1
Marion sonreía a Reugal Absellarim desenfadadamente y sus mofletes carnosos se sonrojaban hasta los pómulos, que parecían subir cuando inclinaba con alegría la comisura de los labios. Luego, pasaba la mano por delante de los ojos y colocaba los largos mechones negros que tenía en la frente por detrás de la oreja. El caballero, por su parte, inclinaba su altura para acercar el rostro a la mujer y susurrarle cualquier cosa al oído, a lo que ella reaccionaba con otra ronda de sonrisas. Esa era su rutina, un ritual que Wrack ya no podía soportar.
El bárbaro había pasado los últimos días en completa frustración. Para empezar, habían mantenido un ritmo lento y pesado, con continuas interrupciones en la marcha, y parecía que, de los tres, él era realmente el único que tenía unas ganas locas de alcanzar a Gryal. A menudo se preguntaba para qué habían comprado los caballos si no tenían prisa alguna. A todo ello se sumaba la impotencia que sentía por no progresar apenas en el dominio de la espada, llegando a la conclusión de que lo suyo no eran ni la coordinación de movimientos ni la paciencia. Y, por si la lentitud de marcha y aprendizaje no eran suficientes para irritar al bárbaro, parecía que Marion estaba siendo seducida por el rubio Absellarim. Por alguna razón que él desconocía, la chica del Pueblo Rojo estaba siempre al lado del caballero, riendo con él, durmiendo a su lado, charlando. Y Wrack no sabía qué hacer ni qué decirle. Cada vez más incómodo, cada vez más enojado, cada vez más triste.
El hechicero subió finalmente a su caballo oscuro, mirando furtivamente a los dos compañeros. El Beagle se acercó a sus pies y el salvaje de pelo rojo le ordenó con un silencioso «vamos» que empezara a moverse y siguiera el rastro de los lobos. El can aceleró la marcha, mirando a su señor de vez en cuando, atento a cualquier solicitud suya. Parecía que, al menos el perro y el bárbaro, se entendían con facilidad.
-Wrack, espera-le interrumpió Marion a su espalda-. ¿Dónde vas? Estamos descansando...
Él detuvo la marcha y la miró resentido desde la montura, sin pronunciar palabra. Luego giró de nuevo su rostro, fijó la vista en el suelo y prosiguió su camino.
-¡Wrack! ¿Se puede saber a dónde vas?
-Marion - dijo secamente-, ya hemos descansado lo suficiente. Quiero alcanzar y matar a Gryal, así que la pregunta que deberías hacerme sería «¿Wrack, puedo acompañarte?»
-No te precipites... Aún no estás preparado para enfrentarte a Ergon - interrumpió a su vez Absellarim-. Sabes que si bien no comparto tu objetivo, no tengo intención de impedirte nada ni de interrumpir tu marcha, pero no deberías apresurarte en tu cometido.
Wrack tiró con fuerza de las riendas del caballo y se giró hacia sus dos compañeros. Clavó sus pupilas furiosas sobre Reugal y escupió a sus pies.
-No te metas en esto, Reugal. ¿Aún no has asumido que no acepto consejos de ti?
-Por supuesto que sí, pero quizá sea ese tu problema. No sabes escuchar.
-No es que no sepa escuchar... - el viento suave se paseó por su melena, y el bosque se silenció a su alrededor-. ¡No quiero escuchar! ¡No lo necesito! Y menos aún de ti. ¡Tú no entenderás nunca lo que quiero, Reugal! Tu mera presencia me irrita,
¡me molesta!
-¡Wrack! - gritó Marion sorprendida por la repentina agresividad que había mostrado-. ¿Por qué nos hablas así? ¿Qué sucede? ¡¿Qué diablos te pasa?!
