1

Amanecía. Ergon estaba recostado sobre la lujosa y acolchada cama que, desde su llegada, llan o le había ofrecido. Miraba con sus blancos ojos el techo de piedra que enfundaba su pequeña y fría habitación. Se acariciaba el torso desnudo, reflexivo, divagando. Vivía eternamente pensando en el pasado y en su felicidad olvidada. Llorando día y noche de pena y soledad. Siempre que sentía la textura suave de una almohada recordaba la infancia. Su sensibilidad cutánea lo permitía. Se sentía de nuevo pequeño, como antes de que sus padres lo abandonaran por el miedo que les causaba esa pálida mirada, antes de que el mundo empezara a odiarlo; de pequeño, cuando su inocencia era suficiente encanto y no necesitaba luchar por nada ni por nadie. Y ahora soñaba en volver a ser infante, un niño asustado que podía llorar junto a su madre y ser abrazado con amor. Cerraba los ojos y recordaba su voz, sus cantos ligeros y cariñosos para que pudiera dormir, para calmarlo cuando no se curaban las heridas y arañazos. El pasado, la base de toda persona presente, de todos los tormentos o deseos. El pasado, cuando aún nadie le daba importancia a su incapacidad curativa, cuando su mirada blanca todavía no causaba tanto temor, cuando aún no era un asesino. Si se concentraba, Ergon era capaz de sentir aún sus caricias en la barriga, o cómo le peinaba el pelo para tranquilizarlo. Sonaban sus cantos como susurros en la noche y sentía el calor de sus propias lágrimas resbalar por la mejilla hasta poder, por fin, dormir.

Pero el tiempo lo hacía todo más difícil. Había matado, torturado, capturado y robado, obedeciendo siempre las órdenes diabólicas de Sanitier e Ilario. Entonces, sus sueños mutaban y la infelicidad se incrementaba noche tras noche, tortura tras tortura.

Desde que llegó a la fortaleza de llan o su mundo interior se había transformado. Vino llorando, aterrorizado y débil, dispuesto a que Sanitier hiciera con él lo que quisiera con tal de convertirlo en un chico normal. Pero el péndulo de la fortuna cruzó de bando y pasó de la cura a la inmortalidad, y a la deuda.

Seguía reflexivo, acariciándose la tripa allí donde llan o lo apuñalaba una y otra vez para calmar su rabia y frustración. Le dolía cada puñalada de su amo, cada entrada de la daga de brillantes. Pero sus heridas se cerraban mágicamente y Ergon nunca moría. Nunca... aunque quisiera, aunque rezara por ello.

La puerta de su habitación se abrió y Sanitier avanzó lentamente. Junto a él estaba Ilario, con su largo bigote y sus rojas y gruesas capas. La mirada nerviosa de Sanitier no tardó en cruzarse con el cuerpo del fiel Ergon. Sonrió.

-Es la hora - dijo Sanitier-. Habla con Perla y elige a tu equipo. El bárbaro del fuego ha sido avistado. Debes capturarlo.

II

Wrack preparaba sus cosas para partir. Ató la espada sobre su espalda y acarició el lomo de Halcón, su caballo. Lo miraba confiado, a sabiendas de que el animal respondería con lealtad a las caricias.

-¿Por qué tenemos que irnos ahora? - preguntó Marion-. Todavía me duele la herida - dijo tocando su pierna.

-Si no queremos que nos encuentren debemos hallar un buen escondite. Ni siquiera los animales se esconden siempre tras arbustos. Necesitamos un lugar mejor donde pasar las noches - respondió Wrack. A continuación puso su capa sobre el lomo del animal para suavizar su textura al montar e indicó a la chica que se sentara en ella.

El joven Wrack iba ataviado con una ligera camisa negra sin mangas, dejando que todos sus ropajes más gruesos sirvieran a su acom pañante de silla de montar. Montó tras ella y tomó las riendas del caballo. Sentía el cuerpo algo fatigado, pues dormía poco y mal por las noches y durante el día entrenaba con su espada.

Algunas nubes asomaban sobre los árboles que les rodeaban, pero Halcón trotaba seguro, sin miedo, y los pájaros parecían anunciar buenas nuevas en aquel amanecer.

