Capítulo 20

Manny estaba inclinado sobre su mesa comiendo un burrito de desayuno, bebiendo café con leche y leyendo el Herald, todo al mismo tiempo. Ambos se dieron la vuelta al abrirse la puerta.

Manny levantó la cabeza de su tentempié y sonrió.

– Hola, letrada. ¿Cómo te va? Nos has tenido preocupados un rato.

Dominick miró a C. J. y dijo por teléfono:

– Tengo que colgar. La fiscal acaba de llegar. -Colgó el auricular y se quedó mirándola. Tenía aspecto preocupado-. Pensábamos que querías escaparte de nosotros o algo así -dijo.

Manny le tendió una taza de plástico llena de caliente café cubano. A C. J. el mero olor de la cafeína pura en estado líquido le provocó náuseas.

– ¿Quieres un café con leche? Te he traído uno. También un pastelito de mermelada de guayaba. -Dejó sobre la mesa un dulce del que rebosaba una sustancia rosa y pegajosa-. ¡Ah, sí! -añadió entre bocado y bocado a su burrito-, también tengo las fotos de la autopsia de Prado, pero supongo que será mejor que te ocupes del pastelito antes de echarles una mirada.

C. J. dejó caer de golpe y deliberadamente su maletín en el suelo.

– ¿Cómo habéis entrado, chicos?

– Tu secretaria, Marisol, nos dejó pasar hace un rato -contestó Manny limpiándose los restos de beicon y yema de huevo del bigote-. Oye, letrada, menuda cachonda tienes ahí. ¿No nos podrías presentar?

La alta opinión que C. J. tenía de Manny Álvarez como detective de homicidios cayó en picado de golpe. Si hubiera sido el Down Jones, la bolsa habría cerrado. Lo miró inexpresivamente y pasó por alto la pregunta.

– Bueno, ¿qué te ha pasado en el juzgado? -quiso saber Dominick, que intentaba disimular su inquietud-. Ese tío te ha dado un susto de muerte, ¿no?

– Es un jodido hijo de puta. Permíteme que te lo diga -interrumpió Manny-. El tío creía de verdad que iba a conseguir una fianza, que el juez no iba a mandar su maldito culo directo a la cárcel por conducir con una chica muerta en el maletero. No te pases, amigo. Todavía me lo imagino en su celda, en este mismo momento, chillando como una colegiala: «¡No! ¡La cárcel, no! ¡A mí, no! ¡No puedo ir a la cárcel! Tiene que ser un error. No pretendía matarla, señoría, el cuchillo se me resbaló de la mano y se le clavó en el pecho». -Terminó el burrito y la imitación-. Esperad a que conozca a su nuevo amigo, Buba, en las celdas de Vigilancia Penitenciaria. Eso sí que le dará motivos para quejarse.

Dominick seguía observándola, y ella se dio cuenta de que la broma de Manny no le había distraído.

– Está claro que es un colgado, pero la verdad es que no esperaba que saltara como lo ha hecho. -Dominick estaba a su lado intentando que ella lo mirara-. De todas maneras, Cejota, has visto un montón de chalados en tu vida. No creía que fuera a alterarte tanto.

C. J. evitó mirarlo a los ojos y clavó la vista en el caos de su escritorio. Confiaba en que la voz le sonaría lo bastante firme.

– Me sobresaltó por un instante. Lo que ocurre es que no esperaba que se pusiera a gritar de aquel modo. -Fue a sentarse y cambió de tema-. ¿Qué ha pasado esta mañana en el laboratorio?

Miró el periódico que descansaba sobre el calendario de su mesa. En su portada, el Miami Herald presentaba diez fotos en color tamaño carné que mostraban los rostros de las víctimas antes de su muerte, alineados llamativamente. Bajo ellos, aparecía una imagen borrosa y grande del Jaguar negro de Bantling aparcado en el arcén de MacArthur Drive y rodeado de policías. Al lado, se veía una foto de un sonriente y pulcro Bill Bantling, bronceado y a pecho descubierto, con una cerveza en la mano. Obviamente, no se trataba de la foto de su ficha policial. El montaje aparecía justo bajo un gran titular: «Cupido sospechoso detenido. Décima víctima hallada en el maletero de su coche».Todo Miami se había desayunado con la noticia.

