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Cuando se lo propuse a mi hermana, se echó a reír divertida, pero me vio tan serio que se desconcertó. Le dije que cuando naciera el bebé lo registráramos a mi nombre. Le diríamos que yo era su padre; una mentira más de tantas que hay en la familia no empeoraría las cosas. Teté comenzó a bajar el ritmo de voz y a hacerme preguntas. Ya casi me la estaba echando en el bolsillo. Quería saber si no me rajaría en el último momento, quería entender por qué diablos un tipo que ni la debe ni la teme va a cargar con un hijo, por muy de su hermana que fuera.

Lo querría tanto como si fuera mi propio hijo, además no pensaba tener hijos propios, ya que no me entendía bien con las mujeres; en esto hubo imprecisión en mi lenguaje, pues Teté me preguntó si era homosexual. Le aclaré que no y seguí adelante. Tener un hijo suyo me ahorraría buscar a una mujer en términos de apareamiento de especie. También me ahorraría los antojos, cambios de humor y tal. Segundo, mi situación económica era inmejorable. Tercero, ella me conocía, sabía bien que no era de los que dejaban colgado a nadie. Podía llamarme Nini —ya ni eso—, inútil, quejumbroso social, pero nunca de los nunca alguien que no procurara cumplir su palabra. Incluso estaba dispuesto a firmarle un papel o hacer un pacto de sangre para que no tuviera dudas de que yo figuraría como el padre y ella no tendría que cargar con un bebé, sino recomponer su propia vida.

—De todos modos, el dolor del parto es el dolor del parto —se quejó.

—Sea como sea tendrás que pasar ese trago amargo.

—Los vecinos se darán cuenta que no es tuyo.

—Cuando se te comience a notar, te vas por un tiempo. Así hacen en las telenovelas y funciona.

—¿De dónde estás sacando tanto dinero? —Frunció el ceño—. A mí no me la pegas con eso de que archivando expedientes en la prepa.

—¿No oíste lo de las demoliciones? Trabajo en eso con Roger. Él demuele casas y yo y Herodes hacemos la limpieza. A veces encuentras cosas de valor.

—¿No me estás mintiendo?

—En serio que no.

—¿No te vas a echar para atrás, Yago? —Me señaló con un dedo, volviendo al tema del bebé.

Dije que no. Y comenzó a sonreír como si el sol se asomara a la ventana, luego de muchos días de lluvia. No cabe duda. Yo era un hombre de provecho.