Capítulo 99
– Letrada, eres una señora con una maldita buena suerte. Este lugar parece sacado de una película de terror barata. Hay sangre por todas partes -bromeó Manny cuando entró en la habitación, con la ropa desarreglada y la cara como una negra alfombra. En una mano llevaba una maceta con una planta tropical, y en la otra una bandeja de pastelitos-. Las flores son de parte de los chicos. Hasta ese mierdoso de Bowman ha cooperado. Los pastelitos son de mi parte. El matasanos ha dicho que nada de café con leche por el momento, así que tendrás que conformarte con leche a secas.
– ¿Con suerte? -C. J. hizo una mueca desde la cama-.Ve tú a comprarte el billete de lotería. Yo no me siento con fuerzas. -Le dolía al respirar, y hablar aún era peor-. Gracias, son preciosas.
– Bueno, tienes un aspecto horrible, pero al menos estás viva. Es más de lo que podemos decir de nuestro simpático doctor. Acabo de llegar de su consulta. Bonito agujero el que le dejaste en el pecho, letrada; y más bonito todavía el del cuello. Recuérdame que no debo hacerte enfadar. ¿Qué dicen los doctores? ¿Vas a volver con nosotros, o voy a tener que buscar a otra ayudante del fiscal que me permita hacer mis declaraciones por teléfono?
– Tres costillas fisuradas, un tendón seccionado en la mano derecha, hematomas diversos y un pulmón colapsado. Pero se recuperará -contestó Dominick, que estaba sentado en una butaca al lado de la cama, donde había pasado toda la noche desde que lo habían avisado.
– Dejaré las flores aquí, al lado de esa tonelada de rosas que alguien te ha enviado. Me pregunto quién habrá sido. -Rió y lanzó a Dominick una mirada de complicidad-.Tú también tienes un aspecto de pena, Dom, aunque careces de excusas. -Se volvió hacia C.J., y su expresión se suavizó; aun así, ella se dio cuenta de la inquietud que se ocultaba tras su rudo semblante-. Me alegro de que estés bien. Te hemos echado de menos, letrada. Nos tuviste muy preocupados.
– ¿Qué habéis encontrado…? -preguntó C. J., tragando saliva e intentando acabar la frase.
– No hables. Duele solo con oírte -repuso Manny haciendo que su habitual hosquedad resultara bienvenida-. Para serte sincero, no hay mucho que contar. La cámara de la muerte de nuestro simpático doctor tenía todas las características de una sala de operaciones de urgencia en cuanto a instrumental y fluidos corporales, pero poco más. No hemos podido encontrar el corazón que creíste ver. La cubitera de cristal estaba limpia. No hay rastro de ningún cadáver ni en la consulta ni en la casa, que en este momento estamos registrando a fondo. Todo está impecable. Ni huellas ni sangre, salvo la de ese monstruo de doctor, que está por todas partes. Se había desangrado por completo cuando lo encontramos. Si había algún resto de sangre de otra persona en esa habitación, podemos estar seguro de que ahora no lo vamos a encontrar. La policía de Fort Lauderdale está en ese club de Las Olas, de donde desapareció esa estudiante, pero en estas fechas del año son todo turistas y nadie ha reconocido a Chambers.
– No creo que vayamos a encontrar nada, Cejota -dijo Dominick en voz baja.
– ¿Qué? ¿Crees que he imaginado todo lo que vi?
Todo encajaba. Todo encajaba a la perfección. Chambers tenía sus contactos en la policía, sus acreditaciones como colaborador, la información. «Solo hace falta saber dónde mirar.» Naturalmente, toda acción tenía su reacción; y si una teoría se llevaba demasiado lejos, si se ventilaba en exceso, la reacción podía resultar igualmente mortífera. Dominick estaba siendo prudente. Algunas cosas era mejor dejarlas correr.
– No es eso. Lo que creo es que quería que pensaras que eso fue lo que viste. Creo que estaba obsesionado contigo. Es posible que intentara convertirse en un imitador de Cupido. Esa es la teoría que respaldamos.
Manny asintió.
– El verdadero loco es el que tenemos entre rejas. Este otro no era más que un seguidor. Bueno -dijo, encaminándose hacia la puerta-, tengo que marcharme para conseguir que Bowman no se duerma en casa de Chambers. Estaba en plena fiesta de solteros cuando recibimos la llamada, y lo saqué de allí antes de que le llegara el turno de ponerse a bailar, y ahora no deja de quejarse de que está agotado. Os llamaré más tarde para contaros lo que hayamos encontrado. -Se volvió antes de salir y añadió-: Me alegro de que estés de nuevo con nosotros, letrada. De verdad.
La puerta se cerró, y Dominick y C. J. se quedaron solos. Él le cogió la mano.
– Te pondrás bien. Te pondrás bien del todo -dijo Dominick.
Ella oyó el alivio en su voz y también el miedo.
– ¿Él…?
La voz de C. J. se interrumpió en un ahogado sollozo. No se sentía con fuerzas para mirarlo, así que se quedó con los ojos clavados en el techo.
– No hay nada que lo indique.
Dominick sabía en qué estaba pensando ella. Las herramientas de la violación habían reaparecido limpias.
C.J. asintió, notando que las lágrimas le resbalaban por las mejillas. Aferró la mano de Dominick con fuerza.
Él había estado en la consulta. Y ella había estado allí mismo, justo encima de él, en la guarida del monstruo. Sin embargo, Dominick no la había encontrado, se había marchado, y lo inconcebible había estado a punto de suceder. Otra vez.
– Esta vez todo saldrá bien, Cejota. Te lo prometo. -Le levantó la mano y se la besó con fuerza mientras con la otra le acariciaba la mejilla. La voz y las palabras le temblaban de convencimiento-.Y yo nunca rompo una promesa.