1

-Veamos que has conseguido esta mañana, niña... a ver, a ver... ¡Uh! Dos mantas, muy feas por cierto, que al menos nos irán bien para el invierno... Dos capas negras con capucha, una para Gryal y la otra para mí... - seguía contando el viejo, entre murmullos retóricos -y estas botas formidables de piel vacuna. Diantres, Perla, ¡eres buena negociando con la gente! Como diría mi esposa, tienes dotes comerciales. ¿Se puede saber qué has dado por ellas?

-La daga y la ballesta que Gryal me consiguió en la fortaleza de Ilario. Y también tu daga, Barramar.

El anciano la miró, sorprendido. El sol de la tarde bañaba las caras de los tres malditos, que custodiaban al dormido Gryal junto a los restos de la hoguera de la Encrucijada. El asesino estaba en pie, mirando a su alrededor, mientras Perla y Barramar analizaban sentados las adquisiciones que habían conseguido tras negociar con el turco Sharamán, un tipo extranjero, soberbio y adinerado. El idioma había complicado la operación, pero Perla, siempre atenta al lenguaje no verbal y a las sensaciones, había sabido sacar partido de la imprecisa conversación para cambiar esas herramientas marciales por abrigo y ropa.

-¡¿Qué?! - chilló Barramar de pronto, como si su mente reaccionara a destiempo ante la información-. ¿Has dado todas las armas a cambio de mantas y capuchas?

-Todas no... - respondió con miedo la muchacha.

El anciano estuvo un largo rato rumiando la respuesta. Observó las nuevas y buenas botas que Perla le había conseguido, deseando zambullir sus pies helados en un buen calzado después de haber perdido la mitad de su par.

-Uh, Gryal se enfadará, ya te aviso - refunfuñó Barramar con exagerados aspavientos y agarrando disimuladamente las botas-. ¿Por qué no has vendido el bastón blanco de Shami o la pequeña flauta que encontraste en el carro? Esas cosas sí que no nos sirven para nada.

-No quiero vender el bastón ni la flauta. Son míos y me gustan - lo dijo con un tono sumiso, casi sin mirar, clavando las pupilas en el suelo y subiendo los hombros a la altura las orejas.

-¡Diantres de aguas sucias, Perla! ¿Qué importa que te gusten? ¡Necesitamos esas provisiones!

Y ella alzó la cabeza y lo miró con inteligencia.

-¿Por qué no vendemos tu escudo? - le preguntó la muchacha.

-¿El escudo? ¡Ni hablar!

-¿Por qué no? - insistió la joven rubia -. Es grande, muy pesado. No parece que vayas a usarlo. Nos darían una fortuna por él, ¿no crees?

-Maldita seas, Perla... - Barramar la escrutó con la mirada, analizando cada uno de sus gestos-. Conocías mi reacción de entrada, ¿verdad?

-Por supuesto.

La desintegró con la mirada, odiando esta vez, con todas sus fuerzas, la enorme capacidad de Perla para prever situaciones.

-Patim, patam, patum... - una voz grave, profunda y poderosa, interrumpo la conversación-. Buenas tardes, señores. Aver, ¿dónde está aquél bellaco que deseoso está de contar su historia?

La pregunta encontró desprevenidos a Barramar y Perla, pero Ergon giró su rostro al instante hacia el foco del que nació la voz.

-¿Quién eres tú? - interrogó el asesino, tajante.

-Soy Ratafía. Poeta, trovador, cantante y juglar - el recién llegado miró con prudencia y miedo, sin acercarse al sicario de Ilario, para luego presentar a su acompañante. Había empezado hablando un excelente castellano, pero pasó al francés para hacerse entender-. Y éste es mi ayudante, se llama Mudito. Romulia me ha dicho que queríais hablar conmigo.

Perla analizó en silencio a los recién presentados. Ratafía era un alto y grueso adulto de porte solemne y cabeza erguida. Vestía su cuerpo obeso con una túnica noble, atada por debajo de su enorme tripa mediante un delgado cinto marrón. Tenía una cara grande, pero cubierta de una barba negra y poblada, tan espesa y oscura como sus cejas y cabellos. Junto a él, un niño bajito permanecía agarrado a la túnica del artista.