-¿Qué sucede? - gruñó-. ¿Tú me lo preguntas? ¿Tú, Marion? ¿Que qué sucede? Sucede... sucede que, por lo visto, ¡soy el único de los tres que quiere matar a Gryal! Sucede que aún no entiendo por qué arrastramos a tu principito de cabellos dorados a todas partes, y sucede... sucede... ¡que no soporto ver a Reugal Absellarim seduciendo a la mujer de mi hermano!
-Wrack, no confundas las cosas... - se defendió Marion, sintiéndose atacada. El caballero miró plácidamente la escena y suspiró para sí.
-¿Que no confunda qué? ¿Crees que no veo cómo os miráis? Escucho los susurros que os dedicáis, veo cómo os abrazáis...
-Wrack...
-¡Deja de repetir mi nombre!
-Cálmate, joven bárbaro - volvió a intervenir el caballero de armadura azul-. Tu mente infantil distorsiona la realidad y al final no entiendes nada.
-¡Entiendo que si vuelves a tocar a Marion tendré que cortarte las manos!
-Yo soy un Absellarim - continuó Reugal con voz templada, omitiendo el comentario del salvaje tatuado-. Nuestra familia se rige por unas premisas éticas que no comprendes. Somos leales de por vida, honramos de por vida y nuestros valores nos rigen hasta el fin de nuestros días - Reugal se acercó al bárbaro y lo miró con calma-. Por ello no habrá nunca romance entre Marion y yo, Wrack. Y no por ti, ni por tu hermano, ni por Marion, que es encantadora - la miró con una cálida sonrisa en los labios-. Los Absellarim tenemos una sola espada, una sola armadura, un solo escudo... y una sola esposa. Yo ya tuve la mía, fui fiel hasta su muerte y le seré fiel hasta la mía.
Cuando el caballero hubo terminado, Wrack engulló saliva y reprimió su furia. Luego bajó avergonzado el rostro y respiró pesadamente. Marion seguía mirándole, entre enojada y sorprendida, todavía tensa por la explosiva discusión que el hermano de Viduk había provocado.
-Wrack, Marion, escuchadme ambos... hacedme un favor: aprovechad la pausa y marchaos juntos, dad una vuelta por el bosque; creo que tenéis asuntos de los que hablar.
II
El perro de Wrack, ajeno a los acontecimientos que el triángulo protagonizaba, siguió el rastro que los lobos habían dejado. Lo hizo con calma, pues ninguno de sus amos parecía prestarle mucha atención. Avanzó, rebuscando con su hocico en los restos de la comitiva de Gryal, hurgando en la orina que barnizaba los árboles. Después de un corto recorrido, el can se topó con el cadáver de un hombre pequeño y desfigurado, rodeado del aroma concentrado de los lobos. Parecía importante, o eso dedujo; y empezó a ladrar con frenesí hasta que Absellarim alcanzó su posición. El caballero vio el cadáver, vio las huellas de los lobos, y un carro roto y abandonado. Era el de Ergon. Si los cuatro fugados de llan o ya no usaban transporte debían llevar una marcha lenta y pesada. Era el momento; ya no había lugar para la duda, no había lugar para la calma.
-Estás cerca, Gryal... - murmuró-. Quizá demasiado. Incluso yo puedo oler tu presencia.
111
Pasearon en silencio por el bosque, a solas, rodeados del castaño y amarillo de unos árboles que se desnudaban lentamente para vestir el suelo de una fina capa de hoja caduca. Se miraban fugazmente, con timidez. Ninguno de los dos sabía qué decir, ninguno quería empezar. Un instante después Marion se sentó sobre la maleza, apoyando la espalda en un grueso tronco. Por su parte, el salvaje prefirió mantener una prudencial distancia con la joven. El tiempo pasó entre una quietud agitada por las hojas que caían, hasta que finalmente, tras un prolongado suspiro de impaciencia, el bárbaro habló.
-Marion, ya sabes que no se me da bien la palabrería; me gusta decir las cosas del modo más claro posible, así que no te asustes si parezco brusco.