111

Ergon avanzó por el callejón del calabozo. Sus pasos eran seguros y los cascabeles de sus pies sonaban intimidatorios e imponentes. Miraba con recelo las antorchas que iluminaban el camino, disgustado por tener que enfrentarse de nuevo a aquel tipo temerario. Poca gente sobrevive a un fuego parecido, y, si recordaba, aún podía sentir el dolor en sus manos y en su pecho, ya curados, o el hedor de los cuerpos de los compañeros calcinados. Se detuvo ante la celda de Perla, no sin antes observar a un Gryal completamente dormido. Por un momento sintió empatía por la maldición del catalán, sintió lástima por sus problemas, por su causa, por su amor abandonado. Pero Ergon intentaba cumplir con su deber y no debía dejar que los sentimientos de otros le afectaran. No ahora.

Perla lo miraba con miedo, acurrucada en un rincón de la celda. Paciente y observadora, veía tristeza en sus blancos ojos. Pequeños rayos de luz se filtraban por los barrotes, pero cada uno de ellos iluminaba el atormentado rostro de Ergon. Pocas veces el misterioso chico de cabello oscuro le dispensaba unas palabras, así que debía tratarse de algo importante. Observó concentrada, buscando anticiparse a las preguntas que le serían formuladas, pero de nada servía intentar leer algo en su rostro. El asesino era impredecible, opaco.

La predicción de Perla funcionaba a través de una consecución de evidencias, sustentada en la transparencia emocional de la mayoría de personas. Perla era consciente, aun sin quererlo, de que la gente solía dejarse llevar por una inteligencia más emotiva que racional, y podía predecir, a pesar de las variantes, el camino más posible de cada acción. Entendía las emociones, escrutaba por instinto en el lenguaje no verbal, asociaba objetivos y razones a cada comportamiento.

-Deja de observarme, Perla. No sacarás nada de mí. Quiero que uses tu poder con una suposición.

Perla detuvo sus pensamientos. La voz de Ergon, oscura y comedida, la intimidaba. El vacío del pasillo y el silencio de la madrugada causaron un largo eco en cada una de sus palabras. Perla se acercó titubeante a los barrotes.

-Si lo hago, ¿vais a liberarme?

-No. Son órdenes de Ilario. Usa tu poder si quieres para saber qué puede suceder si no cumples con mi petición - Ergon no vaciló, no sonrió. Perla tampoco, pero intentó acercarse más. Sus azules ojos ya se reflejaban sobre la fría mirada del sicario.

-Si no cumplo tu orden no se lo dirás a Ilario, porque sabes que él me seguirá considerando necesaria. Así que supongo que de no hacerte caso recibiría una ligera reprimenda y quedaría impune de mi atrevimiento Encerrada en este maldito y sucio lugar.

-Déjalo. ¿Acaso el miedo impide que te concentres?

Perla retrocedió, temblorosa. Ergon sabía cuándo hacía uso de su poder y cuándo no. Continuó:

-Ahora escucha con atención. Un hombre, provisto de una espada negra, y una mujer. Andaban con titubeos por el bosque cuando encontramos a Gryal. El chico de la espada tiene extraños poderes y puede lanzar fuego desde sus manos. llan o quiere capturarlo. Nos enfrentamos a ellos y nos derrotaron, matando a los hombres que mandaba. Herí a la mujer, pero los dejé huir mientras me recuperaba de las heridas. Ahora han sido avistados tras robar un caballo de un molino, cerca de esta fortaleza. No han salido del bosque de Ilario. Quiero saber cuál será su próximo paso.

Perla se sentó, presionada por la presencia terrorífica de Ergon, y miró a su interlocutor antes de preguntar con voz tímida.

-¿En qué estado está ahora la mujer?

-Herida. En la pierna.

-Déjame analizar la situación: el joven roba el caballo pero no lo utiliza para huir sino para llevar a la mujer herida. No están sólo de paso, andan buscando algo que se movía en el bosque, pero se han detenido. Entonces buscan algo que también se ha detenido. Los encontrasteis cerca de Gryal y se detuvieron tras su captura. Entonces seguramente lo persiguen a él.

