1

Ariano miraba tranquilo por la ventana, mal cerrada, cómo unos niños jugueteaban bajo el sol con unos cachorros de perro. Absorto, observaba a aquellos chicos que, inocentes, corrían por la calle sin temores, sin responsabilidades. Recordó antaño, cuando Liz, su frágil hermana, jugaba con los charcos en primavera, infantil y risueña.

Alma le acariciaba el torso, frotando tras de sí sus grandes y morenos pechos desnudos sobre la suave espalda del bribón. El placer recorría su cuerpo erizando el vello de sus brazos, mientras no dejaba de preguntarse por el destino de aquellos niños. ¿Serían soldados? ¿Panaderos? ¿Serían ellas unas prostitutas como Alma? ¿O se convertirían en viles personajes como él?

-¿Qué te pasa, Ariano? ¿En qué piensas? - preguntó la cálida voz de la mujer mientras acariciaba el cuello del ladrón.

Ariano, todavía sentado en la cama, tardó en responder. Lentamente se giró hacia ella y le tomó los pechos con ambas manos. Acariciando sus senos, devolvió la mirada a Alma.

-Creo que todo esto me supera, Alma, no me siento bien - apoyó su rostro sobre los pechos de la mujer, cerrando sus ojos, infantil y protegido-. Ayudo a buenas y malas personas sin que me tiemble el pulso, juego con el destino de los que me rodean a cambio de dinero... - Alma le acarició el pelo mientras Ariano dejaba caer su cuerpo sobre el de la mujer, relajándose-. Y ahora siento que la vida de mi hermana ya no está en mis manos.

-¿Por qué te atormentas así, querido?

-De alguna forma, la persona a la que más quiero tiene una daga en el cuello que cortará su gaznate si no cumplo con mi cometido.

-¿Y cuál es ese cometido?

-Complacer a mis clientes, a todos. Unos clientes que pugnan entre sí y que tarde o temprano sabrán que no a todos se les puede contentar, porque no todos pueden ganar.

-Seguro que hay alguna forma de contentarlos a todos.

-Es posible. Pero todo me lleva a Gryal, a ese maldito desaparecido. Y no encuentro la forma de saber más de él.

-Tendrá padres o hermanos, ¿no? - dijo Alma con tono inocente al tiempo que acariciaba placenteramente el pubis del hombre. O amigos.

-No lo sé, Alma, ¡no lo sé! Nadie se atreve a hablar de él. Digo su nombre y la gente aparta la mirada, se dispersan como hormigas asustadas.

-Cuando se quiere preguntar demasiado no hay que hacerlo de manera directa, Ariano. Hay que buscar a gente que conozca a la pareja; a Lorette, a Gryal, pero que no les sean cercanos, ¿no? - en sus dudas y reflexiones había información que, de algún modo, impactó sobre Ariano-. Algún lugar deberían frecuentar.

-¡Oh, Alma! Serías un regalo de Dios si existiera - dijo eufórico, incorporándose de nuevo.

-No seas sacrílego - le reprendió Alma, alzando su rostro orgullosa mientras sus pechos temblaban con impetuoso movimiento.

-¿Crees que sacrílego es el adjetivo más adecuado para mí? Da igual, eres puta. ¿Qué sabes tú de Dios?

-Que nos vigila, que nos ayuda...

-Humm...

-¿No?

-Sí, es posible Eso dicen. En fin, creo que tienes razón, Alma, la solución está en el mercado; Lorette cada día va al mercado, allí sabrán de ella y, con suerte, de él.

-Ah... Pues estoy encantada de haber sido de ayuda.

-Cállate, mujer, has hecho suficiente hoy, ahora disfruta - sentenció perdiendo su cabeza entre los muslos de la chica de piel bronceada. Su barba acarició las ingles de la joven, mientras la lengua jugaba en aquellos terrenos donde la humedad delimitaba un ritmo creciente hacia un clímax de placer. Alma vaciaba sobre los labios de Ariano los suspiros que él le arrancaba. La mañana pasó, entre sonrisas y orgasmos, tras el fino abrigo de las mantas de seda del Espantall. Aquella tarde, por fin, Ariano seguiría con su trabajo.

