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—¡Ya llegó el Nini! —exclamó el Pandeado en cuanto crucé la puerta.

Me llamaba así, Nini (ni estudia ni trabaja). Y yo a él, Pandeado, por sus piernas arqueadas. No en su cara, me habría molido a golpes. Si de algo se sentía orgulloso ese tipo era de su cuerpo y de lo bien que —según él— le sentaba el traje de mariachi. No es que estuviera mal, pero ya lo digo, tenía las piernas como si siguiera montado a caballo. Mi mamá solía decirle que era el vivo retrato de Jorge Negrete, el Charro Cantor, pero no se fíen de mi madre. También cree que Dios es un viejo de barbas blancas que todo el día mira la Tierra desde las nubes y no tiene otra cosa que hacer que pedirle a sus querubines que toquen música celestial.

El Pandeado estaba sentado y su culo se hacía gordo cada vez que se agachaba bufando, queriéndose poner sus largas botas. Metérselas le estaba costando la vida.

—¡Míralo, Juana! —Mi mamá tan lejos, pero él gritaba de cualquier forma—. ¡Otra vez viene marihuano el cabrón de tu hijo! ¡Carajo, Yago! Enero, febrero, marzo —comenzó a enumerar cerrando sus dedotes prietos—, abril, mayo, junio, julio y agosto. Ya te chingaste ocho meses diciéndonos que ibas a regresar a la prepa que, por cierto, no sé para qué si ya tienes diecisiete. Y no me digas que a pagar las materias porque eso pasa con los pendejos, que siempre andan arreglando lo sin remedio… ¿Cuál fue la otra? Ah, sí. Que ibas a trabajar de vigilante en un lote de autos. Vigilante tú... —Dibujó una mueca de burla—. A ti te dan un cabronazo y te meten la mano del otro lado de la cara. Luego, ¿con qué más saliste? Cierto, que el Abono te iba a dar trabajo en la funeraria de su tío Enrique. Puro vernos las caras de pendejos a mí y a tu madre. ¡Ya estuvo bueno, digo yo, carajo!

Me habría dicho más, pero perdió la energía en el esfuerzo de calzarse las botas. Así que el resto lo completó mirándome con su típico gesto de perdonavidas.

Mamá vino de la pileta de agua, se limpió las manos en su delantal, tranquilizó a su charro, le dio la bendición y él se fue a trabajar. ¿Dónde? A la calle, junto con otros mariachis, a pararse en una esquina como golfas nocturnas, a la caza de clientes que quisieran serenatas o amenizar sus fiestas y cumpleaños con música ranchera. La verdad es que el Pandeado cantaba regular, así que no era para que se las diera de digno frente a mí.