Gryal despertó con un agudo dolor en la frente. Sentía que el frío y la humedad penetraban en sus cansados huesos. Estaba tumbado en el suelo de la celda y en su espalda notaba la textura pétrea y mojada de aquella extraña prisión. Esperó largo rato antes de abrir los ojos; no por miedo ni pereza, ni temor; tan sólo por deseo, el deseo de formar parte del amanecer, de la luz. Cada vez que despertaba abría los ojos esperando que, al hacerlo, una fuerte y brillante luz solar inundase su mirada. Pero esta vez, como todas las noches desde su fuga, eso no sucedió. Cansado y enojado, se percató después de los cambios sufridos en su cuerpo: su pelo estaba corto, y vestía una áspera y delgada tela blanca de muy mala calidad, atada con un ligero cinto de cuerda marrón.

-Odio a esta gente; están locos de atar - dijo en baja voz, irritado por lo sucedido. Sin duda habían estado jugando con él mientras dormía. ¿Habrían experimentado ya? Sólo con pensarlo sintió erizar el vello de su cuerpo.

Un grito ahogado y lejano detuvo sus pensamientos. Era un grito de dolor que, triste, se fundió en el silencio. Venía de su izquierda, quizá de más allá del pasillo de celdas. Se alzó y se acercó a los barrotes, asomando como pudo la mirada en el pasillo. Allí todo estaba quieto, nadie le vigilaba. El grito se repitió, con una intensidad cada vez más escalofriante. El timbre de la voz le era conocido, pero no consiguió discernir de quién se trataba. Alguien sufría a lo lejos, y en la ansiedad que provocaron los aullidos de dolor Gryal se sintió inquieto, más tenso que nunca, desesperado por salir de aquel nefasto lugar.

Ante su celda, un viejo reposaba, adormecido, también entre barrotes. Vestía la misma túnica blanca que Gryal, pero estaba mucho más vieja y desgastada. El anciano abrió ligeramente los ojos tras el último grito y empezó a bostezar.

Después, sintió murmurar una voz muy tenue, ligera. Era de mujer y casi no alcanzaba a escucharla a pesar de la proximidad.

-¡Diablos! - invocó en voz y pensamiento-. ¡Esto es una locura!

La mujer se detuvo y el anciano abrió del todo sus cansados ojos. Gryal había usado un tono más alto de lo esperado.

-Ups... Lamento haberos despertado - balbuceó.

-¡Uh! - exclamó el anciano, resoplando sonoramente una aguda sílaba hueca-. No debes preocuparte, ¡uh! - su voz era tosca y escamosa, deteriorada pero alegre.

-Yo... soy nuevo aquí y... no quería despertar a nadie... - dijo Gryal. No se le ocurrió nada mejor ya que nunca había sabido muy bien qué debía decir uno al despertar a un anciano de su sueño.

-No es extraño que me despierte yo, mozuelo. ¡Uh!... ¡Lo extraño es verte despierto a ti! - repuso riendo el anciano, extrañamente feliz-. Te pasas el día durmiendo, y eso no puede ser sano; ¡te lo digo yo!

Gryal se limitó a sonreír, pero su cara de preocupación era evidente.

-Dime, joven dormilón, ¿qué haces despierto, uh? ¿Los gritos no te dejaron dormir? - se acercó a los barrotes y apoyó sus viejas manos sobre ellos, sacando su prominente nariz entre las frías barras de hierro.

-No, nada tienen que ver esos gritos de dolor - respondió Gryal amargamente, con la vista perdida en la oscuridad del pasillo-. Tengo problemas que me impiden dormir por la noche, los mismos que hacen que me duerma de día.

-Insomnio, ¿uh? Malo, malo - aseveró el viejo. Su cara era jovial y algo arrugada, menos de lo que Gryal esperaba en una persona tan delgada y debilitada.

-Ponle al problema el nombre que quieras.

