30

 

 

Herodes había regresado al edificio. Lo encontré con los pies sin calcetines sobre un cojín, mirando futbol en la tele y bebiendo un Red Bull. Me ofreció que entre ambos siguiéramos de porteros.

¿Qué de bueno podía salir si terminábamos bebiendo y fumando mota todos los días? La buena reputación que dejé en el edificio se iría al infierno.

—¿Qué me dices? ¿Hacemos equipo, compadre?

Lo mandé a la mierda.

—¿Cuál es tu bronca, Yago? Nunca estás conforme con nada.

—No quiero migajas.

—¿Y qué es lo que quieres? ¿Qué te dé mi empleo y yo irme a la puta calle?

—Puedes vivir en casa de tu tío Roger.

—Creo que no te he dicho que es maricón.

—Tú también, ¿cuál es el problema?

Se echó a reír.

—No es por eso, güey, es porque mi tío es celoso de su intimidad.

—La casa es grande, hay suficiente espacio para muchas intimidades.

—No, ya en serio, Yago, la neta es que prefiero estar aquí.

—Aquí está el fantasma de tu padre. Y a ti te da miedo, se nota.

—Sólo de noche. Y como de noche estoy moto casi ni me entero.

—Hay algo que no entiendo, ¿por qué le tienes miedo si fue tu papá? ¿Te violó o algo así?

—No chingues, pendejo. Claro que no. Pero me siento culpable.

—¿Tú lo violaste a él?

—¡No, cabrón! ¡Lo dejé morir!

De pronto, me confesó que aquel día oyó un cabronazo en el baño. Y él se siguió en su habitación dándole jaloncitos a su pájaro mientras pensaba en no sé qué actriz. Y que cuando fue encontró muerto a su padre, se había caído y golpeado. Quizá, de haber llegado antes, lo habría encontrado vivo.

No supe qué decirle.

—Son cosas que pasan —se disculpó a sí mismo y se metió un anticonvulsivo—. ¿Por qué no regresas a la funeraria, Yago? Es buen trabajo, además no creo que el Abono te presione. Su tío tampoco. En serio, Yago, cualquiera envidiaría un empleo como ese.

Me estaba encabronando su tono compasivo, así que mejor me largué.

Fui al jardín a buscar a Yumi. Por fortuna la encontré sola, sentada en una banca, dándole de comer a las palomas y a los gatos callejeros.

—¿Qué tal la madriza que le dieron al Pandeado? —Sonrió en cuanto me acerqué.

—¿Cómo lo sabes?

—La banda, Yago, la banda...

Entendí todo, ella me había prometido que mi padrastro me dejaría en paz.

—La banda le puso en la madre —se jactó la china cabrona.

—Más bien la banda se llevó la peor parte —dije mordaz.

—No te preocupes, Yago, están acostumbrados.

—Si averigua quiénes fueron, esto se va a poner peor que antes.

—No seas negativo. —Me sacudió el pelo.

Recordé cuando tuvimos lo nuestro, años atrás. Aquel día anduve merodeando el parque y la observé varias horas hasta que comenzó a oscurecer. Yo usaba una sudadera con gorro, igualito a ese tipo que hizo volar un edificio en Estados Unidos, el Unabomber; me encantaba esa sudadera y el gorro puesto en la cabeza. Le pregunté a Yumi cuánto cobraba. «Nada», me dijo. «Yo no cobro. Lo hago por placer». Me tomó del brazo y me llevó a su cuartucho en el Flamingo Star. De camino me estaba arrepintiendo porque no la vi muy sobria que digamos y porque su cara me fue echando pa´tras, pero me urgía desahogarme.

Recuerdo más la charla que el sexo. Hablamos cosas interesantes. Esto no quiere decir que la plática fuera como para dejar pendejo a Platón. Sólo que filosofamos un poco sobre la vida. Ella creía cierto que la vida es un sueño. «Sí, como Calderón de la Barca», le dije. Me preguntó quién diablos era ese tipo. Le dije que un escritor, el cual había escrito una obra que se titula de ese modo, La vida es sueño, por Calderón de la Barca. Y me salió con su broma: « Sí, la vida es una barca por Calderón de la mierda».

Me preguntó si creía en la reencarnación, le respondí que por ratos, que a veces me parecía haber sido otro, quizá un tipo que cometió cierto número de errores y por eso había regresado a pagarlos. «Yo fui Cleopatra», me dijo. Y yo pensé, mira, ya habías sido puta. Luego nos quedamos dormidos.