Capítulo 33
El cadáver de Anna Prado yacía en la camilla metálica con los ojos cerrados. Su piel, que Dominick recordaba de las fotos del Muro como de un blanco cremoso, se veía de un gris ceniciento, y las pecas de su nariz apenas resultaban visibles a causa de la cetrina palidez. Tenía el largo y rubio cabello desplegado bajo la cabeza, enmarcándole el cuello y los hombros. Algunos mechones manchados de sangre seca caían por el borde de la camilla. Una tersa sábana blanca la tapaba hasta el cuello y ocultaba la carnicería.
– Cuando me llamaron ayer y me explicaron lo del Haloperidol que usted había encontrado en casa del sospechoso, hice algunas pruebas más cuyos resultados me han llegado esta mañana.
Neilson estaba de pie, al lado del cuerpo, tocando con toda naturalidad los delgados dedos que colgaban al borde de la camilla. Dominick reparó en que las uñas eran largas y estaban sucias, y que el esmalte rosa había saltado de casi todas ellas.
– El Haloperidol es una potente droga antipsicótica que se receta para el tratamiento de los delirios en pacientes psicóticos o esquizofrénicos. El producto se comercializa con el nombre de Haldol. Se trata de un poderoso depresor del sistema nervioso que relaja y tranquiliza a los pacientes, controla los episodios de alucinaciones auditivas y perceptivas en general, y llega incluso a conseguir que los psicóticos más violentos resulten manejables. En los casos más extremos puede inyectarse directamente en la masa muscular para conseguir un efecto inmediato. Administrado en dosis elevadas, puede producir catatota, pérdida de conciencia, coma y también la muerte. ¿Entienden ustedes adonde quiero llegar con todo esto, detectives? -El doctor Neilson parpadeó varias veces-. Pues bien, lo más interesante del Haloperidol es que las pruebas habituales de toxicología que se realizan en todas las autopsias no lo detectan. Hay que buscarlo para dar con él.
»Así pues, aunque por la gravidez de los pulmones hallada en las autopsias sospechábamos que en los cuerpos de Nicolette Torrence y Anna Prado había alguna sustancia depresora, no sabíamos cuál era porque no figuraba en la lista de los narcóticos habituales como el Valium, el Darvocet o el Hidrocodone. Incluso buscamos Rohipnol, quetamina, ácido hidroxibutrícico, conocido popularmente como «éxtasis líquido». Aun así, no conseguimos identificar el narcótico de sus cuerpos.
»Pero, después de su llamada de ayer, agente Falconetti, empecé a pensar que el Haloperidol podría encajar, que sin duda correspondería. Me entusiasmé y decidí hacer más pruebas y… voilá! -Dio unos golpecitos en la hoja amarilla de la tablilla sujetapapeles-. ¡Aquí está! ¡Haloperidol! Luego volví a comprobar los contenidos del estómago de Anna Prado para ver si había pasado algo por alto, pero no. Nada. Sin embargo, eso no tiene demasiada importancia porque el Haloperidol tiene una vida media de seis horas, así que si la muerte sobrevino dentro de las seis horas de su vida media después de haber tomado la droga, encontraríamos restos en sus tejidos y en su sangre aunque se hubiera producido una digestión completa.
«Entonces empecé a considerar toda una serie de teorías. Así que, por favor, detectives, concédanme unos minutos para ver si esto encaja con el patrón de sus casos. La pauta de Haloperidol que se recetaba en el frasco que usted halló era de veinte miligramos, dos veces al día. Eso es una dosis sumamente fuerte, incluso tratándose de una persona que haya desarrollado cierta tolerancia al producto. Para alguien no habituado y cuyo peso corporal fuera menor, bastaría con una sola pildora de veinte miligramos para incapacitarlo por completo. Si su sospechoso hubiera administrado una píldora a sus víctimas en una bebida, o si simplemente se la hubiera ofrecido como "equis", al cuarto de hora de la ingestión, las chicas habrían empezado a manifestar la misma torpeza de movimientos y de habla, la misma depresión de las funciones motrices y el mismo enlentecimiento de la capacidad de reacción que presenta alguien que está bajo los efectos del alcohol. Sería incapaz de pensar con coherencia y podría ser fácilmente dominada.
