Capítulo 72
– Si me quedara sentada sin decir nada, sencillamente callada y sin moverme, ustedes pensarían que es culpable a pesar de que la ley les dice que no lo es. -Lourdes Rubio permaneció en su asiento mientras daba comienzo a su exposición inicial. Miraba el estrado del juez Chaskel y hablaba al jurado como si estuviera expresando en voz alta sus pensamientos.
C. J. se había sentado tras exponer ante la silenciosa aglomeración de espectadores y cámaras de televisión lo que, a su juicio, había sido una contundente y bien argumentada exposición inicial que no dejaba espacio a la especulación. En ese momento había llegado el turno de la defensa.
Lourdes dejó pasar un instante de silencio. Luego, se volvió hacia el jurado y lo contempló con una mezcla de incredulidad y decepción.
– Ahora ustedes miran a mi cliente como si fuera un carnicero. Están naturalmente impresionados por las vividas e impactantes imágenes que el ministerio fiscal les ha descrito durante la última hora. No hay duda de que Anna Prado era una hermosa mujer que fue brutalmente mutilada y asesinada a manos de un loco. Y ustedes creen que mi defendido es culpable, como si las palabras de la fiscal bastaran para llevarlos a semejante conclusión. Y desean que la sola visión de William Bantling baste para horrorizarlos y atemorizarlos, a pesar de que el sentido común les dice que este apuesto y bien educado hombre de negocios no inspira tal reacción.
Apoyó la mano en el hombro de Bantling y le dio un leve apretón en señal de apoyo. A continuación meneó la cabeza.
– Sin embargo, lo que la fiscal les ha expuesto en su alegato inicial no son pruebas, señoras y caballeros, no son hechos. Son presunciones, conjeturas. Simple especulación. La mera presunción de que los elementos que piensa presentarles, una vez encadenados, formen una cadena condenatoria. El ministerio fiscal quiere obligarles a que lleguen a la conclusión que acaba de presentarles: que mi cliente es culpable de asesinato en primer grado.
»Sin embargo, señoras y señores, debo advertirles de que las cosas no son siempre lo que parecen; y que ciertos hechos, por muy viles y aborrecibles que resulten, aunque aparezcan relacionados no siempre forman una cadena.
Lourdes se levantó y se situó ante los miembros del jurado, mirándolos a la cara. Algunos apartaron la vista, avergonzados de haber llegado a las mismas conclusiones de las que Lourdes los acusaba, por haber faltado al juramento hecho el viernes anterior.
– Todos los productores de cine hacen lo mismo y tienen el mismo objetivo. Su finalidad principal consiste en que ustedes vayan a ver su película, esa película multimillonaria que han tardado meses en crear. Y para conseguirlo intentarán venderles a ustedes lo buena que es antes incluso de que hayan entrado en el cine. Pretenden que vayan ustedes de un lado a otro, impresionados por su tráiler de dos minutos, contando a sus amigos y familiares que se trata de una gran película aunque no la hayan visto. Quieren que ustedes compren los pósters y las camisetas y les den el voto al mejor actor antes incluso de que se hayan instalado en sus asientos. Lo cierto es que muchos lo harán sin haber visto la película, y todo porque ese tráiler de dos minutos les prometía que la película iba a ser fantástica, la próxima candidata a los Os-car. Y hay que reconocer, señoras y señores, que la señorita Townsend ha hecho bien su trabajo. Ha presentado un tráiler lleno de acción, rebosante de sangre, de detalles escalofriantes y muchos efectos especiales. Un tráiler estupendo. Sin embargo, tengo que pedirles que todavía no le compren las entradas, ya que una serie de escenas de impacto encadenadas, una detrás de otra, por una hábil productora -Lourdes se encaró deliberadamente con C. J.- no garantiza una buena película, del mismo modo que una serie de sangrientas atrocidades más o menos relacionadas no constituyen una prueba determinante de culpabilidad. No importa cuántos efectos especiales se hayan utilizado. Una mala película sigue siendo una mala película.
»Mi cliente es inocente. No es un asesino. Tampoco es un asesino compulsivo. Se trata de un hombre de éxito en los negocios que nunca ha ido más allá de merecer una multa de tráfico.
