1

Wrack se lavó las manos con calma. Hacía un día gris, bajo un cielo entumecido de nubes negras que se acercaban sin demora. Llevaban dos días ocultos entre la maleza, esquivando a los soldados que Sanitier mandaba en su busca. Se sentía como un ratón, la presa de un felino que conocía bien su sitio de caza.

Llenó sus dos pequeños recipientes con fresca agua del río, alerta, mientras un intenso viento removía su melena. Lavó con paciencia un trozo de capa hasta que quedó casi inmaculado; luego, con presteza, anduvo de nuevo hacia los árboles en los que se encontraba Marion, tumbada junto a un tronco, soñando bajo el abrigo verde de las hojas. Allí, dormida, quieta y frágil, le pareció hermosa. Su cara delicada contrastaba con la fuerza de sus movimientos, con el ímpetu de su voz cuando hablaba. Wrack la observaba en silencio. Durante aquellos dos días había estado divagando. Pensó en sus padres, muertos tiempo atrás, en su abuelo Andrey, que debía de echarle en falta, y en su hermano, asesinado, muerto bajo el filo de la espada de Gryal. Se sentía solo, despojado de amor y de familia. Wrack despertaba con mayor odio cada mañana, impaciente por vengar a su difunto hermano; pero cuando la noche llegaba y la soledad resonaba en su corazón, su ser, su mundo, empequeñecían bajo la ausencia de luz. Se sentía perdido, arrollado por el devenir de un destino no elegido. Entonces, cuando su valor se derrumbaba, miraba sin importar el tiempo los ojos de Marion. Era su paz, su ayuda, su amiga. ¿Cómo se sentiría ella? Wrack siempre pensó que Marion era una chica fuerte. No la vio llorar cuando su hermano murió, aunque tenía ese día los ojos enrojecidos. Ella no había guardado luto por su amante, no lloraba por las noches, no hablaba de él. Andaba, sonreía y seguía a Wrack en su venganza; pero nunca pronunciaba palabras del pasado ni mostraba señales de odiar a Gryal. ¿Por qué? ¿Había amado Marion de verdad a Viduk? ¿Quería, o no, vengarse de Gryal? Las preguntas le bombardeaban.

¿ Quiero realmente vengarme de Gryal? Desechando la idea meneó la cabeza y observó de nuevo la tormenta que se avecinaba; luego, acarició suavemente la piel de Marion y dejó, con ternura, un trozo de tela negra húmeda sobre su herida, que había mejorado su aspecto pero era todavía suficientemente grave. Poco después empezó a llover, y unas pocas gotas cayeron sobre sus hombros. Allí estaban los dos, una tumbada, el otro arrodillado, observando. El agua resbalaba sobre las hojas, tiernas, y asomaba con sinuosa gracia alrededor de los bárbaros errantes. Wrack se sentó junto a la joven dormida.

¿Por qué la esperaba? ¿Por qué la cuidaba? Se sintió frustrado por no estar persiguiendo a Gryal, por huir de personas a las que quizá podría matar con su poderosa Espada Negra, quemar con su fuego, romper con sus brazos. Pero tenía que vencer la ansiedad. No quería sentirse un asesino. ¿Acaso lo sería ahora? Clavó la espada en el suelo, como hacía cuando la rabia le superaba. Le asustaba su poder, pero se sentía seducido por su presencia. ¿Echarían en falta en el Pueblo Rojo su mejor arma? ¿Le echarían en falta a él?

II

«Estoy volando sobre un río azul. Sus reflejos son brillantes, hermosos. La belleza del paisaje me abruma. Se ha deshecho la nieve. Unos bárbaros persiguen a Gryal. Mi nieto está ahí. Mi pequeño reflejo apenas es apreciable en la noche oscura. Gryal me habla, no puedo responder, hoy no. Veo más de veinte lobos aullando junto al soldado. Le han dado comida y abrigo, le han servido de guía y escudo y defendido de los extraños con su vida, pero ha sido capturado. Qué valor el de los animales. La luna llora, dice que le harán daño a su amante. Está triste y no sabe qué hacer. Gryal está solo, ence rrado. Esos hombres son peligrosos. Sanitier está loco. Ergon me intimida. Peligro, peligro, apagaré mi luz, tengo que esconderme... y poder guiar a Gryal.»

