1
Fortuna estaba sentado en un viejo taburete de madera, mirando un vaso casi vacío.
«Todo lo bueno se acaba», afirmó para sí. Estaba profundamente aburrido; llevaba horas esperando su contacto en el Vell Espantall. Sabía que Ariano, como se hacía llamar el hombre al que buscaba, había trabajado para los más altos cargos nobles y militares, y que era un sutil y eficiente informador. No en vano, su fama en los bajos fondos era altamente conocida, sin embargo su oficio había sido mitificado. Unos decían que era un brujo siniestro capaz de entrar en la mente de las personas, otros que un poderoso guerrero. Algunos estaban convencidos de que un diablo acariciaba el alma de aquel ser que tanto sabía y tan bien trabajaba.
De lejos, un hombre con bastón lo miraba atento al abrigo de una oscura capucha. Fortuna intentó captar su atención inclinando la cabeza para saludarlo, sin embargo el extraño no reaccionó. «¿Será ese Ariano?», se preguntó. Y continuó observando a su alrededor. Un hombre de pelo oscuro y bastante corto bebía junto a la barra, amorrado a una botella de vino. Vestía ropas oscuras, ajustadas, pero era flaco. «No es éste», pensó, «es delgado y lleva rato bebiendo». Sentados a una mesa, un par de fornidos hombres charlaban. No iban armados, pero sus cuerpos eran fuertes e imponentes. «Ariano trabaja solo, no es ninguno de los dos». Empezó a enojarse. ¿Cuánto tardaría Ariano en llegar? ¿Cómo saber quién era?
-Escuchad, Don Silvestre - dijo Fortuna, acercándose al Tabernero. Pero Silvestre no se giró-. ¡Os estoy hablando, Silvestre!
La taberna calló. Silvestre y el resto de clientes miraron al joven capitán Fortuna, que sintió cómo el sonrojo se apoderaba de su blanco rostro. El tabernero sonrió maliciosamente.
-No estoy sordo, amigo, pero disfruto observando la impaciencia de los soldados. Todos los clientes creen que su urgencia es mayor que la de los demás -y rió. Su risa, hueca y vieja, ofendió a Fortuna, que esbozó una tenue y diplomática sonrisa-. Está bien. Decidme capitán, ¿qué es lo que deseáis?
Fortuna esperó a que el silencio se rompiera. Cuando la taberna recuperó el sonido habitual acercó su rostro a Silvestre y habló con suave tono, ocultando sus labios con la mano para evitar suspicacias.
- Busco a Ariano.
-Vuestros superiores no me han dicho nada al respecto - Silvestre miró a su alrededor-. Señor, debo advertiros que éste no es el procedimiento habitual. No... - entrecortó sus palabras-, no debéis buscar a Ariano sin hablar antes de ello conmigo. Ariano podría enojarse si obrase de otro modo.
-Estoy hablando con vos y tengo oro, Silvestre - dijo Fortuna, dejando de manera sutil sobre la barra un par de monedas-. Decidme ahora, tabernero: ¿es éste el procedimiento habitual?
El tabernero las miró codicioso y, con calma, acercó sus manos irritadas y viejas. Las cogió y las guardó bajo el delantal.
-Bien, capitán...
-Señor capitán Fortuna para vos, Silvestre - repuso el joven.
Silvestre arrugó disgustado la sien, pero prosiguió:
-¿Veis a ese hombre delgado que lleva horas amorrado al vino? Decidle que lo habéis consultado conmigo y que deseáis hablar con Ariano. El decidirá el modo de actuar.
El capitán lo escrutó con suspicacia, bajó la mirada y avanzó hacia el joven. A pesar de llevar rato bebiendo no parecía ebrio; estaba erguido, apoyado con elegancia sobre su brazo derecho. Lo observó de nuevo. Tenía pequeñas arrugas junto a los ojos y en la comisura de los labios. Rodeando la perilla, una barba extremadamente corta, de días. Sin duda, no era tan joven como parecía. Tenía unas manos pequeñas rodeando la botella, y un aire refinado. Debía rondar la treintena, pues unas pocas canas amanecían sobre sus orejas, aunque también éstas seguían un orden estético casi perfecto.
-Hola - dijo, algo ansioso, el capitán Fortuna-. He hablado con Silvestre, quiero ver a Ariano.
