1

Gryal despertó esta vez algo más animado, menos triste, pero mucho más confuso. Las palabras y el abrazo de Perla causaron el efecto deseado por la chica, habían devuelto un poco de paz al endurecido corazón del capitán. El dolor de Gryal había sanado de forma considerable pero, a pesar de todo ello, algo aceleraba el pulso del joven catalán.

Tenía la sensación de haber estado soñando de nuevo, pero esta vez no con Lorette, no con rizos, ni olas, ni caballos blancos. Soñó que estaba entre arena y barro, corriendo por bosques claros, persiguiendo a ras de suelo el olor de la orina y la sangre. Había despertado tenso, nervioso y alerta, como si abriendo los ojos cortara con su consciencia y le costara adaptarse a la nueva realidad. Se alzó, sudando a raudales, bañando su ropa blanca, con las pupilas perdidas entre la negrura de un bosque pintado por la fina luz de una luna cada vez más menguante. Los puntos negros de sus ojos se dilataron hasta conseguir definir las figuras de su alrededor, observando, todavía nervioso, con los músculos endurecidos y el cuello tenso y erguido.

-Buenas noches, Gryal - la voz de Ergon sonó oscura y fría. Gryal pensó que quizá había perdido algo de ese color neutro que antes la caracterizaba.

-Buenas sean - respondió Gryal de mala gana. No, no podía esperar que la noche fuera buena. Despertar de noche ya no era agradable, como no lo era vivir sólo de noche, andar sólo de noche o comer sólo de noche.

Ergon no siguió hablando, permaneció apoyado en su tronco con los blancos ojos clavados en un cielo oscuro manchado de grises nubarrones. Era el único que siempre estaba consciente cuando Gryal despertaba. Siempre.

-¿Por qué no duermes, Ergon? - preguntó Gryal.

-No dormiré sin sueño - sus ojos blancos penetraron la mirada de Gryal-. Tengo pesadillas.

-Diablos, Ergon, yo también las tengo - comentó el capitán de la milicia, algo irritado-. Sueño que soy un animal persiguiendo una presa. Voy corriendo a gran velocidad, ansioso y frenético por acabar con mi objetivo.

-Parece que los lobos te hablan en sueños - musitó-. Quizá te advierten y te sienten suyo.

-No lo sé, Ergon. Los lobos no hablan y los sueños... sueños son.

-Los sueños rompen con las cadenas de tu mente. Desnudan tu alma, tus deseos, y alcanzan lo imposible. En un mundo de magia los sueños son un puente que lleva a tu interior. Inténtalo. Intenta volver a ese sueño, alcánzalo a consciencia y verás lo que es real en ti - una brisa de aire fresco agitó la negra melena de Ergon, y un pequeño e incómodo silencio se cerró entre los dos hombres cuando terminó el discurso.

-Vaya, es la primera vez que juntas tres frases y lo haces para soltar estupideces - cortó el catalán con sorna.

Pero lo intentó. La voz grave de Ergon penetró en sus sentidos, en su cabeza, y resonó como un himno de valor que recordaría en el futuro, un eco de sabias palabras que nada tenían de estúpidas.

Gryal respiró con fuerza, concentrado, mientras miraba la paz que emanaban los cuerpos dormidos de Perla y Barramar. Soñaban, confiados y tranquilos, como viviendo al margen del dolor. Ellos sí habían aprendido a disfrutar de su merecida libertad, de esa nueva oportunidad. Gryal los envidió y buscó en lo más profundo de su propio ser aquel optimismo que siempre transpiraba, esa vitalidad que lo caracterizaba, esas ganas de luchar. Buscó, buscó y buscó, pero parecía que ese Gryal sano y vivo desaparecía de su ser con rapidez, huyendo de la oscuridad de la noche, oculto en algún lugar en lo más profundo de su alma.

De pronto, una sensación de ira le invadió. Era un hombre frustrado, un animal herido... un animal salvaje.