II

El mercado nunca estaba vacío. Fuera la hora que fuera, siempre había alguien dispuesto a vender y alguien dispuesto a comprar. Ariano caminaba a buen ritmo, con la mente receptiva, dispuesta para recabar información. Siguió el mismo recorrido que trazaba Lorette cada mañana; pasando por las mismas callejuelas empedradas y tiendas, cruzando las mismas rutas, hasta llegar al frutero. El hombre mostraba una faz saludable y miraba con adoración las rojas manzanas que tenía ante sí. Estaba sentado sobre una silla de madera vieja, en medio de la calle, apoyando relajadamente sus brazos sobre la parada.

El mercado, instalado cerca de la iglesia, era refugio de muchos personajes y menesteres, y en él se tramaban toda clase de asuntos y negocios.

-Buenas tardes - dijo Ariano, rascándose con su mano izquierda un delgado brazo diestro. Nunca supo mantener las manos quietas. El frutero lo miró, distraído, mientras Ariano se aseguraba de tener bien colgado ese pequeño saco marrón sobre el que guardaría la información material que pudiera sustraer. Vestía una camisa fina de lino blanco y un jubón partido y corto de cuero endurecido.

-Buenas tardes, señor. ¿Fruta o verdura? ¿Qué deseo os trae a mi tienda en tan temprana y fresca tarde?

-No busco verduras ni frutas, mi buen señor, aunque debo admitir que de llevar dinero encima, me compraría sin duda esas rojas manzanas que brillan junto a su brazo.

-Pues no sé qué puedo ofreceros que no sea fruta. Pero os ayudaré en lo que pueda...

La voz amable lo invitaba a conversar, así que Ariano empezó a sentirse confiado y cómodo. Sintió que, de saber algo, el frutero sería locuaz y, por ello, útil.

-Veréis, me dirijo a vuestra tienda para preguntaros acerca de una chica...

-Una buena moza, espero, ¡eh! ¿De qué chica se trata? Tomás va a ayudaros con ello, ¡sí, señor!

-No malinterpretéis mis intenciones, Don Tomás, esa mujer es amiga mía, y estoy preocupado por ella. La chica en cuestión, Lorette de nombre, tuvo un pequeño romance con un miliciano llamado Gryal.

-¡Oh sí! Lorette, qué gran moza... Y qué gran pareja, ¡eh! - comentó el frutero con temblores en su papada. Seguidamente se levantó, lento y pesado. Una vez firme, Ariano se percató de que Don Tomás era más alto que él-. Solían pasear sus amores por aquí, andando de un sitio a otro, hasta la plaza de la Seta. Qué buena parejita...

-Sí - dijo Ariano-. ¿Qué plaza es esa de la Seta?

-¿No la conocéis? Está cerca. ¡Hay siempre alguna seta enorme en uno de sus árboles! Por eso casi todo el mundo la llama así.

Ariano se hizo el entendido abriendo ligeramente la boca. Finalmente sonrió y prosiguió con el interrogatorio.

-Bueno, el caso es que Gryal lleva un tiempo desaparecido y mi amiga Lorette está preocupada por él...

-Cierto, la verdad es que yo también llevo mucho tiempo sin ver al mozo. Creo recordar que era un miliciano; ¡de los fuertes!Tomás gesticulaba con asiduidad mientras hablaba, entusiasta y eufórico-. La gente le hacía caso, tenía presencia, ¡vaya si la tenía! ¿Qué fue de él?

-Laverdad es que no sabemos demasiado y no quisiera preocupar a mi amiga. Por ello... - dijo Ariano bajando la mirada y arqueando misericordiosamente sus cejas-, necesito vuestra ayuda. Si pudierais decirme todo lo que de él supierais quizá podría encontrarle, a él, o a sus padres o hermanos, e informar a Lorette al respecto.

-¿Y por qué no va ella en su busca?

-Aunque pudiera no parecerlo, su romance era secreto, Tomás. Ella no puede presentarse en casa de sus padres.

-Pero vos la conocéis. ¿Acaso ella no sabe dónde viven sus padres?

-Claro que lo sabrá. Pero yo soy su amigo, no quiero torturarla con todo esto, no quiero que piense que algo grave podría haberle sucedido a su amado Gryal, ¿entendéis? Las mujeres son muy frágiles, vos sabréis que sienten más y mejor que nosotros. No debo lastimarla con falsa información o dramáticas suposiciones.

-Entiendo.

-Por eso decidí buscar por mi cuenta. Por ella, por ellos.

-Pobre moza, debe de estar sufriendo...

-Mucho.