El hombre dejó la botella, casi vacía, sobre la mesa y miró a Fortuna, con sus ojos oscuros bajo sus finas cejas negras. Sonrió.
- Escueto y conciso. Decidme, ¿qué os hace pensar que Ariano quiere hablar con vos, Fortuna?
El capitán se sorprendió cuando el desconocido pronunció su nombre.
-Mi cargo y el oro que tengo en el cinto - contestó confiado.
-El saquito no está bien cosido, apenas una cuerda lo une al cinto - el desconocido observaba con atención el pequeño saco oscuro que guardaba las monedas-. Pero es grueso, eso evita que las monedas suenen cuando se mueve, así que tampoco harán ruido cuando lo tenga entre mis manos.
Fortuna miró amenazante al desconocido, que prosiguió:
-Podría quitároslo si quisiera, pero me gusta trabajar - el extraño cogió la botella y avanzó hacia la mesa-. Además, quizá me mataríais como procurasteis con el viejo poeta. ¿Cómo se llamaba? - hizo una pausa y miró a su interlocutor-. ¡Ah, sí, ya recuerdo! El capitán Esner.
-¿Que lo intenté matar? Esner murió yyo no tengo nada que ver con ello. Fue una tragedia.
-¡Oh, claro! Por supuesto...
Fortuna omitió el sarcasmo de sus palabras y miró a su alrededor. Nadie parecía fijarse en ellos.
-¿Y bien? ¿Cuándo podré hablar con Ariano?
El hombre misterioso se sentó sobre un taburete, junto a la mesa, y dejó sobre ella una pequeña daga adornada con piedras preciosas.
-¡Sentaos de una vez, capitán Coleta! - engulló de un trago lo que quedaba en la botella. Acarició la daga, analizando con su avispada mirada al joven capitán-. Serán cinco monedas por callar el asesinato y otras cinco para conocer a Ariano.
-¿Capitán Coleta? ¿Cinco monedas? ¡Todo esto es un ultraje! - gritó Fortuna.
-No, son negocios.
Fortuna sacó una a una las monedas de su bolsa, refunfuñando para sus adentros. Las diez monedas brillaban sobre la mesa, relucientes. El sonido del oro al rozar con la madera encandiló al chantajista, que escrutaba atento las manos del capitán.
-Diez monedas, ¿eh? Interesante. Eso demuestra vuestra autoría en el asesinato - la sonrisa burlona del hombre irritaba a Fortuna, que casi no pudo contener la rabia. El extraño parecía muy despierto.
-Basta de juegos, embustero. Decidme ahora dónde está Ariano.
-No dejéis de mostrarme respeto, capitán Coleta, porque yo soy Ariano. ¿Qué queréis de mí?
La respuesta casi no sorprendió a Fortuna, aunque, en cierta manera, le había decepcionado. Miró a su interlocutor. No era fuerte ni alto, aunque tenía cierto magnetismo y unos ojos de zorro. No parecía peligroso, pero en apenas unos minutos había gastado en conocerlo doce monedas de oro. Demasiado. Ariano repiqueteaba la mesa con los dedos de su mano zurda, mientras con la diestra se rascaba la perilla.
-No vengo por asuntos militares. He oído que sois el mejor recabando información, que vuestros subterfugios y habilidades persuasivas son famosos en todos los rincones de esta península.
-La adulación no bajará el precio de mis servicios, capitán Coleta. Id al grano - Ariano parecía disgustado, miraba el fondo vacío de la botella, casi triste por haberla terminado. Luego, continuó golpeando musicalmente la mesa con los dedos de su mano izquierda-. Decidme qué queréis y os diré cuánto os va a costar.
Fortuna estaba cada vez más enojado, pero relajó sus tensos brazos sobre la mesas. Respiró hondo y miró al irritante Ariano, que observaba la botella sin prestar demasiada atención al miliciano.
-Quiero conocer algunos aspectos de la vida de cierta mujer. Sus manías, temores, deseos; sus caprichos, su forma de pensar, su pasado y su presente. Quiero saber cuándo duerme y cuándo se despierta, dónde orina y con quién se acuesta. Quiero toda la información en mi poder - los ojos de Fortuna brillaron; había en ellos una fuerte y fulgurante ambición.
-Capitán Coleta, saber dónde hace sus necesidades la mujer de vuestros sueños no creo que os ayude a conquistarla; no deberíais planificar lo que hacer con vuestros sentimientos o con los de ella.
