1

Sentía la maleza en su espalda, frío en las manos, agua en el pelo. Aún percibía el olor que la lluvia, fresca, había esparcido. Cada vez menos nieve cubría el suelo del bosque. Había llovido en abundancia. Los dedos, entumecidos, estaban bajo una manta de suaves hojas destrozadas por las gotas. Aún le dolía la cabeza. Despertó en una casi absoluta oscuridad, pues apenas se filtraban pequeñas pinceladas de luz blanquecina entre las copas de los árboles. La luna brillaba esa noche con menos fuerza y empezaba a desdibujar su blanca silueta, cansada de mostrar su efigie a quienes trasnochaban. Habría que esperar unas semanas más para verla entera de nuevo.

Se levantó como pudo, apoyando sus brazos a tientas entre hojas y troncos viejos. Tenía la ropa completamente mojada. ¿Dónde habría dejado la espada? La buscó, pero parecía haberla perdido cuando rodó por la pronunciada cuesta del bosque. Lenta y rudamente, avanzó de nuevo por ella, buscando el arma. Sus ojos se adaptaron a la escasa luz con cierta facilidad, detectando con mayor precisión los detalles que le rodeaban. Un pequeño reflejo de metal delató la presencia del objeto. Entonces inclinó con prudencia su cuerpo, cogió el arma del suelo y se la ató en el cinto como buenamente pudo, vigilando que no se le cayera hasta encontrar una mejor forma de guardarla.

De peñasco en peñasco llegó Gryal a la cima de la cuesta. Respiró aliviado. Allí menos árboles le impedían la vista, así que sonrió y miró a su alrededor. Una nube arbórea le rodeaba bajo el pequeño monte. El poblado de Zahameda quedaba lejos, escondido en algún lugar de un frío y gran bosque. «¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?», se preguntó. Cuando huyó no llovía, así que algo de tiempo habría transcurrido. ¿Cuánto? ¿Estaría a punto de hacerse de día? Miró al cielo. La luna no estaba aún demasiado alta, así que seguramente poco antes había sido de día. «¿Acaso he dormido un día entero?». Su misma pregunta le sorprendió, así que dejó que los recuerdos trabajaran y se deshicieran de la maraña que Zahameda había creado en su cabeza. «Perdí el conocimiento sin haberme siquiera golpeado. Tal vez debiera descansar más». Miró de nuevo a su alrededor. Todos los árboles le parecían iguales. «¿Dónde voy? ¿Dónde estoy?». La orientación nunca había sido su fuerte, lo suyo era observar, decidir, pero su mente era incapaz de trazar y memorizar mapas de los lugares. Sobre un plano ilustrado sabía encontrar el modo de aprovechar las ventajas estratégicas que el lugar pudiera ofrecer, pero si ese lugar debía trazarse en su mente era incapaz de recordar cómo llegar a él y, por ende, cómo salir.

Intentó recordar cómo había llegado allí, ordenar en su cabeza todo lo acontecido. Don Juan, su general, le había ordenado la misión: debía llegar a Regensburg, capitanear un ejército, vencer a los infieles y volver victorioso a Barcelona, como había hecho otras veces. Nunca llegó a Regensburg, su presunto destino; y Zahameda le había tendido una trampa. El cochero que le recogió en Italia le abandonó en medio de la nada. Intentó situarse, descifrar su posición actual. Nada. Gryal se sentía perdido. Pronto su mente volvió al presente. «Tengo que encontrar una fuente de la que beber, comer algo, un lugar donde dormir y esperar a que se haga de día; poco puede avanzar un hombre sin saber hacia dónde dirige sus pasos».

Bajó por el lado opuesto de la cuesta que había subido y prosiguió camino. Los sonidos de la noche tensaban su musculatura, agudizaban sus sentidos. Las horas pasaban y Gryal seguía avanzando. Intentó beber incluso del agua de la nieve, engullendo con ansiedad algunos restos de ésta mezclados con barro y hojas. Desesperado por la sed y la oscuridad, descansó unos minutos, concentrado en aprovechar la nieve derretida de las hojas que alcanzaba a ver.

