Capítulo 83
Veinte minutos después de la marcha del doctor Chambers, el teléfono de la línea privada de C. J. sonó en su despacho. Al principio lo dejó sonar, pero acabó descolgando al décimo timbrazo mientras se enjugaba las lágrimas con el dorso de la mano.
– Al habla Townsend, de la oficina del fiscal.
– Cejota, soy yo, Dominick.
Al fondo pudo escuchar sirenas de la policía, muchas, mezcladas con un griterío de voces.
– Escucha, Dominick, no es un buen momento. Te volveré a llamar…
– No. No me volverás a llamar, y el momento no puede ser mejor. Créeme. Los hemos encontrado, y tienes que venir.
– ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
– Me encuentro en una casa remolque en Cayo Largo, justo al lado de la carretera U. S. One. Pertenecía a una tía fallecida de Bantling, una tal Viola Traun. ¡Hemos encontrado los corazones! ¡Los hemos encontrado todos guardaditos en un congelador! También hemos encontrado fotos, Cejota, cientos de fotos de todas las víctimas tomadas contra un fondo oscuro, mientras estaban siendo torturadas en esa camilla de acero, algunas mientras eran asesinadas. Auténtico material snuff. Por el aspecto, podría tratarse del cobertizo. Lo tenía todo aquí.
– ¿Cómo lo habéis encontrado?
El corazón le latía alocadamente, presa de una mezcla de alivio, nerviosismo, miedo y pánico. Demasiadas emociones que le sobrecargaban los circuitos.
– Encontré una citación para Bantling firmada por un juez de Monroe County, expedida hace solo un par de semanas. Por eso no la habíamos visto. Se trata de una citación por incomparecencia. Bantling era el custodio de las propiedades de su tía en vida y, según parece, dejó de presentar alguna mierda de papeleo contable en los sesenta días después de su muerte. Por eso el juez extendió la citación, supongo que sin saber que se trataba del mismo William Bantling que estaba siendo juzgado en Miami. Descubrí lo de la casa y fui con Manny. El dueño del parque de remolques nos dejó entrar. ¡Menudo sitio! Las fotos estaban en el congelador, junto con los corazones. No te preocupes, legalmente está todo en orden, porque el remolque iba a ser precintado por impago del terreno. El dueño del parque tiene los papeles de todo. Me he asegurado. De todas maneras, antes de proseguir necesitaremos una autorización judicial. No quiero pifiarla en ningún aspecto.
– ¡Oh, Dios mío! -jadeó C.J. intentando recuperar el aliento-. De acuerdo. Voy para allá.
– Lo tenemos, Cejota -dijo Dominick con un deje de excitación en la voz-. Es todo nuestro.