-Sé educado, Ergon, diantres - intercedió el Desafortunado-. Buenas tardes, Don Ratafía. Yo soy Barramar, un sabio anciano. Este paliducho - dijo señalando al portador de los cascabeles - se hace llamar Ergon; y el nombre de esta bella joven es Perla.

Ratafía los miró, tenía una mirada astuta que no parecía poder perder detalle alguno. El chico de su lado, de cabello pajizo y cuerpo picado y delgado, imitó al poeta y observó al trío por orden de presentación.

-Y bien, Don Barramar, ¿cuál es la historia que queríais contarme y por qué creéis que debería interesarme?

-Bueno, la verdad, no es que yo no tenga ganas de hablar ni pueda apreciar y disfrutar de vuestra presencia, señor poeta... - sonrió, enseñando su boca vieja y desdentada-. Y tampoco quiero que penséis que no tengo una historia interesante que contar, pero el caso es que...

-El caso es que es él, y no Barramar, quien debe contaros su historia - cortó fríamente Ergon, señalando el cuerpo dormido de Gryal.

-Es una historia un tanto triste... - quiso añadir el viejo-. Seguro que os gustará cuando os la cuente... ¡Uh! ¡De veras os lo digo! Pero ahora está durmiendo.

-Pues despertad al interesado si tanta urgencia tiene en contarla. Romulia en persona ha venido a verme para suplicarme que hable con vosotros y, sinceramente, adoro dormir durante el día, no tengo todo el tiempo del mundo para escuchar la vida de los demás.

La voz gruesa y dura del poeta despertaba un enorme respeto. De vez en cuando retomaba su idioma nativo y hablaba en castellano, con lentitud y parsimonia, pronunciando con delicadeza cada vocablo. Perla y Ergon apenas conseguían entender lo que decía y agradecían los saltos al francés y la buena dicción del recién conocido.

-Lo siento, Ratafía, pero esto no será posible - repuso con firmeza Barramar-. No podemos despertarlo.

-¿Y se puede saber por qué?

-Se puede saber, señor... - interrumpió Perla, para sorpresa de todos-. Pero de eso trata la historia.

II

El perro aceleró su ritmo. Ladró, meneó la cola y miró expectante a su amo. Wrack se acercó al can y acarició su cabeza. Miró detenidamente a su alrededor. Troncos arañados, hojas pisadas, un camino repleto de huellas caninas y humanas que incluso un inepto sabría apreciar.

-¡Marion! - gritó el salvaje, al tiempo que se aseguraba de tener bien atada la espada en el cinto-. El perro ha encontrado un rastro reciente.

La joven detuvo sus pasos junto al bárbaro y lo miró, esperando más explicaciones. No tardó en apartar de él sus pupilas, avergonzada. Se sentía incómoda a su lado, pues sentimientos enfrentados se le acumulaban cuando el simple nombre de Wrack amanecía en su mente. Amarlo y detenerlo. Contarle la verdad o alargar su inocencia. Mitigar su rabia sin causarle más dolor.

-Están muy cerca - siguió él-. Diría que han abandonado la espesura para adentrarse en el camino.

-Sí, así es. Han tomado este camino - añadió el caballero. Marion lo miró en silencio. Estaba ausente, pensativa, con

la mente navegando entre preguntas y respuestas que nacían y morían en ella. Sabía que el momento de contar la verdad se acercaba y su inminencia sólo ahumaba un poco más cada uno de sus temores. El caballero notó su debate interno y se acercó dispuesto a calmar esa tensión que la muchacha acumulaba dentro de sí.

-¿Acaso sabes a dónde lleva este camino, Reugal? - intercedió Wrack.

-A una encrucijada.

-¿Una encrucijada? - el bárbaro desenfundó inesperadamente la Espada Negra y la acercó a la garganta de Absellarim, que siguió el arma con la mirada-. Muy bien, paladín de los caminos... ¿Seguro que no puedes ser más específico?

-Puedo intentarlo.

-Inténtalo.

Hubo un silencio prolongado. Marion aprovechó la tensión que se respiraba entre los dos hombres para desempolvar sus dudas y preparar la voz. El discurso estaba al caer, sólo necesitaba encontrar las palabras, el tono, la manera. La verdad ardía en su interior, pedía a gritos ser liberada; y quemaba, como queman todos los secretos que no deben ser guardados. Estaba preparada, iba a hacerlo, iba a hablar, pero la voz del caballero Absellarim se le anticipó y silenció su valor y voluntad.

