí. Cuidado con la cabeza. —Condujo al herrador a través del arco y hacia el piso de arriba. Estaba contenta de no tener que advertir más a los huéspedes acerca del escalón desigual o del pasamos suelto, y de no seguir avergonzándose del desgastado empapelado de las paredes, detalles que ya habían sido subsanados. Sin embargo, aún se sentía incómoda subiendo las escaleras delante de un huésped masculino, con aquel en particular. No estaba tan nerviosa al mostrarle la habitación a un hombre desde que había acompañado a JD a la suya hacía meses.
Llegó hasta la número cuatro y abrió la puerta.
—Después de usted.
Dentro, señaló el lavabo y las toallas y comenzó su discurso habitual sobre la ubicación de la letrina y del comedor, pero se detuvo a media frase.
—Qué estúpida. Si ya sabe todo esto.
—En absoluto. Me divierte verla en una actitud tan profesional.
—Bueno, le pediré a Alwena que traiga agua caliente. Si necesita algo más, solo tiene que decirlo.
—Sé dónde encontrarla.
Jane levantó la vista y se desconcertó al ver la mirada oscura de Gabriel fija en la suya, igual que en el establo. Tragó saliva, logró alcanzar el pomo de la puerta y salió de la habitación.
—Dejaré que se instale. —Le dirigió una sonrisa de despedida y dijo con una formalidad irónica—: Disfrute de su estancia en Bell Inn, señor Locke.
Su expresión se mantuvo seria.
—Espero que así sea, señora Bell.
La carreta de la señora Burlingame llegó puntual la mañana siguiente y Thora fue a abrir la puerta. Hetty llevó a la niña dentro, la dejó en el suelo y le desabrochó el pequeño abrigo.
El gesto de Betsey se deshizo en una sonrisa al ver a Thora.
—To-tah —la llamó, levantando los brazos.
A la señora Talbot, complacida, se le aceleró el corazón. Se agachó y apretó sus manitas. Betsey se agarró al cuello de la mujer cuando la tomó en brazos y la abrazó sonriente.
—¿Cómo está hoy mi niña?
En respuesta, Betsey le plantó un beso en la ceja. Thora se volvió hacia Hetty:
—Que pases buen día en la posada, Hetty. Talbot y yo habíamos planeado cenar con Jane, por lo que llevaré a Betsey un poco antes, si te parece bien.
—Por supuesto, gracias.
Thora se volvió y dejó a la pequeña en una alfombra, junto a una pila de bloques de madera que había traído de Bell Inn. Se arrodilló junto a ella y empezó a ayudarla a construir una torre.
—¡Mira qué cuidadosa es!
La madre de la niña no hizo amago alguno de marcharse y la señora Talbot la miró con gesto interrogante.
—Estaremos a tiempo, no te preocupes.
Con el rostro tenso, la joven juntó las manos y empezó a jugar con los dedos.
—¿Qué ocurre, Hetty? ¿Pasa algo?
—No. Solamente… No está pasando nada malo. Es más, está siendo increíblemente amable, más de lo que merecemos.
—Eso es absurdo. Es un placer para mí poder cuidar de ella.
—Lo sé. Pero… estoy preocupada. Me preocupa que se lleve una decepción. Patrick no… Aún no ha…
—¿Qué no ha hecho?, ¿pedirte que te cases con él?
Bajó la cabeza, sonrojándose.
—Lo ha mencionado, pero me temo que solamente por Betsey.
—¿No es ella razón suficiente? —Hetty miró hacia abajo de nuevo y no respondió—. Discúlpame. Sé que soy demasiado directa. Entiendo que las mujeres jóvenes quieran casarse por amor y, ahora que estoy casada con Talbot, entiendo por qué, pero también creo que a mi hijo le importas mucho, más que cualquier otra persona en el pasado. ¿No podría convertirse eso en amor con el tiempo?
—Espero que sí.
—¿Y a ti te importa él?
—Claro, sí. Él lo sabe.
—Entonces no veo dónde está el problema. Si solamente soy yo lo que te detiene, entonces…
—¡No! —exclamó con el ceño fruncido—. Eso no es verdad. Solía asustarme cuando trabajaba para usted, pero ahora tengo otros miedos.
—¿Cuáles? —Tenía en la punta de la lengua la pregunta que todos habían estado evitando, si Patrick era o no el padre de Betsey.
La joven abrió la boca.
—Yo… —Desvió la mirada, incapaz de mantener la de Thora—. No importa. Tendré que superarlos. Gracias de nuevo.
La señora Talbot sintió que la embargaba la sospecha, pero se armó de valor.
—Hetty, si hay algo que debes decirle a Patrick, lo mejor es que se lo digas y que te lo quites de encima.
Asintió, con una sombra de miedo en los ojos.
—Lo haré.
A su lado, Betsey derribó la torre de madera entre risas y todos los bloques se esparcieron por el suelo.