-Bien, veréis, no sé mucho de ellos, pero Gryal me compraba con frecuencia tomates. Decía que su padre era adicto, que le encantaban, y cada semana le llevaba algunos de los más gustosos.

-¿Y no sabréis, por casualidad, dónde vivía su padre?

-¡Por supuesto que lo sé! El joven que buscáis y su padre, que era prisionero de su propia locura, hace largo tiempo que tenían, digamos, profundas desavenencias. El caso es que Gryal no pisaba nunca la casa de su padre; ¡jamás! - a Tomás le pareció interesante aquella frase, pero Ariano movió afirmativamente la cabeza indicándole que siguiera, pues seguía esperando su anhelada información-. Así que era yo quien se dirigía siempre a casa del anciano con los tomates en el cesto y unas rojas manzanas para degustar.

-Supongo que Gryal os pagaría más por ello.

-Sí, eso hacía.

-¿Y qué hay de su madre? ¿Y hermanas? ¿Y primos?

-¿Qué puede saber un humilde frutero como yo? - Tomás se sentó de nuevo, apoyando su pesado trasero sobre la vieja silla de madera-. Bueno, eso es todo lo que yo puedo aportar, joven. Lo siento... ¿Os interesa saber dónde vive el anciano?

-Por supuesto, amigo Tomás - Ariano sonrió, el momento llegaba-. Contadme, contádmelo todo.

111

Don Juan se rascaba el bigote con calma, atento a lo que Esner le recitaba. Sus oscuros y penetrantes ojos no se apartaban de las greñas del retirado soldado. No parecía sorprenderse de casi ninguna de las palabras que el capitán poeta recitaba.

-Don Juan, debéis ser prudente a partir de ahora. La milicia ha sido limpiada, decapitada. Sólo Don Lorencio, Mondo y, en menor medida, el capitán Fortuna, tienen algún control sobre ella. Los partidarios y seguidores del bueno de Gryal han sido descartados con firmeza, deportados o amenazados - Esner hizo una pausa para carraspear ligeramente. Cada vez le costaba más mantener una con versación airada-. El nombre de Gryal es tabú, y debe murmurarse con voz prudente directamente al oído.

Don Juan apartó sus ojos de Esner y miró contemplativo la tenue luz de las velas. Siempre, por protocolo, cerraba las ventanas cuando tenía una visita. No le importaba levantar sospechas, importaba guardar esas sospechas de ojos ajenos. Trucos de viejo.

-¿Me estáis escuchando, Don Juan? - Esner elevó el tonoDon Lorencio no se fía de vos. Y yo no os entiendo. Hace tiempo que Lorette sabe que fuisteis quien mandó a Gryal a una muerte segura, ¿verdad? Entonces... ¿qué ganáis pagando todavía la suma de su miserable chantaje? ¡Ya va siendo hora de que le plantéis cara y le digáis que no pensáis pagarle más!

-¿Y qué pasará conmigo, Esner? - Don Juan frunció el ceño sin apartar la mirada de la vela amarilla que ardía en sus ojos-. Don Lorencio hurgará, buscará otra forma de hundirme, de atacarme, arremeterá contra mi hija o contra mi casa; buscará oscuridad en mi pasado, Esner, y la hay - la voz oscura de Juan de Castilla tembló en el silencio. Esner tragó saliva mientras acariciaba con sus tullidos dedos el borde de la mesa.

-Pero...

-Pero nada. No puedo mostrar mis cartas hasta que sean las mejores. ¿De qué me sirve desnudar ahora la única ventaja que tengo contra su chantaje? El oro es un precio soportable para guardar mi postura, y mis arcas son grandes. Debemos esperar.

-¿Y qué proponéis?

-Devolverle el golpe. Hay que indagar en su pasado, en su presente, buscar todos sus males, fijar los errores y hundir su reputación. Y cuando conozcamos sus puntos débiles nos cargaremos su chantaje y acabaremos con su liderazgo en la milicia. Convertiremos a Don Lorencio en un ser aún más miserable; desnudo ante los suyos.

-Pero ahora manda en la milicia.

-¡Así tiene algo que perder! Quiero ver cómo sufre y siente miedo, cómo pide clemencia a gritos, cómo llora como el cerdo que es cuando pierda lo que en meses ha conseguido. Entonces, me reiré de sus chantajes y me beberé su sangre, brindando con ella por el oro que antes derroché.