-Wrack, tú siempre has sido brusco.
-Cierto - dijo él fingiendo una sonrisa-. Entonces responde a lo siguiente, por favor - tomó aire, se lamió los labios con ansiedad y ella casi pudo sentir cómo sus pupilas le llegaban al alma-. Es una pregunta simple, te bastará solamente con un sí o un no. Dime, y sé sincera... ¿amabas a mi hermano?
La mujer apartó la mirada y no respondió. Wrack esperó una respuesta que no llegó, hasta que su paciencia expiró.
-Que arda el cielo, Marion... ¿Por eso no lloras su muerte? ¿Por eso no le echas de menos? ¿Por eso no quieres vengarte de Gryal?
-No, Wrack. No tiene nada que ver, es sólo que...
-¿Qué?
-No me juzgues por ser como soy - dijo ella, avergonzadaAmé a tu hermano, no del mismo modo ni con la misma intensidad con la que él me amaba, pero le quise. Y lo echo de menos. Wrack, si no lloro por su muerte es porque mi naturaleza me ayuda a afrontar la realidad de una forma distinta. Olvido con rapidez todo aquello que me duele, lo que me atormenta, y sigo adelante con lo que tengo y con lo que soy.
-¿Y qué me dices de Gryal? - continuó él, insatisfecho-. ¿Por qué no deseas matarlo?
-Porque no es el culpable de la muerte de tu hermano.
-El lo mató - sentenció con frialdad.
-Viduk lo hubiera matado.
-¡Pero fue la sangre de mi hermano la que se derramó en la nieve, no la de Gryal!
Su grito resonó en el bosque y los pájaros detuvieron su canto. Marion observó al joven de pelo rojo; su cuerpo fuerte, bronceado; sus tatuajes rodeando los brazos, y sus ojos furiosos, que transmitían ira y resentimiento. Todo en él pedía lucha, sangre y venganza.
-Wrack, ¿realmente no ves más allá de tu dolor, de tu rabia o de tu pérdida?
-Quizá. Quizá no vea mas allá y quizá por eso no entiendo que tú no sientas el mismo dolor, la misma rabia y la misma pérdida.
-Suficiente. Te estás sobrepasando - los ataques del joven empezaron a mellar su integridad y alzó también la voz-. ¿Cómo crees que soy? ¡No eres el único que lo ha pasado mal! ¡Yo también sufro!
-No. Tú no sientes nada, no odias, no lloras y no amas - espetó él, con rabia en la voz.
-Basta... por favor...
-No, Marion, esta conversación no terminará cuando tú lo decidas. No esta vez.
-¡Pues yo no tengo nada más que decir!
-Por supuesto que sí, vas a responder todas mis preguntas, te lo aseguro - amenazó sin parpadear-. ¡Tienes mucho que explicarme! ¿Qué haces tan lejos de tu hogar? ¿Por qué me sigues?
-Estoy contigo porque temo por ti.
-¡Que arda el cielo! Tú nunca me habías dirigido una sola palabra, ¡nunca! ¡Nunca te preocupó mi jodida vida! ¡Ni a ti ni a nadie! ¿Por qué ahora? Dime la verdad... ¿Por qué me sigues, Marion?
Ella le miró pidiendo clemencia, una clemencia que no quebró la voluntad del bárbaro. Fijó entonces los ojos en el suelo y musitó:
-Está bien... - hizo una pausa que a Wrack le pareció eterna y continuó-. Es por tu abuelo. Tu abuelo me lo pidió. Andrey me pidió que cuidara de su nieto, que evitara tu venganza y que me disculpara con Gryal en nombre del Pueblo Rojo. Fue Andrey, Wrack... Estoy aquí porque él me lo pidió.
Wrack enmudeció, visiblemente disgustado. Cerró los ojos y se rascó la cabeza, mostrándose desconcertado.
