1
Ergon tenía un plan de fuga. Esa era la conclusión a la que el caballero Reugal Absellarim había llegado tras inspeccionar detenidamente la fortaleza de Ilario. De hecho, no fue nada difícil apreciarlo.
La mayor parte de la tropa de guardia había sido enviada por el asesino de ojos blancos lejos del recinto, en busca de caprichosas provisiones para su señor o en misiones estúpidas, o al encuentro de falsos contactos. Ese inteligente movimiento dejó desnuda la fortaleza, diezmada la resistencia, y unos cuantos cadáveres que los burlados soldados encontrarían a su regreso.
En segundo lugar Ergon se había asegurado de que no quedase en la caballeriza un solo caballo; quizá los mandara lejos montados por los hombres de Ilario. Con todo, consiguió así que nadie pudiera seguir el carro que había dispuesto para la huida. Absellarim recordó el acertado juicio del asesino al escoger su medio para la fuga: un carro ligero pero grande y fuerte, y nada menos que el mejor de los animales de la cuadra: un macho gris, oscuro y poderoso, criado en Toledo. El poderoso animal no tenía nombre, y era tan agresivo y fuerte que nadie se atrevía a montarlo. Fue por ello que, ya en su día, Sanitier recurrió a los servicios del adiestrador de caballos Salami, que sólo consiguió que el bravo animal cumpliera como bestia de tiro.
En tercer lugar, Ergon se cubrió las espaldas aniquilando a todo enemigo peligroso que pudiera encontrar. Mató uno a uno a todos los guardias que osaron enfrentarlo, con precisión cartesiana, y luego acabó con la vida de las dos personas que podrían ordenar una persecución cuando las tropas llegaran: llan o y Sanitier. Reugal encontró al señor de la fortaleza muerto en su habitación, asesinado precisamente a la hora del baño, cuando de ningún modo podía esperar una visita. Luego encontró a Sanitier muerto junto al sillón de su habitación, con la boca completamente destrozada, pálidos ojos abiertos y un inmenso charco de sangre a su alrededor que le removió las entrañas.
Sin el liderazgo de Sanitier o llan o se desató el caos: nadie quedó al mando de los supervivientes. Esclavos, mozos, doncellas y soldados se escondieron, robaron, saquearon y finalmente huyeron. Nadie quiso perseguir entonces a los prisioneros que Ergon liberó. Nada quedó de la gloria de Ilario, y aquella rica zona, más allá de Turín, tan bella pero tan temida, cambiaría para siempre sin el yugo y la locura del que un día fue su señor.
Tras largas horas de análisis se reunió de nuevo con sus abatidos compañeros. Había encontrado primero al joven e impulsivo Wrack, el bárbaro de espada negra que parecía tener en la venganza su meta más preciada. Con su mirada oscura, triste y perdida, no pudo evitar preguntarse cómo alguien tan joven e inexperto, que apenas sabía cómo sujetar una espada, podía albergar tanto odio y poder en su interior. Eso le llevó a interrogarse de nuevo: ¿cómo consiguió el bárbaro lanzar esa ola de fuego contra sus enemigos? Sufrió al pensar de qué sería capaz si usara esa misteriosa arma que acarreaba y que Marion tanto temía. Observó que su mano diestra, la que Ergon penetró con fiereza, había sido vendada con esmero, seguramente por la propia Marion.
Se saludaron fríamente y luego ambos se reunieron con su protegida, que miraba resignada por la ventana por la que se había fugado Gryal. Había seguido el recorrido del carro hasta que éste y la manada de lobos se perdieron en el bosque.
En esas circunstancias tomó Reugal la iniciativa. Cargando un saco de provisiones, y ofreciendo a Wrack nueva, limpia y entera ropa con la que vestir, emprendieron de nuevo la marcha.
II
-Te queda muy bien, Wrack, deja de quejarte - le recomendó Marion, mintiendo, mientras relajaba su trasero sentada sobre Halcón.
-¿Bien? Maldita sea, Reugal, ¿de dónde diablos has sacado esta ropa?