-Muy posible. Sigue.

-Predigo que primero buscaran un lugar seguro, donde la mujer esté cómoda y él pueda esperar y avistar a Gryal, es decir, la forta leza. El lugar tiene que ser un sitio conocido, elevado, despejado. Irán al molino, seguramente.

-El molino no es seguro.

-Para él sí; de allí sacó el caballo y víveres y, a pesar de ello, sigue indemne, creo... Segundo paso: convertirá el molino en su guarida y desde allí vigilará nuestra fortaleza.

-Es suficiente, Perla - interrumpió Ergon poniéndose su gran sombrero-. No llegarán al paso dos. Mañana el hombre del fuego estará en estas mismas celdas. Ahora debo marchar.

-¡Espera! Mañana lloverá. Ataca mañana, cuando llueva.

-Su fuego arde bajo la lluvia.

Vuelve, Ergon...

-Siempre vuelvo. ¿Es que sufres por mí, Perla?

-No. Pero antes dime: ¿qué haréis con Gryal?

-Lo mismo que con todos.

-¿Y si no resiste?

-Resistirá.

Iv

-Nos dirigiremos al molino. Es un sitio elevado y desde allí podremos vigilar la fortaleza en la que está Gryal. Debo pensar.

-Sí, deberías, porque ese molino ha de ser de alguien, idiota- repuso Marion, estresada, tras medio camino discutiendo. Le dolía la pierna, pero se sentía incómoda compartiendo tanto rato su caballo con Wrack. Tampoco soportaba que fuera él quien llevara las riendas o quien decidiera dónde había que dirigirse. Pero tenía una misión que cumplir: la misión de Andrey.

-No soy idiota - respondió Wrack, ofendido-. Llevo unos días vigilando el territorio, es seguro. Ya casi llegamos.

No muy lejos, alcanzaron a oír el repicar del agua contra las rocas. Estaban junto al río y se avistaba ya el molino. Una poderosa rueda de madera, adosada a una pequeña casa también de madera gruesa y bien acicalada, giraba gracias a la corriente. Unas puertas recias custodiaban la entrada, entornadas, invitando a los dos jóvenes a entrar. Marion sonrió pensando que tras un tiempo fuera del hogar por fin podría dormir en un lugar más acogedor que un suelo barnizado con hojas o un tronco acolchado con las capas de Wrack.

-Dentro hay agua y grano. Aprovecha ahora. Yo echaré un vistazo desde el tejado.

Marion bajó cojeando del caballo, sin ayuda, y ató las riendas en una anilla metálica que había junto la puerta. Pronto llegaría el momento, el instante en que debería convencer a Wrack de cambiar el curso de su objetivo y mostrarle al tozudo bárbaro que era mejor encontrar a Gryal y dejarlo vivo. Sería complicado, pero tendría que entender que lo mejor para el Pueblo Rojo era acabar con sus enemigos, y que para ello era necesario conseguir el perdón de Gryal y que éste comprendiera el dolor del pueblo de Zahameda. Aliarse con Gryal significaría acabar con las amenazas de Don Juan y Don Lorencio, volver a lo mismo. Conseguir el perdón para el Pueblo Rojo no era tarea fácil. Definitivamente complicado. ¿Quizá demasiado? Quién pudiera saber la reacción de Wrack al escuchar su propuesta. Pronto llegaría el momento. Para ello, Marion tenía en su poder unas cartas vitales, unas cartas que le ayudarían en su causa. Las que un día Lorette escribió a Gryal y que este perdió en la nieve. Las que Viduk recuperó y lanzó al suelo de su tienda. Las que ella encontró, arrugadas, allí donde Viduk las había dejado. Las cartas de amor más bellas que Marion jamás había leído. Quizá con ellas ablandaría el corazón ardiente y vengativo de Wrack.

Quizá.