– Neilson asegura que Prado llevaba muerta como máximo catorce o quince horas, no más; aunque él se inclina por unas diez. Dice que cree que el cadáver no había pasado más que unas pocas horas en el maletero cuando lo encontramos. A juzgar por la cantidad de aire que le quedaba en los pulmones, el matasanos opina que seguramente estaba viva cuando le arrancaron el corazón.

Joe Neilson era el forense del condado Miami-Dade, y en la oficina del fiscal del estado gozaba de mucho respeto. C. J. suspiró y miró la hilera de hermosos rostros de las mujeres muertas.

– ¿Creéis que es el mismo tipo, o que nos enfrentamos a un imitador?

Dominick se sentó ante la mesa, destapó la caja de carpetas del suelo y sacó diez fotos Polaroid de una carpeta en forma de acordeón.

– Los cortes son idénticos. Primero, un tajo vertical a lo largo del esternón con un instrumento cortante, seguramente un escalpelo. Luego, el tajo transversal bajo el pecho y las mismas incisiones en la aorta. No es el trabajo de un chapuzas.

– ¿Puede Neilson identificar estos cortes con los de las otras víctimas como practicados por el mismo instrumento?

El ceniciento rostro de Anna Prado la contemplaba desde la instantánea, con su cabello rubio platino peinado hacia atrás y la cabeza sobre la mesa metálica. Otras imágenes tomadas de cerca mostraban la cavidad torácica, las enormes incisiones, el pecho reventado y un boqueante agujero donde tendría que haber estado el corazón. Los cortes eran limpios, como los otros. Por un momento, C. J. pensó en sus irregulares cicatrices, pero enseguida apartó la imagen de su mente.

– Puede, letrada -contestó Manny-.Todavía no ha acabado con la autopsia. Sin embargo, ha encontrado algo interesante. Parece que es posible que Prado tuviera alguna droga en la sangre. La misma que Nicolette Torrence, la víctima que encontramos enseguida, en octubre del año pasado, en aquel ático de crack de la calle Setenta y nueve, y que solo llevaba unos días muerta.

– Neilson dijo que tenía los pulmones cargados, señal de algún tipo de narcótico -intervino Dominick-. De todas maneras, no lo sabremos hasta que los de toxicología le echen un vistazo.

– ¿Hay pruebas de agresión sexual?

– Sí. Fue violada con un objeto romo, tanto vaginal como analmente -dijo Dominick, despacio, y C. J. se dio cuenta de que eran ese tipo de detalles los que más lo molestaban-. Sufrió graves lesiones en el útero y el cuello del útero. Neilson cree que, a juzgar por los distintos tipos de abrasiones presentes en el canal uterino, el asesino debió de usar más de un objeto. No hay rastros de semen. No obstante, está tomando muestras de todo. Además, la está fotografiando centímetro a centímetro por si se nos pasa por alto algo que podamos necesitar más adelante.

– ¿Y debajo de las uñas?

Se sabía que muchas víctimas habían arañado a sus agresores al intentar repeler el ataque, y que el asesino había dejado sin saberlo una pequeña parte de sí mismo en forma de restos microscópicos bajo las uñas de la víctima. En esos casos, junto con su piel también dejaba su ADN, su tarjeta de visita, un mapa genético que podía conducir a los investigadores directamente hasta su puerta, siempre que tuvieran un sujeto con quien compararlo.

– Nada. Por el momento tampoco hay nada ahí.

Lo que ellos tenían era lo contrario: un sujeto, pero ninguna muestra.

– Empezaré a trabajar en una orden para conseguir un análisis del pelo y la saliva de Bantling. Quizá esta vez la haya pifiado. Quién sabe si se nos pasó por alto algo con las otras. -C. J. se encogió de hombros y se recogió el pelo tras las orejas-. La información de la droga es interesante. Quizá nos proporcione la conexión al menos con otra de las víctimas. Llamaré esta tarde a Neilson para ver si tiene algo más para mí de la autopsia. Dominick, ¿le has hecho el criminológico? ¿Hay algo de él en el CNIC?