-¿Qué le pasa a la ropa? Era la vestimenta de llan o - comentó Absellarim, que lideraba la comitiva-. Esa ropa vale una fortuna. Fíjate bien, Wrack; la camisa blanca que llevas es delicada, con bordados en los puños. Los pantalones están cosidos con una dedicación y talento asombrosos, y son muy resistentes a golpes, arañazos y tirones...
-¡Y una mierda! - cortó Wrack-. No me jodas, Reugal, no todos vestimos como tú; esta ropa parece de mujer.
-Es mejor que llevar una ropa rota, gastada y ensangrentada - comentó Marion, acompañando su sarcasmo habitual con una ligera sonrisa.
Ella también había aprovechado los ropajes de las doncellas de llan o para renovar su vestimenta. Llevaba un vestido de color beige con el que se sentía muy atractiva, al comprobar que le subía los pechos y acentuaba sus curvas. Acarició la crin de Halcón, que cumplía con diligencia su función de montura. El animal tenía una buena silla de montar, de la que colgaban atados una ballesta cargada, un saco de comida y una pequeña daga.
Reugal miraba con atención a su alrededor, concentrado en no perder la ruta que seguía de memoria.
-Con esta camisa de niña ni siquiera puedo ver mis tatuajes. Me aprieta por los brazos y me resta movimiento. No podría sacar mi espada con facilidad en caso de...
-No importa. No sabes usar la espada-le interrumpió Reugal-. Sólo la mueves de un lado a otro como si fuera un palo.
Wrack detuvo sus pasos, indignado.
-¿Quieres que te rebane el cuello con ella, desgraciado? - gritó.
-Calmaos - recomendó Marion-. Wrack, deberás dejar descansar un tiempo tu espada mientras tengas así la mano; y las vendas tampoco te dejarían ver el tatuaje de tu brazo diestro, así que relájate - le regañó-. Y bien, Reugal, ¿dónde nos lleváis?
Wrack decidió callar para no quedar de nuevo en evidencia. Reugal, por su parte, tardó en responder. Miró los árboles que rodeaban el camino, entrecerrando los ojos con calma. Disfrutó del aroma y el calor del mediodía y respiró apacible. Rodeó de paz su ajetreado corazón y ordenó sus ideas. Luego, rascando su cabello y deteniendo sus pasos, se giró hacia los bárbaros a los que guiaba. Marion estaba realmente atractiva, con sus ojos verdes postrados ante él y unos mechones de pelo negro dibujando un rostro inteligente. Wrack estaba ridículo vestido con las ropas de llan o y no pudo evitar sonreír.
-Os llevo al hogar de Salami. Fue mi amigo un tiempo atrás.
-¿Estará Gryal allí, rubiales? - indagó el hechicero.
-Lo dudo mucho, niño - dijo el caballero.
-¿Y para qué queremos ver a tu amigo entonces?
-Tiene caballos.
-Impresionante. Los robamos y nos largamos.
-¡No seas bruto! No vamos a robar nada, Wrack - repuso Marion indignada.
-Exacto - continuó Absellarim-. Los compraremos con el oro de Ilario.
El salvaje rió con malicia. Abrió las palmas de sus manos y las alzó, pidiendo clemencia al juicio de sus compañeros.
-Dime, caballero Reugal Absellarim, ¿es acaso más noble robar a los muertos? ¿Es que ese oro con el que vas a pagar los caballos es tuyo?
Reugal se dispuso a responder, marcando con rabia sus duras facciones. Abrió su poderosa mandíbula pero sólo aire alcanzó a salir, pues la chica ya lo había interrumpido de nuevo.
-Wrack, no vamos a discutir eso ahora. Pagaremos los caballos con el oro de un cadáver, y si no lo acepta los robaremos. ¿Entendido?
-Entendido - respondió a desgana el bárbaro, sin alejar la ira de sus pupilas de los ojos de Absellarim.
-Marion, tengo algo más pensado - comentó el caballero apartando la mirada del impertinente Wrack-. Hemos perdido el rastro de Gryal. Seguramente estará lejos de aquí ahora, y aunque los tres tuviéramos caballos en los que montar no nos servirían para encontrarlo de nuevo.
-Os escucho, entonces - dijo la muchacha.
-Salami tiene un perro fenomenal, su nombre es Arnor; es un can fuerte y rápido, con un olfato sin igual. Ese sabueso es capaz de seguir con su hocico las más pequeñas presas.