Un lobo salvaje.

Su cuerpo se estremeció y se alzó con fuerza, como dominado por un poder incontrolable. Casi le pareció ver a Ergon sonreír. Sus manos se abrieron de golpe, tensas, mientras él estaba completamente desorientado, temblando de ansiedad. Bajó el rostro y miró a su alrededor amenazante, pero ya no era con sus ojos con los que miraba. Veía otra vez el bosque, a ras de suelo, a gran velocidad. Giró sobre sí mismo, pero sus piernas no se movían, fuertemente ancladas al suelo. Su mente le mostraba algo totalmente distinto. Estaba corriendo a cuatro patas, en algún otro lugar, a una velocidad enorme, surcando troncos y piedras, saltando zarzas sin parar. Perseguía algo, a alguien, y sintió que se le escapaba. Lo mataría, iba a matarlo, su presa no escaparía. No esta vez. No con su manada. Ergon miraba a Gryal con inquietud. El joven de pelo rizado se había plantado en medio del campamento de forma inesperada, en un extraño trance; luego empezó a mirar a su alrededor con una faz llena de odio, piernas flexionadas, pies inertes entre las mantas y los brazos abiertos en cruz. Respiraba profundamente mientras agitaba su cuello de un lado a otro, extrañamente excitado. Una mueca de rabia descontrolada se apoderó de su rostro, preso al parecer de una nueva alucinación.

El miedo y la prudencia frenaron a Ergon de detener ese momento. Casi temía tocarlo, quiso susurrarle al oído: calma, detente. Pero sólo alcanzó a abrir la boca cuando Gryal cayó en sus brazos, completamente inconsciente.

A Ergon le sorprendieron las consecuencias que tuvieron en Gryal sus propias palabras, unas palabras que había heredado de su progenitor, cuando él de pequeño soñaba en convertirse en un caballero tan fuerte y honrado como su padre... «Los sueños rompen con las cadenas de tu mente», le decía, cariñoso, «en un mundo de magia los sueños son un puente que lleva a tu interior», continuaba, deseando que esos sueños mutaran a su hijo y lo transformaran en una buena persona, en un hombre sin miedo, en un ser que no asustara al resto de personas... o a él... «Intenta volver a ese sueño, alcánzalo a consciencia y verás lo que es real en ti». Intentó, lo intentó de veras. Pero Ergon siempre tuvo miedo, nunca llegó a ser bueno y nunca alcanzó ese sueño. Fue abandonado, repudiado y temido para el resto de su vida, y entonces cambió para siempre sus sueños. «Intenta volver a ese sueño, alcánzalo a consciencia y verás lo que es real en ti», se repitió en su mente.

«Mamá, papá, lo he conseguido, ya he visto lo que es real en mí. He alcanzado a consciencia cada uno de mis sueños, lo he logrado... ya soy... el asesino de mis pesadillas.»

II

Las cortas patas del can pisaban con suavidad la seca hierba que rodeaba el camino. Su morro olfateaba con frenesí, siguiendo cual sombra el rastro salvaje de la manada de lobos. Tras el animal avanzaba el bárbaro Wrack, montado en su corcel gris, girando constantemente su redonda cabeza hacia los laterales para observar el rastro que Gryal había dejado. Pudo ver, incluso a pesar de la miopía, como los animales habían marcado los árboles desgarrando a arañazos sus cortezas.

A veinte pies del joven pelirrojo progresaban a trote lento el caballero Reugal y su protegida Marion. La relación entre ambos era cada vez más amistosa y el generoso Absellarim procuraba no dejar sola a la muchacha ni un solo momento, hecho que irritaba profundamente a Wrack.

