1

El calor del sol del mediodía impactaba sobre el cabello negro y brillante del joven capitán Fortuna, mientras su cola larga y cuidada se agitaba tímidamente por culpa del ligero aire del muelle de Barcelona. Miraba con sus ojos grises el horizonte que el mar delimitaba. El verano doraba su piel, cuando al fin sus ojos claros miraron, acompañados de una tenue sonrisa, a su seboso interlocutor.

Lorencio avanzó hacia él con pesados pasos, mirando furtivamente a su alrededor en busca de personas de las que desconfiar. Finalmente, el general se apoyó en la misma baranda en la que Fortuna estaba relajado. Se sonrieron con complicidad disfrutando de la inesperada victoria sobre el bribón Ariano. Sin borrar la sonrisa, Fortuna habló. Lo hizo con calma, como quien lo tiene todo bajo control, mientras Lorencio mantenía su semblante nervioso.

-Me hubiera gustado ver la cara de Ariano. Seguro que lloró como una niña cuando se encontró en la cama el cadáver de esa fulana. ¡Qué patético personaje!

Lorencio no tenía claras las intenciones del joven capitán ni el porqué de su sonrisa, pero intentó ocultar su desconfianza.

-Sois cruel, Fortuna. Pero la verdad es que hicisteis muy bien en informarnos. Hace tiempo que Mondo sospechaba también del doble juego de Ariano.

-Mi apreciado general, cuando vinisteis a informarme de vuestras sospechas tras encontrar a ese tipo cerca de la casa de los Nuvella, no tuve ya duda alguna de la traición de Ariano hacia vuestra persona. Esa falta de habilidad del truhán destapó y corroboró también su falta de lealtad y compromiso para con los servicios que os prestaba. Espero que no os sorprendáis si os digo que Ariano trabajó incluso para mí - dijo Fortuna con astuta mirada.

-¿Para vos? - Lorencio fingió sorpresa. Sospechaba que existía algún vínculo entre Fortuna y Ariano. El capitán sabía mucho más de lo que parecía sobre el desaparecido espía, quizá demasiado.

-Sí, ya sabéis, asuntos personales.

-Es increíble lo de ese tipo. ¿Cómo pudo pensar que no nos daríamos cuenta de sus artimañas? - preguntó Lorencio sin esperar respuesta-. ¿Sabéis, Don Fortuna? Ariano llegó incluso a insinuar que queríais traicionarme. ¿Podéis creerlo?

La madera del muelle crujió cuando Fortuna cambió de postura. apoyando esta vez la espalda en la barandilla de hierro. Rió maliciosamente de nuevo, dejando ver sus blancos y cuidados dientes.

-Puedo creeros, general Lorencio. ¿Así que eso os dijo el muy bribón? Entonces creo que Ariano estaba bien informado.

-¿Qué? - chilló Lorencio con voz aguda-. Explicaos, capitán, o me encargaré de vos con tal celeridad que no podéis llegar a imaginar.

-No perdáis el control. Sólo pretendo decir que, con la astucia mostrada por el viejo Don Juan de Castilla, vos ya habéis sido derrotado en esta escaramuza.

-No sé qué insinuáis, pero no me está gustando, Fortuna-. Lorencio sudaba, sentía que aquello escapaba de su control. No soportaba recordar la humillante lección que su rival le había propinado apenas un par de días antes. Por suerte, se complació al ver que el traidor de Ariano había pagado por su osadía.

-Don Lorencio, es sencillo. Existe ahora una sola vía para frenar la victoria de Don Juan de Castilla, y es que confieis el liderazgo de la milicia de Barcelona a mi persona.

-¿Qué? No podéis hablar en serio, Fortuna, voy a...

-Aguardad y escuchad - dijo apaciguador-. Habéis perdido el favor y el respeto de todos. Clero, nobles, caballeros y soldados saben de vuestras fechorías que, aunque vos y yo comprendamos, han sido ensuciados y manipulados por las palabras del veterano Juan de Castilla. Siento deciros que vuestra imagen y liderazgo han sido heridos de muerte. Carecéis ya del carisma preciso para liderar a la milicia que tanto necesitáis.

-Yo... puedo seguir en el mando sin problemas. Tengo poder y hombres que me son leales.

-¿De veras lo creéis? Mondo ha sido enviado lejos de aquí, por vos, para encontrar y traer de vuelta al malnacido de Gryal. Esner es fiel a Castilla y muchos de vuestros soldados saben lo que hicisteis con su amado capitán Gryal. Ya sólo me tenéis a mí entre vuestros leales, Don Lorencio.