»¿Una coartada? El señor Bantling ni siquiera estaba en su casa en las horas durante las que el forense les dirá que Anna Prado fue supuestamente asesinada en el cobertizo de la parte trasera de su casa. Y además mi cliente lo demostrará, aunque no esté obligado a demostrar nada.
»¿E1 arma del crimen? El señor Bantling es un conocido taxidermista cuyos trabajos se exhiben en distintos locales y museos de la zona. El escalpelo hallado en su cobertizo forma parte de las herramientas de su trabajo, y no se trata de un arma homicida. Los microscópicos restos hallados en él son de sangre de animal, no de sangre humana; y así lo demostrará, aunque no esté obligado a hacerlo.
»¿La sangre? Las manchas de sangre que tan vividamente nos ha descrito la fiscal en su exposición y que fueron detectadas, y cito, "Por todo el cobertizo", por el agente químico llamado Luminol, vuelven a ser de naturaleza animal y no humana. Déjenme que les señale que tres -y levantó tres dedos de la mano para subrayar sus palabras mientras caminaba lentamente ante los miembros del jurado sin dejar de mirarlos-, cuéntenlas, tres microscópicas manchas de sangre correspondientes al ADN de Anna Prado fueron halladas en el cobertizo, un cobertizo que según alega el ministerio fiscal quedó regado con la sangre de Anna Prado cuando a la víctima le seccionaron la aorta. Aun así, solo se hallaron tres diminutas manchas de sangre. Y las halló, señoras y señores, un agente del DPF, un agente desesperado al frente de una unidad especial que después de pasar un año buscando a Cupido sin resultados necesitaba ponerle cara y nombre al asesino compulsivo tras el que andaba.
»¿E1 maletero? El Jaguar había sido dejado en el taller durante dos días antes de que mi cliente lo recogiera el diecinueve de septiembre. Durante ese tiempo estuvo fuera de su cuidado y control, y ni siquiera miró en el maletero antes de dejar su bolsa de viaje en el asiento de atrás y dirigirse al aeropuerto para tomar el vuelo que tenía reservado. Y también demostrará este punto, aunque no esté obligado a hacerlo.
»Por favor, no pierdan de vista que en el cadáver de Anna Prado no se ha hallado una sola marca, fibra o mancha, un solo cabello, arañazo o sustancia que relacione su muerte con el señor Bantling. Y, aunque no comparece hoy por el asesinato de otras mujeres y no ha sido acusado formalmente de más crímenes, debemos insistir en que no existe ninguna prueba que relacione al señor Bantling con ninguna de las muertes de esas diez mujeres: ni una huella, ni un pelo, ni un rastro de piel o fibra, ni una gota de ADN. Nada.
– ¡Protesto! -interrumpió C.J. levantándose de su asiento-. Los hechos relativos a esa otra investigación no se han incorporado a este caso. Son, por lo tanto, irrelevantes.
– Se acepta -sentenció Chaskel.
Sin embargo, el daño ya estaba hecho: Lourdes se había asegurado de que el jurado supiera que no existían indicios que relacionaran a Bantling con los otros asesinatos. Ninguno en absoluto.
Lourdes se fijó en una mujer que antes había evitado mirarla y que en ese momento asentía levemente con la cabeza ante sus palabras mientras miraba curiosamente a Bantling a hurtadillas.
C. J. casi pudo leer el pensamiento de la jurado: «No tiene pinta de asesino compulsivo».
Bantling sonrió levemente a la mujer, y esta apartó la mirada con timidez.
– ¿Verdad, señoras y señores, que la cadena ya no les parece tan incriminatoria? La película ya no promete ser tan buena. Así pues, no se dejen impresionar por los efectos especiales, por las sangrientas pruebas y las perversas palabras asesino compulsivo impresas en los titulares del Miami Herald. Recuerden el juramento que han prestado como jurados y…, en fin, simplemente, no compren todavía las entradas para la película del ministerio fiscal.
Tras esas palabras, Lourdes calló y tomó asiento en la silenciosa y sorprendida sala, mientras su cliente le cogía la mano en señal de gratitud y derramaba una fingida lágrima de cocodrilo.
Fue entonces cuando C. J. comprendió que su caso se hallaba en serios apuros.