El hechicero bostezó con rudeza, cansado al haber pasado de nuevo una noche en vela. Había decidido no detener el paso salvo cuando fuera necesario. El perro que los guiaba no se daba nunca demasiada prisa y se tomaba su tiempo analizando determinadas zonas y marcando su territorio con parsimonia. Reugal miraba el paisaje que los rodeaba, observando que en efecto el camino era suficientemente ancho para un carromato y que el rastro de los animales que seguían al maldito Gryal era cada vez más fresco y reciente. Se percató con su diligente mirada de que el perro se detenía en algunos puntos, avanzando en círculos, marcando árbol tras árbol, como si decenas de lobos se hubieran detenido en el mismo lugar.

Wrack empezó a rascarse el cuello, impaciente al ver que el perro se había detenido junto a un gran árbol a realizar sus necesidades. Apoyó sus brazos desnudos en el cuello del caballo que montaba y detuvo el trote a dos pasos del can, preguntándose cómo el pequeño animal podía seguir defecando y orinando por todos lados sin haber comido nada en todo un día. Divagando entre suspiros de ansiedad, repasó con la yema de sus dedos la textura de su nueva ropa, una ligera túnica sin mangas que había conseguido en casa de Salami. La llevaba colgando, rodeada por un mero cinturón de cuero con hebilla metálica. En el mismo cinto había fijado la espada de madera y atado con cuerdas un par de sus pequeños recipientes de agua.

Reugal se mantuvo alejado y observó detenidamente al bárbaro. Frunció el ceño al preguntarse por qué Wrack tenía esa actitud tan violenta e impetuosa hacia todo y todos. ¿Qué razones habrían llevado al chico a tatuarse el cuerpo, armarse con una espada que no sabía utilizar y perseguir a Gryal sin desfallecer?

-¿Qué sucede, Reugal? - preguntó Marion viendo amanecer la curiosidad en su rostro.

-Nada importante, querida. Tan sólo me preguntaba qué habría pasado en la vida de Wrack para convertirle en alguien así.

Marion reaccionó a la pregunta del caballero con un silencio, seguido por un profundo y largo suspiro. No le gustaba hablar del bárbaro, pero también ella lo observaba.

-Veréis, Marion - continuó el caballero-. Soy de los que cree en la bondad natural de las personas, y dudo que Wrack tenga una mente especialmente... perversa. Es decir, creo que es rudo, impetuoso y egoísta, o al menos eso da a entender, pero lo veo completamente incapaz de urdir un plan malvado para terminar con alguien de forma premeditada. Diría que su comportamiento es algo así como una rabieta infantil que no parece tener fin.

-No habléis de él como si lo entendierais, Reugal. No todos en este mundo hemos tenido una vida tan fácil como la vuestra.

-Con todos mis respetos, Marion, tampoco de mí sabéis nada - cortó el fornido caballero, ofendido por la brusquedad de la mujer-. Y no os molestéis, si tanto os incomodan mis preguntas procuraré evitarlas.

La joven bárbara quiso enmendar rápidamente la tensión, arrepentida de la forma en la que había hablado al bondadoso Reugal.

-Yo... lo siento - se peinó nerviosamente el cabello hacia atrás con la diestra y prosiguió algo tensa con la conversación-. Veréis, Wrack siempre ha sido un salvaje incluso para los bárbaros. Su perspectiva es corta, y así como algunos de nosotros hemos estado más allá de nuestro poblado, Wrack ha pasado toda la vida en el Pueblo Rojo, rodeado de la misma gente, árboles y tiendas. No conoce ni respeta más que su punto de vista.

Ya veo - murmuró el caballero, saciando parte de su curiosidad-. Por eso es tan difícil hablar con él.

-Sí, aunque sólo hay que acostumbrarse a su terquedad.

Y decidme... - insistió-. ¿Por qué Wrack persigue a Gryal? ¿Por qué se ha tatuado el cuerpo de esa manera?

Marion alzó su vista al cielo, incómoda, recordando tiempos no tan lejanos. Vio cómo las finas nubes de verano entrecruzaban su textura blanca, pintando el firmamento a pinceladas de aire. Todo parecía suceder cada vez más deprisa.