Ariano estaba algo inquieto, parecía que hablar de los asuntos del corazón le incomodaba. Dejó de rascarse la perilla y agarró la botella vacía con ambas manos.
-Conocerla me facilitará conquistarla. Entenderé cómo funciona su mente para poder entrar en su cuerpo - Fortuna estaba realmente convencido de sus palabras-. Ese es mi plan - finalizó.
-No funcionará. Ésa es una mala forma de vivir - Ariano no levantó la mirada, soltó la botella y se rascó el cuello, bajo la perilla. Parecía que sus manos no podían estar quietas.
-¿Acaso se os ocurre una forma mejor de vivir?
-Por supuesto que sí: ¡improvisando! - rió Ariano. Sus ojos eran realmente misteriosos. Su cara sonreía pero su mirada reflejaba una pintoresca y agresiva inteligencia.
-¿Vais a cumplir vuestro trabajo o no?
-Decidme su nombre, dadme el dinero y la información será vuestra - el ropaje negro de Ariano era totalmente opaco, sin reflejar una brizna de luz. Su pelo, espeso y corto, también negro, dibujaba un rostro atento a los movimientos de Fortuna.-. ¿Quién es ella?
-Lorette de Castilla - su voz apenas se alzó, era un debil intento de hablar, pero Ariano pudo comprender sus palabras.
El informador se alzó algo confuso, quizás asustado. Levantó la mano y miró a Silvestre, el tabernero, pidiendo una nueva botella de su tinto favorito. Parecía ausente. Se sentó de nuevo y se frotó las manos con los pantalones para calentarse unas palmas algo frías, esperando paciente la llegada del vino.
-No sois el primero que me pedís justamente esto... El precio será elevado, estáis hablando de asuntos mayores, capitán Coleta, pero ahora no puedo hablar de ello.
-¡Basta de coletas! ¡No se os ocurra volver a llamarme así! Si me decís quién pregunta por ella y me dais la información deseada, no me importará pagar lo que pidáis. Dadme la información y luego pedid el precio que consideréis justo. ¡Pero quiero saberlo todo!
Ariano se mostró sorprendido, pues, al fin y al cabo, Fortuna sería un buen cliente.
-¡Empecemos pues! Las relaciones entre Don Lorencio y el antiguo general Donjuan de Castilla, padre de Lorette, son tensas.
-Eso no tiene nada que ver con... - le interrumpió Fortuna.
-Callaos y escuchadme. Os interesa lo que le voy a deciros, pues será mi primera información. Luego, cada semana, os proporcionaré más información hasta dejaros sin oro ni ropajes.
La amenaza cruzó la mirada gris de Fortuna, que cerró los labios.
-Así me gusta - continuó con sorna Ariano-. Como decía, la enemistad entre Don Lorencio y Don Juan va en aumento. Don Lorencio, que no hace demasiado tiempo ya contó con mis servicios para saber de Lorette, está hundiendo a Don Juan. Le chantajea con información sobre el amor de su hija, el capitán Gryal...
-¡Esperad, Ariano! ¡No vayáis tan deprisa! Habladme de Gryal.
-Otra vez, toda Barcelona está agitada con ese nombre. Gryal, Gryal... - sonrió maliciosamente-. Gryal es un ser mitificado; como muchos otros. Tengo entendido que Esner lo encontró en este mismo local con apenas trece o catorce años de edad. No tenía nada. Con el tiempo se unió a la milicia y fue uno de los capitanes más jóvenes y carismáticos de Barcelona. No era el mejor en nada... Bueno, conquistó a vuestro pajarito, Lorette, en un par de tardes de primavera... ¡Y sin planes! El «Capitán Carisma» era un tipo apasionado, nada que ver con vos - Fortuna arrugó la mirada al escuchar esas palabras, lo que provocó una amplia sonrisa en el rostro del astuto Ariano-. Eso es todo lo que sé de Gryal. El romance con Lorette fue secreto y sonado, carnal y, según dicen, precioso - Ariano alzaba ligeramente el tono de voz cuando hablaba de Gryal. ¿Lo conoció? Fortuna se lo preguntaba, pero escuchó atento el resto-. Sin embargo, Don Lorencio y Don Juan, celosos del éxito del joven capitán, y ajenos a la historia de los tortolitos, trazaron una estrategia para derrocarle sin ensuciar sus manos con sangre ni hundir su propia reputación. Desgraciadamente para ambos, es muy posible que nadie se manchara las manos en su lugar...
