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—¿Puedes abrir los ojos, Yago?
Las lagañas me tenían pegados los párpados. Hice un esfuerzo y pude ver al fulano de traje gris oscuro y pelo negro y brillante. No debía tener más de treinta años.
—Soy Joel Krakauer.
El apellido me resultó familiar.
—Mi tío me pidió que me encargue de ti.
Quizá sacaría una pistola y me pegaría dos tiros.
—Te subministraron un calmante. Pero creo que puedes oírme. Estás en el psiquiátrico. No te preocupes. Vendré a verte pronto. ¿Okay? Estaré contigo en todo este proceso. I promise. —Alzó la mano en juramento y sonrió. No entendí por qué lo había dicho en inglés, quizá para hacerse el simpático o suavizar la situación.
Se puso de pie. Me gustó su traje. Quiero decir que si yo usara un traje usaría uno como ese. Generalmente odio los trajes y a quien los usa. Además olía bien, estupendamente fresco. En fin, que entre su loción, su buen traje, y que no tenía más de treinta, desentonaba en ese cuarto de paredes color verde pálido, donde yo yacía en un camastro que olía a blanqueador.