-Es una larga historia, Reugal - continuó al fin-. Wrack no tiene padres, murieron en un incendio cuando era un niño - un breve silencio delató que la muchacha prefería no extenderse en detalles-. Cuando Gryal huyó de nuestro poblado mató a mi prometido Viduk, el hermano de Wrack - bajó la mirada al suelo, frustrada, casi forzando sus palabras-. La verdad es que nunca negaré que Gryal tenía razones para huir, pero acabando con Viduk terminó con lo único que impedía a Wrack sentirse totalmente solo.

Reugal guardó en la memoria el nombre de «Viduk» y el término «prometido», y decidió que lo preguntaría en un futuro próximo para saciar todas sus dudas. No quería hurgar en el pasado de la muchacha de forma grosera e incomodarla, así que decidió centrarse primero en entender tan sólo las razones del bárbaro.

-Entonces... a Wrack le mueve la venganza.

-Sí... y la ira, la rabia, la tristeza. A Wrack no le queda nada, y Zahameda, nuestra líder, lo está usando como instrumento para terminar con la vida de Gryal.

-¿Zahameda? Vaya, una mujer enfadada y con poder es siempre peligrosa.

-Peligrosa es un atributo que queda corto ante su ira, Reugal. Zahameda es una bruja temible y malvada que nadie querría tener de enemiga. El deseo de sangre y venganza de nuestra líder facilitó a Wrack conseguir la Espada Negra, el arma más poderosa y respetada de nuestro poblado.

-Ya veo... Pero se trata de una espada de madera y Wrack no sabe usarla demasiado bien. Me he fijado en ello y el joven se limita a agitarla de un lado a otro sin más - sonrió, mostrando su bella dentadura blanca.

-No, Reugal. ¿No entendéis nada de lo que os digo? En este mundo hay poderes que ni conocéis ni deberíais conocer jamás. No todo termina en flechas y escudos - Marion habló entonces en suaves murmullos, por miedo a ser escuchada por el bárbaro-. La Espada Negra es irrompible, lo corta y destruye todo con su magia oscura. Saca los peores instintos de aquél que la esgrime, canaliza toda la rabia y desata un enorme poder lleno de ira y fuego. Pocas manos la pueden dominar, Reugal. La espada... es el mal.

Reugal observó atento al salvaje del que hablaban, que permanecía alejado, montado en su caballo gris y mirando impaciente al perro que les guiaba. Tenía atada la temible espada negra en el lado izquierdo de su cinto, dispuesta para ser desenfundada con la magullada y herida mano diestra, que seguía cubierta de harapos. Él había agarrado esa espada el día de la fuga de Gryal y no había sentido ningún tipo de poder.

-Entonces - reflexionó-, ¿por eso no queréis que Wrack la esgrima? ¿Para que no dañe con ella a nadie?

-Para que no dañe a Gryal y para que no se dañe a sí mismo - la mirada de la mujer era fría y reflexiva-. El resto de gente me importa más bien poco, aunque...

No terminó, y las palabras de Marion sorprendieron a Reugal, que clavó su vista en los brazos fuertes y delgados del joven. Tenía suficiente información sobre la espada y el uso que le daba Wrack. Era el momento de formular la siguiente pregunta, así que preparó su voz y suavizó el tono tanto como supo.

-¿Y qué me podéis decir de los extraños tatuajes de sus brazos y espalda? ¿Qué significan?

Aunque la aterciopelada y cuidada voz de Reugal intentara disimular el interrogatorio, la muchacha estaba cada vez más incómoda por esa larga ronda de preguntas.