-¿A qué os referís?
-Gryal debía morir en algún lugar del norte de la península itálica. Probablelmente así fue. Pero quizá no, porque, como deberíais empezar a saber, sin cadáver no hay difunto. Hay sospechas fundadas por parte de Don Juan de que el joven sigue vivo. Y nada le haría más ilusión, porque eso le liberaría de carga y paga. Por ello, Don Lorencio, ahora enemigo de los Castilla, deseaba asegurarse de que Gryal había muerto y poder chantajear todavía al padre de Lorette.
-¿En qué se basa el chantaje de Don Lorencio?
-Don Lorencio obliga a Don Juan a darle una paga periódica de oro para seguir ocultando a Lorette que fue su padre quien mató a su amado Gryal.
-Entonces Gryal quizá no esté muerto...
-Ya os lo he dicho. Sin cadáver no hay difunto. Además, Don Juan renunció a su cargo para poder actuar sin restricciones, cuidar de su hija y tener la posibilidad de amenazar a Don Lorencio en el futuro próximo sobre difamar y contar lo mismo a los ahora subordinados de Lorencio - Ariano hablaba rápido, sin casi respirar entre frases, y a Fortuna le costaba seguir el ritmo de la conversación-. Un error estratégico, a mi parecer, pero una venganza más dolorosa si se puede consumar. Sabréis que Don Lorencio siempre ansió el poder, así que entenderéis que Don Juan se lo otorga para amenazarlo y pagarle con la misma moneda cuando lo crea adecuado. Simplemente le ha dado algo que perder, un cargo por el que sufrir.
-Pero...
-No hay «pero» posible, Capitán Fortuna. El plan de Don Juan era perfecto, su problema fue que Lorette se enteró por cuenta propia de la traición de su padre y ahora el antiguo general ha estado luchando para conservar el amor de su joven hija, arropado durante un tiempo por su difunto amigo Guillem y un pequeño ejército de fieles - hizo una pausa y continuó-. Desesperado por recuperar el cariño de su hija, envió a esos pocos adeptos que le quedaban en la milicia al norte de Italia para descubrir si finalmente Gryal seguía con vida, y traerlo de vuelta a su amada hija, consiguiendo así su perdón y acabando con el chantaje de Don Lorencio.
-Cierto, el plan es casi perfecto. ¿Entonces, qué salió mal?
-Todo. No encontró a Gryal, ni vivo ni muerto, perdió a su pequeño ejército y seguro que sabréis que su amigo Guillem fue asesinado por unos sicarios de la milicia. Ahora, Don Juan está solo, hundido y deprimido. Ya no es una amenaza para Don Lorencio.
-Un drama - dijo Fortuna con cierta indiferencia.
La historia había enmudecido de algún modo los pensamientos del joven capitán. Era demasiada información.
-Sí, un drama - Ariano sonrió-. Bien, veamos, entonces...
-Entonces... - interrumpió con rudeza Fortuna, recuperando su objetivo-, a mí también me interesa que Gryal no esté vivo, así que informaos al respecto.
-¿Y por qué preferís que haya muerto?
-Mi deseo es conquistar a Lorette; si Gryal está vivo volverá a por ella, y no puedo permitirme tal cosa - sonrió y miró a Ariano, con astucia-. Encargaos de informarme de todo ello también.
-Eso duplicará el precio - puntualizó Ariano, que guardó la daga, preciosa, en su cinto, y se alzó, botella en mano.
-No me importa el precio. Hacedlo. Y empezad hoy mismo - ordenó.
-No creo que eso sea posible. Ahora voy a seguir bebiendo; ya tenéis suficiente información por esta semana. La próxima vez que nos veamos quizá tenga más para vos.
-Ahora trabajáis para mí, truhán. Empezad ya y no perdáis más el tiempo con...
La vanidad del joven irritó aAriano, que le fulminó con la mirada. A continuación sonrió y enseñó, ostentoso, el saco oscuro que tenía en la mano.
-¡Maldita rata callejera!... ¿cómo...? ¿Qué...? ¿Cuándo diablos me habéis robado mi saco de monedas?
-Confiad en mí, capitán...
Ariano seguía dibujando una sonrisa en sus finos labios. Luego, lentamente, cerró la boca y se ató el saco de monedas en el cinto. Su mirada, ahora confiada, se clavó sobre los ojos del irritado Fortuna.
