Capítulo 78
Siguió pasando las hojas en busca de las fechas que había sacado de la agenda de Bantling la noche antes. Todas coincidían. Las mismas fechas. Las mismas horas. El mismo nombre: B. Bantling.
No se trataba de ninguna coincidencia. DR. Estaba perfectamente claro. DR, «doctor». Chambers era su médico. Chambers era el médico de Bantling.
C.J. se apartó del escritorio, se apartó del libro de visitas, se apartó de la verdad que había tenido ante sus ojos en todo momento. El cuarto empezó a darle vueltas y le entraron ganas de vomitar. ¿Qué significaba eso? ¿Cómo podía ser? Chambers los había tratado a los dos. Había tratado a su violador. ¿Cuánto tiempo hacía que llevaba haciéndolo? ¿Años? Los recuerdos giraron en su cerebro igual que una veleta en medio de un huracán. ¿Acaso había coincidido con Bantling anteriormente? Quizá se había sentado al lado de ella en la sala de espera mientras aguardaba el turno de ser recibido por el buen doctor. ¿Qué sabía Chambers? ¿Qué había compartido Bantling con él? ¿Qué sabía Bantling? ¿Qué había compartido Chambers con él? Las ideas que la noche anterior había descartado por irracionales y paranoicas acudieron en tropel a su mente, amenazando con bloquearla. El aire se le hizo pesado y le costó respirar.
Aquello no podía estar sucediendo. Otra vez no.
«Por favor, Dios mío, más no. Una persona solo puede aguantar hasta cierto punto. Y yo ya he aguantado bastante. Estoy acabada.»
Tenía que marcharse. Tenía que pensar. Tropezó con la silla de Estelle y la mandó rodando hasta que chocó con la pared y derribó un cuadro que se hizo añicos contra el suelo. Se dio la vuelta y salió a toda prisa, cogiendo su bolso al pasar por la sala de espera. Tras ella oyó el ruido de una puerta que se abría y una voz apagada que preguntaba:
– ¿Estelle? ¿Qué demonios ha sido ese ruido?
Pero ya no importaba. Abrió la pesada puerta de roble de la entrada y corrió por el camino de ladrillo rojo, dejando atrás los cuidados parterres de flores amarillas, rojas y blancas; lejos de la bonita casa de estilo español de Almería Street, en el elegante barrio de Coral Gables; lejos del amable y comprensivo doctor al que había acudido en busca de auxilio los últimos diez años de su vida para que la ayudara a afrontar la realidad de su existencia, en busca de guía y consejo, para que la ayudara a superar los miedos que la paralizaban. Y, sin embargo, ahí estaba, corriendo tan rápido como podía para escapar de todo ello. Alcanzó su jeep y salió a toda velocidad, esquivando a los furiosos ciclistas que habían aparecido de repente ante su vehículo.
Desapareció por Almería Street, girando para tomar el Dolphin Expressway justo en el momento en que el doctor Chambers se asomaba a la vacía salita de espera para averiguar la razón del alboroto.