-Los tatuajes... - dudó un segundo sobre si debía seguir respondiendo, y decidió finalmente proseguir con la conversación para entender lo que pretendía el caballero-. Veréis, Reugal, tampoco destaca Wrack por su memoria. En nuestro pueblo algunos consiguen dominar la brujería. Zahameda es capaz de ello, y Wrack, a pesar de sus limitaciones, también. Esas personas, más sensibles al poder y a la magia, son también aquellos a los que la Espada Negra obedece. El caso es que, para no olvidar nunca la formulación de los hechizos, se tatuó en los brazos y parte de la espalda las runas que forman cada uno de los sortilegios que domina. Ya visteis de lo que es capaz cuando él, por sí solo y sin el arma negra, lanzó esas llamas de fuego contra Gryal desde la punta de sus dedos... - sus ojos se entrecerraron y miraron furtivamente al hombre del cabello rojo, que seguía apremiando al can-. No sé qué pretendéis, Reugal, pero os advertiré de algo que os puede resultar útil: nunca subestiméis a Wrack.

-No pensaba hacerlo - la respuesta fue rápida y segura. No mentía-. Está claro que este chico es un peligro.

-Lo es. Por eso voy con él, procuro evitar las cenizas que dejaría a su paso. Intento calmar su rabia, alejarlo de la espada... pero sólo consigo enfurecerlo cada día un poco más.

Reugal no sintió simpatía alguna por el disgusto de la mujer. No conseguía entender qué la arrastraba a seguir al bárbaro en su cometido si lo que quería era impedirlo, y tampoco comprendía por qué no quería vengar la muerte de su prometido. Era un acto maduro. Demasiado maduro.

Desde su punto de vista, y tras mirar de nuevo a aquel chico rebelde, sucio y bruto, lo que ese salvaje necesitaba era algo muy distinto al cariño o la comprensión de la muchacha.

-Escuchad, Marion - prosiguió-. Este niño, porque como vos sigue siendo un niño, no necesita vuestros tiernos consejos de mujer - la voz con la que hablaba parecía casi burlona-. Coincidimos en que está fuera de sí, arrastrado por esa rabia infantil, pero si de veras os importa su futuro debéis dejármelo a mí; Wrack necesita algo de educación, de disciplina, y los Absellarim sabemos de ello.

-Pues enseñadle entonces un poco de vuestra genial disciplina - la sorna no ofendió al caballero, que omitió el tono irritado de su voz.

-Creed que lo haré, siempre que él se deje ayudar... y, perdonad mi osadía, pero... - había llegado el momento de formular la pregunta clave, la que quizá explicara del todo la conducta de Marion. Suspiró y redujo la intensidad de su voz-. Marion... ¿qué sentís por Gryal?

¿Gryal? Los grandes ojos de la mujer se abrieron de par en par, sorprendida. Desde luego parecía evidente que los hombres carecían del instinto necesario para adivinar o descifrar los sentimientos de las mujeres. Sintió un repentino deseo de reír, pero prefirió amordazar su risa y responder a la estúpida pregunta.

-Nada. No siento nada por Gryal.

-Pero... entonces, ¿por qué impedís que la venganza de Wrack caiga sobre él? Entendería que lo hicierais por vuestro amigo, pero, ¿por Gryal? ¿Por qué retrasáis e intentáis evitar el encuentro con charlas, llantos y sermones? ¿O creéis que no he visto todo esto?

-¿Puedo saber por qué os importa tanto, Reugal?

A Marion empezaban a fastidiarle tantas preguntas. Ella no gustaba de rendir cuentas a nadie y se lo pensaría dos veces antes de responder sobre temas personales. Su voz había sonado seca, dura y fría. Un canto de pájaro cortó al fin el silencio, y Reugal respondió.

-Me gusta saber lo que hago y por qué.

-Pues lo que hacéis es protegerme y lo hacéis porque queréis.

-¿Protegeros de quién, Marion? ¿de Wrack? ¿o de Gryal?