Esner quería hablar, responder, pero incluso un poeta se quedaba mudo cuando Donjuan tomaba la palabra. El antiguo general, duro y frío, era un rival digno de temer, y quizá, solo quizá, Don Lorencio estaba menospreciando la capacidad del de Castilla... una capacidad innata para causar temor.

-No sufráis, Esner. Tengo un plan.

-Eso espero, porque mucho me temo que Don Lorencio prepara un equipo para buscar a Gryal. De algún modo se ha percatado de vuestros movimientos, y el capitán Fortuna también se mueve. Algo pasa. Se dice que vos andáis buscando el rastro de Gryal y eso les causa temor. Saben que todos seguirían a Gryal en su vuelta.

-Yyo también lo sé. Aunque desconozco el origen del murmullo Ariano ya me ha informado de sus sospechas. No obstante, Esner, podéis estar tranquilo. He pensado en infiltrar a dos de mis hombres en la milicia. Se retiraron hace tiempo, no constarán como aliados míos y ni que decir tiene que tampoco del capitán Fortuna. Son viejos, pero los viejos soldados mueren soldados.

-Pero Mondo comandará cualquier equipo de búsqueda que Don Lorencio pueda enviar. Sabéis de sobra, Don Juan, que Mondo sigue siendo un perro fiel a la milicia.

-Lo sé. No temáis por Mondo, llegado el momento, jabalí acabará con él.

-Jabalí? ¿Es uno de vuestros hombres? ¿El que mató a una decena de soldados que lo engañaron en un juego de dados? ¿Aquél que aplastó la cabeza del soldado que lo despertó tras una noche de sexo? ¿Quién partió los brazos a un hombre que le rozó las caderas entre gritos de «afeminado»? No es posible que habléis de ese monstruo

Don Juan se echó a reír.

-Jabalí es duro, impecable, y cumple bien cuando le pagan bien. Es fuerte. Mondo lo aceptará en su equipo. Necesitan bestias que hagan el trabajo sucio. Pero tranquilo, Esner, no seréis vos quien tengáis que tratar con él; Ariano nos hará ese favor.

-¡Dios lo pille confesado! ¿Y quién es el otro? - preguntó Esner, temiendo otra respuesta parecida.

-Harold. El pajarero.

-¿Harold? - se sorprendió Esner. Juan de Castilla asintió.

Harold Jansens era un inmigrante del norte, atractivo antaño. Tenía una gran habilidad criando halcones y palomas, y había participado en importantes campañas cuando Don Juan estaba ya en su madurez. Empezó joven, y joven se retiró. Que Esner recordara, Harold no participaba en los combates, pero llevaba siempre un arco largo colgado del hombro y un carcaj lleno de flechas. Solía vestirse con seda ancha y capas llenas de bolsillos. Decía que allí guardaba sus recursos. Luego, el apuesto Harold anduvo repartiendo bastardos mestizos en gran parte de Europa, hasta que asentó la cabeza en Barcelona casándose con una generosa lechera de buen ver.

La última vez que Esner había visto a Harold éste vivía en una pequeña granja en las afueras y tenía cuatro hijos menudos y revoltosos, que ahora serían cuatro jóvenes barbudos.

-¿Y el plan? - preguntó Esner.

-Simple, pero funcional. El Pajarero enviará a sus pájaros para informar a Don Lorencio de cómo se desarrolla la misión de Mondo. Pero sus pájaros llegarán a mí. Yjabalí estará allí por prudencia. Si Mondo diese con Gryal, jabalí mataría a Mondo y nos traería de vuelta al joven capitán.

-Parece un buen plan.

-Lo sé... - dijo Don Juan con una ligera sonrisa-. Lo sé.

IV

La casa de Marcus Ibori, si es que podía llamarse así, era una pequeña ermita redecorada situada en medio de la nada, entre árboles y peñascos. Rodeada de espantapájaros, era una estancia antigua y humilde y tenía un par de ventanas diminutas en ambos lados selladas con un cristal limpio y transparente.

Cada paso que daba resonaba en aquel extraño lugar, ablandando la suave hierba que crecía alrededor de las rocas que delimitaban la zona. Había demasiado silencio, y los pájaros ni reposaban ni cantaban en los ramajes. Silencio. Paz absoluta. Casi parecía que ni las almas quisieran entrar en la pequeña casa.