Avanzó un poco más, un paso tras otro, a tientas, adivinando siluetas y rezando en su interior para que las nubes no taparan la luz de luna. Ella era su aliada en la noche, la única que marcaba su camino. Un paso más; sus piernas se cansaban, sus ojos también. Se sentó en un peñasco y tomó aire. Se sentía perdido entre los árboles, en un bosque cada vez más espeso. El sonido de la noche atormentaba cada vez más sus oídos. El viento silbaba entre las copas, el crujir suave de algunas hojas bajo sus pies en un falso silencio, animales e insectos que parecían dormir junto a él. Era el sonido del bosque, vivo y amenazante. «Detente y piensa», se dijo. Intentó agudizar el oído. «Debes encontrar agua», se repetía. Anduvo un tiempo más, dejando que sus pies le guiaran, sin saber hacia dónde le llevarían. Empezó a marearse, inmerso en la espesa niebla de hojas y troncos. Se apoyaba sobre todos los grandes troncos que encontraba. Sentía las hormigas resbalar osadas entre sus fríos dedos, la humedad de un suelo virgen de restos humanos. Seguía sin escuchar el agua. La noche le parecía un tormento, el bosque un nido de pesadillas. Sin rumbo, sin destino, con la vista cansada el lagrimal se le irritaba, pero seguía sin querer dormir, sin poder dormir. Sentía la fatiga en sus carnes, en sus huesos, pero no había un rasgo de sueño en su mirada. Arrastraba consigo el dolor de los pies, zancada tras zancada, presintiendo que la noche estaría a punto de terminar. Se apoyó sobre un rugoso tronco, frío, húmedo. Allí dejó que su espalda sintiera la textura ruda de la corteza del árbol, dejó caer su peso y se sentó en el suelo, con la espalda contra el tronco, abatido, desorientado. «Estoy cansado». Cerró por un instante los ojos. Sintió que pasaban las horas. Escuchaba el aire silbar levemente.

Gotas de nieve se deshacían sobre la tierna capa de hojas en la que se hallaba sentado. Escuchaba el sonido de un bosque vivo, atento, que le observaba. Con calma, Gryal analizó la situación, sus ventajas y desventajas. Empezando su atuendo. Calzaba unas fuertes y gruesas botas de cuero, que le abrigaban los pies; vestía calzones gruesos, cota de liebre con sobrecota de piel de ciervo, todo ajustado con cintos flexibles, y sobre ello una capa marrón ahora absolutamente empapada. A continuación analizó su equipo: simplemente una débil y mellada espada ligera. Nada con lo que hacer fuego o calentar sus manos, nada con lo que orientarse por las noches.

Acarició suavemente el filo de su espada mientras pensaba cuál sería su próximo paso. Pequeños destellos aparecieron en el arma, y casi creyó ver reflejadas las nubes en ella. Sonrió, el cielo era cada vez más claro. Súbitamente, casi sin querer, notó cómo sus párpados se cerraban. Intentó resistirse, pero el peso del sueño era insoportable. Entre sus pestañas se filtraron pequeños rayos de luz amarillenta. El sol había salido, y Gryal se durmió.

II

-Wrack... - era el enésimo intento de Marion para frenar a su compañero, pero éste era demasiado testarudo-. Te digo que no es por aquí. Desde que despertaste sigues errando una vez tras otraMarion tiró de la negra capa que cubría sus rasgadas ropas, pero el obcecado joven no se detuvo.

-¡¿Es que no vas a ser capaz de mantener tu boca cerrada ni por un momento?! Desde que salimos del poblado has estado derritiendo mis oídos. ¡Te digo que Gryal tiene que haber pasado por aquí!

-¡Maldito orgullo masculino! También dijiste que esas setas rojas eran buenas para comer y tuvimos que detenernos tres veces para que las soltaras por la boca - la risa burlona de Marion ofendió al joven e impetuoso Wrack, que detuvo su andar-. Y afirmaste que las nubes negras que asomaban por las montañas detendrían allí su paso, pero la lluvia nos siguió todo el camino - Wrack plantó su figura y miró detenidamente a Marion, amenazante-. Y dijiste...

