Un rayo de tormenta se dibujó en el cielo y acompañó al sol en su amanecer. Espesas nubes tintadas de naranja, todas ellas recién llegadas, eran irremediablemente arrastradas por un viento fuerte y arisco. Derramaron sus gotas de lluvia sin prisas, a ritmo creciente, bañando el follaje perenne que rodeaba al bárbaro, acariciando las hojas para desnudar el blanco de la nieve. Era el albor de un nuevo día, un despertar nublado y lluvioso para el joven Wrack.
El bárbaro se levantó y limpió de hojarasca su húmeda túnica verde. Apartó de los ojos su cada vez más largo cabello rojo y alzó la vista al cielo. El movimiento de las nubes parecía inalterable y acelerado. Suspiró. Gotas de lluvia resbalaban por su rostro, resiguiendo con sinuosos movimientos una mueca de profunda tristeza. Acercó, por costumbre, su mano al cinto, en busca de una Espada Negra que ya no llevaba. Arrugó la frente y suspiró de nuevo. Oteó a su alrededor, para descubrirse entre los árboles, junto a un camino sucio de barro y nieve marrón. Dispuso su mano izquierda sobre el caballo Halcón, su fiel aliado, y lo acarició con cariño. Echó en falta al Beagle, ese chucho despistado del que se había encaprichado en casa de Salami. Pensó que ya había conseguido un buen nombre para él. «Manchas», se dijo, «Manchas es un buen nombre». Pensar en el sabueso lo trasladó a momentos y lugares pasados y recordó, sin querer, a Marion. La echaba de menos, quería estar con ella. Era incapaz de pensar en nada que no tuviera su rostro, su nombre, su anhelo. Sintió que se le despertaba el lagrimal y frotó los párpados con el puño cerrado. Luego, apático y mojado, agarró el escudo de Absellarim y se lo colgó en la espalda. Oteó, sin mirar, a su alrededor, y montó con agilidad sobre Halcón.
Avanzaba a un ritmo tedioso, sin prisa ni energía, mientras su mente seguía sumida en cavilaciones redundantes y caóticas de culpa, dolor y rabia. Agarraba las riendas con ambas manos y miraba inconscientemente sus brazos tatuados. Murmuró en la mente las runas espirales y las triangulares, las repitió en voz alta, haciendo las respiraciones y las pausas adecuadas, intentando retener en su memoria incapaz unos hechizos que nunca recordaba al despertar. Se preguntó de pronto qué runas utilizaba para dominar el fuego y cuáles para despertar la luz. Suspiró por tercera vez y decidió dejar de pensar.
El trotar del caballo era silenciado por el empapado barro del camino, que cedía a cada paso. La lluvia no cesaba, bañando un paisaje marrón y gris. Siguiendo el camino pudo ver, entre una cortina de gotas, un largo muro ceniciento que sobresalía en un lateral. Se acercó a él con interés, para apreciar con sus ojos miopes un mayor número de detalles. La piedra que formaba el muro era gruesa y robusta, la construcción parecía fuerte, fría y aterradora. Siguió avanzando, siguiendo el camino, dejando en el barro las huellas de Halcón. Un rayo cegador, acompañado casi al instante de un fuerte trueno, logró estremecer su cuerpo tatuado. El olor a humedad impregnaba su nariz cuando llegó a la puerta de la muralla. Una forja de metal, abierta y deformada, custodiaba la entrada de aquel misterioso lugar. Lleno de curiosidad, Wrack desmontó de Halcón y se plantó ante ese vasto y vacío terreno repleto de hojas y ramas rotas. Frunció el ceño, al tiempo que apartaba mechones rebeldes de pelo rojo de su propia cara. El suelo estaba alterado y sucio, y había restos de extrañas pisadas en la nieve y el barro removido. Se puso de cuclillas y analizó el terreno. Le pareció evidente, incluso entre charcos de lluvia, que ese había sido el paso de lobos y caballos. Entró en la parcela amurallada para ver con dificultades, a lo lejos, una casa en ruinas. Se preguntó quién diantres viviría allí y qué habría pasado. ¿Había entrado Gryal en ese lugar? ¿Y Marion? ¿Estarían todavía allí?
Salió de nuevo, andando cabizbajo y pensativo en busca de Halcón, cuando alguien chocó contra él. Notó el impacto en la cadera y se giró malhumorado hacia el imprudente que osó importunarle. En el suelo del camino había un niño sucio y empapado, de cabello rubio y cuerpo frágil, que lo miraba con ojos asustados.