-Insomnio pues - se decidió-. Pobre chico... ¿Cuál es tu nombre?

Gryal alzó levemente el rostro, con orgullo; siempre sentía placer al decir su nombre.

-Mi nombre es Gryal Ibori, capitán de la milicia de Barcelonasentenció con gruesa voz-. Pero no creo que importe demasiado, no nos vamos a encariñar. Voy a salir pronto de aquí.

-¡Uh! ¡Vaya! No lo dudo, tu determinación es asombrosa, sí... Yo soy Barramar, y llevo cuatro años en este lugar - bajó ligeramente el tono de su quebrantada voz-. Pero supongo que tampoco importa... -y lo miró con ojos astutos, colocando la diestra de sus manos junto a los labios para ocultar sus murmullos-. Porque yo también saldré pronto de aquí. ¡Ja! - rió sordamente y continuó¡Excelente!

La felicidad del anciano impresionó al joven. Barramar llevaba cuatro años encerrado. ¿Cuántas cosas habría hecho con él Sanitier? ¿Por qué seguía tan feliz?

-¿Y qué piensas hacer para salir? - preguntó Gryal con curiosidad.

-Si tú te vas, me voy contigo; como tú te irás, ¡me iré contigo!

-Hum... - Gryal se sorprendió de las palabras del anciano, pero siguió escuchando.

-Dime, Gryal Ibori - continuó-. ¿Cuál es tu maldición?

-¿A qué te refieres?

-¡Diantres de charcos llenos! Estás encerrado en una celda, llevas la túnica blanca, te han cortado el pelo... Es evidente que Sanitier tiene pensado experimentar contigo para encontrar al fin una cura para el pene marchito de llan o - dijo señalando sus propios genitales.

-Parece que conoces cómo funcionan aquí las cosas - Gryal resolvió estar atento a las palabras del viejo ya que, aunque parecía ser tan solo un personaje feliz en su propia locura, demostraba saber lo suficiente como para aprender alguna cosa de él. Toda información que pudiera conseguir le serviría para salir de allí, o al menos ese era su plan.

-Por supuesto que lo sé. Soy un veterano en este lugar, el que más ha sobrevivido a los juegos de Sanitier, ¡uh! - hizo una pausa y sonrió holgadamente. Faltaban dientes en su viejay sucia dentadura.

-Entiendo. Pues verás, mi problema no es la maldición, Barramar, o al menos no el que más me preocupa... sino estar encerrado en este lugar. Además, aunque estuviera maldito, no quiero ni pienso ser curado por ese loco. No me fío de Sanitier.

Según lo dicho por Barramar, las palabras de Sanitier en su captura resultaban ser ciertas. Estaba maldito.

-A ver, Gryal, deja que te cuente... Mira, o tienes alguna habilidad realmente extraordinaria o estás maldito, o pasas por una situación muy seria inducida por diablos, o brujas, o a saber. Sea lo que sea tienes algo que puede resultar útil para Sanitier, así que... ¡canta, jovencito! ¿Cuál es tu maldición?

-Como te dije, creo que sí tengo algún tipo de maldición, aunque puedes llamarlo como quieras - su voz sonó fatigada, abatida e irritada por todo lo sucedido hasta ese día-. Soy un hombre enamorado que se duerme de día y despierta de noche; así que parece que ese insomnio del que hablabas no es fruto de la casualidad ni de la fatiga. Los lobos me guían y la luna ilumina mi camino. Soy un ser nocturno. Puedes definirlo como

-Un amante de la luna - dijo en voz baja Barramar. Ambos callaron y se miraron. Había lástima en la mirada del viejo, pero luego sonrió-. Bueno ¡no está tan mal!

-¿Cómo? - preguntó Gryal sorprendido. El viejo siempre sonreía y Gryal le envidiaba por ello. El ya casi no era capaz de hacerlo.

-¿Has oído murmurar a una chica? - desvió Barramar aparentemente el tema.