»Pero, tal como les decía, el Haloperidol también es inyectable. Sus efectos, entonces, son inmediatos y también duran más. De hecho, a los pacientes que tienen dificultades a la hora de tomar su medicación, se les puede administrar Haloperidol en inyecciones de efecto retardado. Una inyección puede funcionar entre dos y cuatro semanas. Por lo tanto, volví sobre mis pasos y busqué en el cuerpo la respuesta.
Neilson mantuvo en vilo a su cautivo público con una dramática pausa. Acto seguido, retiró la sábana que cubría el cuerpo de Anna Prado con el mismo efectismo que habría empleado un mago en el escenario. Manny incluso creyó que iba a gritar «¡Abracadabra!». Sin embargo, no surgió un conejo blanco, sino el cuerpo violado y mutilado de Anna Prado, tumbado en la fría camilla de acero. Igual que un vendedor de coches empeñado en mostrar las características del vehículo, Neilson dio la vuelta al cadáver y mostró las nalgas de Anna a los detectives.
Resultaba evidente que había sido asesinada mientras yacía de espaldas, porque la sangre se le había acumulado bajo la piel de las posaderas, de los codos y debajo de las rodillas. Cuando el corazón dejaba de latir, la gravedad hacía su trabajo y acumulaba en los lugares más bajos la sangre que anteriormente había circulado por las venas. El fenómeno se conocía con el nombre de lividez.
– Ahora miren esto -dijo el médico a Manny y a Dominick, entregándoles una lupa. Un pequeño fragmento de piel había sido retirado de la zona, y a su lado había una pequeña impresión del tamaño de un alfilerazo, que de otro modo resultaba invisible a simple vista-. Había dos marcas como esta, pero no las vi por la lividez de la zona. Además, al principio no estaba buscando lo que encontré. Extirpé unos fragmentos de piel para examinar los daños de los vasos sanguíneos de la zona. Ambos alfilerazos, detectives, encajan con la teoría de que podría haberse aplicado una inyección en la zona. En mi opinión, una inyección de Haloperidol.
Manny no se mostró de acuerdo. El Doctor Muerte convertido en Quincy, el Superforense.
– Un momento, doc. Todas esas mujeres fueron torturadas del modo más siniestro antes de morir. ¿Acaso estas marcas no podrían deberse a que ese chiflado le clavó agujas para divertirse? ¿Qué le hace estar tan seguro de que se trata de la marca de una inyección?
El doctor pareció casi ofendido ante el rechazo de su hipótesis, pero se rehízo enseguida y prosiguió con una ligera sonrisa donde se podía leer: «Yo sé algo que ustedes no saben».
– Bueno, detective, después de encontrar las marcas seguí con mis averiguaciones y encontré algo aún más interesante.
Dejó a Anna Prado de espaldas y le cogió el brazo, estirándoselo. Los brazos de la joven estaban amoratados, especialmente en las muñecas, donde sin duda se los habían atado con cuerdas o hilo de nailon. El doctor Neilson señaló una pequeña marca violácea en la parte interior del codo.
– Aquí tiene otra señal que se corresponde con la marca de una inyección, pero no de una normal. En este lugar se ha aplicado un catéter intravenoso, un gota a gota. El asesino debió de hacer varios intentos, porque he encontrado otras dos venas estalladas, una en el otro brazo y otra en el tobillo.
– ¿Un catéter intravenoso? ¡Qué demonios! -Dominick sonaba confundido-. ¿Me está diciendo que cree que primero le inyectaron con Haldol y que después se lo administraron por vía intravenosa? ¿Por qué las dos cosas a la vez? No le veo el sentido.
Se acordó de los estranguladores de Hillside, dos primos asesinos de California que habían inyectado a sus víctimas Windex y otros productos de limpieza domésticos solo para ver qué efectos producían.
