Capítulo 23
– Falconetti… ¿Estás ahí, Dom?
La radio de dos canales sonaba en su cintura. En la pantalla se leía: «Agente Especial James Fulton».
– Sí, aquí estoy, Jimbo. Adelante. -Sus ojos buscaron por el baño una bolsa de recogida de muestras y salió al dormitorio-. Oye, Chris, ¿dónde están las bolsas para las muestras?
Chris le entregó un montón de bolsas transparentes, cinta roja para marcar las pruebas y recibos blancos de inventario. Dominick volvió al baño.
– Tenemos algo realmente interesante en la cabaña que hay al fondo de la casa. ¿Con qué estás tú? -El acento sureño de Jimmy hacía que entender palabras que normalmente se encontraban en cualquier diccionario resultara un ejercicio interesante. Era un tipo maduro, un investigador veterano que llevaba veinticinco años con el DPF y en ese momento era agente especial supervisor de la Brigada de Narcóticos. Su experiencia en crímenes violentos y con los permisos de registro lo convertían en alguien valioso.
– Estoy arriba, en el baño principal, y acabo de hacer también un hallazgo interesante. Bantling tiene toda una botella de Haloperidol, igualmente conocido como Haldol, en uno de sus cajones.
– ¿Haldol? ¿No es una sustancia para los chiflados?
Dominick se lo imaginaba acariciándose la canosa barba, con las gafas de sol que le ocultaban los ojos incluso dentro de un cobertizo a oscuras.
– ¡Bien, Jimbo! Eso es precisamente. Y nuestro amigo tiene una receta para esa sustancia, expedida por un matasanos de Nueva York.
Metió la botella en la bolsa y la selló con cinta adhesiva roja.
– ¡Caray! De todas maneras creo que te gano.
– ¿Ah, sí? ¿Por qué?
Escribió sus iniciales, D. R, en el precinto, con bolígrafo negro.
– Bueno, vamos por orden. Primero parece que nuestros amigos del FBI han venido a hacernos una visita de cortesía. En estos momentos están en la parte de delante estrechando manos y besando recién nacidos y naturalmente concediendo entrevistas gratis a la prensa acerca del estatus de su investigación.
Dominick notó que se le tensaba la mandíbula.
– Estás bromeando, ¿no, Jimbo? Por favor, dime que es una broma.
– Me temo que no, amigo. Me temo que no.
– ¿Quién es?
– Espera, deja que mire. El beach boy que monta guardia en la entrada les pidió una tarjeta de identificación porque al principio no quería dejarlos entrar, así que ahora están montando un follón en el jardín. Recuérdame que llame al jefe Jordán, de Beach, para que le dé un ascenso a ese chico.
Dominick fue hasta la ventana del baño y se asomó. No cabía duda: los dos mismos hombres trajeados que había visto en el arcén de la carretera elevada estaban de pie, con sus gafas de sol, haciéndose los importantes al lado de las buganvillas en el jardín de parterres, hablando por el móvil y tomando notas. Parecían una versión travestida de Mulder y Scully. Se imaginó los rótulos que estarían apareciendo en los televisores de la CNN y la MSNBC: «Agentes del FBI se hacen cargo de la investigación de la policía del estado». O aún mejor: «El FBI se cisca en la policía del estado». Parecía que incluso se hubieran apropiado de la mejor zona de aparcamiento, porque su vehículo interrumpía el paso de la furgoneta forense en el camino de acceso.
– A ver, Dom, estoy mirando las tarjetas y veo a un tal agente Cari Stevens y al agente Floyd Carmedy. ¿Conoces a alguno?
– Sí, Jimbo, los conozco. La otra noche se pusieron a husmear por todas partes en la escena de la detención. Ahora bajo a hablar con ellos. La última vez que lo comprobé, en nuestros permisos de registro no estaban incluidos los federales. Si no figuran en la lista de invitados, no tienen por qué estar aquí. Dile al jefe Jordán que apoyo el ascenso y que se asegure de que ese chico mantenga apartada a esa gentuza.
– De acuerdo, Dom. Tú mandas. Y no sabes cuánto me alegro de que lo hagas, porque hay otra persona del FBI que quiere venir a pasar un buen rato, y no me gustaría tener que ser yo el encargado de decirle que no es bienvenida. Tengo aquí delante una tarjeta del agente especial al cargo Marck Gracker. Si todavía sigues mirando por la ventana te diré que es el que está soltando el discurso en el jardín.
«¡Mierda! ¡Mierda! ¡Gracker!»
Se mesó los cabellos y cerró fuertemente los párpados.
– Vale, Jimbo. Yo me ocuparé de los federales. Ahora bajo. Solo quiero avisar a Black de que es posible que esta tarde le caiga encima un tornado.
Black era el director regional del Centro de Investigaciones Regionales del DPF. Su jefe. No quería ni pensar en lo que diría Black cuando le avisara de que iba a encararse con el AEC del FBI. Lo bueno de Black era que los del FBI le gustaban tan poco como a él, pero por su cargo no lo podía decir abiertamente. En público condenaba las disputas entre agencias, pero cuando las cámaras desaparecían, cerraba la puerta de su despacho y decía a Dominick que se asegurara de incordiar a los federales tanto como ellos habían incordiado a la policía en el pasado. La verdad era que Black había sido el director regional cuando Gracker les había birlado el caso del crimen organizado.
– Bueno. Antes de que hagas nada, Dom, tengo noticias para ti. No te olvides de que hace un momento te he dicho que te había ganado por la mano.
– ¿Más? Espero que hayas dejado las buenas noticias para el final, porque lo de los federales es un mal asunto. Será mejor que tengas algo bueno. Venga, suéltalo ya. Alégrame el día.
– Oh, sí. Te va a gustar. Parece que por aquí abajo hemos encontrado sangre en la cabaña. Y puede que también el arma del crimen.