25
—¿Quién quiere ir a Acapulco el fin de semana? —preguntó mamá.
Acapulco me traía un sabor agridulce. Habíamos ido ahí papá, mamá, Teté bebita y yo, como de seis años. El hostal donde nos hospedamos tenía unas cucarachas del tamaño de los dinosaurios. Mamá me embarró ese aceite de coco que venden en la playa como bloqueador solar y que, en realidad, te asa en tu propio jugo. Mi sueño de hacer castillos de arena se convirtió en esa arena metida como mierda rasposa y aguada en mis calzones. Recuerdo playas como Caleta, y a los tipos que se avientan desde ese pico de rocas que se llama La quebrada. Recuerdo a papá hablándonos de que Acapulco era la gran cosa en los años cincuenta y que iba gente famosa como Tin Tan, Sinatra y Cantinflas a darse la buena vida. También se ufanó de que Elvis grabó ahí una peli, aunque luego me enteré que el Rey realmente nunca puso un pie en Acapulco. Recuerdo que abrazaba a mi madre y la llamaba Juanita y le decía que le iba a comprar una gran casa a la orilla del mar.
De vuelta a Ciudad de México, yo con llagas en la espalda por las quemaduras, vomité en el autobús el arroz que comí en una fonda de la carretera.
Sin importar lo bueno o lo malo del viaje, lo que más recuerdo es que estuvimos juntos. Esa es la última imagen que tengo de una familia. Más bien una postal. Justo antes de que a papá lo atropellara aquel tipo borracho y lo matara…
—¡Puf! —protestó mi hermana—. Acapulco es de viejos, mejor vamos a Cancún.
—No nos alcanza —dijo mamá, ese sitio sólo lo pueden pagar los turistas extranjeros porque en realidad Cancún es como otro país.
—Si Yago pone algo de lo que gana, tal vez sí —reviró Teté, mirándome con maldad.
Mi mamá abrió una lata donde guardaba el dinero. Estaba repleta. En ese momento, el viaje comenzó a materializarse. Nos metimos a Internet y la cantidad daba para un hotel de tres estrellas, pasajes y comidas en sitios de medio pelo.
—Con esto y otro poco que pongas, tenemos para el viaje, Yago. ¿Cuánto te debe don Enrique?
—No lo sé... Tengo que hacer cuentas...
—¿Puedes decirle que te pague una parte, hijo?
Le dije que sí, que no se preocupara, que iríamos a Acapulco como Sinatra y toda esa gente famosa.