-Este camino lleva a La Encrucijada del Bufón, Wrack - dijo el alto y fornido caballero-. Es un lugar adecuado para descansar y conseguir provisiones sin llamar excesivamente la atención.

111

Despertó junto a la hoguera. Sintió en su piel un contraste evidente entre el frío del bosque y el calor de un fuego cercano a sus pies. Relajó su mente, desperezó su cuerpo y escuchó como crepitaban las llamas con fuerza para desaparecer centelleantes en el aire. Abrió los ojos, algo desorientado, recordando en ese preciso instante dónde se encontraba. Lentamente, estiró sus brazos, bostezó y pudo definir con sus pupilas un gran número de siluetas que se reunían a su alrededor.

-Buenas noches - le sorprendió una voz cálida y desconocida.

Se puso en pie de un salto, desconcertado por el saludo del extraño, y miró a su interlocutor. Era un hombre enorme que permanecía sentado junto a él, observándole. Vestía una gran túnica azul, tenía una barba espesa y negra que coronaba una cara redonda y grasienta; y una melena oscura que reposaba sobre los hombros. Junto a él, también sentado, había un delgado joven de pelo rubio y cara triste, que permanecía callado y observando.

-¿Quién eres tú? - preguntó al fin Gryal, mirando al barbudo y relajando su postura. No parecían peligrosos.

Aprovechó el instante para buscar con sus ojos marrones a sus amigos, que estaban sentados al otro lado de la hoguera, mirándole desde lejos. Barramar cargaba con el escudo y vestía una capa con capucha negra. Perla cargaba en los brazos con una capa idéntica a la del viejo y, junto a ellos, reposaban plegadas un par de mantas gruesas y marrones. Intentó situarse, entender cada una de las novedades que se le presentaban, pero no conseguía comprender qué buscaban sus compañeros provocando tan extraño paradigma.

-Yo soy aquél que has estado buscando - dijo al fin el extraño, cortando sus pensamientos.

-¿Y se puede saber a quién he estado buscando?

-Según tengo entendido, a alguien que necesite saber y contar tu historia.

Y entendió. Gryal supo en ese momento que sus fieles amigos habían tomado la iniciativa en su lugar. Habían llegado a La Encrucijada en busca de lo que él les había dicho buscar: fama, recursos y cobijo. Y, sorprendentemente, eran ellos los que habían logrado todas sus demandas. Pensó que debería darles las gracias en algún momento. Miró de nuevo a su desconocido interlocutor y decidió retomar la conversación.

-Y debo suponer que ese alguien eres tú.

-Efectivamente. Ese alguien soy yo. Mi nombre es Ratafía, soy un poeta que ha perdido la inspiración. Y éste es mi ayudante, al que llamo Mudito por evidentes razones - Gryal se sentó de nuevo en el suelo arenisco para situarse ante el poeta. Se miraron hasta que el capitán asintió con la cabeza, pidiendo a Ratafía que siguiera con su presentación-. Vivo durmiendo en La Encrucijada, buscando sueños y momentos que despierten el arte que había en mí. Y no los encuentro, no logro despertar la fuerza de la poesía que sé que vive en mi corazón. La anciana Romulia y tus amigos me han dicho que tú tienes una historia que contar, que tú vas a devolverme la inspiración. ¿Debo creer que están en lo cierto?

Gryal sonrió al poeta, se rascó sus incipientes rizos con la diestra y respondió al desesperado juglar.

-La verdad, Ratafía, es que no sé si yo puedo devolverte nada. Pero sí sé que tengo una historia que contar y que, desde luego, quiero que tú la puedas relatar.

-Adelante entonces - respondió el poeta-. Soy todo oídos.

Y en ese instante, el chico que estaba junto al poeta se levantó y lanzó una rama a la hoguera. El enorme fuego se agitó ante la mirada del capitán de la milicia. Clavó sus ojos en las temibles llamas y respiró profundamente. La pausa del maldito cambió el comportamiento de los habitantes de La Encrucijada del Bufón, que iniciaron una espiral de movimientos. Un desfile de personas empezó y, una a una, fueron acercándose al joven y valiente capitán para escuchar su relato. Romulia se sentó cerca de la escena, seguida de un pequeño ejército de niños entre los que destacaba, alto y espigado, Escudella, el hijo de Monella.

