Capítulo 94

– Lamento molestarlo, doctor Chambers, pero hay alguien aquí que quiere verlo -dijo la voz de Estelle cobrando vida en el intercomunicador. El psiquiatra se quedó mirando el aparato unos segundos-. Se trata del agente especial Dominick Falconetti, de la policía de Florida.

– Muy bien. Hágalo esperar un momento en la salita mientras termino -respondió a su secretaria, y acabó de revisar las notas que había tomado en el dictáfono sobre su última paciente.

Estelle levantó la vista de su escritorio y miró a un Dominick Falconetti visiblemente preocupado. Lo había visto anteriormente en la televisión, durante el juicio, y allí siempre le había parecido sereno y seguro de sí. Sin embargo, aquel día se lo veía notablemente inquieto. «Seguramente será por las noticias», pensó.

– Agente, el doctor le atenderá en unos minutos. Haga el favor de ponerse cómodo -le dijo, indicándole los asientos de la sala de espera.

– Gracias -respondió Dominick.

Estelle lo estudió con curiosidad, mientras él se alejaba de la recepción hacia los sillones. Se dio cuenta de que no se sentaba, sino que estaba examinando la salita y mirando su reloj.

La puerta se abrió entonces, y el doctor Chambers apareció en la zona de recepción, pasó al lado de Estelle y fue al encuentro de Dominick.

– Agente Falconetti, por favor, pase -dijo, indicándole el camino a su despacho.

Dominick lo siguió por el pasillo de baldosas mexicanas hasta la apacible consulta azul y amarilla.

– ¿Qué puedo hacer por usted, Dom? -preguntó, cerrando la puerta tras ellos.

– Seguramente habrá oído lo de… -empezó a decir Dominick.

– ¿Lo de la señorita Townsend? Desde luego. Lleva dos días saliendo en las noticias. ¿Hay alguna novedad?

– No. Ninguna. Por eso estoy aquí. -Vaciló antes de proseguir-: No sé si usted lo sabía, pero estábamos juntos. Me contó que había estado consultándolo profesionalmente. Es precisamente por ello por lo que me gustaría hacerle algunas preguntas.

– Dom, por favor, le ayudaré tanto como pueda, por descontado; pero no me pregunte sobre nada de lo que la señorita Townsend pudo haberme confiado como paciente. Es algo que ni puedo ni estoy dispuesto a divulgar.

– Lo entiendo. Lo que necesito saber es cuándo fue la última vez que la vio.

Greg Chambers lo estudió un momento. Ya había previsto la posibilidad de aquel encuentro. Pero si el gran agente especial hubiera sabido o sospechado siquiera la verdadera respuesta a esa pregunta, habría llamado a su puerta hacía dos días. Saltaba a la vista igualmente que tampoco conocía los nombres de sus otros pacientes incluidos en su lista especial. Según parecía, C. J. se había reservado esa información para ella.

– Pues no la he vuelto a ver desde el juicio. La verdad es que hace ya semanas.

– ¿Y no ha hablado con ella en ese tiempo?

– No. No desde entonces. Ya no tenemos contacto profesional. Me gustaría poder serle de más ayuda -dijo, encogiéndose de hombros.

– Lo comprendo. ¿No hay nada que se le ocurra? ¿Dónde pueda encontrarse? ¿Alguien con quien pudiera estar? ¿Quizá algo a lo que temiera?

Estaba claro que no tenían ni idea. Ni siquiera sabían diferenciar una persona desaparecida de alguien que hubiera querido desaparecer. Qué triste era ver al gran detective sopesando la idea de que su amante hubiera podido abandonarlo, haber hecho las maletas para largarse con otro, dejándole con la impresión de que nunca había llegado a conocerla de verdad.

– No, Dom. Una vez más me temo que no puedo serle de ayuda. Lo único que puedo decirle es que… -se interrumpió mientras sopesaba sus palabras-… Cejota tiene sus propias ideas. Si me pregunta sobre posibilidades, yo diría que, si ha tenido la necesidad de distanciarse de los acontecimientos, no es imposible que haya desaparecido en busca de un poco de aire fresco.

Chambers miró fijamente al detective, proporcionándole con sus expresivos ojos la respuesta que este estaba esperando pero que no deseaba oír.

Dominick asintió lentamente. A continuación, entregó al médico su tarjeta y le dijo:

– De acuerdo. Gracias. Por favor, llámeme si se pone en contacto con usted. Ahí tiene mi número directo. También le he anotado el de mi casa, por si no me localizara…

– Lo haré, Dom. Siento no poder serle de más ayuda.

Dominick dio media vuelta y salió por el pasillo, cabizbajo y con los hombros levemente caídos. Un clásico, sutil y revelador lenguaje corporal. El doctor Chambers lo vio alejarse. Lo vio asentir para sus adentros al pasar por la recepción de Estelle, asumiendo todo lo que el buen doctor le había dicho y lo que no. Con todas sus implicaciones.

Luego, lo contempló mientras el agente especial Falconetti abría la pesada puerta de roble de la consulta, se dirigía a su coche y simplemente se alejaba.

Castigo
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