-Soy un profesional - concluyó.
II
Lorette seguía mirando el cielo, tumbada entre unas rocas. A su lado, Inés, casi dormida, la miraba preocupada. El sonido del mar las relajaba en un atardecer lleno de dudas. Su maestro, Guillem, había sido asesinado por unos bandidos, y la noticia había hundido finalmente la ya débil voluntad de una Lorette apesadumbrada. La decepción con su padre, la muerte de su maestro, perder a su amado Eran demasiados golpes para una chica sobreprotegida que vivía de ilusiones.
Inés alzó su espalda. Empezaba a sentir frío. De reojo, oteó de nuevo el rostro de su amiga. Llevaba unas semanas reflejando dolor en cada rincón de su cara.
El rojo del sol dibujaba arqueadas siluetas sobre la tranquila superficie del mar. Unas gaviotas flotaban sobre la misma pescando sus últimas capturas del día.
-Mi querida amiga, ¡tienes que animar esa cara tan bonita! - dijo tierna Inés, algo cansada de la tristeza de su amiga.
-Déjalo, Inés - contestó con desgana la joven, que, inmóvil, seguía mirando el horizonte. Imaginaba caballos blancos en las nubes, veloces y preciosos.
-Lorette... - Inés no sabía qué decirle, sólo podía mirarla, ayudarla con su presencia.
La hija de Don Juan se alzó, ceñida con el vestido blanco y verde que llevaba el último día que lo vio, en el rompeolas. Corrió a la playa. La tela se le pegaba al cuerpo, dibujando una preciosa silueta. Sus rizos se pelearon con el aire de la costa, rebeldes, moviéndose en suave devenir. Descalzó sus pies y sintió la fría y húmeda playa mezclarse con sus dedos. Se quitó el vestido, portando tan sólo la camisa mojada y unas largas y blancas calzas que bañó en agua salada. Lanzó el vestido al mar, esperando que se hundiera entre sus aguas. Había perdido el control, poseída por la rabia. La tristeza le encogía el corazón. Gritó con locura, cuatro palabras sin sentido. Estaba desesperada. El agua mojó todo su cuerpo y permitió al viento de nuevo adivinar sus senos. Enfurecida, golpeó el mar con sus puños, y a cada golpe irritaba y enrojecía sus delicadas manos.
-No puedo más - lloró desconsolada, y habló entre sollozos-. Avanzo como puedo, más que como debo, más que como quiero. Simplemente lloro arrastrando a mis recuerdos que gritan con fuerza. ¿Por qué? Dime, Gryal, amado - preguntaba al viento, recitando en voz alta. Triste, con una mirada muda, desnuda de cualquier alegría. Continuó avanzando por el agua y sumergiendo la mitad de su cuerpo en el mar-. Dime, dime si no pierde nada el que no tiene nada que perder, si no pierde nada el que lo ha perdido todo - se detuvo. Inés la miró, a lo lejos, preocupada-. ¡Dime! - gritó con voz rota y desgarrada, mientras una triste lágrima resbalaba de nuevo por su mejilla-. ¡Dime! ¿Qué pierdo yo? ¡Si ahora me ahogo en este mar de temores! ¡Si me pierdo en la niebla o me muero en el viento! - su voz era un vivo grito en llanto, un tono marcado con dolor-. ¿¡Qué pierdo si desaparezco de esta mísera vida que estoy viviendo!?
Notó la brisa suave acariciarla, el viento blandir con fuerza y agitar su pelo. La respuesta vacía de un aire frío y ligero que sólo le traía recuerdos de un pasado mejor. Y lloró. Cerraba con fuerza sus castaños y dañados ojos pidiendo que terminara su pesadilla, que su vida volviera a ser lo feliz que un día fue.
-¡Lorette! - unavoz sonó a lo lejos, rompiendo sus sordos gritos retóricos. Era la de Inés-. ¡Hay una carta para ti!
-¿De quién se trata? - preguntó casi sin ganas. Sin girarse. Sin siquiera sonreír. Su cuerpo estaba frío, su vello erizado, su piel mojada respondía a golpes de brisa fresca.
Inés agarró fuerte la carta, que se removía por el viento. Leyó sorprendida el autor de la misma, miró a su amiga, y alzó la voz.
-Del capitán Antoni Fortuna.