Perla aprovechó el caos y el movimiento del momento para dirigirse hacia a Gryal y sentarse más cerca de él. Barramar la imitó, dis puso el escudo y las mantas junto la rodilla del catalán y se sentó a su vera. Ergon, por su parte, se levantó y se aproximó un poco más a la escena, sentándose sobre un carro oscuro que había en un lateral de la hoguera.

-Vamos allá - dijo el catalán, nervioso, a sabiendas de que era el centro de todas las miradas.

Se levantó, y un enjambre de curiosas pupilas siguió sus movimientos. El silencio se hizo, inspiró con fuerza, expiró, tomó aire de nuevo y sintió el sonido de su fuerte corazón marcar el compás del momento. Pensó bien las palabras, dispuesto a empezar. Apretó los puños, alzó la cabeza, miró a la luna y levantó la voz.

-Yo... llevo mucho tiempo lejos de mi hogar, demasiado. Y echo en falta a mi mujer. La fuerza del amor que siento por ella me mantiene en pie, porque besarla de nuevo es mi objetivo en la vida y lo único que me impide caer en la locura, la rabia y la desidia. Durante un largo tiempo he caminado, he recorrido largos y difíciles caminos, he enfrentado a brujas y locos. He estado encerrado, torturado y engañado - apretó los dientes con fuerza, arrugó las cejas y miró al poeta-. Soy víctima de una maldición que me impide ver la luz de sol. Me despierto y camino de noche, pero caigo dormido durante el día. La luna me guía y los lobos me siguen. Yo soy... - hizo una pausa, y sintió todos los ojos posados en él. Cerró los párpados y gritó con furia y dolor-. ¡Yo soy aquél que por brujería han convertido en amante de la luna! Mi nombre es Gryal... ¡Gryal Ibori! ¡Y voy a contaros mi historia!

IV

-Así que esto es la Encrucijada del Bufón... - dijo Wrack, sin esperar respuesta alguna.

El perro paseaba entre sus piernas, acercando el hocico a las botas del salvaje, al tiempo que el caballero Absellarim ataba los caballos, uno a uno, a los árboles más cercanos.

Se hizo el silencio, y les alcanzó esa calma tensa que precede la tormenta. Estaban los tres plantados en el camino, observando cómo ante ellos, en la oscura nada forestal, se presentaba una enorme explanada repleta de diversos objetos pintados de luz amarillenta. De noche, La Encrucijada del Bufón ofrecía una imagen mágica y misteriosa, provocada por la luz agitada y fuerte de la gran hoguera que en ella reinaba.

El bárbaro no quiso demorar la decisión, así que sonrió con malicia, desenfundó su espada y empezó a leer y musitar para sí uno de los tatuajes de su brazo.

-Espera, Wrack... - murmuró Marion, con apenas levantar la voz. El salvaje hechicero detuvo sus pasos sin girar hacia ella el rostro.

-Que arda el cielo, ¿se puede saber qué quieres ahora, Marion?

El silencio reinó de nuevo entre ambos. Un silencio incómodo que avisaba que no habían intercambiado muchas palabras desde que hicieron el amor. El caballero miró a la muchacha y acarició su espalda con calidez. Quiso darle fuerzas, quiso decirle que no se rindiera ahora, que era el momento de enseñar sus cartas y decir la verdad.

-No tienes por qué hacerlo, Wrack - pudo decir ella, armándose de valor-. No quiero que mates a Gryal.

-Marion, hemos hablado de esto muchas veces - el bárbaro se giró hacia ella. El suelo empezó a iluminarse allí donde sus pies pisaban y el perro jugó a perseguir la luz que el salvaje dejaba tras cada zancada-. Ya sé que mi abuelo te lo pidió, ya sé que dices sufrir por mí... Pero no impedirás que logre mi cometido. Si de veras quieres ayudarme, si de verdad quieres hacer algo útil, mantente alejada.

-Pero Wrack...

Las palabras de la mujer irritaron al bárbaro. No quería enfrentarse a ella, no quería discutir. Wrack había estado evitando ese momento, ocultando la necesidad de hablar de las intenciones de cada uno, prolongando el estado de placer que sintió cuando vació su simiente en ella.