El sol lanzaba sus últimos rayos con desgana, y Ariano supo que no tardaría en anochecer. Se acercó a la puerta, de madera oscura, que, entreabierta, parecía invitarle a entrar. Sigilosamente, con delicada atención, asomó la cabeza.

-¿Quién anda ahí? - preguntó una voz algo vieja y cansada desde el interior.

Yo, esto... estoy buscando a Marcus Ibori - contestó Ariano.

-Lo habéis encontrado. Entrad si queréis, pero dejad fuera de mi casa el ruido que arrastráis. Yo soy Marcus. Contadme, ¿qué os ha traído hasta aquí?

-Sí... sí, señor. Pues verá... - dijo Ariano temeroso. Debía pensar pronto y bien qué responder.

Entró y sus ojos tardaron en absorber la información. La vieja ermita estaba completamente reformada y su acogedor interior se hallaba recubierto de paredes repletas de libros y extraños objetos. En el centro de la sala, un hombre de poblada barba blanca lo esperaba sin mirarle. Aquel anciano humilde y distraído, de espalda ancha, tenía que ser Marcus.

El padre de Gryal estaba leyendo. No había polvo ni suciedad en ningún rincón de la antesala. Marcus levantó la mirada y preguntó:

Y bien, señor, ¿vais a decirme cuál es el propósito de vuestra visita o seguiréis espiando mi pequeño hogar?

Ariano tardó unos segundos en responder. Vaciló. Había una asombrosa armonía entre los objetos de la sala, un orden casi místico en los elementos allí dispuestos.

-Sí. Vengo a hablar de Gryal - dijo Ariano, acariciando uno de los libros.

-Ni se os ocurra tocar esos libros, joven. Valen diez años de mi vida, mucha pasión y más monedas de las que parece que tenéis. Me costó mucho restaurarlos y tanto o más conseguirlos. Un libro es un tesoro.

-Entendido.

-No, no entendáis tanto - murmuró malhumorado-. ¡Bah! Salgamos fuera, aquí sufro por mis cosas.

-Como queráis - contestó Ariano-. Me gusta el aire libre.

Marcus pasó junto a él, indicando con un ligero movimiento de cabeza que volviera sobre sus pasos. No era alto pero tenía un porte elegante y respetable. Cuando salieron, el clima se tornó cambiante. Una brisa fresca fluyó por entre sus rostros y una tenue sombra lateral, proyectada por suaves nubes, se apoderó del lugar. Marcus se dirigió a una pequeña roca saliente, que estaba junto a los espantapájaros que rodeaban la casa. Silencioso, se sentó y miró con ojos entrecerrados el bosque que había ante él. No dijo palabra, pero Ariano dedujo que el anciano esperaba que se sentara a su lado.

El sol se ponía, enrojeciendo el cielo y las nubes que había tras los árboles que Marcus miraba.

-¿Y bien? - dijo el padre de Gryal-. ¿Qué tenéis que decirme de mi hijo?

Ariano tragó saliva y se dispuso a hablar, pero casi no sabía por dónde empezar. Marcus se lo ahorró con una nueva interrupción:

-Escuchad. Ya sé que mi hijo no está en Barcelona. O, por lo menos, que no está bien. Lo sé porque ya no recibo los tomates que encargaba traer al frutero. Espero que si venís a hablarme de él o a preguntarme al respecto tengáis la decencia de decirme algo más que balbuceos y suspiros. No me gusta perder el tiempo.

Ariano miró atentamente a Marcus. El viejo seguía oteando el horizonte, fundiendo su mirada con el rojo de un sol moribundo. Dedujo que le dolía hablar de Gryal.

-Don Marcus Ibori, veréis... - dijo con esfuerzo. Siempre le costaba arrancar las primeras palabras-. Gryal ha desaparecido, resultado de traiciones entre la milicia.

-¿Milicia?

-Sí - Ariano hizo una pausa, adrede, y preguntó con cara sorprendida-. ¿No sabíais que Gryal era capitán de la milicia?

-Sabía que Gryal sería lo que quisiera en la vida. Nunca pensé que acabaría siendo un puñetero soldado. ¡Qué vida tan desaprovechada!

-No tenéis mucho contacto con él, ¿no es cierto?

-Eso no es asunto vuestro. Pero, decidme, ¿cómo fue traicionado?

-Gryal fue enviado a una misión de la que nunca regresó. En ella debería haber sido asesinado.

-¡Santo cielo! ¿Y cómo sabéis vos todo eso?