– No. No. ¡Eso no habría tenido ningún sentido! -El doctor Neilson se estaba irritando por momentos. No tenía tiempo para aquello. Tamborileó en el suelo con el pie y chirrió los dientes. Luego, prosiguió-: Por eso seguí investigando y haciendo más pruebas hasta que di con algo. Algo que nunca se me habría ocurrido buscar. Algo que explica claramente el uso de un catéter intravenoso.
– ¿El qué? ¿De qué se trata? -preguntó Manny con tono impaciente, porque no creía que aquel fuera el momento y lugar para hacerse el interesante.
Neilson se dirigió a Dominick.
– Hice otro análisis toxicológico y encontré otra droga en su cuerpo. Cloruro de mivacurium -añadió rápidamente.
– ¿Cloruro de mivacurium? -preguntó Dominick-. ¿Qué es eso?
– Su nombre comercial es Mivacron, y solo puede administrarse por vía intravenosa. Se trata de un relajante de los músculos esqueléticos. En su origen fue desarrollado como relajante muscular para las intervenciones quirúrgicas. Pero, luego, tras una serie de experimentos con pacientes en África, se supo que, aun siendo un eficaz relajante muscular, por desgracia no tenía efectos anestésicos ni analgésicos. Sin embargo, el problema no se detectó hasta después de las intervenciones y una vez que los efectos de la relajación muscular se hubieron disipado y los pacientes fueron capaces de hablar de nuevo, al menos los que consiguieron sobrevivir a las operaciones. Porque eso fue lo que dijeron, que no habían dejado de sentir dolor durante las operaciones. En ningún momento.
– Y sin embargo no habían podido decir palabra… -La voz de Dominick se fue extinguiendo a medida que comprendía la enormidad de lo que aquello significaba.
– Así es. Sus lenguas y músculos faciales estaban paralizados y no podían hablar. -Neilson hizo una pausa para que los dos policías pudieran asimilar la información que les había facilitado, aunque a juzgar por la expresión de sus rostros ya lo habían hecho. Por fin había conseguido impresionar a aquella especie de Starsky y Hutch. Luego, añadió casi alegremente-: Debo decirles que han capturado a un sádico francamente ingenioso.
– ¿Podría decirnos qué cantidad tenía en el cuerpo?
– No puedo determinarla con precisión. En cuanto al Haloperidol, tenía unos niveles más que considerables. Creo que le iba manteniendo la dosis para tenerla sometida antes de su muerte. En cuanto al Mivacron, supongo que le inoculó el suficiente para mantenerla paralizada del todo. Pero recuerden que esta medicina no tiene efectos en los niveles de conciencia, de modo que ella, aun siendo incapaz de moverse, tuvo que estar despierta. Se trata de una droga de efectos rápidos y efímeros. Por eso tuvo que administrársela en gota a gota. Además, dada su corta vida media tras la muerte, lo más probable es que la víctima expirara mientras seguía conectada a la vía intravenosa. Eso explica que el hematoma sea tan reciente: se produjo justo antes de la muerte.
– Entonces, este maníaco… Porque, claro, inyectándose todo ese Haloperidol tiene que tratarse de un maníaco… -Dominick se interrumpió por la furia que sus palabras le despertaban, furia ante la inimaginable escena que se estaba formando en su mente, como si la sola muerte de aquella joven no fuera lo bastante trágica o lo bastante violenta.
«Atención, chicos, hay más. ¡Permaneced a la escucha!»
A continuación, preguntó:
– A ver, doctor Neilson, a fin de cuentas ¿qué significa todo esto? ¿Realmente se trata de un esquizoide, de un maníaco depresivo o de un psicópata? ¿Qué quiere decir exactamente que le hubieran recetado Haloperidol?
– No soy psiquiatra, agente Falconetti. No puedo darle un diagnóstico a bote pronto. El Haloperidol se administra en distintas patologías psiquiátricas.
– ¡Oh, mierda! ¡Ya tenemos otro caso de IPD!
