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Fuimos a un café de chinos. Amenacé a Teté con decirle a mi mamá que la encontré aprendiendo anatomía con aquel pendejo, pero en el fondo no quería alterarla y que dejara de tener buen humor. Pero Teté le sacó partido al hecho de que le di una tunda al fulanito.
—Te pasaste, Yago —me reprochó—. Se lo diré a mamá.
—Tú te callas y esto queda entre nosotros.
Traté de averiguar si el tipo era su novio. Me dijo que no, que sólo era un “free”.
—Qué “free” ni qué mierda —objeté—. Tienes trece años.
—Ya soy una mujer y tengo mi sexualidad.
—Tienes una mierda. ¿Y qué le ves a ése?
—Se parece a José Juan Brito.
—¿A quién?
—El de El amor no se vende.
—¿Qué es eso?
—La telenovela de las siete.
Lo que me faltaba.
—¿Qué me vas a dar por mi silencio? Fuiste muy abusivo. Javi tiene trece años y además lleva marcapasos en el corazón.
—¿En serio?
—Algo merezco por no decirle a mi mamá que le pegaste a un niño enfermo.
—Bueno, ¿qué es lo que quieres?
Me pidió que le consiguiera boletos a ella y a Cynthia para el concierto de uno de esos grupos que se disfrazan de roqueros heavy pero que, en realidad, sus letras hablan de miel escurrida. No tuve más remedio que aceptar el chantaje.