-¡Está todo hablado! ¿Verdad? - gritó al fin, con rabia. Estaba empezando a enojarse. Quería estar concentrado en su tarea, en su objetivo y misión. Se había entrenado y preparado para ello, para matar a Gryal-. Ya lo hemos aclarado todo, ya lo sabemos todo uno del otro. Acepto tus intenciones Marion, pero no saldrán las cosas como tú querías. ¡Asúmelo!

Él entrecerró sus ojos rasgados. Ella bajó la mirada. Reugal los miró a ambos, mientras los búhos de la noche empezaban su cantar. El frío era cada vez más intenso, y pudo sentir cómo se helaba cada parte de su brillante armadura. De pronto, el perro se acurrucó entre los pies del caballero, asustado por alguna presencia que sólo él pudo captar. Absellarim observó a su alrededor y vio un gran número de pequeñas pupilas rojas observándoles entre la maleza. Los lobos estaban ahí, vigilantes, pues la manada nunca se apartaba de su protegido Gryal. El encuentro era inminente, tan próximo que el caballero sintió acelerar el pulso.

-Hay algo más... - siguió la joven. Pero el hechicero le dio la espalda y siguió caminando

-Deberías escucharla, Wrack - le reprendió el caballero, algo nervioso por lo que estaba aconteciendo. El salvaje pelirrojo detuvo a desgana sus pasos-. Marion se merece tu respeto.

-No, no debo escucharla, Reugal. ¡No quiero escuchar nada más!

-Wrack... por favor. Deja que te dé mis razones.

-¡Ya me las has dado cien veces! - sentenció molesto. Él estaba llenándose de furia, ella estaba acumulando valor. Los caballos movían sus patas, molestos. Todos los animales notaban la tensión del ambiente-. No quieres que mate a nadie,

¿verdad? no quieres que logre mi venganza. No quieres verme sufrir ni quieres que Gryal pague por errores que no son suyos. Lo he entendido, lo entiendo de sobras, Marion. Así que basta ya, ¿me oyes? ¡Basta ya! ¡Está todo hablado!

-¡No! ¡No lo está! - chilló ella. Sus ojos se perlaron de lágrimas. No conseguía encontrar la forma, no alcanzaba a despertar el vocablo adecuado. Mientras, algo se movió en la encrucijada, a la espalda de Wrack. Un par de largas sombras aparecieron a lo lejos, seguidas de negras siluetas que se proyectaban ante una enorme tela blanquecina que colgaba de entre dos árboles-. ¡No está todo hablado! - siguió Marion. Buscó coraje, y buscó palabras, pero no daba con ellas-. Hay... Hay algo que no sabes y deberías saber...

El bárbaro la miró extrañado. Posó sus ojos oscuros y rasgados en la mujer, buscando la forma de no ser convencido, la manera de terminar la discusión de una vez por todas.

-Que ardan todos los cielos, Marion. ¿Acaso no puedes contarme tu vida cuando vuelva arrastrando la cabeza de Gryal?

-¡No! ¡No es mi vida lo que voy a contarte, Wrack! - sus ojos brillaban como piedras preciosas-. Es la tuya.

-Explícate - había conseguido despertar su curiosidad, pero la paciencia de Wrack seguía siendo la misma-. ¡Ahora!

-Tómate tu tiempo, Marion. Busca las palabras adecuadas - le aconsejó Reugal. Una mirada amenazante del bárbaro silenció su propuesta.

-Estás siendo usado por Zahameda - dijo ella al fin-. Eres un instrumento manipulado por el odio y la rabia. Pero nuestra líder no te usa a ti por casualidad.

-Lo sé. ¡Me usa a mí porque yo tengo razones para matar!

-¡No! ¿Acaso no lo ves? - Marion se acercó a él. Acarició el brazo diestro de Wrack, luego su cuello, y lo miró suplicante. El bárbaro apartó la mirada y tensó los músculos-. Siempre hay razones para matar. Siempre. Pero también las hay para no hacerlo... Wrack, Zahameda te usa a ti porque te cree lo suficiente estúpido como para matar a Gryal. Te usa a ti porque arreglarás sus problemas sin hacer preguntas; porque no te echará en falta, no te necesita y no le importa perderte de vista - el vengador apretó los dientes, cerró con fuerza el puño y aceleró su respiración-. ¡Te usa a ti porque sólo tú, desde Andrey, has sido capaz de usar esta espada negra!

Wrack la miró desconcertado. Dudó por un breve instante, caviló, meneó la cabeza y apartó a la joven de un suave empujón.