-Sí, pero terminó de hacerlo cuando alcé un poco la voz.

-Es Perla, una chica joven, antes cariñosa - dijo apenado-. Es un poco alérgica a la luz del sol y su piel es blanca como la leche. ¡Si te esfuerzas hasta le verás las venas! El caso es que llan o y Sanitier le prometieron una cura cuando la chica tenía unos catorce años.

-¿Y bien?

-¡Uh! ¡No he terminado! Todo iba bien hasta que se percataron de la habilidad de Perla.

-¿Y cuál es esa habilidad?

-Eres muy impaciente...

-Sí, lo sé - se sonrojó-. Pero, ¿cuál es?

-Es muy lista. Tiene un don maravilloso que se acerca muchísimo a la adivinación. ¡Detecta la fría lógica de las emociones! Yo lo llamo «la predicción de los tres pasos», y soy su más ferviente admirador.

-¿Tres pasos?

-Sí, tres pasos - Barramar no soportó la interrupción y frunció sus cejas blancas-. ¿Acaso no te gusta el nombre?

-Me da igual el nombre que le pongas a las cosas, Barramar.

-Entonces, déjame continuar, uh... - engulló saliva y se frotó las manos sudorosas en su tela blanca-. Ella dice que no existe tal cosa, la adivinación, pero a mí me da que sí. La habilidad de los tres pasos es una predicción de futuro; en ella Perla predice lo que pasará en tres fases consecutivas. De alguna forma su mente traza las consecuencias directas de un acto y te dice con detalle lo que pasará a continuación hasta tres acciones posteriores.

-Impresionante.

-Sí, eso pensó Sanitier; así que Perla se convirtió en su juguete preferido y experimentó con ella noche tras noche. No acertaba siempre, pero casi; hasta que ella decidió dejar de predecir y empezó a equivocarse expresamente. De hecho, no es tan fácil entender o predecir el comportamiento de las personas. Ahora se resiste a que la agarren y la usen, defendiéndose de los soldados con uñas y dientes. Muchas veces tienen que golpearla hasta dejarla inconsciente para llevársela y continuar con sus malditos experimentos. Y en muchas otras ocasiones, usan a Ergon para sacarla de la celda.

Gryal reflexionó un momento, sin concluir respuestas. ¿Tan importante podía resultar para la gente conocer el futuro? A él nunca le había preocupado mucho lo que pasara el día de mañana, pero tenía que admitir que, de haber sabido su futuro, nunca hubiera embarcado aquel día; y, sobre todo, jamás habría abandonado a Lorette.

-Pobre muchacha... - dijo tras pensar en ello. Una chica engañaday torturada por saber lo que pasará el día de mañana. Sufriendo al saber con seguridad que el siguiente día también sufriría, como el anterior, y el otro, y el otro... No hacía falta ver el futuro para saber que, en aquel lugar, el futuro de todos era oscuro.

-¡Pobre Perla! ¡Sí! Y ahora, ¡¿puedo continuar sin que me interrumpas?!

-Estabas callado, Barramar.

El anciano le lanzó una profunda mirada de desaprobación, a lo que Gryal solo pudo responder forzando un gesto de cordero degollado.

-Decía que Perla ha sufrido demasiado gracias a su habilidad, a la codicia digo, a la codicia de otros. Y sigue sin tener una cura. A veces tus virtudes son tu maldición, Gryal, no tus defectos.

-¿Qué pretendes con todo esto, Barramar?

-Que veas que tu maldición no es tan grave si la llevas con calma. Que no tienes que estar tan preocupado porque hay quien lo tiene más difícil que tú - no tardó en volver a sonreír.

-Gracias, Barramar. Ya te dije que mi problema no era la maldición, pero agradezco tu consejo.

-¿Si? ¿Lo dijiste? - el anciano parecía desorientado.

-Sí.

-¡Vaya! Entonces, ¿cuál es tu mayor problema, Gryal?

