52
¿Qué cómo salí adelante? Ni de Papa ni de dictador ni actuando de mí. Drogado con pastas. La mayoría de los salidos me conocían de cuando me paraba en la esquina a vigilar la posible llegada del coche negro sin placas. Así que también ellos se comportaron rutinariamente; esto no significa de manera cuerda, claro está. Hice todo tal cual lo hacía Chucho Lerma. Vender, comprar, ampararme en una lista que Chucho me dio, con los precios para cada pirado. Con los nuevos clientes apliqué lo de «según el sapo es la pedrada».
De pronto, apareció Lala, venía raspando por el suelo la punta de uno de esos bastones delgados de invidente. Tenía un golpazo renegrido en la cara y la mirada ausente. Su bastón le dio un golpecito a la maleta de medicinas que tenía entre mis piernas.
—¿Lerma?
—Yago.
—¿Dónde está Lerma?
—De viaje. Pero yo estoy a cargo.
—Quiero mi Valiente.
Recordé que Lala venía en la lista de «subirle el precio». Con toda sinceridad no me pareció justo. Le di el Valiente. Ella se metió la mano en el bra para sacar los billetes, pero le dije que la pasta iba por mi cuenta en esa ocasión pero que no se lo dijera a Chucho. Ese fue el único error que cometí en su ausencia. Además de fiarme de una loca.
—¿Qué te pasó en los ojos?
—¿No es obvio? Pienso que es obvio.
—Sí, ya veo.
—Qué bueno, porque yo no —bromeó.
—¿Tiene remedio?
—Es degenerativo. Estoy aprendiendo a usar el bastón. Pero me cuesta. —Se señaló el golpe en la cara.
—Lo siento.
—¿Qué sientes?
—Lo de tu ceguera.
—No lo sientes.
—En serio que sí.
—En serio que no.
Le ofrecí que se quedara conmigo y luego la acompañaría hasta su casa. Dijo que vivía lejos. Le contesté que eso no me importaba. Por nada del mundo iba a permitir que se fuera sola si apenas estaba aprendiendo a usar ese bastón.
—Gracias, porque si me voy sola me pueden violar en el camino —aseveró—. Desde que era niña me querían violar. Mis hermanos, mis tíos. El del gas. Los policías. Todos. Siempre. Me manosean con los ojos. Los usan para acariciarme. Me huelen. Les gusta olerme. Por eso dejé de trabajar en la papelería. El dueño me olía. Cuando pasaba detrás de mí jalaba el aire con fuerza. Ahora trabajo en una tienda de ropa de mujer. Ojala que la dueña no quiera lo mismo. Olerme y violarme después… Y tú, ¿por qué me quieres acompañar a mi casa? —interrogó suspicaz.
—Yo no quiero acompañarte —dije defensivo.
—¿No que no ibas a permitir que me fuera sola?
Aquella paliza iba a seguir. Por suerte, se acercó un loco a pedirme su mercancía. Y de la nada comenzaron a acercárseme salidos buscando lo suyo. Lala se estuvo un rato, pero luego se fue moviendo en zigzag la punta de su bastón.
No me atreví a decirle que me esperara.