El CNIC era el Centro Nacional de Información Criminal, y podía proporcionarle un historial delictivo de Bantling que le diría si también tenía antecedentes en otros estados. Su tono se había crispado ligeramente al formular la pregunta.

– No hay nada. Por lo que sabemos, está limpio del todo.

– Quiero saber todo lo que haya que saber sobre ese tío. Voy a necesitar un rastreo automático de él, esta misma tarde si es posible. También quiero echarle una ojeada a su pasaporte para ver dónde ha estado últimamente.

– Llamaré a Jannie para que lo investigue. Creo que Manny ya le ha pedido que coteje con la Interpol, a ver si tienen algo contra él fuera del país. Teniendo en cuenta que es un pez gordo de Tommy Tan… Lo del rastreo automático ya lo tenemos. El tío ha vivido en un montón de sitios. Hoy mismo te haré llegar una copia.

De repente, C. J. se puso en pie dando por finalizada la conversación.

– Tengo unos cuantos asuntos que resolver hoy, así que me voy a marchar temprano. Dominick, te llamaré más tarde a ver qué habéis descubierto en su casa. -Echó un vistazo a Manny, que estaba sacando un Marlboro del paquete, «uno para el camino», de modo que pudiera encenderlo nada más salir-.Y deja de fumar en mi despacho, Manny. Al final es a mí a quien echan la culpa.

El Oso pareció sorprenderse, igual que un niño al que han pillado metiendo la mano en el tarro de las galletas y todavía pretende negarlo.

– No sabíamos cuándo volverías, letrada -balbuceó. Pero enseguida se le ocurrió una idea y añadió-: Además, esa secretaria tuya me dio palpitaciones, y me puse tan nervioso que tuve que buscar el modo de tranquilizarme. -Sonrió con su mejor sonrisa.

C. J. ya había oído suficiente.

– No nos metamos en ese terreno. En cualquiera, menos en ese. Por favor.

Los acompañó hasta la puerta y la abrió. Marisol estaba de pie al final del pasillo, en la zona de secretarias; sonrió al ver a Manny y se pasó la lengua por los labios coquetamente, como si protagonizara un anuncio de Revlon. C. J. estuvo a punto de cerrar de un portazo. Manny echó a andar por el pasillo, pero Dominick se quedó en el despacho, cerró la puerta, se apoyó contra ella y miró a C. J. con sus serios ojos castaños. Había tomado una ducha antes de ir al tribunal, y olía a limpio y a jabón. Tenía el cabello revuelto, como si no hubiera tenido tiempo de peinárselo antes de salir.

– ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Va todo bien?

– Estoy bien, Dom. Estoy bien. -Tenía la cabeza ladeada y no lo miraba. Sonaba cansada e inquieta.

– Esta mañana, en la sala del tribunal, no tenías buen aspecto. Y no es propio de ti, Cejota -Tendió la mano y rozó la de ella, que todavía descansaba en el picaporte. Sus dedos eran ásperos y estaban encallecidos; sin embargo, su contacto fue suave y sincero-.Tampoco tienes buen aspecto en este momento.

Entonces ella lo miró a los ojos y tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para mentirle. Transcurrieron unos críticos segundos. Luego, dijo en voz baja:

– De verdad, estoy bien. Todo va bien. Es solo que estoy cansada. Ya sabes, esta noche, entre los permisos del juez y preparar la audiencia de esta mañana, no he dormido demasiado. -Dejó escapar un suspiro-. El tío ese me pilló por sorpresa en la sala. No esperaba semejante reacción.

C. J. tenía ganas de llorar, pero en vez de eso, se mordió el carrillo por dentro y contuvo las lágrimas.

Los ojos de Dominick buscaron en los de ella en pos de la verdad. Su áspera mano se levantó para rozarle el rostro, y C. J. se puso a la defensiva. Sabía que él lo había notado. Dominick bajó la mano deprisa.

– Creo que hay más de lo que me cuentas -se limitó a decir. A continuación, dio media vuelta y abrió la puerta-. Te llevaré el rastreo automático cuando haya acabado en casa de Bantling -añadió por encima del hombro mientras salía al pasillo.

C. J. se daba cuenta de que estaba preocupado; pero, qué demonios, ella también.

Castigo
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