Andrey despertó empapado en sudor. Se hallaba sentado en el suelo de su tienda, rodeado de cuencos humeantes. La luz estaba casi ausente y el aire era espeso; pero el aroma de su hogar resultaba tan agradable como siempre. Se alzó lentamente, cada vez le dolían más los huesos, pero su nariz agradecía el frescor de la lluvia. Abrió la puerta de tela de su tienda y la ató en la madera superior para que la brisa de la mañana entrara por ella. Su cara, arrugada, estaba adormecida y preocupada. No le gustó lo que habían visto sus otros ojos en aquel sangriento anochecer.

-¡Luz! - dijo con voz ronca. Luego se sentó sobre la cama, dura y alta, y se rascó su larga barba. Sus manos, también viejas y arrugadas aunque grandes, no calmaron su desdicha. Andrey estaba triste.

A su orden, pequeñas luciérnagas entraron en la tienda e iluminaron sus ojos. Esa treintena de pequeñas luces bastaron para alegrar la vista del anciano, que intentó con poca fortuna sonreír. La fatiga de sus párpados era notoria.

-No puedo ayudarte en esto, Gryal... - se dijo Andrey, áspero.

Llevaba largo tiempo guiando al joven mediante la mayor de sus luciérnagas. Su luz había servido al capitán para encontrar agua y el camino hacia los lobos. Los animales, bajo la tutela de la luna, le habían acompañado en su viaje un corto período de tiempo. Pero ahora Gryal estaba cautivo, prisionero de un loco y vigilado por un peligroso inmortal de piel y ojos blancos, de oscuro cabello. Asesinados los lobos, oculta la luciérnaga, Gryal se encontraba solo en su jaula, despojado de armas y con una maldición sobre sus hombros que le obligaba a dormir durante el día. ¿Qué sería de él? ¿Cómo podía ayudarle Andrey?

-Ahora no me sirve de nada mirarte con mis ojos de insecto. Al menos espero que Marion consiga retener a mi nieto; no pienso dejar que Wrack acabe con tu vida. Ni tú con la suya.

Acostumbrado a hablar en soledad, bajo la tutela de insectos, Andrey trazaba en su mente planes para remediar las cuitas de Gryal, pero desde su posición, y sin el apoyo de Zahameda, el anciano era incapaz de solventarlas.

Decidido, se alzó con celeridad, agarró su cayado de madera y salió de la tienda. Era muy temprano, incluso para el Pueblo Rojo, tan acostumbrado a un sueño ligero. Zahameda le esperaba en un banco de madera, allí donde Viduk solía amanecer después de trasnochar. Cierta melancolía rodeaba los ojos del anciano brujo cuando se detuvo ante la mujer de pelo rojo.

La bruja estaba seria. Sus métodos se habían endurecido desde la marcha de Gryal y su poder había aumentado significativamente, tanto como menguaban los poderes de Andrey. En poco tiempo Zahameda se había convertido en una líder poderosa y respetada, pero seguía siendo terca y poco dialogante.

-Dime, Andrey, ¿a qué debo tu visita?

-No vengo a visitarte, de hecho pensaba que estarías en tu tienda - dijo extrañado-. ¿Estuviste bebiendo anoche?

Zahameda le recordó a su decadente nieto Viduk, tan asiduo a las borracheras cuando las cosas le iban mal.

-Sabes que lo que preguntas carece ahora de importancia, Andrey. ¿Vienes a hablarme de Don Juan o de Don Lorencio?

-De ninguno de los dos. No te buscaba.

-Don Juan no ha enviado más soldados después de su gran derrota y Don Lorencio tampoco lo ha vuelto a intentar - siguió Zahameda, haciendo caso omiso al brujo-. Lo cierto es que me preocupa la ausencia de información, no saber qué hacen ni cuáles son sus intenciones. El Pueblo Rojo no está preparado para una nueva acometida, no sin la Espada Negra.

-Esa espada no es la bendición de nuestro pueblo sino todo lo contrario. Es demasiado peligrosa, Zahameda; aunque nada de ello importa ahora, ¿verdad? Dejaste que mi nieto se la llevara.

-Wrack me traerá la cabeza de Gryal, con o sin su cuerpo, vengará a tu nieto Viduk y traerá la paz a nuestro pueblo. Es mucho más de lo que tú ni nadie podría esperar de Wrack. Quizá sea incluso demasiado honor para él.

-Wrack fracasará en su intento. No quiero que mate a Gryal, quiero que vuelva y llore la muerte de su hermano junto a este anciano solitario. No quiero perder más nietos por tu culpa.

Zahameda, ofendida por sus palabras, mantuvo cierta distancia con Andrey, alejando su trasero del anciano, que se había sentado junto a ella.