-¡Basta ya! Si tan inteligente te crees llévame hasta el agua, tengo que rellenar estos tarros. Gryal habrá buscado agua.

Una brisa suave corría entre las hojas de los árboles. Hubo un pequeño silencio entre la propuesta de Wrack y la respuesta de Marion. La humedad se sentía en el ambiente y los pájaros entonaban sus mejores cantos en ese fresco amanecer. Algunas flores nacían bajo los troncos, anunciando la inminente primavera.

-Lo haré. Yo te guiaré - soltó la capa de Wrack, que todavía agarraba con fuerza, y golpeó levemente su trasero para que se apartara-. Vamos... - sonrió la hermosa Marion. Su cabello, negro y salvaje, se paseó sobre la frente de Wrack mientras ella se giraba, hasta dejar que sus ojos vislumbraran sutilmente los del bárbaro para provocar el sonrojo de éste.

Los gestos de Marion eran femeninos y espontáneos, llenos de alegría. Rebosaba simplicidad y desparpajo en cada uno de sus pasos. Wrack la siguió, observando atento el cuerpo de la mujer. Anduvo largo rato, inmerso en sus obscenos pensamientos, siguiendo la estela que dejaba el dulce olor de la chica que lo guiaba. Horas después, tras los pasos de Marion, encontraron el agua.

-Tan sediento estabas, Wrack? - dijo con sarcasmo, al tiempo que cruzaba los brazos apoyada sobre un árbol joven.

Wrack no respondió, sacó la Espada Negra y la clavó en el suelo, mientras desnudaba su torso. La joven observó la temida espada, majestuosamente negra. No reflejaba la luz que les rodeaba, parecía una mancha de oscuridad pintando el verde de un bosque espeso. Apreció la belleza de su empuñadura, con la silueta feroz de un lobo grabada en ella. La presencia del arma le causaba cierto temor. Entretanto, Wrack se arrodilló y puso a remojar sus ropas. Marion volvió a sonreír, analizando esta vez el busto desnudo del bárbaro, su pecho y sus fibrosos brazos tatuados.

-¿Se puede saber qué haces ahora? - le preguntó entre risas. Wrack remojó sus brazos en el agua del pequeño río. Apenas alcanzaba tres palmos en las partes más profundas, pero la corriente era fuerte y dominante, dejando tras de sí una clara y transparente superficie cristalina. El líquido relajó las manos del bárbaro y adormeció sus sentidos.

-Veo, Marion, que a pesar de ser una mujer tu higiene es bastante mejorable. Tienes barro entre el pelo y las uñas, y tu ropa está tan sucia que apesta - dijo mientras bañaba sus manos. Las duras palabras de Wrack enojaron a la chica, que dejó de sonreír para fruncir el ceño-. Pero como yo sí que aprecio mi olor corporal y mi aspecto, lavaré mis ropas y mis manos siempre que pueda.

Wrack le dio la espalda y, lentamente, comenzó a lavar su capa, con una sonrisa satisfecha deslizándose entre sus labios. El aire resbaló por su cuerpo, mojado, y sintió un pequeño escalofrío hasta que, de pronto, notó que Marion lo empujaba por detrás. Quiso mantener el equilibrio, todavía de cuclillas, pero la mujer demostró tener más fuerza de la que Wrack podría esperar de una chica de su envergadura; y el joven de pelo rojo resbaló sobre el suelo mojado que estaba junto al río. El barro cedió bajo el peso de sus botas, cayó toscamente, golpeándose la cara contra el agua en una sonora bofetada. Las ropas que fregaba se desprendieron de sus manos y navegaron por la superficie acuosa, arrastradas sin resistencia por la corriente. Rápidamente, sintió también cómo la corriente lo arrastraba a él unos metros, hasta que alcanzó y agarró una rama que pasaba junto al río. Tragó agua, la expulsó y sintió algo de ansiedad hasta que pudo sacar la cabeza del que resultó ser un pequeño pero fuerte río. Apenas asomó las orejas pudo escuchar la risa burlona de Marion, que observaba a Wrack con una mirada picarona y las manos a ambos lados de la cintura. El chico, enrabietado y ofendido, con medio cuerpo todavía inmerso en el agua y la ropa revuelta en la orilla, sintió el deseo de dar a la mujer una buena lección.

