Capítulo 87

No pudo volver a casa. De algún modo, la prensa había descubierto su celosamente guardada dirección y se encontraba acampada en Port Royale, esperando a que regresara. Sin duda habían sobornado debidamente al vigilante de la entrada para que los dejara pasar, incluyendo las llamativas furgonetas azules de Channel 7. Por lo tanto, se quedó en su despacho hasta las diez y media de la noche, llamando a los hoteles para encontrar una habitación donde pasar unos días, hasta que la prensa se cansara y sacara sus furgonetas del aparcamiento, hasta que se llevara sus micrófonos de la puerta de su casa. Ni siquiera lo vio, de pie, en la sombra del umbral, hasta que él la llamó por su nombre:

– Cejota.

Ella levantó la vista, esperando encontrar al fiscal del estado, pero en su lugar vio a Dominick.

– Hola -fue todo lo que pudo articular.

Dominick había estado en la sala durante la lectura del veredicto.

– ¿Qué haces?

– La verdad es que estoy buscando un sitio para pasar unos días. La señora Cromsby, la anciana del apartamento dieciséis de debajo, que se ocupa de Lucy y Tibby cuando yo no estoy, me ha sugerido que me mantenga al margen durante un tiempo. Parece que han montado un buen circo. -Se resistía a mirarlo.

Dominick se acercó, rodeó su escritorio y se sentó en el borde. Ella notó que la estudiaba, como si fuera un espécimen raro, y deseó que se marchara.

– Me dijiste que tuviste un accidente de coche. Esas cicatrices no te las hiciste en un accidente de coche, ¿verdad?

Notó que el labio le temblaba y se lo mordió, con fuerza.

– No. No lo son.

– ¿Por qué no me lo contaste?

– Porque no quería que lo supieras. Porque no quería que nadie lo supiera. Y ahora no me dirás que no es irónico que la historia de mi violación figure en las portadas de todo el mundo, que la estén traduciendo a no sé cuántos idiomas mientras charlamos. -Se pasó los dedos por el cabello y descansó la cabeza entre las manos-. No quería que lo supieras. Eso es todo.

– ¿Crees que las cosas habrían ido de modo diferente entre tú y yo si lo hubiera sabido? ¿Es eso?

– Dominick, no necesito tu compasión. De verdad.

– No es compasión, Cejota. Estaba seguro de que era algo más. ¿De verdad me crees tan superficial?

– Mira, no es por ti, ¿vale? Se trata del pasado, de mi pasado. Sigo luchando con él todos los días, lo mejor que puedo. Y hoy no ha sido uno de los mejores.

– Cejota, no me excluyas…

– No puedo tener hijos, Dominick. Ya está. Ahí queda dicho. Quizá te importe o quizá no; pero el caso es que no puedo. Ahora ya lo sabes. Ahora ya lo sabes.

Un pesado silencio cayó sobre la estancia. El barato reloj de pared siguió contando los segundos mientras los dos callaban. Al fin, Dominick rompió el silencio con voz apesadumbrada:

– ¿Fue él? ¿Fue Bantling?

En cuestión de horas, la prensa había recogido y servido para el consumo del público vividos detalles de la violación de C.J. Dominick recordó entonces la voz de Manny en el móvil contándole lo de la máscara de payaso que había encontrado en casa de Bantling, y también recordó que había sorprendido a C. J. en la sala de reuniones de la unidad especial manejando las pruebas sin más vigilancia. Todo aparecía ante sus ojos.

«Solo tienes que saber ver.»

Ella sopesó la pregunta durante unos largos segundos y notó que las lágrimas le acudían a los ojos y le rodaban como un río caliente por las mejillas; pero no había forma de detenerlas. Lo miró a la cara, directamente a sus inquisidores ojos castaños, y cuando finalmente habló, su voz, apenas un susurro, sonó resignada:

– No. No. No fue él.

Dominick la estudió. Estudió su hermoso rostro, enmarcado por el pelo rubio oscuro, más claro en las raíces que en las puntas, igual que el de una niña; sus ojos de un profundo color esmeralda, subrayados por sombras de preocupación. Imaginó por un momento lo que Bantling tenía que haberle hecho para dejarle semejantes cicatrices. Imaginó aquel rostro, el rostro que había llegado a amar, llorando y retorciéndose, torturado, aplastado bajo el peso de ese bárbaro monstruo. Comprendió que le estaba mintiendo, pero de algún modo no le importó.

– Cierra el listín.

– ¿Qué?

– Que cierres el listín telefónico y cuelgues el teléfono.

– ¿Por qué?

– Porque vas a venir conmigo. Por eso. Voy a llevarte a casa.

La cogió de la mano y la levantó del asiento. Luego la estrechó, la besó en la frente y la mantuvo contra su pecho mientras la oía sollozar y le acariciaba el cabello. Abrazándola para siempre.

Castigo
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