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Pudo avanzar sigilosamente por la maleza, disimulando su presencia, hasta que sus ojos de lobo se clavaron sobre el perro. Observó al animal ladrando, agitando nervioso cabeza y cola para llamar la atención del caballero. Luego, vio claramente cómo Reugal Absellarim examinaba el terreno, repasando cada huella, rodeando carro y cadáver en un frío y preciso recorrido. Luego, el hombre de brillante y azul armadura se detuvo y alzó la vista al cielo. Percibió enseguida el murmullo de su voz, una voz que daba, en forma de suave reflexión, una información breve pero vital.

-Estás cerca, Gryal... Quizá demasiado. Incluso yo puedo oler tu presencia.

II

Gryal despertó tumbado boca arriba, entre la hojarasca húmeda del suelo, fijando sin querer la mirada en la luna creciente que brillaba en el firmamento. Estaba confundido por los últimos y encadenados sueños que había tenido. No sabía cómo interpretar lo que sucedía en su mente mientras dormía, si eran meras visiones, imaginación o auténticas vivencias. Tenía la sensación de verlo todo desde un prisma cánido, de sentir la misma tensión y curiosidad que sentían los lobos a través de los que parecía mirar. Recordaba haber atacado y desgarrado la carne de un hombre pequeño con un mágico bastón blanco, recordaba el sabor de la sangre, el olor del miedo. Recordaba cómo Ergon, Perla y Barramar se habían enfrentado a ese extraño hombre, y cómo el carro había sido abandonado. Y recordaba haber visto a ese caballero encontrar con un perro los restos de esa misma escena, y musitar en baja voz que Gryal, él, estaba cada vez más cerca. Luego, con la ansiedad que su caótico despertar le había provocado, desató de su cinto las cartas enrolladas de Lorette y se las acercó al rostro para impregnarse, una vez más, de su aroma. La echaba de menos y sentía cómo la rabia contenida y el cansancio se mezclaban cada día un poco más en su angustiado corazón. Quizá tener tan cerca a Wrack, Marion y el hombre de la armadura azul era una señal, un gesto que apremiaba un nuevo movimiento. Quizá hoy era el día, quizá ahora era el momento. Quizá hoy, las cosas debían cambiar.

-¡Uh! Parece que por fin has despertado - le dijo Barramar, interrumpiendo sus pensamientos y devolviéndolo a la realidad-. ¡Tengo mucho que contarte! Verás... hemos sufrido algunos percances mientras dormías, Gryal.

-Lo sé - interrumpió desde el suelo el capitán de la miliciaNo quieras saber por qué, pero diría que sé todo lo que ha sucedido. He visto lo que le ha pasado al carro, vi el combate contra el Señor del aire, sé que Ergon ha cargado conmigo a sus espaldas durante el día y que Perla no consigue hacer que ese blanco bastón funcione como debería... En definitiva, Barramar, lo sé todo, así que puedes ahorrarte las palabras.

Barramar observaba incrédulo cómo Gryal se levantaba del suelo con asombrosa energía y una sonrisa agridulce dibujada en los labios. El capitán oteó a su alrededor y se alegró al comprobar que Ergon y Perla dormían relajadamente.

-Es curioso que no seas tú el que esté durmiendo, Barramar.

-¡Uh! Creí que tras los últimos sucesos, y considerando lo poco que han descansado estos dos últimamente, merecían dormir largo y tendido.

-Cierto - el catalán dio una suave palmada sobre la espalda del anciano y, tras un largo suspiro, continuó-. Eres buena persona, viejo...

-¡Gracias! - respondió Barramar con una amplia y desdentada sonrisa-. Uh... Gryal, hay algo que te preocupa, ¿verdad?

-Sí - al capitán de la milicia le incomodaba la transparencia emocional de su rostro, pero pensó que quizá esa sería otra señal, otro empujón hacia la gran decisión-. Verás, durante estas largas noches he estado pensando...

-¿Pensando? ¿Sobre qué? - preguntó impaciente el anciano.

-Pienso... de hecho, siento que estoy cansado. Cansado de tener que huir, de escondernos, de avanzar por el bosque con el miedo por bandera.

-Ya veo; nadie es feliz huyendo. ¿Pero qué propones que hagamos, Gryal? Nos persigue un bárbaro que lanza fuego desde la punta de sus dedos, has sido encerrado por locos y toda la gente que encontramos parece tener algún interés en ti. ¡Incluso el Señor del Aire sabía que te buscaban!