-Estar encerrado aquí.

-Me lo dijiste, cierto, sí. ¡Uh!

Callaron ambos, uno serio y desganado, el otro sonriente y emocionado.

-¿Y el tuyo, Barramar? ¿Cuál es tu problema? ¿También estás maldito?

-Digamos que soy gafe... Bueno, alguien dijo una vez que siempre tengo mala suerte - hizo una pausa, sonrojado-. De hecho, tengo suficiente mala suerte como para ser considerado un ser extraño. Me llaman Barramar el Desafortunado. Nunca gané un juego, nunca vencí un combate, nunca acerté una adivinanza, nunca jugó la suerte a mi favor.

-¿Y eso es una maldición?

-No. ¡Claro que no!

-Entonces, ¿qué haces aquí?

-Verás, Gryal: Ilario, el conde de este lugar y propietario de esta fortaleza, tiene como sabes cierta incapacidad para satisfacer y preñar a las mujeres. ¡Uh! ¡La verdad es que eso tiene que dañar la autoestima! ¡Ja! El caso es que Sanitier, su mano derecha y el encargado de encontrar la cura, pensó que quizá el problema de llan o con las mujeres era debido a la mala fortuna, a la mala suerte. ¡Uh! ¿Entiendes?

Gryal asintió. Barramar sabía lo suficiente de aquel lugar; si aprendía de ello podría trazar un plan para su fuga.

-Así que siguió mi estela de infortunios y me capturó, sin más. Como solía decir mi esposa: ¡fin del cuento!

-¿No trataste de huir?

-Por supuesto, uh, pero el caballo con el que traté de hacerlo murió al tragarse un pájaro en pleno vuelo.

-¿No luchaste?

-Mi arma se rompió cuando caí del caballo. Aunque si debo ser sincero, y que quede entre nosotros, no soy un hombre demasiado agresivo.

-¿Nadie te echa en falta? - preguntó Gryal, sopesando que, en efecto, había cierta mala suerte en los actos de Barramar.

-No. Mi querida esposa me echó de casa por mis problemas con el juego. Mis hijas eran pequeñas y nunca tuve un buen trabajo. Carezco de fama, talento e influencias. Es decir, no, no me echan en falta, parece...

-Pero, ¿has mencionado problemas con el juego? ¡Si tú no puedesjugar!

-¿Cómo que no puedo jugar? ¡Claro que sí! Lo que no puedo es ganar.

-¡Ah!... Entonces, ¿por qué juegas?

-Me gusta el juego.

Gryal se acababa de quedar sin argumentos.

-En ese caso supongo que no sé, creo...

-Bueno, el caso es que llevo cuatro años aquí por culpa de mi supuesta mala suerte esperando la cura prometida por Sanitier.

-Y claro está que todavía no la han encontrado.

Gryal pensó para sí. Al parecer, Sanitier sólo buscaba especímenes para experimentar pero, en el fondo, no le importaba su devenir. Y él era ahora uno de ellos.

-No, no hay curas para la suerte. Pero tranquilo, compañero, yo sigo pensando que no tengo, realmente, ningún problema.

-Excepto la mala suerte.

-Inclusive, es decir... uh, desde mi punto de vista, como ya te dije, no tengo mala suerte, sino una suerte distinta - la gastada voz de Barramar resonaba entre los muros de la prisión-. Son los demás los que han decidido que soy desafortunado, pero la suerte no la tiene nadie. Está ahí, puede faltarnos a todos y llegarnos a todos. Lo que ocurre, simplemente ocurre.

-¿Puedes ser más claro?

-Quiero decir que, quizá, todo lo que está sucediendo es lo mejor para mí; quizá he estado cuatro años esperando a que llegase este día. Quizá mi destino sea marcharme contigo - sostuvo el anciano con una sonrisa entre los dientes.

-Quizá... - dijo de mala gana Gryal. ¿De qué le serviría un anciano así en su fuga? De momento, al menos aportaba información y cierto... optimismo.

