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El loquero nos citó a las once de la mañana. El hombre tenía un apellido alemán que sonaba a cereal. Krakauer. Era de esos que no mueven un dedo sin que, mentalmente, se hayan trazado un mapa de coordenadas para saber en qué dirección, hora y minuto el dedo se meterá en el aro de la taza para levantarla y llevarla hasta la boca que, con antelación, planea abrir compuertas labiodentales para que el café llegué al interior. Imponía respeto el muy cabrón. El sonido de su voz era igual de tranquilizador que tres jalones de marihuana de la buena, de no ser por eso, con el resto de su aspecto, pulcro y hitleriano, cualquiera habría reventado a llanto partido frente a él, sintiéndose no sólo loco, sino una pobre mosca.

En esa ocasión, quiso que mi mamá, su charro y mi hermana estuvieran presentes. Krakauer cruzó las manos y comenzó a hablar cadenciosamente mientras que unos balines colgados de unas cuerdas de acero se columpiaban dentro de un artefacto posado sobre el escritorio.

—Lo primero que deben saber es que esto no es el fin del mundo…

Su frase hizo que mi mamá sacara un suspiro nervioso. Teté me cogió una mano con fuerza, lista para darme ánimos cuando el loquero dijera algo terrible.

—Yago es un buen chico… —siguió Krakauer.

Asumí que ese primer diagnóstico era el correcto.

—…un buen chico que sufre trastorno bipolar.

Hijoputa.

—¿Qué es el trastorno bipolar? Se los explicaré de la forma más sencilla posible, pero no es, decididamente, el fin del mundo. ¿De acuerdo, familia?

Y así lo hizo. Lo explicó con bolitas y palitos. Los ojos de mi mamá se cargaron de lágrimas. Teté se puso triste. El Pandeado no mostró expresión alguna, pero debía estar furioso de que el loquero dijera que yo era un enfermo (no un mentiroso) y nadie pudiera evitar que me saliera con la mía. Carajo, yo mismo estaba asombrado y por dentro tiraba fuegos artificiales de alegría. Se las estaba colando. A tomar por culo.

Cuando Krakauer terminó su diagnóstico, vino la mejor parte. El tratamiento. Unas pastillas llamadas Depakine, cuyo componente activo, según dijo mi querido galeno, era un ácido llamado valproico. Lo de ácido me sonó interesante a experimentar, pero desde luego di por descontado tomármelas. Ya vería cómo escupirlas.

Realmente, lo mejor fue el complemento de la terapia.

—Apoyo emocional. En cuanto a la alimentación les voy a pedir que le den a Yago gran cantidad de grasos omega-3 poliinsaturados, ¿qué es esto? Pescados como la sardina y el pez azul. No se preocupen, lo escribiré todo en una receta. Y tú, Yago, descansa, pero no te dejes estar en una cama. Convive con la gente. Gente sana —aclaró mirándome con reproche—. Amigos que te dejen algo. Gente positiva y productiva. Sal a caminar, practica natación. ¿Hay alguna piscina cerca de tu casa, algún centro deportivo con canchas de tenis?

Era de partirse su visión de las cosas. Lo que había en el barrio era una coladera sin tapa que siempre estaba inundada y olía a rata muerta.

—¿Y clases de pintura? —dijo la vocecilla de mi hermana—. Yago sabe dibujar muy bien. Yo no. Yo no sé dibujar pero él sí. Y muy bien. Yago hace bien muchas cosas…

—No —descartó el médico—, por el momento nada de actividades que lo aíslen. ¿Hasta aquí vamos bien?

—¿Cuándo se va a curar? —interrogó la pendeja de mi madre.

Segundos después, si ustedes hubieran estado del otro lado de la puerta, es decir en el recibidor, habrían visto salir a una mujer regordeta, morena y manchada de sol, berreando a llanto partido. No quiero ser grosero, pero parecía que llevaba un cuete en el culo. Hay que reconocérselo.

El doctor Krakauer fue detrás de ella. El Pandeado me miró con ojos de «estás muerto por esto» y también salió. Teté se levantó de la silla y me abrazó con unas fuerzas inauditas. Después, también salió. Parecía no querer llorar frente a mí.

El fólder con mi diagnóstico estaba sobre el escritorio. Lo abrí y le eché un vistazo. Paciente: Yago Martínez Cantú. Cuadro: impulsiones malévolas, quebrantamiento orgánico, perversiones morales e intelectuales concomitantes. Sexualidad mórbida. Balbucea palabras ininteligibles cuando se le intenta poner en el aquí y el ahora. Estupidez colateral tras ataques. Gatismo. Babeo. Incontinencia. Baja autoestima. Problemas de concentración, fácil distracción por sucesos sin trascendencia. Pérdida involuntaria de peso. Posible raquitismo o anemia. Tendencias suicidas. Creencias falsas en habilidades especiales. Rasgos cretinos. Agitación, ansiedad, confusión, impulsividad, ideas de persecución, verborrea, pensamiento veloz y disparatado. Episodios mixtos bipolares. Prognosis: indefinida aun.

Quedé hecho polvo.