-No... no lo entiendo. Mi abuelo nunca se ha preocupado por mí, nunca ha confiado en mí. Viduk siempre fue su favorito.
-Wrack...
-Y tú tampoco estás aquí por mí, sólo estás complaciendo los deseos de un viejo al que aprecias.
-¡Pero realmente sufro por ti! - chilló desesperada, sintiéndose incomprendida.
-¿No te has dado cuenta, Marion? No me importa lo que sufras. ¡Sufrir no significa nada para alguien como tú! No lloraste por mi hermano y no llorarás por mí.
-¡Basta! ¡Deja de atacarme!
Wrack negó con la cabeza, incrédulo y apenado.
-¿Sabes? Por un momento pensé que quizá me seguías por un impulso, un acto de cariño. Por un momento pensé que...
-Wrack... - el bárbaro se sentó junto a ella y apoyó la cabeza en el hombro de la mujer, conmocionada por lo que estaba sucediendo.
-Pensé... que tú me mirabas del mismo modo, con el mismo deseo...
-No lo hagas.
-Que tú también sentías lo mismo...
-No lo digas - suplicó.
-Que tú también...
-No...
-Me amabas.
Marion no respondió. No sabía qué decir, qué sentir. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas al lento ritmo en que caían las hojas. Ella le acariciaba el pelo. Quiso decirle que lo amaba, pero no estaba segura. Quiso decirle que todo iría bien, pero no estaba convencida. Quiso pedirle un beso, pero no fue necesario.
Pronto sintió cómo el sabor del ardiente deseo de Wrack alcanzaba su lengua mientras se juntaban los labios. Se besaron con delicadeza, en una fusión húmeda de sentimientos liberados. Ella apartó ligeramente el rostro, él la imitó y se miraron con ojos entrecerrados, pidiendo permiso para una nueva acometida. No hicieron falta palabras, el bárbaro entendió la tenue e inconsciente señal de Marion, despojándose de la túnica, y se postró ante ella, que suspiraba de forma cada vez más rápida y agitada. Luego, él acarició su rostro con la mano herida, hasta repasar con ternura el lóbulo de su oreja. Marion se abalanzó sobre Wrack con las dos manos, atrajo su cuerpo hacia sí para besarle el cuello y el torso desnudo.
-Te quiero - dijo Wrack.
-Lo sé - respondió Marion, entrecortando las palabras.
El hechicero desnudó lentamente a la bella joven, dibujando con las manos cada detalle de su precioso cuerpo con disimulada ansiedad. Adivinó su sexo con las manos y paseó los dedos suavemente por el cada vez más húmedo tesoro velludo que habitaba entre sus piernas. Le besó los brazos, la barriga y los pechos, entre temblores, nervioso, y lamió con la lengua los pezones erectos, mientras ella no dejaba de mirarle, siguiendo con sus cálidos ojos los tatuajes oscuros que rodeaban el cuerpo de Wrack. Luego, Marion agarró sus manos y lo tumbó en el suelo para mecerse sobre él. Ella misma buscó el momento, ella misma buscó la forma, ella misma facilitó que entrara en su cuerpo. Un balanceo suave, un movimiento periódico, tierno y placentero. Estaban haciendo el amor entre la hojarasca del bosque y los sentimientos de ambos afloraron en forma de enérgica pasión, aumentando progresivamente el ritmo de su acto. Marion intensificaba el balanceo, Wrack agarraba su trasero y penetraba cada vez con más fiereza. Esa era la belleza de la naturaleza, el humo del sentimiento contenido, el aroma del deseo, la fuerza del amor. Finalmente, él se vació en ella y ambos se abrazaron en un intenso y gratificante suspiro.
Se miraron hasta que se durmieron, juntos, sin palabras, sin esperanza de que aquello fuera algo más de lo que había sido; pues, al fin y al cabo, ella era aquella que impedía su venganza, aquella que frenaba su marcha, aquella que un día fue... la mujer de su hermano.