-Lo sé, lo sé Barramar, pero no hablo de eso exactamente. En realidad sólo hay una cosa que me encoja el corazón, que me pueda hundir en la miseria, una sola, y sabes que no es esta maldición.

-Uh, ya lo recuerdo... recuerdo tus mismas palabras, Gryal. Es Lorette. Lorette es tu tormento.

-¡Exacto! - dijo con énfasis-. He llegado a la conclusión, además, de que desde mi posición me es imposible ahora mismo alcanzarla, así como librarme de la maldición o de ser perseguido. Creo que nada detendrá a mis perseguidores y que nada me librará de sufrir la ira de aquellos que me quieren capturado o muerto.

-Continúa... - dijo el anciano, que no conseguía adivinar las intenciones de su interlocutor.

-Pues he decidido aprovechar mis problemas, Barramar, exprimirlos. Aprovecharé que soy un hombre buscado allí donde voy y que soy una criatura de la noche.

-No entiendo... entonces... ¿entonces qué haremos? ¡Uh!

¿Cuál es tu plan?

-¿Mi plan? - Gryal miró la luna blanca, que posaba solemne en el cielo-. Despierta a Perla y Ergon, hay algo que quiero deciros y enseñaros. A todos.

Había una nueva luz en él, una llama de rabia le bañaba el rostro. Y el reflejo de la semiesfera inundó de blanco su mirada, en un breve destello que reflejaba la más pura y furiosa ambición.

111

Gryal estaba sentado sobre una gran roca gris que parecía perdida en medio del bosque. Esperaba impaciente la llegada de sus compañeros, repitiendo mentalmente todo aquello que pensaba decirles. Sentía cierta euforia y emoción, quizá ansiedad, ante el desafío verbal que se le planteaba.

Vio después llegar a los tres, con Ergon al frente. El sicario llevaba el sombrero entre las manos, los sacos de hierbas atados a la espalda y la daga en el cinto. Tras él, la joven de corto y rubio cabello avanzaba, con la cabeza descubierta y la capucha colgando. Ella también llevaba algunos sacos, llenos de comida, la ballesta, la daga, la flauta en el cinto y el largo y blanco bastón en la mano. Cerrando el grupo llegaba el viejo y gafe Barramar, con el enorme escudo atado en la espalda, otra pequeña daga en el cinto y otro saco lleno de váyase a saber qué colgando de su cintura. Al catalán le parecía gracioso verlos a todos acarrear todos los objetos de valor, absolutamente desconfiados tras el suceso del Señor del aire. Finalmente, Ergon se detuvo a unos cuatro metros de Gryal y, junto a él, lo hicieron Perla y Barramar. Había llegado el momento.

-Buenas noches a todos.

-Buenas noches, Gryal - respondió Perla con timidez.

-¡Buenas! - dijo el viejo.

Ergon no dijo nada, se mantuvo inmóvil y callado, observando atentamente a Gryal. Su silencio desagradó a Barramar, que lo miró con desdén.

-Intentaré ser breve y convincente, porque lo que voy a pediros, a los tres, no es algo sencillo... y será peligroso - hizo una pausa para mirar uno a uno, y a los ojos, a los tres compañeros que lo escuchaban-. Lo primero que quiero es daros las gracias por vuestro sacrificio, vuestra entrega y vuestra lucha. Gracias, de corazón. Quiero que sepáis que pase lo que pase tras lo que voy a pediros, y sea cual sea vuestra respuesta, nunca dejaré que nada malo os suceda. Lo prometo.

Barramar sonrió abiertamente, Perla permaneció a la espera y Ergon no mostró ninguna reacción, tan impertérrito y neutro como siempre. Gryal decidió seguir.