-Wrack, ahora seguro que tu higiene es estupenda. Así que sal, deja de mirarme y recupera tu ropa, vas a coger un resfriado - sostuvo ella, mordiéndose ligeramente el labio inferior.

Y Wrack, tras cruzar de nuevo sus pupilas con las de Marion, bajó la mirada, asintió con la cabeza y no pudo hacer más que volver a sonreír.

111

Gryal despertó de noche. Sintió cómo su cuerpo, apoyado todavía sobre el anciano tronco, parecía recuperar lentamente el movimiento. Abrió los párpados, escrutando en el paisaje restos de luz imaginada, marcas de que el sol todavía existía en su vida. Pero no había día en sus ojos. No había amanecer para Gryal. «Otra vez de noche. Sólo despierto de noche y luego me resulta imposible dormir» se dijo, antes de alzarse entre la nada que le rodeaba. La luna estaba oculta tras un intenso abrigo de nubes negras. Casi no encontraba lugar donde apoyar sus manos ni sabía hacia dónde marchar.

-Esto no me puede estar pasando... - exclamó en voz alta-. Estoy perdido en la noche. ¡Dios mío! ¿Qué hice para que me abandonaras? - sintió que su corazón latía más lento, de una forma tan triste que helaba los huesos. Cada vez menos nieve quedaba entre las ramas de los árboles. Tenía una infame sensación de abandono e injusticia, la percepción de quien siente que las cosas no pueden irle peor. No había sonrisa en sus mejillas, ni confianza. Estaba completamente desorientado. Buscó rápidamente una causa por la que luchar y mantenerse firme ante la dificultad-. Lorette, iré a por ti, vuelvo a por ti... Espérame - se convenció. Sus pasos eran titubeantes, pero su voluntad ya volvía a ser fuerte, tanto como su deseo de vivir, el deseo de un corazón ardiente que anhela el perfume y el amor de una preciosa mujer-. Lorette, espérame - se repetía, en voz baja, una y otra vez.

Avanzaba a tientas, apoyando sus codos sobre los troncos que encontraba en el camino, tropezando con rocas y zarzas. A ciegas en una noche sin luna. Miró al cielo, donde apenas una silueta refle jaba la presencia de unas inoportunas nubes. «¿Por qué no me prestas esta noche tu luz, luna?», pensó.

-¡Diablos! ¡Un poco de luz me bastaría para encontrar agua y comida! - gritó ofendido a la luna, invocando como solía a todos los diablos. Al instante, un frío eco de su propia voz le recordó también su propia ira, y luego la triste resignación del silencio le acompañó. Entonces, alzó el puño con rudeza, dispuesto a discutir de nuevo con su amada luna, pero en la oscuridad no controló bien el espacio y golpeó sus dedos con una rama-. ¡Mierda! - gritó-. ¿Lo ves, luna? ¡Menuda mierda! - Gryal se desesperó y golpeó con fuerza otro tronco, que respondió dejando caer frías gotas de nieve marchita sobre su frente. No estaba teniendo suerte, estaba frustrado y nunca había tenido una gran paciencia. Gryal era un tipo de decisiones rápidas y acertadas, que quemaba etapas y nunca dejaba de avanzar. Sentirse perdido, sin una ruta concreta, le vaciaba el alma. Miró a su alrededor, nuevamente sin salidas, y se sentó ofuscado. No sabía a dónde ir ni qué hacer. «Si sólo tuviera algo de luz...». Y entonces, cual deseo repentino, pura magia natural, una gran luciérnaga azul pasó junto a su frente y le cegó la mirada. El agudo zumbido aturdió sus oídos, la luz a sus ojos. Se cubrió el rostro con las manos, algo asustado, pero la gran luciérnaga no detuvo su ágil vuelo. Medía casi dos pulgadas y brillaba con una luz tan intensa y azulada que permitía a Gryal ver todo aquello que le rodeaba. Adivinó hongos bajo los troncos, arañazos en las cortezas de los árboles. Vio una pequeña telaraña rasgada bajo las ramas que golpeó. Podía trazar con su mirada las siluetas de las pocas flores que empezaban a nacer. La luz del insecto bañaba los árboles de su alrededor de formas y sombras. Gryal sonrió, alzó la palma de la mano y la abrió. El insecto, prudente, se acercó. Parecían observarse, analizarse.

