1

Era una mañana gris y fría. Los pájaros cantaban desde los árboles que custodiaban el camino y las últimas hojas caían de ellos con lentitud para dormir su vuelo alrededor del caballero. Reugal miraba a sus compañeros inconscientes, sentado entre los dos cuerpos tumbados.

Había ensillado los caballos, atado el perro y limpiado las armas; todo estaba dispuesto para marchar, pero aún no había decidido dónde ir, ni con quién. Necesitaba pensar. Reflexivo, miró a las nubes, que se movían en el cielo arrastradas por el viento otoñal, y luego volvió a observar a la muchacha. Junto a ella estaba ese joven delgado y de cara triste que, esa misma noche, había traído consigo el palo que usaron para hacer palanca y poder salvarla. El niño acariciaba el cabello negro de Marion con delicadeza y la miraba, protector y preocupado, fascinado quizá por su belleza

-Se pondrá bien, ya lo verás - le dijo Reugal-. No tardará en despertarse.

El niño observó con sus grandes ojos tristes al caballero y, sin mediar palabra, siguió peinando el pelo de la joven.

-Le has salvado la vida, y eso bien vale una sonrisa, ¿no crees?

Y el niño sonrió con timidez, arqueando suavemente su pequeña boca rosada.

-Mucho mejor.

El caballero devolvió la sonrisa al niño y suspiró profundamente. Había desistido de entablar una conversación con aquel chico callado y misterioso, y prefirió centrarse en sus cavilaciones. Se levantó, caminó en círculos alrededor de los dos cuerpos y desató su propio cinto con rapidez. El niño le miraba con curiosidad y seguía atentamente todos sus movimientos. Luego, Reugal se acercó a Wrack y le ató las manos a la espalda. El bárbaro, todavía inconsciente por el puntapié de Ergon, no opuso resistencia alguna, y Absellarim aprovechó para dar la vuelta al cuerpo del hechicero, alzarlo y cargarlo sobre Halcón, el caballo de Marion.

-Ella lo entenderá - dijo el caballero. El niño mudo arrugó las cejas-. No me mires así, es por el bien de todos...

Reugal intentaba justificar sus actos hablando con el chico, aunque éste no parecía estar por la labor de juzgar o criticar sus acciones, así que siguió con su plan. Decidido, se dirigió hacia las armas que había recogido de la Encrucijada y las observó tranquilamente: su escudo deformado, su espada rota y el arma negra de Wrack. Agarró la espada del salvaje y la clavó con fuerza junto a Marion. Luego, sin mediar palabra, se hizo con su enorme escudo y montó sobre Halcón.

-Necesito que me ayudes una vez más, chico. Quédate junto a ella mientras me encargo de un asunto. Prometo volver enseguida.

El niño asintió al tiempo que el caballero se marchaba a lomos del caballo de Marion y cargando en él a Wrack, un hombre que no debía volver a cruzarse en el camino de Gryal.

-¡Mudito! ¡Mudito! - sonaban voces en la Encrucijada. Lo llamaban, Ratafía lo buscaba. Pero Mudito no pudo ni quiso levantar la voz. Acarició de nuevo el largo cabello de la joven, su rostro y su cuello blanquecino. No se iría todavía, Ratafía tendría que esperar. Porque Mudito había prometido quedarse con Marion y cuidar de ella... hasta la vuelta de Reugal Absellarim.

II

Absellarim se adentró a caballo en la espesura, cabizbajo y pensativo. Desmontó y ató el cuerpo de Wrack a un enorme y robusto árbol. Después, retrocedió un par de pasos y respiró profundamente para negar con la cabeza. No sabía si estaba haciendo bien. Miró con lás tima al joven salvaje, y aunque el bárbaro tenía un aspecto violento y agresivo, no parecía tan peligroso ahora que su consciencia estaba ausente y sus ojos cerrados.

Reugal continuó con lo que tenía pensado, siguió atando las riendas de Halcón en una rama de ese mismo tronco y acariciando el cuello del animal para que no notara la tensión que el caballero estaba sufriendo. Volvió a suspirar sonoramente y descolgó su enorme escudo de la espalda. Vio en la superficie de éste el gris y deformado reflejo de su propia cara. El fuego había alterado la silueta de hierro de su preciado objeto, ya casi no había brillo en él. El círculo de metal era una caricatura de lo que había sido, e incluso el león rampante que reinaba en su centro estaba desdibujado. Lo dejó junto a los pies de Wrack y miró contemplativo la escena: escudo, caballo y bárbaro adornaban ahora el gran árbol que había elegido.

Arrugó la frente, apenado. No imaginaba que fuese a resultarle tan difícil abandonar a Wrack en el bosque, ni podía evitar preguntarse qué pasaría por la cabeza del joven al despertar.