-De quien sea, Reugal, de quien sea. ¿Esa fue vuestra idea, no? ¿Necesitabais quizá a una damisela en apuros para sentiros completo? Pues ya la tenéis - entrecerró los ojos y los clavó en los del caballero-. Ahora escuchadme bien. Mi única intención es encontrar a Gryal para pedirle que perdone y olvide al Pueblo Rojo, y limpiar así nuestro nombre y honor. Somos bárbaros, pero somos buenos. Eso tiene que ser así, más allá de mi vida y de todas las que vengan detrás. ¿Os parece bien?

El caballero observó que Marion tampoco nombró esta vez a su prometido. Respetó esa elipsis, pero era incapaz de entender que ella no quisiera vengarse de Gryal tanto como lo ansiaba Wrack. Cada vez sentía una mayor curiosidad por entender los sentimientos de aquella compleja y atractiva mujer.

-No, no me parece bien, porque si es así... ¿Por qué diablos vais junto a Wrack? ¿Por qué no vais sola en busca de Gryal?

-Para evitar que Wrack siga ensuciando y mancillando el nombre del Pueblo Rojo y haga cosas de las que luego pueda arrepentirse.

Reugal reflexionó un instante. Seguía sin entenderlo. Parecía que Marion había desarrollado una actitud protectora con el salvaje y joven bárbaro. De algún modo, se sentía totalmente responsable de su devenir y vigilaba con diligencia su comportamiento.

-¿Queréis un sabio consejo? Separaos de Wrack. Así, el vengador perderá para siempre su cometido. El chico no sabe orientarse, su vista es mala de lejos, dejadle solo y nunca encontrará ni el camino hacia Gryal ni el de regreso a casa.

-No... no puedo hacerle eso. No puedo abandonar a Wrack.

-Entonces quizá me equivoqué de pregunta, Marion, y lo que debí haberos preguntado es... ¿qué sentís por Wrack?

Marion enmudeció, abrió ligeramente sus carnosos labios y miró con ojos brillantes a su interlocutor.

-Eh, vosotros dos... ¡basta ya de cháchara! - gritó a lo lejos el bárbaro, con impaciencia-. ¡El perro vuelve a moverse! - señaló con el índice al pequeño can, que lo miraba con ojos lacrimosos y la lengua fuera mientras avanzaba lentamente por el caminoMaldito chucho... ¡Vamos!

Y los tres recuperaron la marcha sin decir palabra. En silencio. Absoluto silencio.

111

-Qué bello espectáculo - murmuró Barramar para sus adentros.

Los pájaros cantaban las últimas odas del día, mientras el astro rey acariciaba con dulzura las copas de los árboles en los que anidaban las aves. El sol se ponía, se escondía lanzando sin complejos los últimos rayos de luz amarillenta, que llegaron al cristalino del anciano en forma de bellos susurros de vida. Hacía mucho que no disfrutaba con tal libertad de la calma de una puesta de sol, pues había tardado años en sentir de nuevo el placer de ver sin barrotes un paisaje pintado por esa luz que se despide. Detrás de Barramar, enrollado entre mantas, reposaba Gryal. Desde el desmayo no había despertado, así que el trío que lo acompañaba esperaba que lo hiciera de nuevo ese anochecer. El sicario de ojos blancos les había contado, no con demasiado detalle, todo lo sucedido esa noche: Gryal había soñado de nuevo con lobos y sangre, y sufrido alucinaciones similares una vez despierto.

Cuanto más tiempo pasaban con el joven más difícil era para ellos discernir el dolor que sufría. Los problemas anímicos de Gryal se estaban mezclando con la mística o la magia que lo rodeaba, y cada vez coincidían con menor recelo en afirmar lo que Sanitier en su día ya hizo: Gryal estaba maldito. Maldito de veras. De día dormía, de noche despertaba. No importaba nada más; nunca sus ojos se abrirían mientras el sol reinase en el cielo. Y la luna... la luna lo protegía; mandaba lobos tras sus pasos, iluminaba los caminos, brillaba con más fuerza, casi siempre visible, siempre presente a pesar de las nubes, a pesar de la niebla. Incluso cuando estaba oculta, rezagada tras la espesura celestial, sabían los Malditos de llan o que estaba allí, vigilante, controlando a Gryal. Todos eran conscientes ya de la maldición de Gryal, el Amante de la Luna.