-¡Vaya! - exclamó asombrado.

Lentamente, con un baile alado sinuoso, el maravilloso insecto se posó sobre su mano y bajó la intensidad de su luz.

-Eres un ser precioso, bichillo. ¿Qué haces aquí?

Un suave aleteo y un pequeño zumbido sirvieron a Gryal de respuesta.

-Exacto. No he entendido nada - dijo el catalán, sonriente de nuevo. Todavía sentado, analizó con calma el brillante insecto-. Nunca vi nada semejante a tu luz, ni siquiera las luciérnagas de Andrey brillan con tu fuerza. Es increíble.

El insecto apagó su vientre y la luz dejó de rodear a Gryal. Todavía perplejo ante las capacidades de la gran luciérnaga, no pudo hacer más que dibujar en sus mejillas la sonrisa que la oscuridad le robó.

-¿Cómo funcionas, bicho? ¿Luz?

El insecto volvió a brillar durante un rato. Luego, lentamente, la luz se fundió en la oscuridad.

-Luz - repitió el joven y la luciérnaga aleteó ligeramente, vaciló, y poco después brilló de nuevo-. Parece que me entiendes, ¿eh? ¿Entiendes lo que digo?

La luciérnaga dejó de brillar y se detuvo en la mano de Gryal.

-Claro, no eres más que un bicho, un insecto extraño, no entiendes a los hombres - se dijo entristecido. El insecto alzó el vuelo sorprendentemente, y el agudo zumbido sonó de nuevo en lo profundo del bosque. El animal brilló con su intensa luz y se alejó de Gryal.

-¡No te vayas! Por favor... No puedo ver nada sin ti.

El insecto detuvo por un momento su marcha, flotando en el aire, brillante todavía, y Gryal dio un paso al frente. Luego, casi sin tiempo para ser presenciado, respondió acelerando sus movimientos. Gryal siguió a la luciérnaga con la presteza que sus pies le permitieron. Tras ella podía ver los troncos y ramas que se cruzaban en su camino, los baches y agujeros. Esquivaba las zarzas y daba zancadas a gran velocidad. «¡No te me vas a escapar, insecto!»

Un paso tras otro, sentía el frío calar en sus poros, filtrarse por sus orejas, desnudarle la piel. El frenesí con que seguía al insecto era cada vez mayor, su mirada estaba fija en la luz de la luciérnaga, que arqueaba su recorrido y rodeaba los árboles que encontraba. En ningún momento la perdió de vista, hasta que el insecto se detuvo. Gryal la observó mientras se apagaba lentamente. Sintió el pelo pegado a su piel por el sudor, y su palpitar acelerado por la carrera. Miró a su alrededor, pero sin el resplandor de la luciérnaga ni siquiera diferenciaba las siluetas de los árboles.

-¡Luz! - ordenó Gryal.

El insecto zumbó con un aleteo animal. Sin prisa, pero con intensidad, su vientre se iluminó. La luz azul vistió el paisaje que rodeaba a Gryal. Un delgado río cruzaba el bosque cerca de sus pies, la humedad dibujaba en el aire la satisfacción que sentía. Sonrió, y se arrodilló. Quizá se había terminado la dieta de nieve y setas.

Finalmente, Gryal había encontrado agua. Finalmente, había encontrado luz.

 
La maldición de Gryal
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