IPD significaba «inocente por demencia». La apelación de demencia era uno de los recursos típicos de cualquier inculpado con un historial comprobado de enfermedades mentales, especialmente si dicho historial incluía esquizofrenia, tendencias maníaco-depresivas o brotes psicóticos probados. Si resultaba posible demostrar que el acusado estaba tan trastornado que era incapaz de entender la naturaleza o consecuencia de sus acciones, o de discernir entre lo que estaba bien o mal, en ese caso el fiscal del estado podía plantear un caso de IPD o el tribunal podía decretarlo. Sin embargo, eso era algo que nadie deseaba. Nadie quería que un acusado se saltara la cárcel y fuera a parar al corredor de los chalados, especialmente cuando para esos casos no existía una sentencia mínima y no se podía encerrar a nadie de por vida. Si el enfermo recobraba la cordura, había que ponerlo en libertad. Tan sencillo como eso. Y con un poco de suerte y el dinero suficiente para comprar unos cuantos diagnósticos favorables, cualquiera podía procurarse un billete de vuelta a casa en menos de diez años.
Dominick empezó a revisar en su mente los últimos minutos de la corta y bonita vida de la desdichada Anna Prado. Recordó los azules ojos que lo habían mirado fijamente desde el maletero, el terror que habían contemplado en sus últimos momentos y que había quedado retratado en ellos para siempre. Entonces le tocó a él y ya no solo a Manny sentir náuseas. Tartamudeó unos instantes, mientras intentaba poner en orden sus ideas, comprender lo incomprensible, describiendo lentamente la escena que en su cabeza se desarrollaba como la peor de las películas de terror.
– Veamos, ese maníaco le inyecta a la chica el Haldol que en principio le habían recetado a él. Eso la deja sumida en una especie de estupor catatónico que le permite llevársela de Level delante de las narices de cientos de testigos, los cuales están tan cocidos o borrachos que serían incapaces de distinguir a sus novias de un asesino compulsivo. Una vez que la ha sacado de allí, la mantiene en el país de las maravillas durante un rato a base de pastillas o más inyecciones mientras se la folla. Luego, una vez se ha divertido con ella durante unos días, o puede que hasta unas semanas, una vez le ha aplicado todos sus juguetitos y violado de veinte maneras distintas, deja que se despierte para la gran traca final y le inyecta con un gota a gota una droga que la deja tiesa y paralizada, aunque por desgracia no la anestesia, de manera que la infeliz nota un insoportable dolor cuando el tío le abre el pecho en canal con el escalpelo, le parte el esternón y le arranca el corazón. ¡Dios santo, esto es aún peor que lo de Bundy o lo de Rolling!
El doctor Neilson tomó la palabra de nuevo. Afortunadamente, su tono carecía del entusiasmo de antes; de lo contrario, Dominick le hubiera pegado o habría permitido que Manny se encargara de hacerlo.
– También he hallado restos de adhesivo en sus pestañas, eso sin contar con que a los párpados tanto inferiores como superiores les faltaban varias pestañas.
– ¿Y eso qué significa?
– Pues que le mantuvo los ojos abiertos con esparadrapo.
– De modo que encima la obligó a presenciar lo que le estaba haciendo y cómo le arrancaba el corazón, ¿no? ¡Madre Santa! -Dominick sacudió la cabeza para apartar de su mente aquella imagen-. Oso, suerte tenemos de haber pillado a ese cabrón.
Manny contempló el cuerpo desnudo y roto de Anna Prado. Se trataba de la hija de alguien, de la hermana de alguien, de la novia de alguien; de una chica que había sido lo bastante guapa para convertirse en modelo profesional. Sin embargo, en esos momentos, un costurón hecho con hilo negro de calibre industrial le cerraba el tajo que le iba desde el vientre hasta el cuello y por debajo de los pechos formando una cruz, negra y zigzagueante, que tapaba el boquete que había dejado su corazón.
– Odio estas jodidas dependencias forenses -fue todo lo que consiguió articular.