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Chucho me contó detalles sobre el coche negro sin placas.
—Ningún negocio funciona sin avales, Yago. El nuestro es Daniel Palazuelos, comandante de la Judicial. Ojos azules, uno, pues es tuerto. Una vez me dijo: «Mira, Chucho, dile al Padrino que si no se pone con más dinero dejo que se lo joda la ley». ¿Ya te dije quién era el Padrino? El tipo que me enseñó sobre el bisnes de los fármacos. Sabía mucho, pero tenía el pequeño defecto de ser un gran hijo de puta. Se creía invencible. Trataba mal a los locos. Los hacía sufrir para venderles la pasta. Y pues no, Yago, eso no se vale. Aprende una cosa. Ni Dios es invencible. El caso es que al principio, el Padrino le daba su corta al comandante. Pero Palazuelos quiso que la corta fuera más larga. Primero mil pesos a la semana, luego dos mil. El Padrino tuvo la culpa. Ya no llegaba a vender a pie, como tu servidor. Plantaba su coche del año y abría la cajuela donde tenía las medicinas, descaradamente. Vestía trajes finos. Era ostentoso y Palazuelos se dio cuenta. Yo le pasé las palabras que me dijo el comandante Palazuelos. «Me la pela», me respondió el Padrino. Un día llegaron unos judiciales, le quitaron la merca al Padrino, lo metieron a un coche y luego lo entambaron en el reclusorio Norte. Allá sigue. Y seguirá, porque nadie lo echa de menos. Nomás su mamá, porque ya ves cómo son ellas, extrañan hasta a los alacranes siempre y cuando los hayan parido. Entonces, como a las tres semanas, me busca el comandante Palazuelos. Pensé que también me iba a chingar. No, cabrón. Me propuso que siguiera con el bisnes. Entendió que la clientela se había dispersado y me volvió a cobrar quinientos pesos a la semana. Ahora ya vendo más que el Padrino, pero soy discreto. Tanto que Palazuelos no se ha dado cuenta y me sigue cobrando quinientos pesos por dejarme trabajar.
—¿Y qué tiene que ver el coche negro?
—Son un par de judiciales nuevos, andan como perros porque quieren que también les dé.
—¿Y les das?
—Pura verga. Yo ya le doy a Palazuelos.
—¿Qué te podrían hacer?
—Intimidarme. Por eso en cuanto lleguen hay que meterse corriendo al estacionamiento del psiquiátrico. Los polis de ahí ya saben cómo está el pedo. Les doy un billete y me dejan estarme hasta que ese par de culeros se van. Sánchez y Sánchez, se apellidan igual. Grábatelo por si te los topas. Son prietos como el culo, grandotes y mal encarados. ¿Alguna duda hasta aquí?
—Ninguna, pero es bueno que me vayas contando cómo funciona esto al detalle…
De pronto, Chucho se me quedó viendo con ese recelo que pone la gente cuando se da cuenta que podrías tomar la pala para hacer el hoyo, donde lo vas a tirar de una patada en el rabo.