-Soy su amigo.

-Eso es mentira.

-¿Dije amigo? - tartamudeó Ariano-. Disculpad, quería decir que soy un... es decir, que me ha contratado un amigo de Gryal - Marcus lo miró con ojos inquisitivos, pero se limitó a escucharEl caso es que se le dio por muerto, pero algunos indicios reflejan informaciones contradictorias. Tengo razones para creer que está vivo, en algún lugar del norte de Italia o quizá al sur de Francia. Pero debo saber algo más de él si quiero encontrarlo.

-Gryal no ha muerto.

-¿Cómo lo sabéis?

-Porque soy su padre y se supone que un padre sabe esas cosas. Pero aún no veo por qué tendría que contaros nada. ¿Por qué querría yo que encontrarais a mi hijo? Me da igual dónde esté y lo que haga. No es asunto mío. Gryal es adulto. Tampoco a vos debería importaros. Si lo que decís es cierto, quien lo haya traicionado acabará con vos como lo intentó con él.

-Marcus, yo no soy el único que anda buscándolo. De hecho me sorprende que sea el primero en preguntaron sobre vuestro hijo.

-Al parecer Gryal se encargó muy bien de mantenerme alejado de su vida - Marcus agachó la mirada. Tenía los ojos tristes y brillantes-. Demasiado bien. Pero decidme, ¿qué es lo que sabéis vos, un desconocido, de mi hijo?

Ariano intentó recordar palabras de Don Juan o Esner. Palabras de soldados, o del frutero. Gryal era suficientemente conocido para hablar de él de forma genérica. Sabía definir su perfil, sus logros, e incluso cómo llegó a la milicia. Pero, ¿hasta qué punto le conocía?

-Vuestro hijo era capitán de la milicia - respondió-. Cosechador de victorias. Gryal era un joven de gran carisma que conquistó el corazón de muchos milicianos. Fue enviado por mar a Italia donde un carromato lo llevaría hasta Regensburg. Mucho antes de alcanzar su destino fue, hipotéticamente, abatido por una bruja. La traición se realizó desde Barcelona.

-Os he preguntado sobre mi hijo, y me respondes sobre un capitán traicionado. A vos os debería importar Gryal como persona. Si de veras queréis encontrarle debéis pensar dónde iría el hombre.

-No conozco a Gryal en persona.

-Entonces nunca lo encontraréis.

-Ayudadme. Ayudadme a conocerlo - «Y a encontrarlo», se dijo para sí.

-Antes seréis vos el que me ayudaréis a mí a conseguir respuestas. Responded: ¿quién traicionó a mi hijo?

-No os lo puedo decir. No quiero represalias.

-Sí que podéis. ¿Quién lo hizo y por qué?

-El antiguo general Don Juan de Castilla y el entonces capitán Don Lorencio - no tenía elección, la conversación se había convertido en un intercambio de información-. Vieron peligrar su rango, dado el carisma de Gryal, sus ascensos y logros prematuros.

-¿Ellos le buscan?

-Sí - «Pues claro», se dijo a sí mismo de nuevo.

-¿Trabajáis para ellos?

-No - respondió sin temblar. Si Marcus había notado la mentira no lo reflejó en sus ojos.

-¿Están cerca de encontrarlo?

-No tanto como yo.

-Bien. Falta algo. Falla algo. Alguien.

-¿Alguien? No. Que yo sepa esos son los traidores que...

-No, no me refiero a eso. Mi hijo era un adolescente romántico, y no puede haberlo perdido. En la vida de mi hijo siempre habrá una mujer. Gryal debe amar a alguna hembra. No sabe no amar. Lo sé.

Ariano se rascó la perilla. No esperaba tener que revelar tanta información de Gryal. Demasiada gente metida en el embrollo.

-Antes de responderos nada más, Don Marcus, deberéis contarme algo de vuestro hijo. Necesito vuestra colaboración.

-¿Qué queréis saber?

Ariano sopesó posibilidades, preguntas. Quizá habría algunas más útiles o más concisas, pero le pudo la curiosidad:

-Quiero saber... por qué no os habláis con vuestro hijo.

El anciano escrutó inquisitivamente a Ariano y suspiró apenado. A continuación miró de nuevo hacia las copas de los árboles.

-¡Vaya una pregunta! Veréis, es una historia muy larga, así que intentad no interrumpirme y no demoremos más esta faena.

-Estaré atento.