Antaño, parecía que la fuerza del chico era infinita, que nunca se rendía, que incluso entre rejas era el vencedor. Pero algo había malogrado esa moral, esa voluntad de hierro. Perla y Ergon se dieron cuenta enseguida de que Gryal había cambiado, de que era más débil. A Barramar le había costado algo más aceptarlo, pero era ya una evidencia. Y cuando parecía que nada más podría afectar al chico llegaron esas pesadillas que trastornaron su ser, su consciencia. Quizá era demasiado. «¿Estás bien, Gryal?», preguntaban, «¿cómo puedo ayudarte?»

Perla y Ergon concluyeron que la maldición era la causante del desánimo de Gryal. A Barramar le pareció correcto ese punto de vista, que tan bien conocía después de sus largos viajes en carro; pero él tenía otra teoría para explicar el estado actual de Gryal: el amor. Perla ya habló en su momento con Gryal, entre llantos de despecho. También lo hizo Ergon, entre pesadillas de lobo. Así que hoy sería su turno.

Finalmente el sol se marchó. Un último destello anunció su retirada. Había algunas nubes en el firmamento, antes manchadas de una amalgama de colores, ahora grisáceas, cada vez con menos rojo tiñendo su silueta inferior. Cuando toda luz solar murió, un aliento surgió de la noche... Y Gryal abrió los ojos.

-¡Uh! - dijo alegre y sonriente el viejo-. ¿Más pesadillas, Gryal?

La voz del anciano bombardeó sus frágiles tímpanos con la brusquedad de una conversación tan precipitada como inesperada.

-Diablos, pero si estás despierto, Barramar. ¿Hoy anochece antes? - murmuró el joven con voz pastosa y sin vocalizar. Se sentía espeso, con la mente aún cargada y adormecida.

-Ergon nos ha obligado a turnarnos por las noches. Ya sabes que es difícil negociar con él - el viejo no mostró su disconformidad durante mucho tiempo y sonrió de nuevo apenas terminar la frase-. Así siempre habrá alguien despierto a tu lado. Por si eso fuera poco, a partir de mañana ya no acamparemos más; dice que es más seguro no detener nunca nuestra marcha.

Gryal escuchaba las palabras de Barramar pero aún no era capaz de asimilarlas.

-¿Y bien? ¿Cómo te encuentras, joven? - preguntó. Esta vez dejó de sonreír. Cerró su fea boca y arrugó la vieja frente que coronaba su rostro.

-Bien.

-Vaya, mejor así. Ya lo creo, sí - el anciano hablaba frenéticamente y algo tenso, quizá nervioso.

-Sí - contestó secamente Gryal-. Mejor.

Barramar lo miró disgustado y contrajo todavía más su mirada.

-¿Seguro que estás bien?

-¿Cuántas veces quieres que te responda, Barramar?

-Oye, relaja tus ánimos, Gryal - la seriedad de Barramar era inaudita e incómoda-. Estoy cansado. Se te ha acabado andar como un muerto, llorar como un niño y hacerte la víctima. Todos tenemos nuestros problemas; sin embargo, todos te estamos cuidando y protegiendo y ayudando y limpiando los mocos. Quizá sea hora de que te muestres algo más cariñoso y agradecido con nosotros, ¿no crees?

-Déjame en paz.

-¿En paz? - Barramar alzó la voz-. No. Basta de huir. ¿Estás maldito? Pues apáñatelas; no hay sitio para inútiles en este carruaje.

-¿Inútil? ¿Yo? - Gryal clavó su mirada en los pequeños ojos de Barramar-. No soy yo el viejo, ni el gafe.