Sabía que era el momento y el lugar. Hoy perderían de vista a Wrack, el hechicero del Pueblo Rojo, un chico al que había intentado sin éxito apartar de las sombras, un joven al que había entrenado para dominar un arma que había terminado por dominarlo, un bárbaro de buen corazón que había sucumbido y cambiado ante el dolor y la tortura de la pérdida, el odio y la venganza. Wrack, amante de Marion y hermano de Viduk, había sido seducido por el poder de la Espada Negra y el placer de la sangre. Estaba decidido y ya no había marcha atrás: esa sería la última vez que Reugal Absellarim vería a Wrack.

-Que la paz te alcance algún día, niño - murmuró.

Pensó en el desamparo que sentiría al despertar; se preguntó si entendería el simbolismo y la razón de perder el poder de una espada para ganar la integridad de un escudo. Ataque por defensa.

Reugal sabía que el dolor y la rabia de Wrack serían mucho más intensos cuando recuperase el conocimiento, pero también que era necesario alejarlo de ellos para salvar a Marion, y al propio salvaje, del camino de rabia en el que se habían estado arrastrando.

-Lo sé, Wrack, sé que el mundo es cruel. La vida nos quita e hiere cada día - empezó el caballero, hablando a la oreja del inconsciente bárbaro-. Parece que la muerte nos acompaña allí donde vayamos. Pero has de empezar a hacer caso de lo que te dijo Marion: siempre hay razones para no matar. Has estado usando la Espada Negra para ser parte del dolor del mundo... y ahora tendrás que usar el escudo de mi familia para defenderte de él.

Y se levantó entristecido. Dio la espalda al bárbaro para marcharse y lo abandonó en el bosque, con la sola compañía de un escudo roto y un fiel caballo marrón. Se fue lentamente, sin girarse, sin detenerse. Para siempre.

-Lo siento, niño, lo siento de veras... Cuida de mi escudo por mí y yo cuidaré de Marion por ti.

111

Mudito se despidió de Reugal Absellarim y volvió corriendo a La Encrucijada del Bufón. El pequeño ayudante de Ratafía no podría apartar nunca de su mente infantil la belleza que había contemplado en Marion; y así, fascinado, alcanzó el carro del poeta.

-¿Se puede saber dónde te habías metido?

Mudito no respondió al juglar. Se sentó junto a él y le miró con alegría. El poeta alzó las cejas, confundido, y desistió de preguntar nada más al joven mudo. Ante ellos dormía Gryal, siempre rodeado de sus fieles compañeros. El niño no tardó en darse cuenta de que su llegada había interrumpido una importante conversación, y confirmó su corazonada cuando la joven mujer de cabello rubio retomó el diálogo con una voz fina y suave que apenas pudo escuchar:

-¿Qué decís a mi propuesta, Ratafía? Si vos nos lleváis en vuestro carro nosotros terminaremos de contaros la historia de Gryal.

-Umm... no sé - respondió en un tosco francés, mientras observaba con curiosidad los pies descalzos de Barramar. Parecía que el anciano se las había ingeniado para volver a perder sus botas-. Veamos, Perla, ¿dónde os dirigís?

-Vamos al Bosque del Coleccionista, y después al Pirineo, para visitar a la esposa de Barramar.

-Ángels Claret - interrumpió el viejo, aludido-. Una gran mujer, ¡uh! Ya lo creo, ¡es de esas hembras con carácter!

El poeta no respondió al comentario y siguió maquinando su respuesta.

-¿Sabríais llegar al hogar del Coleccionista? - insistió Perla. Había estudiado el comportamiento del poeta y sabía que no tardaría en aceptar su propuesta.

-Por supuesto. El problema no es nunca llegar allí, el problema es entrar. No contéis conmigo para penetrar en ese bosque de mala muerte.

-¡Diantres! ¿Qué pasa en él?

-El Bosque del Coleccionista tiene vida propia, Barramar, y sólo deja entrar a aquellos que tienen algo que pueda interesar al Coleccionista. Por desgracia uno nunca sabe si lo que lleva encima puede resultar de interés para ese desgraciado de Ikún.

-¿Uh? ¿Ikud? ¿Quién es Ikud?

-Ikún, su nombre es Ikún. Ikún el Coleccionista - corrigió-. Y no es alguien de fiar.

-Sabemos cuidarnos - respondió raudo Ergon.

-¡Eso! ¡Vamos, bufón! Decidíos de una vez porque, como diría mi esposa, ¡el día termina cuando apenas comienza!

-Está bien. Despedíos de Romulia y los demás y venid a mí cuando queráis marcharos, porque yo, el poeta Ratafía, que no bufón, seré vuestro transporte y vosotros, amigos míos, seréis mi inspiración.

IV

-Lo he atado y abandonado, sí. Wrack está ahora en algún lugar del bosque sin el perro rastreador, sin su espada y sin vos. En definitiva, lo he dejado sin nada que le indique dónde está Gryal... y sin nadie a quien dañar.