-Vete, Marion.

-No, no me iré. No dejaré que lo hagas.

-Estás ciega. Y vacía. Deberías querer tanto como yo matar al asesino de Viduk. Además... Zahameda no sabe ni sabía de qué soy capaz por mi hermano - agarró con fuerza la hoja negray la alzó-. ¡Zahameda tampoco sabía que yo robaría la Espada Negra! Y sobre todo, ¡Zahameda desconocía que yo sabía usarla! ¡Nadie lo sabía! ¡Ni siquiera yo lo sabía! Estoy siguiendo mi voluntad, Marion, ni la tuya... ¡Ni la suya!

-Has estado mucho tiempo engañado, y sé que era por una buena razón - siguió ella-. Pero va siendo hora de que alguien te cuente la verdad de todo. Porque Zahameda sí sabía de tu simpatía por la Espada Negra - él la miró extrañado, ella decidió seguir relatando-. Hay mucho que no sabes de tu vida, Wrack. ¡Hay muchas secretos en tu vida que ni te imaginas!

-¡Pues cuéntamelos de una puñetera vez!

El silencio se hizo de nuevo. El caballero se aceró a la pareja, a sabiendas de la dura verdad que estaba por llegar. Preparó el oído, encogió el corazón y miró a Wrack a los ojos. El bárbaro no le devolvió la mirada, ni siquiera le prestó atención, pues tenía las pupilas fijas en su amada Marion. La mujer de cabello negro y rostro bello parecía más frágil que nunca a ojos del hechicero.

-Wrack, tú... - empezó Marion. Suspiró y, con un hilo de su voz en llanto, terminó-. Tú mataste a tus padres.

El hechicero la miró desconcertado. No podía ser cierto. De ningún modo. En absoluto.

-Mientes.

-No, lo siento de veras, pero no miento, Wrack - hizo una pausa, pero no alzó la voz ni la cabeza-. Erais pequeños. Tú y Viduk... - no se atrevía a mirar al salvaje a los ojos. Ya no-. Robasteis la Espada Negra. La usaste sin querer, nadie podía esperar que fueras capaz de hacerlo.

-¡Eso es imposible! - ahora era él quien tenía los ojos perlados de lágrimas. Penetró con ellos el corazón de la muchacha, que evitaba con todas sus fuerzas el cruce de miradas. Quiso arrancar la verdad de raíz, quiso silenciar su voz o que ella admitiera mentir.

-No lo es, no es imposible - le respondió. Reugal puso una mano en su hombro, una mano que pedía que se relajara, que rumiara cada palabra. Marion siguió relatando la verdad-. Tienes el don de nuestro pueblo, Wrack. Eres uno de los pocos que ha despertado el poder. Y el arma sintió tu poder. ¡Despertó en tus manos! Y pasó, Wrack, lo hiciste... quemaste a tus padres sin querer...

-¡Mientes! Maldita embustera... ¡Mientes, Marion! ¡Recordaría algo así! ¡Tienes que estar mintiendo!

-¿Por qué debería mentirte? - la joven rompió en llanto. No pudo soportar la presión del momento y liberó toda su tristeza en una enorme descarga de sentimientos. Tembló, dolida como estaba, y el caballero tuvo que agarrar su mano. Habló entre balbuceos, le costaba respirar-. ¿Acaso no sientes fluir el poder de la espada? ¿Acaso no sientes una devoción innata por el fuego? - miró al salvaje a los ojos, unos ojos tristes y furiosos. Heridos-. No te miento, Wrack. Es cierto todo lo que te digo. Tu abuelo Andrey os borró la memoria y culpó a Don Juan de Castilla de la muerte de tus padres, y lo hizo para liberaros del trauma y la carga que supondría para vosotros saber la verdad.

Wrack reflexionó un largo instante. La luz que había amanecido junto a sus pies se apagó de pronto y el trío se fundió de nuevo en la oscuridad. La tristeza se respiraba en el ambiente, y el salvaje no lograba recuperarse del golpe emocional que acababa de sufrir. No podía ser cierto, pero lo era y, en el fondo, en lo más profundo y oscuro de su ser, Wrack era consciente de ello.

-¿Por qué me cuentas esto ahora? - preguntó desconcertado.