-Sea como sea, afortunado o no, mi suerte ahora depende de ti, Gryal. Voy a ayudarte a salir de aquí.

-¿Y qué te hace pensar que te llevaré conmigo si me voy?

-Que nada me hace pensar que no - repuso.

-Eres demasiado optimista.

-Siempre - sentenció orgulloso. Su convencimiento era total, y sus ganas de salir tangibles. Se estaba gestando algo en aquella prisión, una leve brisa de felicidad y una sincera y gran amistad.

Un grito interrumpió la conversación. Volvían a repetirse los son¡ dos ahogados y lejanos de un hombre que sufría. Cada chillido de dolor nublaba los pensamientos de Gryal. Los alaridos desgarrados aumentaban de intensidad, cada vez más amargos y desesperados, cada vez más difíciles de soportar por el joven. Incluso Barramar detuvo su sonrisa, frunciendo el ceño.

-Te molestan los gritos, ¿verdad, Gryal?

-Es una tortura. Ese hombre está sufriendo mucho - respondió el catalán, acariciando su pelo. Se sobresaltó al sentir de nuevo una capa tan fina de cabello sobre su propia frente, indignado por el abuso que habían hecho sobre su cuerpo, pero otro grito cortó sus pensamientos.

-Tortura dices... El siniestro Ergon recibe palizas casi cada noche.

-¿Ergon? ¿Recibe? - preguntó incrédulo.

-A ver, Gryal, las preguntas de una en una. ¿Sabes quién es Ergon?

-¿Ese hombre de ojos pálidos que acompaña siempre a Sanitier?

-Exacto. Ergon es la mejor arma de Ilario. Sin Ergon no hay caza, no hay nada. El es el encargado de capturar a los prisioneros peligrosos, de vigilarlos, de vencer a los enemigos. Es una bestia inmortal que no duda en arrancar la cabeza de nadie.

-Eso no es del todo cierto, Barramar - interrumpió una voz femenina.

-¡Perla! ¿Estabas despierta? ¡Uh! A Perla también le cuesta soportar los gritos de Ergon... - susurró a Gryal-. Estas veladas nocturnas son duras para todos.

La joven no contestó. Barramar miró hacia la celda contigua, esperando que Perla asomara la cabeza.

-Es muy callada y tímida - susurró el viejo con una mano en la boca y mirando de reojo hacia Gryal-. Corrígeme entonces, pequeña llorona, ¿quién es, según tu parecer, Ergon? - preguntó alzando la voz-. Siempre lo defiende... - le susurró seguidamente a Gryal.

El catalán escuchó con atención y asomó la mirada con picardía. Perla avanzó hacia los barrotes de su celda y dejó que las antorchas bañaran al fin su silueta. Era una joven pequeña y delgada, de piel extremadamente blanca. Tenía los ojos claros y una mirada muy triste, de pupilas suplicantes y grandes. Su pelo, rubio y pálido, era tan corto como el de Gryal, y vestía la misma túnica blanca, pero su cuerpo joven le agraciaba las formas. No era fea, a pesar de su estado famélico, su cuerpo magullado y su pelo desgraciado por los experimentos. Sus ojos rehuían la mirada de Gryal.

-Ergon es un hombre torturado, marginado de niño por su aspecto siniestro. Vino expresamente en busca de una cura o arreglo para esos ojos casi albinos - la voz de Perla era tímida y delicada; casi un susurro de feminidad entre las celdas-. Pidiendo soluciones para su débil cicatrización y su exceso de sensibilidad.

Gryal seguía atento las palabras de la joven, aguzando sus sentidos para escuchar su suave voz. Aunque ya sabía en palabras de Sanitier algunas de esas cosas, pensaba aprovechar toda esa información y trazar un plan de fuga.

-Se trata del único experimento fructífero de Sanitier - la interrumpió Barramar, intentando ser de nuevo el protagonista de la conversación.

