Capítulo 11
– ¡Tenemos pulso! -gritó una voz en la oscuridad-. ¡Y un latido!
– ¿Respira? -Otra voz.
– ¡Santo Dios! ¡Hay sangre por todas partes! ¿De dónde sale? -Otra voz.
– ¡Querrás decir de dónde no sale! Está hecha una pena. De todas maneras, creo que la sangría es principalmente vaginal. Debe de sufrir una hemorragia. ¡Joder, tío! ¡El psicópata que haya hecho esto se ha puesto las botas!
– Corta esas cuerdas, Mel.
Una cuarta voz. Grave, con fuerte acento neoyorquino:
– Calma, muchachos, calma. Esa cuerda es una prueba. No os la carguéis. Usad guantes. Los del departamento forense tendrán que recogerla y clasificarla.
La habitación parecía estar llena de gente.
– ¡Dios mío, tiene las muñecas desgarradas! -La voz sonaba asqueada y asustada.
Las radios de la policía restallaron entre voces y el chisporroteo de fondo. Penetrantes sirenas, más de una, sonaban a lo lejos y parecían aproximarse. El clic de una cámara, el fogonazo de un flash.
– ¡Cuidado! ¡Tened cuidado con ella! -Las voces sonaban irritadas-. ¡Oye, Mel, si no puedes manejar esta mierda, será mejor que te hagas a un lado! ¡No es momento para canguelos!
El silencio se apoderó de la estancia unos segundos. Luego, la primera voz volvió a sonar:
– Ponedle un gota a gota y dadle un poco de morfina. Está en cinco sobre cinco. Avisad a los de trauma del Jamaica Hospital y decidles que tenemos a una mujer blanca, de unos veinticuatro años, con múltiples heridas de arma blanca, posible hemorragia interna y probablemente víctima de una agresión sexual, en estado de choque.
– ¡De acuerdo! ¡De acuerdo! Vamos a levantarla. Despacio. ¡A la de tres! ¡Una, dos y… tres!
Dolor. Oleadas de dolor, intenso y desgarrador, por todo el cuerpo.
– ¡Dios santo! ¡Pobre chica! ¿Alguien sabe cómo se llama?
– Su amiga, ahí fuera, dice que es Chloe, Chloe Larson, estudiante de derecho en Saint John.
Las voces se desvanecieron y la negrura la envolvió.