-Que arda el cielo, Reugal, no seas estúpido. No tenemos nada de Gryal, y su rastro estará perdido entre los aromas del bosque.
-Wrack tiene razón - apoyó la muchacha-. Es difícil que el animal pueda seguir su rastro.
-Había pensado que quizá deberíamos probar con el rastro de Ergon. Podemos llevar el perro a su habitación y que siga el olor de alguna de sus mudas.
-Muda limpia, ¿verdad? Que no, Reugal, que no va a funcionar...
-Tienes tú quizá una idea mejor, niño? - espetó el fornido caballero perdiendo la paciencia.
-No creo que sea muy difícil - criticó a su vez el bárbaro, acercando su rostro a un palmo-. Esa idea es una mierda. Y no vuelvas a llamarme niño.
-¿Por qué no, niño?
-¡¡Callaos!! - gritó Marion-. Parecéis críos, no entiendo cómo se puede ser tan estúpido. Wrack tiene razón, el rastro estará demasiado confuso, pero de todos modos iremos a ver a Salami.
-¿Para qué? - espetó Wrack, enfadado. Reugal escuchó.
-Para comprar los caballos y quedarnos con ese perro - respondió ella. Wrack frunció el ceño; Reugal mostró con orgullo sus blancos dientes.
-¿Quedarnos con el perro? - el bárbaro estaba indignado, sabía que tenía la razón y no se la estaban dando. Además, habían pasado ya unos minutos discutiendo en medio del camino y estaba perdiendo la poca paciencia que tenía-. Pero, Marion, acabas de decirnos que no podemos seguir el rastro de Gryal ni de Ergon...
-No seguiremos su rastro - dijo ella secamente. Se irguió triunfal, el centro de atención, y miró a los dos hombres desde lo alto de su caballo-. Seguiremos el rastro de la manada de lobos que lo acompaña.
111
Salami estaba descansando bajo el cobijo y la sombra de uno de sus grandes árboles. A pesar de que la montaña suavizaba las temperaturas, el verano se hacía notar y fatigaba la respiración del viejo adiestrador de caballos. Tumbado sobre un montón de paja que había dispuesto, acomodó con parsimonia su pequeña y pelada cabeza y bostezó, luciendo sus dientes sucios, para meterse luego una cereza en la boca y degustarla con sumo placer. Chupó la diminuta fruta, dispuesto a escupirla solo cuando el sueño le diera alcance.
De pronto, unas formas lejanas lo removieron de la modorra del mediodía y casi consiguieron que se atragantara. Escupió lo que quedaba de la cereza y alzó su cuerpo para vislumbrar la lejanía. El sol se coló entre las hojas y le quemó fugazmente las pupilas. Ansioso, se levantó, reposando el lateral de su mano diestra en paralelo a su mirada, con la palma sobre las cejas. Finalmente los vio a lo lejos, en un viejo camino custodiado por altos troncos de hoja perenne. Los inesperados visitantes, que resultaron ser tres, avanzaban raudos hacia su casa sin variar un ápice su trayectoria.
En el centro de la comitiva, una mujer de cabello negro trotaba sobre un caballo marrón que le resultaba familiar. A su izquierda, algo más alejado, cerraba el trío un joven delgado de pelo rojo que vestía una ropa que a Salami le pareció, a primera vista, exquisita y de gran calidad. A la derecha de la mujer, algo más adelantado y capitaneando la marcha, se acercaba un hombre alto y fuerte, de largo pelo rubio, con una brillante armadura azul. Reconoció el león con la esfera de ópalo, el porte y la forma de caminar, y finalmente reconoció su rostro recio y fuerte. Era Reugal, de la estirpe de los Absellarim. Sonrió relajado y se acercó andando con agilidad hacia los visitantes, que ya caminaban sobre sus tierras.
El hogar de Salami era una humilde pero grande y robusta casa de piedra gris, con un tejado de pizarra. Llena de ventanas y con una puerta enorme, siempre abierta, era un reflejo de la hospitalidad del propio Salami. Alrededor de la construcción y rodeando la misma se encontraban esparcidos unos pinos casi centenarios que sus ancestros habían plantado tiempo atrás. Cada árbol tenía montículos de paja junto a él, y había varios sacos de grano amontonados alrededor de ellos. Cerca de la casa, pudieron ver un cobertizo a medio reformar, y al lado unas cuantas herramientas de campo y construcción.