V

Ergon siguió sin dificultad las huellas del caballo. Como Perla había predicho, conducían al molino. Había decidido marchar en solitario y evitar que sus compañeros arriesgaran la vida bajo el fuego de Wrack. Aquella era su virtud. La captura, el asesinato, la supervivencia. Su sigilo era enorme. Lo había entrenado durante años, usando cascabeles en los pies para retarse a sí mismo. Sólo él era capaz de correr o saltar sin hacerlos sonar... cuando le apetecía.

Avanzó, daga en mano, y analizó la situación. El joven de pelo rojo y ojos rasgados estaba sentado en el tejado, con la vista perdida en el infinito. La chica también intentaba subir a él, usando unos taburetes viejos que había sacado del interior, pero sus esfuerzos, a pierna coja, resultaban una imagen bastante patética. Había huellas de caballo en los alrededores del molino que desaparecían junto a la puerta. Ergon pensó que los bárbaros se habían percatado de que la lluvia era inminente y resguardaron el animal en el interior.

Se acercó lentamente y esperó junto a la pared, bajo los pies colgantes de Wrack, mientras Marion seguía intentando subir. «¿Es malo querer matar a Gryal? ¿Soy malo por querer vengar a mi hermano?» Las dudas atormentaban la mente de Wrack, que, en soledad, solía disfrutar de las vistas del paisaje. Sus ojos no veían con precisión a lo lejos, y frecuentemente las caras de las personas lejanas se fundían en un amasijo de puntos difusos. Pero eso poco importaba. Disfrutaba de los colores, del aroma, de cómo se fundían el verde, el azul y el gris tras la neblina blanca del infinito escarpado. El orgullo le impedía pedir ayuda a Marion, pero sabía que debía ser ella, y no él, quien vigilara la fortaleza en la que estaba Gryal. De cerca, sin embargo, su vista era excelente. Era capaz de apreciar letras minúsculas y encontrar la más fina rama entre el follaje o el barro de ser necesario. Por fin Marion alcanzó el tejado. Sudando, respirando con dificultad, se sentó al lado de su compañero y sonrió.

-¿Qué quieres?

-¿Qué hacías?

-Nada.

-Entiendo. Oye, Wrack, te he traído algo.

Sacó unas cartas dobladas de sus ropajes, algo arrugadas y marrones. El papel estaba desgastado por los rincones y era húmedo y blando.

-¿Qué demonios es esto?

-Son cartas. Cartas de amor que Lorette, su chica, le escribió a Gryal. Quiero que las leas - dijo Marion, mirando fijamente a un Wrack totalmente sorprendido.

-¿Qué?

-¿Qué harías tú por amor? - siguió ella, sin dar más detalles.

-¿Amor? ¡El amor no existe! Ni siquiera tú amabas a mi hermano - Wrack dejó de mirarla y observó de nuevo su amado paisaje. Marion sintió crujir su corazón con aquellas duras palabras, pero siguió con su plan.

-Escúchame y no digas bobadas. Solo quiero que entiendas a Gryal.

-¿Por qué? ¿Entenderlo me ayudará a matarlo?

-Tú lee - insistió, acercándole las cartas.

Wrack les echó un vistazo sin llegar a cogerlas y sonrió.

-No entiendo el idioma - dijo con frialdad.

-Es catalán. Parecido al francés o italiano. Es el idioma que hablan en Barcelona y los condados de los nobles catalanes. Trae, ya las leeré yo.

-Haz lo que quieras, sabionda.

Marion sonrió, y, tras respirar profundamente, empezó su lectura.

«Mi amado Gryal, si no eres tramposo y has sido bueno estarás leyendo esto una vez hayas llegado a Regensburg, como habíamos pactado. No puedo dormirme al pensar que mañana tú, querido, no estarás aquí. ¿Por qué te vas? ¿El destino se ríe de nosotros? Quiero sentirte, Gryal, en mis brazos, cada día y cada noche. Despertar a tu lado, amado, dime, ¿cuándo despertaremos juntos? ¿Cuántas noches debo rezarle a nuestra señora para que nos permita vivir en paz, juntos, de una vez?

Me muero Gryal por tocar tus labios con estos dedos temblorosos que te escriben, por acariciar tu mejilla y sentir tu olor cuando besas mi cuello.»