-Con vos me basta.

-Pero quizá a vuestros hombres no. La milicia necesita cuidar el liderazgo, en eso se basa la jerarquía. Yvos ya no sois respetado por la milicia, ni temido por el pueblo, ni admirado por vuestros subordinados. Habéis sido torpe y despreocupado. Habéis sido, en definitiva, derrotado por Juan de Castilla. Asumidlo.

-Yo no... - estaba dolido por la humillación propinada.

-Dejadme terminar, Lorencio - dijo osado Fortuna. La oratoria era exquisita, un discurso excelso, irrefutable, la misma voz de la razón-. Vos queréis el poder de la milicia, de hecho es vuestro por derecho, os lo habéis ganado. Pero dada la situación actual debéis ser mucho más listo para vencer las adversas circunstancias a las que Castilla y Esner nos han sometido. Debéis dominar, y lo haréis, para preservar el buen funcionamiento de la milicia y vengaros de Don Juan. Así que escuchad mi propuesta.

-Maldito seáis, Fortuna, os escucho - dijo a desgana Lorencio.

-Legaréis el poder de la milicia a mi persona. Yo seré el nuevo general de Barcelona y, como mi fiel amigo y capitán, podréis dominar a los hombres desde las sombras. Así Castilla pensará que os ha vencido pero vos seguiréis en el poder, un poder necesario para derrotarlo definitivamente. Mientras, nos esforzaremos juntos para lavar vuestra imagen.

Lorencio le miró incrédulo. Fortuna hablaba en serio; no podía imaginar que el joven hubiera urdido planes tan rebuscados para alcanzar el poder. El general sospechó ahora, acertadamente, que Fortuna permitió adrede que Juan de Castilla difamara sobre él, que Ariano consiguiera toda la información y, en definitiva, que su cargo peligrara. Toleró que ambos siguieran con sus planes para conseguir para sí el control absoluto de la milicia y, sólo cuando la situación fuera favorable a sus intenciones, acabaría con todos. Repasó la cronología: primero se deshizo de Ariano cuando ya había cumplido el cometido que Fortuna ansiaba. Luego permitió que Lorencio se hundiera en la miseria, aguardando que Castilla cumpliera también con su rol. Ahora, con el liderazgo de la milicia en su regazo, Fortuna acabaría también con Castilla y consegui ría todos sus fines. Tenía poder, ambición y juventud. La rabia y la impotencia se apoderaron de Lorencio cuando el plan de Fortuna se mostró transparente.

-¿Qué me decís, Lorencio? ¿Legáis a mi persona vuestro puesto voluntariamente y aceptáis ser mi nuevo capitán? ¿O preferís perder también mi apoyo y esta gran posibilidad que os ofrezco?

-Yo... - Lorencio miró al cielo. Suspiró, tras pensar detenidamente y, con un hilo de voz amarga y cansada, exhaló su sumisión-. Yo seré vuestro capitán, general Fortuna.

II

-No ha habido suerte, Don Juan. No queda ni rastro de Ariano en Barcelona - dijo la gastada y rugosa voz de Esner, que todavía estaba recuperando aire-. Ni siquiera las fulanas saben de él.

-Deberíais dejar de entrar por la ventana, Esner. Sois cojo y os faltan dedos, un día os vais a matar - respondió Juan de Castilla, haciendo caso omiso al comentario del Capitán Poeta.

Llevaban dos días sin saber de Ariano, que había desaparecido poco después de haber dejado a su jovencísima hermana Liz al cargo de la familia de Castilla; y justo cuando el patriarca estaba consiguiendo mayores logros en su personal duelo con Lorencio.

Esner apoyó su mano tullida sobre la mesa. La fuerte luz del mediodía bañó los ojos de Castilla, que arrugó su semblante con preocupación. Tenía las ventanas abiertas, pero la caliente brisa que entraba no calmaba su sudor. El calor afectó también a Esner, que secó su frente, resoplando.

-Parece que el último en verlo fue Silvestre, el tabernero del Vell Espantall - siguió Esner-. Mis primeras investigaciones dieron pocos resultados. Según Silvestre, Ariano bajó de su habitación con manchas de sangre en la ropa y una carta en la mano. Ni él ni los presentes en el Espantall recuerdan bien el contenido de la misma, pero por alguna razón que desconozco, Silvestre la leyó en voz alta.

-¿Y Silvestre no recuerda nada de esa carta tras leerla en voz alta? - dijo el de Castilla incrédulo.