Detrás del hogar del adiestrador se encontraba la parte más importante y extensa del terreno, una parcela entera dedicada a lo que más amaba Salami: los caballos. Una muralla delgada de madera limitaba la zona, con varias puertas de acceso y una caballeriza cubierta donde cambiar herraduras, alimentar o proteger a los animales del clima. Había sólo cuatro caballos en ella, pero todos tenían un aspecto increíblemente saludable.
Reugal y Salami se estrecharon la mano con fuerza y luego se abrazaron entre sonrisas, bajo la atenta mirada de Marion y la desconfianza de Wrack.
-¡Reugal Absellarim! ¡Vaya! Qué bien os sienta la armadura de vuestro padre - dijo Salami, con una voz aguda y una mueca de alegría en su rostro.
-No puedo decir lo mismo de vuestro aspecto, Salami, estáis viejo y arrugado - bromeó el caballero, sonriendo con complicidad.
-Ja! Decidme Reugal, aún me cuesta creer que estéis aquí... - continuó, repasando con la mirada a su interlocutor-. ¿Qué os trae a mi casa?
-Larga es la historia, amigo mío, pero si de algo os sirven mis palabras os diré que dispongo de buenas razones.
-Eso puedo suponerlo. ¿Qué os parece si entramos dentro? - Salami no terminó de girarse al ver que nadie le seguía. Miró furtivamente, con curiosidad, a los acompañantes de su amigo. El joven del cabello rojo tenía una espada negra atada al cinto y mostraba un absoluto interés en la conversación, mirando fijamente a Salami con el cejo fruncido. La chica estaba relajada y oteaba con calma el paisaje que la rodeaba. Reugal apreció el breve e incómodo silencio de Salami y quiso relajar al adiestrador de caballos.
-Gracias, pero no entraremos, tenemos algo de prisa. Salami, veréis... llan o ha sido asesinado, al igual que Sanitier. Estas tierras se han quedado sin señor y pronto serán pasto de bandidos y de soldados desorientados. Hemos llegado hasta aquí antes de que el desastre os alcance, pero debéis estar preparado para cuando lo haga, pues ya no hay nadie que proteja vuestra parcela de maleantes.
-Reugal - interrumpió Wrack sin dejar de mirar a Salami-, ve al grano. No hemos venido a salvar el pellejo de este tipo.
Salami dio un paso atrás, algo asustado, y miró desconfiado al trío capitaneado por Absellarim. El caballero suspiró, mirando con recelo al joven bárbaro, y prosiguió.
-Estamos persiguiendo a los causantes de la masacre; son tres de los malditos de Sanitier, que han sido liberados por Ergon. De hecho, Ergon es quien los guía. Por eso hemos venido a veros.
-No hay lugar en mi casa para asesinos, Reugal, ya sabéis que no los encontraréis aquí - Salami no sonreía, conocía a Absellarim y sabía que el caballero no había venido con malas intenciones; pero dudaba de las motivaciones de sus acompañantes.
-Lo sé. No vengo en busca de los malhechores, Salami. No debéis temer por nada, ni por vuestra familia ni por vos; sólo necesitamos comprar dos de vuestros caballos. Tenemos dinero.
-¿Eso es todo?
-Hay algo más - Reugal miró serio a su interlocutor. El sol estaba tostando su tez y sentía un intenso calor bajo su pesada armadura-. Necesitamos a Arnor.
-¿Arnor? - preguntó extrañado el adiestrador-. Creo que eso no será posible, Reugal.
-¡¿Qué?! - gritó Wrack-. Que arda el cielo, sabía que esto era una profunda estupidez.
-Por favor Salami, es importante - dijo Marion a su vez, desde el caballo que montaba. Salami sabía que lo había visto alguna vezPagaremos también por el perro.
-Creo que no me habéis entendido. Es imposible, y no se trata de dinero.
-Oye, calvo, ¿no serás de esos que trata a un puñetero chucho como si fuera su propio hijo? Hay que ser idiota.