-Fue Gryal quien mató a Viduk.

-No, mujer caprichosa. ¡Fue tu insensatez! Quiero que deshagas la maldición de Gryal.

Zahameda sintió cómo el enojo afloraba en sus mejillas.

-¡Esa maldición es la garantía de su fracaso, Andrey! - su voz se alzó tan segura y decidida que parecía humillar la nobleza dialéctica de Andrey-. Wrack lo encontrará dormido y acabará con él.

-¡Usas a tu antojo ami nieto! - repuso enojado el anciano.

-Uso mi poder de la misma forma en que usas tú el tuyo.

-Estás fracasando. La muerte de Gryal no salvará nuestro pueblo. Estamos sentenciados desde el día en que nos enfrentamos a Don Juan. Somos una vergüenza en nuestra historia.

-La rendición de nuestro pueblo es una derrota.

-¡Pero la maldición no es una victoria!

-¿Qué propones entonces? ¿Quieres que me suba las faldas para que los soldados extranjeros abusen de mi sexo tanto como pueden abusar de tu pueblo, Andrey? ¿Mi sufrimiento te hará feliz? Hice lo mejor para nuestro poblado, y no daré marcha atrás.

-Propongo que sea Gryal el que impida que ataquen a nuestro pueblo. Quiero su perdón.

Su seriedad contrastó con la sonrisa burlona de Zahameda.

-¿Gryal? ¿Salvarnos? ¿Perdonarnos? ¿Qué puede hacer él para salvarnos?

-Conseguir el poder, derrotar a sus enemigos, perdonar a nuestro pueblo, perdonar el dolor que le causamos, ¿qué más da? Seguro que es capaz de ayudarnos. No somos mala gente, y no quiero que ni él ni nadie piensen que lo somos.

Hubo un momento de silencio. Ambos reflexionaron sobre sus palabras, pero ninguno tenía muy claro lo que hacer. Los pájaros cantaban el amanecer con alegría, pero en sus corazones los líderes sentían el dolor de la indecisión.

-Gryal no perdonará nunca mi maldición.

-Ni tú perdonarás su traición. Pero el chico merece la libertad.

-No obviaré que Gryal me traicionó, y su traición será su tumba - sentenció Zahameda mientras se alzaba y miraba con soberbia al anciano-. De noche vivirá y una noche, o un día, morirá, y ni tú ni nadie me quitará ese placer, Andrey.

El viejo no respondió. Esperaba una reacción así de la bruja. «Había que intentarlo», se dijo, y arqueó ligeramente la espalda, bajando su rostro. Se sentía abatido.

-No quiero que intervengas más, Andrey. Tómalo como una amenaza si lo deseas. Vete, duerme, ve a descansar un poco más. Estás exhausto...

Y se marchó, femenina y poderosa, con el pelo rojo deslizándose entre finas ráfagas de viento.

 
La maldición de Gryal
titlepage.xhtml
index_split_001.html
index_split_002.html
index_split_003.html
index_split_005.html
index_split_006.html
index_split_007.html
index_split_008.html
index_split_009.html
index_split_010.html
index_split_011.html
index_split_012.html
index_split_013.html
index_split_014.html
index_split_015.html
index_split_016.html
index_split_017.html
index_split_018.html
index_split_019.html
index_split_020.html
index_split_021.html
index_split_022.html
index_split_023.html
index_split_024.html
index_split_025.html
index_split_026.html
index_split_027.html
index_split_028.html
index_split_029.html
index_split_030.html
index_split_031.html
index_split_032.html
index_split_033.html
index_split_034.html
index_split_035.html
index_split_036.html
index_split_037.html
index_split_038.html
index_split_039.html
index_split_040.html
index_split_041.html
index_split_042.html
index_split_043.html
index_split_044.html
index_split_045.html
index_split_046.html
index_split_047.html
index_split_048.html
index_split_049.html
index_split_050.html
index_split_051.html
index_split_052.html
index_split_053.html
index_split_054.html
index_split_055.html
index_split_056.html
index_split_057.html
index_split_058.html
index_split_059.html
index_split_060.html
index_split_061.html
index_split_062.html
index_split_063.html
index_split_064.html
index_split_065.html
index_split_066.html
index_split_067.html
index_split_068.html
index_split_069.html
index_split_070.html
index_split_071.html
index_split_072.html
index_split_073.html
index_split_074.html
index_split_075.html
index_split_076.html