Reugal y Marion discutían, montados sobre los caballos grises, recorriendo en sentido contrario el mismo camino que habían seguido para alcanzar La Encrucijada.

-Pero... ¿por qué? ¿Por qué le habéis hecho eso?

-Ya os lo he dicho, Marion. Era peligroso tenerlo con nosotros.

Intentaba no perder la compostura, regular la voz y ser diplomático, pero Marion estaba cada vez más irritada.

-Wrack no escuchaba a nadie, vos pudisteis comprobarlo la última vez que hablasteis con él. Ya no podíamos detenerlo, ni siquiera el amor que ha nacido entre vosotros basta para arrancar esa obsesión enfermiza que lleva dentro. Y el fuego... ¡Casi morís por el fuego que él causó! ¡Casi mata a niños y ancianos en La Encrucijada! Estaba loco, descontrolado, y ahora estaremos a salvo de sus salvajadas y vos asumiréis por él la responsabilidad de cuidar de esta maldita espada.

Marion evitaba mirar a su interlocutor. Tenía la espada atada en la silla de su caballo y no osaba siquiera tocarla. La vio, había sangre en la punta del negro filo. Reflexionó, intentó relajarse, pues sabía que el caballero tenía razón, pero le costaba asumir su nuevo error y el hecho de perder a Wrack de vista durante un tiempo indefinido.

-¿Creéis que debería daros las gracias por separarme de Wrack? ¿Por darme esta espada? ¡Insensato caballero! - gritó con rabia y miró fijamente a Absellarim-. ¿Qué creéis que ganáis dejando sola a la bestia?

-De momento he conseguido frenarlo a él, y protegeros... ¡a ambos! Pensad un poco, Marion, con Wrack lejos de vos no podrá poneros en peligro ni encontrar a Gryal. Fin del problema.

-Ya veo... ¡Veo que si por vos fuera Wrack estaría muerto! ¡Nunca lo quisisteis cerca de mí!

-No mezcléis las cosas, Marion. Yo juré protegeros, y creo sinceramente que separaros de Wrack es la forma más adecuada de hacerlo. Además, pensad un poco antes de levantarme la voz: También yo me he encariñado de vuestro amigo, ¡no le quiero ningún mal! Y si yo hubiera querido deshacerme para siempre de Wrack, como acabáis de insinuar... habría dejado que Gryal terminase con él.

-¿Qué significa esto?

-Significa que yo salvé la vida de Wrack, y que llegué a un trato con Gryal para que no matara a vuestro amigo cuando estaba a punto de ser degollado.

Marion tiró de las riendas y detuvo en seco la marcha de su caballo. Miró con desconfianza al caballero, con ojos inquisitivos.

-¿Qué clase de trato?

-Dudo que no hayáis visto y reconocido la espada rota que llevo en el cinto.

-No, no me había fijado. ¿Qué importa?

-Claro que lo habéis hecho; os habéis fijado porque sois observadora. Y sabéis qué implica, porque sois inteligente e intuitiva. Sabéis perfectamente que para llevar de nuevo mi arma he tenido que hablar o enfrentar a Gryal, y sabéis que él ya no lleva mis armas porque yo tengo mi espada y Wrack tiene mi escudo. Así que ya lo sabéis, Gryal decidió perdonar la vida de Wrack, y la mía, y devolverme las armas.

-¡¿A cambio de qué?!

-¡A cambio de perderos de vista a Wrack y a vos! ¡Y juré que así sería!

Marion reflexionó. Reugal había salvado la vida de Wrack a cambio de que ella desistiera de perseguir a Gryal. Era un trato justo, pero tendría que haber alguna forma de solucionar esa nueva encrucijada. Marion no había hecho todo ese camino para fracasar ahora, y no se rendía con facilidad.

-También jurasteis protegerme - incidió la mujer-. ¿Qué pasa si tenéis que elegir entre juramentos, Reugal? ¿Qué pasa si no podéis cumplirlos todos?

-Juré que os apartaría a vos y a Wrack de Gryal - Reugal entendió enseguida cuáles eran las intenciones de Marion al hacer esa pregunta, pero sabía que no había modo de librarse de la trampa en la que había caído-. Pero soy vuestro caballero, y eso significa que vos siempre estaréis delante del resto en mi escala de prioridades.

Marion dio media vuelta con el caballo gris que antes fue de Wrack. Aceleró la marcha y sintió el viento peinar su cabello y acariciar su bello cuerpo de mujer. Sonrió con arrogancia y alzó su voz.

-Me alegra escuchar eso. Seguidme, Reugal, y hacedlo con vergüenza, porque yo voy a por Gryal... ¡y vos vais a romper un juramento!

 
La maldición de Gryal
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