-Wrack, basta, cállate de una vez - espetó Reugal-. Salami, escuchadme. Hemos perdido el rastro de esos malnacidos. Quiero a vuestro perro porque es el mejor rastreador. Dios sabe que no hay otro con mejor olfato que Arnor.
-Todos lo sabían, Reugal, todos lo sabían. Ya os dije que no era por dinero, y que aquello que me pedíais era imposible. Arnor está muerto, era muy viejo. Hace ya casi un año de esto, amigo. Lo siento, llegáis tarde.
IV
Después de que Reugal le mostrara el oro, Salami les acompañó a la caballeriza y enseñó a Marion y Absellarim sus caballos. Wrack prefirió tumbarse en un montón de paja, esperando que sus compañeros terminaran pronto con la compra. Se sentía a gusto con la sombra de las hojas sobre la cabeza y se desabrochó la ridícula camisa que vestía para que su piel respirara un poco, refrescando su sudado cuerpo.
Repasó entre susurros los tatuajes de su busto y brazos, musitando y memorizando los hechizos que contenían para, seguramente, olvidarlos de nuevo media hora después. Estaba disgustado, aún no había asimilado todo lo sucedido en la fortaleza de Ilario. Su enfrentamiento con Ergon, su encuentro con Gryal, su pérdida de control... Trató de imaginarse a sí mismo, con la Espada Negra en la mano, mirando con odio a los cinco soldados a los que asesinó, y no pudo hacer más que arrugar el rostro con dolor y rabia. No se gustaba, no le gustaba aquello en lo que se estaba convirtiendo. Pero cuando uno fracasa, cuando a uno se lo quitan todo, su corazón se vuelve frío y desconfiado. Su mirada estaba cargada de orgullo. Parecía que ya sólo la venganza le importaba, y se sentía incómodo junto al caballero y Marion. Deseó por un momento haber acabado con Reugal tan sólo al verlo, antes de que decidiera ayudarles con su estúpida caballerosidad; haberse largado en soledad del Pueblo Rojo, sin que Marion intentara una y otra vez impedir su venganza; y deseó haber matado a Gryal cuando estuvieron juntos en aquella celda. Deseó no haber sido tan estúpido como para darle todas las pistas necesarias para que su mente recuperase la memoria. Deseó y deseó hasta vaciar sus sueños. De algún modo, él era el responsable de la muerte de Viduk y la huida de Gryal. Todo pensamiento se cerraba siempre en un lamentable círculo de culpa que lo devolvía de nuevo al dolor, a la rabia; a la impotencia y la venganza.
Un ágil movimiento detuvo sus pensamientos. Un pequeño perro blanco y marrón se tumbó junto a su cuerpo, apoyando su ligera figura sobre la cadera de Wrack. El bárbaro, incómodo por el atrevimiento del can, se apartó y miró con algo de recelo al sabueso. El perro abrió uno de sus ojos y subió las cejas con sorpresa en sus brillantes pupilas. Luego, se alzó rápidamente y apoyó otra vez su hocico en la barriga del joven Wrack.
-¿Qué quieres, chucho? Largo - el cachorro se acurrucó junto a Wrack, haciendo caso omiso. Blanco en su mayoría, tenía grandes manchas marrones y negras en su cola, lomo, orejas y cabeza. Tenía un pelaje corto, incluso suave, y a pesar de ser un delgado cachorro parecía un animal ágil, de rápidos movimientos y musculoso. Todo él era pequeño, del cuerpo a las patitas, y tenía unas orejas largas y una cola fina. Su morro, con una mancha marrón en la punta, no era muy largo ni estilizado, y estaba húmedo.
Wrack apartó al animal con ligeros empujones con la punta de los dedos. El perro se alzó lentamente y se sentó de nuevo, esta vez sobre su trasero, con las patas abiertas.
-¿Es que no sabes sentarte como el resto de los perros? - comentó él con una ligera sonrisa. El can abrió su hocico y dejó caer la rosada lengua, mientras sus ojos marrones, perfilados de negro, miraban al bárbaro con curiosidad.
-¡Begueule! ¡Vaya! ¿Qué diantre haces aquí, pequeño? - el cachorro se alzó rápidamente y se acercó a Salami con la boca abierta, lamiendo sus manos.