Wrack escuchó con atención cada sílaba que Marion pronunciaba. La chica estaba traduciendo al instante cada párrafo, con una solvencia increíble.

Las palabras de la carta fascinaban al joven, nunca había conocido el amor... al menos, en tal medida.

«Sé que mañana despertaré, Gryal, y lo haré tan vacía y triste como un río sin lluvia. Dime, amado, ¿Quién será mi lluvia? ¿Quién mojará mi cuerpo cuando me faltes, Gryal? Vuelve, amor, vuelve sano y salvo, porque sino yo ya no tendré primavera. Sin tu calor solo habrá flores marchitas. Vuelve, vuelve, vuelve antes de irte...».

Marion tenía los ojos llorosos, y su voz temblaba con el devenir de las palabras. Lorette parecía sufrir escribiendo, y, de alguna forma, sentía ese dolor al pronunciar sus palabras, un dolor que no sintió nunca suyo con la muerte de Viduk. ¿Era ella más fría que Lorette? ¿O fue su amor menos intenso?

«¿Recuerdas cuando conseguías un permiso especial y nos encontrábamos en nuestra plaza? Nos sentábamos siempre en ese banco que está delante de un árbol enorme, el que nos daba cobijo si llovía. Tú solías pasar tu brazo por detrás de mis hombros y acariciarme el cuello mientras me mirabas fijamente. ¿Recuerdas, Gryal? Vimos crecer unas setas al lado del árbol, que se aprovechaban de su húmeda sombra; una creció más que ninguna, ¿recuerdas? Te echaré de menos, amado. Siempre hay setas más grandes que otras; igual que hay estrellas más brillantes y hombres más nobles que otros. Tú eres un gran hombre; aprovechas el terreno como las setas para crecer y ser grande, brillas como las estrellas y los hombres te siguen porque eres noble entre los nobles...».

-El asesino de mi hermano, ¡ése es Gryal! Esas palabras no me cambiarán, Marion, no sé qué pretendes. Voy a matarlo.

Marion ignoró su brusco comentario y siguió leyendo, intentando que al menos el final de la carta aplacara sus palabras.

»Gryal, no pretendo adularte, no pretendo llenarte de recuerdos antes del combate, sólo pretendo que sepas que tienes a una mujer esperándote. Te amo, te deseo, y te esperaré siempre. Vive, Gryal. Vive por mí. Tu pequeña: Lorette».

Wrack se abalanzó sobre Marion y la empujó con rudeza. Le arrancó las cartas de la mano y las lanzó por el tejado. No quería sentirse un malvado, pero su hermano merecía venganza.

-Este hombre mató a mi hermano, tu amado. Espero que sea esto y no las cartas lo que recuerdes... ¡cuando tenga la cabeza de Gryal bajo el filo de mi espada!

El grito espantó a los pájaros. Marion miró impotente y silenciosa las nubes que surcaban el cielo. Las cartas no habían tenido el efecto deseado sobre el terco Wrack.

Ergon cruzó el río lentamente, mirando las cartas que Wrack había arrojado. Había decidido no capturarlo, no matarlo. Estaba cansado de obedecer. No quería enfrentarse a ellos. No tenía por qué ni sentía de momento la necesidad de hacerlo. Pero en su caso, las palabras de Lorette sí cambiaron su forma de ver las cosas. Sus ojos lloraron tras las frases de la chica, tras aquel derroche de entrega y cariño hacia otro ser. Era maravilloso sentir ese cariño en unas palabras, esa emoción, ese frenesí de amor. Lo envidiaba, y sabía que no conseguiría nada parecido siendo como era.

Amor. Ergon quería sentir amor. Eso era la vida. Sin amor su inmortalidad era una muerte eterna. Quería que alguien lo echase de menos, que alguien llorara por él.

Amor. llan o castigaría su atrevimiento, ¿qué más daba? Ergon no podía morir. llan o se cansaría antes que él, sabía soportar el dolor.

Amor, Gryal sabía lo que era, Gryal tampoco merecía morir. Amor, quería sentirlo, debía sentirlo. Sólo eso o morir. Solamente... amor.

 
La maldición de Gryal
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