-No, claro, tú eres fuerte y optimista. Gryal, el capitán Gryal, ese tipo que nunca se rinde, ¿recuerdas?

Gryal no respondió. En ese momento deseó partir de un puñetazo la arrugada cara del anciano.

-¿Qué queda de ese Gryal? ¿Tanto te duele estar maldito? ¿Tan rápido se da Gryal por vencido?

-No me he rendido.

-¿No? Pues ellos creen que una maldición ha acabado contigo y ya no sirves para nada.

-¿Quiénes son ellos?

-Cualquiera que vea la pena que das - otro golpe duro. Bajó la mirada y Barramar pudo ver en sus tristes ojos el blanco reflejo de la luna menguante.

-Tú... - bufó sonoramente-. Tú no lo entiendes.

-No, claro, yo no entiendo nada. Aquí tú eres el único que lo entiende todo, el único que sufre, ¿verdad?

-Yo no he dicho eso.

-No, lo digo yo. ¿Qué importamos el resto? ¿Qué importa que te ayudemos, o que te necesitemos? ¿Qué importancia tiene que confiemos en ti? - Barramar era muy expresivo, arqueaba los brazos y gesticulaba con elocuencia-. Lo sé, sé que soy gafe... Barramar el Desafortunado dicen... ¡Uh! ¡Pero hay que tener muy mala suerte para que mi salvador sea más cobarde que yo!

Yo no soy un cobarde.

-¡Uh! ¿No? ¿Quién eres, Gryal? ¡¿Quién eres?!

-¡Soy Gryal Ibori! ¡Hijo de Marcus Ibori! Capitán de la milicia de Barcelona.

-Embustero. ¿Qué ha pasado con Gryal? ¿Ya no tiene nada por lo que vivir? ¿Nada por lo que luchar?

-No lo sé, Barramar, no lo sé...

-¿No lo sabes? ¿Acaso se te ha olvidado amar?

-¡No!

-Ergon te salvó de Ilario, Gryal. No te salvaste solo. Y no te salvó por ser capitán, ni hijo de tu padre. Te salvó porque amabas, conocías el amor y estabas dispuesto a luchar. Perla y yo te seguimos, y no lo hicimos por tu pasado. ¡Lo hicimos por tu mirada! ¡La fuerza que desprendías! ¡Esa seguridad que respirabas por cada uno de tus malditos poros! ¿Dónde está ese Gryal? ¿Por qué te has rendido? ¿Por qué has dejado de amar?

-Basta - replicó con los ojos inyectados en rabia-. No he dejado de amar, no me he rendido, y estoy aquí. Pero tengo miedo, Barramar, es algo que no puedes comprender. Quizá ella me dé por muerto, quizá ya no me ama o se ha olvidado de mí. Quizá, en mi estado, ella no pueda amarme nunca más... Quizá no la vuelva a ver...

-Ella, ella, ella, quizá, quizá, quizá... Como diría mi mujer: ¡Te repites más que la sopa de ajo, Gryal! Eres un cobarde.

-No lo soy.

-Pero tienes miedo. No sirves para nada.

-Puedo superarlo.

-No lo creo.

-¡Voy a superar el miedo!

-Lo dudo de veras.

-¡Diablos! ¡Deja de dudar de mí! ¡Voy a superar el miedo! ¡Puedo hacerlo! ¡Puedo conseguirlo! Soy Gryal, viejo, nunca me rindo, seguiré luchando hasta que sea la luna la que me bese los pies. ¡Si hace falta arrancaré el sol de su escondite para que pinte mi camino! Llegaré a Barcelona, ¿Me oyes? ¡Y allí cortaré todas las cabezas que me impidan besar a Lorette!

Barramar sonrió triunfal, mostrando sus feos y viejos dientes, convencido de haber logrado su objetivo.

-Bienvenido de nuevo, Gryal. Te echaba de menos.

 
La maldición de Gryal
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