-¿Que nombre es ese para un perro? - preguntó Marion, mientras Wrack intentaba quitarse con prisa los pelos que el animal había dejado sobre sus pantalones.
-Begueule significa boca abierta, creo, y diría que es así como se llama a su raza. Vienen del norte, creo que de Inglaterra - comentó Reugal.
-Sí, así es - sostuvo el adiestrador, con una amplia sonrisa. Parecía estar contento del negocio realizado-. Los Beagle son perros cazadores y rastreadores, nacen para ello, aunque son muy activos y algo difíciles de manejar.
-Veo que habéis ido muy rápido eligiendo los caballos - cortó bruscamente Wrack, disgustado, observando celosamente cómo el cachorro seguía lamiendo los dedos de Salami.
-Nos hemos quedado con dos machos grises preciosos, Wrack. Uno de ellos será tuyo, si quieres ve a verlos, los mozos de Salami nos los están preparando.
Pero él no respondió, mirando todavía, fijamente, al pequeño sabueso.
-Escuchad, ¿todavía queremos un perro? - preguntó Reugal-, porque a mí este cachorro me ha gustado.
-¿Este pequeñín? - Marion se acercó y lo miró maternal, con ojos brillantes y compasivos-. ¡Es tan dulce!
-¿El Beagle? - Salami parecía sorprendido-. No os saldría muy caro. Es muy pequeño, algo patoso, y no está educado. Los de esta raza, como dije, son buenos rastreadores, pero sin haber sido bien adiestrado y siendo prácticamente un cachorro... Sinceramente, no creo que os vaya a servir de mucho.
-Hay muchos perros que rastrean de nacimiento.
-Todos lo hacen a su manera, aunque es cierto que este usa más el morro que los ojos. Escuchad, Reugal, tengo otros perros mejores y más adiestrados. Las capacidades de éste no pueden compararse con las de Arnor, y aún no responde a nombre alguno.
-Pero vino a vos cuando lo llamasteis - recordó el caballero.
-Viene a mí porque le doy comida. Este perro es algo solitario, desconfiado e independiente. No es demasiado obediente, hará siempre lo que le venga en gana. Escuchadme, un sabueso rastreador como el que deseáis es un gran desafío para el adiestrador, y aunque éste tiene unas buenas capacidades no es nada fácil de educar.
Marion y Reugal se miraron. Wrack permanecía callado observando al perro. El animal, que se percató de que era el centro de atención, los miró con ojos brillantes.
-Entonces quizá deberíamos buscar otro. Uno mayor, más fuerte y mejor adiestrado - propuso Reugal.
-Mira que es bonito, pero gastar lo poco que nos queda en un perro tan pequeño... - dijo Marion a su vez.
-Salami, yo tengo una propuesta que hacerte - la intervención del salvaje en la negociación pilló a todos por sorpresa. Hubo un breve silencio que tardó unos segundos en romperse-. Me he fijado en que no has apartado tus ojos de mi ropa. ¿Acaso te gusta?
Salami enarcó confundido sus cejas. El caballero y la muchacha no esperaban tampoco esa pregunta.
-Sí... es muy... es bonita señor, y sin duda es de calidad.
-Pues te cambio mi elegante ropa de calidad por una túnica fina y este cachorro.
-¿Vuestra camisa por un cachorro?
-Sabes que no verás camisa mejor que la que llevo, Salami, es ropa de noble. Y añado al cambio mi pantalón.
Salami sonrió. Se imaginó ataviado con esa noble ropa de la que Wrack presumía y casi se sonrojó al pensar en la estafa a la que estaba sometiendo a ese trío desesperado. En tan sólo un día conseguiría el oro que no había ganado en años y una ropa que nunca había alcanzado siquiera a soñar. Además, con llan o muerto no había nadie a quien pagar tributo. El adiestrador no se lo pensó dos veces.
Joven, acepto vuestra propuesta, sólo tengo una pregunta que haceros. ¿Por qué tanto a cambio de un cachorro indomable? - el tipo de cabello rojo no podía ser tan estúpido como parecía.
-Porque este cachorro es como yo - dijo Wrack, triunfal. Salami, por su parte, concluyó que Wrack sí era tan estúpido como parecía.