-Curaron sus problemas de cicatrización con unas hierbas de razas casi extintas, compradas a un coleccionista lejano. Pero el sensible cuerpo de Ergon asimiló en demasía los poderes de esas plantas y ahora se ha convertido en un ser inmortal e inmortalmente agradecido - concluyó la muchacha.

-¡Un monstruo! - sostuvo Barramar.

-Una víctima - precisó Perla, subiendo un poco el tono de su voz-. Esas hierbas se terminaron, o se terminarán, pero parece que no han terminado ni la habilidad ni la deuda que mantiene con Ilario. Ergon es víctima de la manipulación de Sanitier, se ha convertido en un deudor eterno, intentando una vez tras otra devolver el favor a llan o y Sanitier haciendo aquello que mejor sabe hacer: matar.

-Entonces, ¿por qué está gritando ahora?

-Siempre que llan o fracasa en la cama con alguna de sus mujeres usa a Ergon para saciar su rabia - respondió Perla a Gryal, en un débil susurro.

-Aprovecha que Ergon se regenera ahora de todas sus heridas para clavarle una daga en las tripas una y otra vez, hasta calmar su rabia por completo - musitó Barramar con su voz desgarrada.

-¿Y cómo diablos sabéis vosotros dos todo esto?

-Barramar es un cotilla y un charlatán. El resto lo he deducido.

-Usando los tres pasos, ¿verdad Perla? - dijo ansioso el viejo, sonriendo y moviendo agitadamente la cabeza. La joven no sonrió, simplemente subió ligeramente los hombros para bajarlos de nuevo con grácil suavidad. Gryal se rascó paciente la corta barba que ostentaba y reflexionó con rapidez. El anciano disfrutaba charlando, mostrando continuamente su maltrecha y escasa dentadura, y Perla ocultó un poco su rostro en la oscuridad, algo avergonzada por su propio valor.

-A ver si me aclaro con todo esto: estoy encerrado en una celda, entre un viejo muy gafe y una chica casi albina y casi adivina. Vigilado por un inmortal triste que antaño era un niño famélico y marginado, Ergon, que trabaja para un loco juguetón y obsesivo, que a su vez presta sus servicios a un conde impotente que busca en nosotros una cura inexistente.

-¡Exacto! - exclamó eufórico Barramar-. ¡Eres un lince! Aunque ya sabes que lo de gafe es meramente interpretativo...

-Sí, ya lo sé, ya lo sé... Sin embargo - dijo pensativo-, ¿por qué me contáis todo esto? ¿Lo hacéis por diversión, o acaso queréis algo de mí a cambio? - el catalán nunca creyó en ayuda o información gratuita. De pequeño su padre le había enseñado que todo el mundo tenía un precio y todo precio podía estar encerrado entre palabras de cortesía.

-¡Uh! Pues yo quiero que me saques de aquí contigo. Y esto es, de momento, todo lo que te puedo ofrecer. Aunque también sé cocinar...

Gryal miró con lástima al anciano, sonriendo amistosamente y buscando alguna destreza en él. Perla bajó un poco la mirada y respiró profundamente en un largo suspiro, acumulando valor para hablar.

-Gryal - dijo. El joven tuvo que esforzarse de nuevo para escucharla-, contándote todo lo que nos has pedido ya hemos conseguido nuestros objetivos.

-¿Ah, sí? - dijo Gryal, ofendido. Se sentía utilizado por aquella extraña mujer que, oculta bajo una mirada de inmaculada inocencia, parecía tenerlo siempre todo pensado.

-Sí. Lo vi - dijo a baja voz-. Te vi marchar de la prisión, te vi rescatarnos, a nosotros, y a Ergon

-¿A Ergon? - preguntó Gryal.

-Sí. Pronto llegarás a entenderlo. Eso también lo vi. Lo vi en tres pasos.

 
La maldición de Gryal
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