-Veréis... - hizo una pausa eterna, parpadeó, inspiró, y siguió al fin-, Gryal era el mayor de mis dos hijos. Impaciente y apasionado, cuidaba de los demás con ahínco y dedicación. Era un niño atento y responsable, muy listo, con una gran capacidad crítica y de observación. Habría podido ser lo que quisiera, pero la vida, un día, le dio la espalda. Vivíamos a las afueras de Barcelona, cerca de esta ermita. Yo mismo construí la casa de piedra con maderas en el techo. Decidimos que la iríamos mejorándola año tras año hasta que fuera digna de nuestra familia. En fin, aquel día yo no estaba en casa, había marchado en busca de ropas y provisiones para el invierno. Había mucha gente enferma por las calles y pensé que lo mejor era que estuviéramos seguros en nuestro hogar. Gryal, como hermano mayor, cuidó de la casa y de su hermano en mi ausencia. Ambos, atendieron también a su madre, que enfermó ese día, con una terrible fiebre. Gryal vio cómo temblaba, así que decidió taparla con mantas y ropajes. Pero no fue suficiente. Trató de encender con su hermano un pequeño fuego junto a ella y así calentar la habitación, pero no dejaba de temblar. Su fiebre era tan fuerte que quedó inconsciente. Así que los dos hermanos echaron más y más leña al fuego, asustados, viendo a su madre desmayada. Tenían miedo. Gryal era solo un crío, un joven adolescente de trece años. El fuego se descontroló y la habitación, llena de leña y mantas, ardió enseguida. Los hermanos gritaron pidiendo ayuda, pero estaban solos y nadie los escuchó. Gryal salió fuera en busca de agua o nieve para apagar el incendio, agarró con sus pequeñas manos tanta nieve como pudo, mientras la casa ardía. Cuando alzó la mirada, el tejado se hundió entre llamas rojas, y su hermano y su madre murieron bajo ellas. Cuando llegué sólo quedaba humo y ceniza, y un Gryal abatido que lloraba, tumbado en la nieve. Me miró avergonzado. Pedía perdón con la mirada. Era sólo un crío. ¡Solamente un crío! ¿Qué chico aguanta algo así con trece años? Le pregunté qué había pasado y respondió: «papá, he matado a mi hermano, he matado a mamá. Lo siento. Me voy, lo siento. Perdóname papá.» - la voz de Marcus se quebró. Lloraba, lloraba sin remedio. Estaba destrozado, con las lágrimas resbalando entre su barba blanca-. ¡Y se fue! Yo quedé petrificado, inmóvil, no supe reaccionar. Resbaló entre mis brazos y nunca jamás lo volví a ver. ¡Nunca! No supe qué decir. Ni redimirlo. Ni redimirme a mí... Ahora no me atrevo a mirarlo a los ojos, no quiero verlo, y, noche tras noche, maldigo el día en que lo abandoné. Siento los ecos de su llanto infantil en mis oídos, por eso no hablo con mi hijo. Por vergüenza... Por miedo. ¡Me siento tan patético por lo ocurrido! A la mañana siguiente, mis amigos y allegados identificaron lo ocurrido, vieron mantas y leña calcinada junto al cadáver de mi esposa. Vieron cómo Gryal había intentado abrigar a mi mujer, su madre, y el cadáver de mi hijo pequeño abrazado a sus huesos.

Ariano se levantó. Sabía ya lo suficiente y, por un momento, sintió pena por Marcus y Gryal. Por sus vida y por ese dolor. No quería preguntar más. Sintió lástima en su corazón tras ver al anciano llorar. «Ya basta», se dijo. «Ya terminó».

Anocheció. El cielo estaba al fin completamente oscuro. Reflexionó y se dijo a sí mismo que el anciano merecía, sin duda, su premio. Se detuvo y giró su rostro, mirando a Marcus Ibori.

-Mi nombre es Ariano. Traeré a vuestro hijo de vuelta. Y sí, hay una mujer. Se llama Lorette, Lorette de Castilla, hija de Don Juan de Castilla. Y Gryal la amaba con locura.

Marcus sonrió abiertamente, relajando su tensa y consternada expresión.

-Pues ya sabéis, Don Ariano. Si Gryal sigue vivo y ama a esa tal Lorette, solo hace falta que tengáis clara una cosa, una sola cosa: volverá. Volverá a por ella. Seguro.

 
La maldición de Gryal
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