-Algo sí que recuerda... - respondió el poeta, al ver que por fin Juan le prestaba la atención que merecía-. En ella se proferían amenazas a Ariano y a su hermana y, escuchadme bien, porque aquí viene lo más grave: parece que la carta era de Don Lorencio.

-¿Lorencio? ¿El general Lorencio? ¿Sabía Lorencio que Ariano trabajaba para ambos?

-Yo también me sorprendí, así que seguí indagando. Tras amenazar disimuladamente y en baja voz a Silvestre con quemarle el Espantall, soltó algo más de información, aunque debo admitir que muy a regañadientes - Esner sonrió al recordar ese momento y luego prosiguió-. Confesó que por la mañana Fortuna y Lorencio le hicieron una visita y le preguntaron por la habitación de Ariano. Buscaban a su hermana Liz, que está a vuestro cargo ahora, pero al no encontrarla mataron a Alma, la fulana de la que Ariano estaba enamorado.

-Malditos. Han sido muy crueles y astutos - dijo Don Juan con voz grave. Las cosas no iban tan bien como parecía en un primer momento, y el sabor de la victoria le había durado tan solo un par de días-. Entonces Lorencio quizá sabía todo lo que le teníamos preparado.

-Lo dudo. No actuaba cuando tembló por las amenazas. Habéis vencido a Lorencio, Don Juan, pero sin nuestro espía perdemos el control sobre los actos del seboso y de Fortuna. Ariano nos fue fiel hasta el final, por eso pagó esa muchacha con la muerte.

-Mejor ella que nosotros o que la pequeña Liz - espetó-. Solo era una fulana, el capricho de Ariano. Hay miles como ella; que se busque otra puta y vuelva a su trabajo. Lo necesitamos, maldita sea.

-Lo sé, lo sé - dijo el poeta pensativo-. Como no había rastro de él, volví a usar a los miserables chiquillos que merodean como ratas por la ciudad. Les prometí pan esta tarde, así que deberíais prestarme algo de dinero para comprarlo - sonrió enseñando su dañada dentadura-. Bueno, sigamos, viejo Juan...

-Dejad de llamarme viejo, maldito tullido - cortó Juan-. Id al grano y absteneos de presumir de vuestro saber. No me importan vuestros métodos, Esner, ni cuánto dinero o pan le debáis a unos puñeteros críos. La pregunta es: ¿dónde está Ariano?

El poeta no varió su feliz mueca y siguió relatando sus descubrimientos.

-Como os decía, mandé a unos críos en su busca. Todo lo que pudieron contarme es que Ariano había salido de la ciudad con una bolsa en la espalda. Parece que se dirigía hacia el Sur, por lo que pude colegir de la dirección hacia la que señalaron. No se sabe más.

-Mierda, mierda... Esta vida es una tumba - gruñó el anciano Juan de Castilla golpeando con fuerza la mesa que presidía la habitación-. Ariano no puede marcharse así. Además, ha dejado a su pequeña hermana bajo nuestra responsabilidad. ¿No la quería tanto? ¿Por qué la deja aquí, sin más?

-Igual pensó que con vos, Don Juan, su hermana estaría más segura; y de momento acertó. Al menos una vez.

111

Lorette caminaba hacia su hogar con Inés. Sonreían mientras disfrutaban del sol que tanto amaban. Le gustaba que su padre estuviera feliz; su felicidad durante esos dos días de verano se le había contagiado ligeramente. Además, la llegada de la pequeña Liz llenaba de inocencia un hogar que necesitaba un poco de paz tras los últimos y trágicos sucesos. Tras compartir horas y horas con esa tímida y entrañable niña, Lorette se vio a sí misma mucho más adulta. La diferencia de altura y edad era evidente, pues ya era toda una mujer. Pero tras analizarse a sí misma, pensó que de algún modo se había estado comportando como una muchacha infantil y dependiente, incapaz de superar por sí sus propios problemas. Se había marcado como objetivo no llorar nunca más, no divagar entre sueños ni vivir en la melancolía. Superar, en suma, la ausencia de Gryal. Decidió que ya no era la niña de la casa, y que era el momento de asumirlo.

Inés, siempre campechana, le hablaba de su última aventura con un joven granjero, precisando con detalles dignos de sonrojo cada uno de los ««pecados» que con él practicó... y repitió. Entre sonrisas y confesiones les detuvo una voz familiar, siempre sorpresiva.

-Buenas tardes, mis bellísimas princesas. ¿Puedo interrumpir o unirme a vuestras sonrisas? - preguntó Fortuna con tono gentil.