-Como bien sabéis todos, a causa de mi maldición he pasado ya muchos días dormido y muchas noches despierto, noches en las que la incertidumbre, el temor y la duda han reinado en cada uno de mis pensamientos. Tanto ha sido el dolor, tan intenso ha sido el miedo, que casi olvido quién soy y qué necesito. Vosotros, vuestras palabras y vuestra ayuda han devuelto el coraje a mi corazón; habéis conseguido que recuperara el valor y la confianza que había perdido. Y os lo agradezco, de veras... Pero sigo sufriendo, sigo llorando por dentro y echando de menos a Lorette. Toda esa tensión, todo ese miedo, debe terminar de una vez por todas... ¡Y lo hará hoy! - el eco de su voz recorrió el dormido bosque, agitando la calma que en él reinaba-. Voy a estrangular el miedo de raíz y a usarlo para mis fines, nuestros fines. Sé que nos persiguen y sé que están cerca, ¡pero quiero dejar de huir, dejar de esconderme, y dejar de sufrir por Lorette! Así que escuchad con atención mis dos propuestas.

Una decena de lobos apareció desde la maleza, una pequeña manada que rodeó a Gryal. De pronto, el capitán hizo un ligero movimiento con su mano diestra y los diez lobos se sentaron, sumisos, junto a la gran roca. Perla abrió los ojos sorprendida, Barramar abrió un poco más, si cabe, su enorme boca; y Ergon respiró profundamente, reflexivo: los lobos obedecían a Gryal.

-La primera propuesta es la siguiente: nosotros no daremos rodeos. Nunca. Jamás - hizo una pausa para comprobar la reacción de sus amigos. Vio cómo la sorpresa se apoderaba por completo de Barramar, una extraña calma de Ergon, y una clara seguridad de Perla. Sin duda, ella ya esperaba ese discurso-. Cruzaremos las ciudades sin vacilar y de noche no nos esconderemos de nada ni nadie, porque a nosotros la noche nos abriga, nos persigue y nos protege. No buscaremos la oscuridad. ¡Nosotros seremos la oscuridad!

Los lobos se alzaron cuando él alzó los brazos y aullaron al unísono cuando gritó. El capitán desenfundó la espada, señaló con ella a sus interlocutores y los canes terminaron su canto. Gryal pudo ver entonces a la luna reflejada en el filo de la espada de Absellarim, dibujando la silueta de la inscripción que en ella había. Tomó aire y continuó.

-Mi segunda propuesta es la siguiente: Barcelona debe saber que Gryal sigue en pie. En definitiva, buscaremos la fama o la infamia. El anonimato ya no nos interesa, quiero que el mundo sepa de nuestra existencia, que se mitifiquen nuestras hazañas, que se tema nuestra presencia. Vamos a crear una leyenda tras cada uno de nuestros pasos, una cicatriz imborrable en el camino para que el eco de todos y cada uno de nuestros actos no conozca fronteras. Quiero que mi voz, mi rabia y mi furia lleguen a todos los rincones de Barcelona, para que mis enemigos teman mi venganza y, sobre todo, ¡para que Lorette sepa que estoy vivo y que nunca, ni un solo día, ni un solo instante, he dejado de amarla!

El grupo permanecía callado. Barramar estaba perplejo. ¿Ese era el plan de Gryal? No dar rodeos y buscar la fama. «Menudo plan suicida», pensó, «me gusta». Perla, por su parte, ya imaginaba que el ego de Gryal no tardaría en desbocarse y que el capitán no se conformaría con ser la presa cuando había nacido para ser cazador. Pensó que la búsqueda de una fama exagerada era un buen recurso para conseguir, al menos, que Lorette supiera que estaba vivo. Sin embargo, Ergon, el tercer miembro de la comitiva, apreciaba un gran número de errores en la estrategia de Gryal y la consideraba mucho más apasionada que racional; pero no pensaba abandonarle ahora.

-Así pues, amigos... - continuó Gryal-, si os unisteis a mí cuando el miedo y la cordura me tenían dominado, decidme, ¿me seguiréis también en la locura? ¿En la venganza? ¿En el amor? ¿Estaréis conmigo mañana? ¿Seguiréis a mi manada?

Y tras la pregunta, más lobos se arremolinaron a su alrededor, parecía que nunca había suficientes, que nunca dejarían de llegar animales dispuestos a proteger y seguir a Gryal. Ergon, siempre frío e inexpresivo, dejó escapar al fin una leve y casi inapreciable sonrisa, una mueca llena de emoción causada por la enorme presencia del líder de la manada, un ser maldito y torturado que sería capaz de todo por amor.

-Caminaremos juntos, Gryal - dijo al fin el asesino.

-Siempre fuimos tu manada - continuó Perla.

-Y lo seremos hasta el final - terminó Barramar.

 
La maldición de Gryal
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