-Porque es el momento de redimirte y compensar el mal que hiciste - se acercó a él, acarició sus mejillas y limpió con un beso las lágrimas que por ellas resbalaban-. Siempre hablas de equilibrio, ¿verdad? Pues ahora es el momento de equilibrar las cosas.

Besó luego sus labios, con ternura, y se abrazó a él. Casi consiguió la joven dormir la rabia, casi consiguió calmar para siempre a la bestia. Casi.

-¿Y qué hay de la muerte de Viduk?

Marion no supo muy bien qué responder a esa pregunta. Respiró profundamente y prosiguió.

-La muerte de Viduk es una tragedia que se podría haber evitado si Zahameda hubiera sido la líder que todos esperamos - ella notó cómo los músculos del bárbaro se tensaban, cómo su postura se erguía y se desprendía del abrazo con dureza-. Wrack, por favor... No dejes que esta espada te use de nuevo. No dejes que la rabia fluya en tus manos y que la venganza se apodere de ti. Pide perdón a Gryal, de parte del Pueblo Rojo, por engañarle, por perseguirle, por robarle la identidad durante un tiempo.

-Me pides un imposible - sentenció Wrack.

Desnudó su alma con la mirada y le arrancó el valor con esas pupilas oscuras. Ella lloró de nuevo, pero sabía que tenía que seguir, que no podía abandonar ahora. Mantuvo la cabeza erguida y sacó el orgullo.

-Tienes que hacerlo, Wrack. Tienes que pedir perdón por lo que Zahameda le hizo - hizo una pausa, esperando alguna reacción del pelirrojo a su demanda. Pero Wrack seguía en silencio-. Tu abuelo Andrey siempre dice lo mismo: somos el Pueblo Rojo y somos buena gente. Tus padres y tu hermano eran buenas personas. Tu abuelo lo es. Haz que ellos y tu pueblo puedan sentirse orgullosos de ti.

Marion acercó sus manos de nuevo y acarició el rostro de Wrack con sus finos dedos, mirando a sus ojos con ternura y sensibilidad.

-Habla con Gryal, pídele perdón... Hazlo y vuelve conmigo al Pueblo Rojo.

Y Wrack agarró las manos de Marion y las apartó de sí. La miró con rabia y desdén.

-No me importa el orgullo, ni el honor. No me importa el Pueblo Rojo. Así que voy a pedir perdón a Gryal, Marion. ¡Perdón por acabar con su vida!

-¡¡No!! - el grito acalló a los búhos. El caballero la agarró por los hombros, intentando contener a la joven. Las sombras de la encrucijada se hacían menores y cercanas-. ¡No lo hagas, Wrack! ¡No seas un asesino! ¡No podrás vivir con tanta sangre en las manos y tanta ceniza a tus espaldas!

-Dejadlo, Marion - quiso consolarla Absellarim-. No lo cambiaréis.

-¡Exacto! ¡Escucha a tu maldito caballero! Que arda el cielo, Marion... - dijo, mientras se adentraba a la luz, paso tras paso, penetrando a La Encrucijada del Bufón. Y rió, rió como lo hacen los locos, con una carcajada rota y cruel, fría, herida y destrozada-. Dices que no podré vivir con sangre y ceniza... Pero, al parecer, llevo toda la vida así. Además... Respiro, estando vacío y solo. ¡¿Qué te hace pensar que necesito razones para vivir?!

Y el corazón de Marion se quebró tras ese nuevo fracaso. No supo qué hacer y decir. Empezó a temblar, sus rodillas le fallaron, sintió flaquear sus fuerzas y caer a los grandes brazos del último de los Absellarim. El perro no siguió a su amo y permaneció acurrucado entre las piernas del caballero.

-Wrack...

El murmullo de su nombre se perdió, difuso y etéreo, al tiempo que el vengador entraba en la Encrucijada del Bufón, marchando espada en mano al encuentro de las sombras que a ellos se acercaban, al encuentro del destino. No hubo eco, no devolvió el vacío la voz de la muchacha. Sintió lágrimas saladas y tristes pintando de agua, brillante y transparente, cada rincón de sus mejillas heladas.

-Dejadlo, Marion. Dejad que se vaya y que sea lo que Dios quiera - le dijo Reugal. Y levantó la mirada para ver la figura de él fundirse con la luz de La Encrucijada-. Está fuera de sí. Es un vengador y todos los vengadores son ciegos.

 
La maldición de Gryal
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