-¿Estás ciego, niño? - preguntó clavando su rasgada mirada oscura sobre los ojos grandes y llorosos del crío.
Negó con la cabeza y rompió a llorar. Wrack lo miró extrañado. Asía entre las manos un tarro con una enorme y fea rana que asqueó al bárbaro.
-Que arda el cielo... - murmuró con desfachatez, al tiempo que ofrecía al pequeño una mano a la que agarrarse. El niño se alzó con ayuda del salvaje, agarrando la mano de Wrack con su pequeña diestra y sin soltar de la zurda el tarro de cristal que acarreaba¿Cómo te llamas?
El joven no respondió. Cubrió de nuevo el tarro con ambas manos y rompió a llorar. El anfibio que había en el recipiente no dejaba de croar y Wrack empezaba a estar harto de esa extraña situación.
-¿Bueno, qué? ¿Vas a responder o no?
El niño negó con la cabeza y bajó la mirada. No se atrevía a mirar a los ojos al bárbaro. Pequeños ríos de agua de lluvia resbalaban por su cabeza.
-Bah, ¡críos! ¡¿Quién querrá niños?! - gritó.
Se alejó del niño y se acercó a su caballo Halcón. Acarició la crin del animal, pensativo, al tiempo que escuchaba a su espalda el tímido llanto de ese pequeño desconocido, acompañado del croar de la rana y la incesante melodía de la lluvia. Suspiró por enésima vez, harto de la tormenta y de tan caótico despertar.
-Vamos... ven. Puedes confiar en mí - le ordenó bruscamente. El niño se acercó a pasos cortos, desconfiado-. ¿Sabes quién soy?
-Sí - respondió al fin.
-Vaya, nos vamos entendiendo pequeño... - sonrió el bárbaro¿Y se puede saber quién soy?
-Otro hombre que quiere matar a Gryal - sollozó tras intentar reprimir unos mocos que empezaban a asomar por su nariz.
-¿Eso crees? - preguntó acercándose-. ¿Y de qué huyes?
-De los hombres que buscan a Gryal.
-¿Hombres que buscan a Gryal?
El niño afirmó con la cabeza, acostumbrado a comunicarse mediante gestos durante años.
-Je han hecho daño esos hombres? - un movimiento de negativa sirvió de respuesta-. Mejor, ¡no querría tener que darles una lección! - sonrió Wrack, pero el niño seguía llorando desconsolado.
El bárbaro no sabía qué hacer. Sentía compasión por el niño, así que agarró las riendas de Halcón, se acercó al desconocido y se sentó junto a él, en el barro del camino. La tormenta no cesaba en vaciarse sobre ellos.
-Si no nos movemos vamos a quedar empapados - sentenció Wrack.
El niño también se sentó y lo miró a los ojos. Se mordía el labio y no paraba de sollozar. El salvaje, tan extrañado como preocupado, acarició el cabello del pequeño y éste respondió abrazándose con fuerza a un Wrack desconcertado. El llanto del niño se desbocó y empezó a gritar.
-¡Han matado a Ratafía! ¡Lo han matado! ¡Lo han matado!
Wrack no supo qué responder a sus gritos. Siguió abrazando al pequeño hasta que dejó de gritar y temblar.
-¿Por qué lo han hecho? - preguntó el niño sin esperar respuesta-. ¿Tú también buscas a Gryal?
-No - dijo el hechicero de ojos rasgados. Se desprendió del abrazo del niño y se levantó, hastiado de que al final todos hablaran de la misma persona, que todos hablaran de Gryal-. Yo busco a Marion.
-¿A Marion?
-Sí, canijo sí, a Marion. ¿Acaso sabes de quién hablo? - el niño asintió con la cabeza, algo asustado por su respuesta-. ¡Que arda el cielo! ¿Dónde está?
-¿Vas a matarla?
-¿Quién querría matar a Marion?
El niño subió los hombros y las cejas, para luego dejar la rana en el suelo. El anfibio empezó a saltar entre los charcos, a gran velocidad. No variaba su dirección ni sentido y mantenía un idéntico croar.
-¿Qué le pasa a ese bicho asqueroso?
-Su nombre es Catón... Puede encontrar a Marion.
-¿Ah sí? - Wrack esbozó una mueca burlona y se acercó al anfibio para mirarlo de cerca. No vio en él nada especial, aunque pensó que era feo y resbaladizo. Luego miró al niño y este asintió con la cabeza, completamente seguro de su respuesta-. Pues dile a la rana que la busque.