-¡Capitán Fortuna! Siempre sois bienvenido - dijo sin recato alguno Inés. Lorette mantuvo la diplomacia y esbozó una ligera y tímida sonrisa. No había olvidado la discusión que Fortuna había mantenido con su padre ni la evidencia de que el joven capitán estaba ansioso por conquistarla.

-Oh, bella Inés, justo de eso vengo a hablaros - respondió-. Ya no soy el capitán Fortuna. Desde hoy seré el máximo encargado de velar por vuestra seguridad y la de toda la ciudad. Así que si lo deseáis podéis llamarme, inequívocamente, general Fortuna.

-¿General Fortuna? - inquirió Inés con una amplia sonrisa en su inmensa y abierta boca-. Caray, eso es todo un logro, mi señor, dada vuestra juventud.

-El talento y el liderazgo no están reñidos con la edad - dijo presumiendo de su cargo.

Lorette intentó no prestarle atención. De alguna forma la fascinaba, pero de otro lado su personalidad y comportamiento hacían que recordara lo mucho que amaba a Gryal y lo lejos que estaba Fortuna de ser como él.

-¡Vamos Lorette! ¡Deja de pensar! ¿No vas a felicitar a Fortuna por su ascenso? - preguntó Inés jugando con su cabello mientras cruzaba miradas de complicidad con el flamante general.

-Por supuesto. ¡Felicidades! - dijo tímida y concisa.

-No se merecen, bella Lorette. Vuestra mirada es suficiente para que sea yo quien esté agradecido. Juro que estaría realmente contento si me complacierais y celebraseis mi cargo con un paseo tranquilo e íntimo por el muelle de nuestra ciudad.

-Lo siento, general, debo irme a casa. Mi nueva criada Liz y mi padre me esperan.

-Entiendo - dijo Fortuna con una astuta mirada.

-Yo iría encantada a pasear con vos, general Fortuna. ¿Queréis que os acompañe? - sugirió Inés.

-Lorette... ¿Quizá mañana sería más adecuado? - preguntó él, ignorando la petición de Inés.

-Mañana estaré muy ocupada. Lo siento, deberéis conformaros con posponer ese paseo para algún día más lejano.

-Creo que insistiré. Podemos ir a caballo, o viajar en algún barco. Lo que vos prefiráis. Iremos donde vos digáis, como vos digáis - sugirió Fortuna en tono suplicante.

-Como deseéis, general. Pero otro día. Debo irme - respondió. Se sintió estúpida e infantil huyendo de algo que realmente quería hacer. Por un momento dudó si su decisión era la acertada.

-Al menos, comunicad a vuestro padre la gran noticia - dijo Fortuna arrogante, desistiendo en su esfuerzo por convencerla.

-Lo haré - a Lorette le asqueaba su prepotencia, pero admiraba su seguridad-. Le diré a mi padre que sois el nuevo general de la milicia.

 
La maldición de Gryal
titlepage.xhtml
index_split_001.html
index_split_002.html
index_split_003.html
index_split_005.html
index_split_006.html
index_split_007.html
index_split_008.html
index_split_009.html
index_split_010.html
index_split_011.html
index_split_012.html
index_split_013.html
index_split_014.html
index_split_015.html
index_split_016.html
index_split_017.html
index_split_018.html
index_split_019.html
index_split_020.html
index_split_021.html
index_split_022.html
index_split_023.html
index_split_024.html
index_split_025.html
index_split_026.html
index_split_027.html
index_split_028.html
index_split_029.html
index_split_030.html
index_split_031.html
index_split_032.html
index_split_033.html
index_split_034.html
index_split_035.html
index_split_036.html
index_split_037.html
index_split_038.html
index_split_039.html
index_split_040.html
index_split_041.html
index_split_042.html
index_split_043.html
index_split_044.html
index_split_045.html
index_split_046.html
index_split_047.html
index_split_048.html
index_split_049.html
index_split_050.html
index_split_051.html
index_split_052.html
index_split_053.html
index_split_054.html
index_split_055.html
index_split_056.html
index_split_057.html
index_split_058.html
index_split_059.html
index_split_060.html
index_split_061.html
index_split_062.html
index_split_063.html
index_split_064.html
index_split_065.html
index_split_066.html
index_split_067.html
index_split_068.html
index_split_069.html
index_split_070.html
index_split_071.html
index_split_072.html
index_split_073.html
index_split_074.html
index_split_075.html
index_split_076.html