-¿Puedo ir contigo?
-¿Cómo? ¿A dónde?
-Con Marion.
-¿Con Marion?
-Sí, con Marion.
-Que arda el cielo... - el joven del cabello rojo repasó con frialdad al frágil niño que tenía ante los ojos. Tenía una sonrisa tierna, un cuerpo huesudo y desaliñado, los ojos grandes y marrones, el cabello rubio y una cara inocente y penosa-. Bah, vente si quieres - dijo compasivo-. Pero mea solo, llora poco y no molestes.
El niño sonrió y agarró de la mano al bárbaro, que no supo cómo reaccionar. Se sonrojó y se desprendió disimuladamente del niño para seguir con sus preguntas.
-Bueno, a ver... Yo soy Wrack, encantado... ejem... - le costaba ser diplomático y educado-. ¿Y tú cómo te llamas, niño?
-Mudito.
-¿Mudito? ¡Si tú no estás mudo! ¿Qué mierda de nombre es ese?
Mudito volvió a alzar los hombros y las cejas, avergonzado, sin saber qué responder.
-Y... ¿qué edad tienes? - continuó.
-Nueve.
-Te echaba menos, la verdad... - sonrió el bárbaro-. Bueno, dime, ¿cómo encontramos a Marion?
-Así - musitó en voz baja. Se mordió un dedo hasta sangrar, ante la mirada desconcertada del salvaje, para luego dejar que la rana lamiera su herida.
-Catón, tengo un nuevo destino para ti - dijo el niño en voz alta, haciendo memoria-. Su nombre es Marion.
La lluvia acompañó la expectante mirada de Wrack que, impaciente ante el silencio y la pasividad de la rana, volvió su mirada inquisitiva sobre Mudito. Este subió y bajó los hombros, para luego sonreír tímidamente a su nuevo amigo.
-Igual no se llama Marion...
-¡Que arda el cielo! ¡Claro que se llama Marion! ¿Cómo no se va a llamar Marion? Yo creo que esta rana hace lo que todas: ¡saltar, comer y morir!
-No... Creo... Creo que tendríamos que decir el nombre completo de Marion.
-¿Completo? ¿Con apellidos y esas cosas? Pues mal vamos... Marion no hablaba nunca de ella.
-Entonces...
-Prueba con éste: Reugal Absellarim.
-¿Quién es Reugal?
-¿Y tú conoces a Marion, niño? - gruñó el bárbaro-. Reugal es el imbécil rubio que la sigue a todas partes.
El niño recordó perfectamente de quién hablaba Wrack. Recordaba haber ayudado al caballero a levantar el pesado tronco en llamas que casi termina con Marion, recordaba aceptar gratamente la propuesta de vigilar a la mujer inconsciente mientras Reugal se marchaba a caballo con un Wrack herido y ausente. Decidió silenciar su opinión, como solía, y sonreír al salvaje de forma despreocupada. Luego dejó que la rana Catón lamiera de nuevo la herida ensangrentada de su dedo y le indicó un nuevo nombre.
-Rana Catón, Mudito te da un nuevo destino: Reugal Absellarim.
La rana croó, inició sus saltos, salpicando pequeñas gotas de agua y barro. El bárbaro, impresionado, acarició con fuerza el cabello del chico y le devolvió la sonrisa.
Y así abandonaron ambos lo que antes fue el Bosque del Coleccionista. Se marcharon, siguiendo el camino que la rana indicaba, escuchando su croar entre el repicar de las gotas de lluvia.
-¿Sabes? - le dijo el bárbaro al pequeño, mientras trotaban relajados sobre el caballo Halcón-. Tengo un buen nombre para ti, niño. Algo mejor que Mudito.
-¿Qué nombre, Wrack?
-Charco - le dijo orgulloso.
-¿Charco? ¡No puedo llamarme Charco!
-¿Cómo que no? Estás mojado, sucio... ¡y siempre tienes una rana encima!
-¡Pero no puedo llamarme Charco!
-Pues te llamarás Charco y punto. Y si no te gusta búscate otro imbécil en el bosque, alguno que te acoja y te ponga un nombre mejor - refunfuñó el salvaje, al tiempo que el pequeño Charco se agarraba sonriente a su espalda-. Que arda el cielo... Qué manía tenéis todos con discutirme los nombres.