Capítulo 51

 

 

Sienna odiaba tener que dejar a Paris en la cama y no quería que no la viera al despertar. Su cuerpo aún estaba recuperándose de las graves heridas que había sufrido en la batalla y, cuando abriera los ojos, querría respuestas. Unas respuestas que ella respondería encantada en cuanto las supiera.

Así que después de acariciarle la cara, salió del dormitorio que compartían en el Reino de Sangre y Sombras, pero se detuvo de inmediato. Un momento. Ahora podía trasladarse con el pensamiento, ¿verdad?

De hecho, era así como había llevado allí a Paris y a todos sus amigos. Solo había hecho falta un pensamiento: «Me gustaría que estuviéramos todos en casa» y al abrir los ojos, habían aparecido todos en el castillo. La sorpresa la había dejado muda durante un buen rato. Después se había pasado horas imaginando las posibilidades que le ofrecía aquel nuevo don: Hawái, Rusia, Irlanda...

De eso hacía dos días. Dos días que le parecían una eternidad, durante los que había conseguido perfeccionar la técnica de esa nueva habilidad. Pero había otros poderes a los que no iba a acostumbrarse con tanta facilidad.

Ahora tenía tanto poder dentro que a veces le daba la impresión de que no le cupiera dentro del cuerpo y que en cualquier momento fuese a estallar en mil pedazos. Por lo visto, al cortarle la cabeza a Cronos, la mayoría de sus poderes habían pasado a ella, y también sus pertenencias. Como por ejemplo, la casa que tenía en los Cielos e incluso su harén, cuyas integrantes había puesto en libertad de inmediato.

Una de las mujeres llamada Arca le había preguntado si la enviaba Paris, porque, a cambio de su ayuda, Paris había prometido liberarla en cuanto hubiese salvado a Sienna. Arca lo había ayudado y ahora la deuda había quedado saldada.

Además de todo eso, ahora los aliados de Cronos eran suyos y también sus enemigos. Pero no le preocupaba mucho.

También podía sentir la oscuridad dentro, esa oscuridad de la que le había hablado Zacharel, la misma que le había pasado Paris y que a Ira le encantaba devorar. Su demonio ya no se alimentaba de ella sino de Paris, absorbía esa parte de él y lo aliviaba de una gran parte de la carga. Sin duda a Zacharel le parecería bien.

Se trasladó a la habitación de Lucien con el pensamiento, con la intención de hacer la ronda diaria para comprobar qué tal estaban todos los amigos de Paris. Anya y él estaban en la cama, durmiendo plácidamente. Las heridas del guerrero habían sido más leves que las de Paris y esa mañana por fin había podido levantarse de la cama, solo para ir en busca de Anya y volver a la cama con ella.

Maddox y Ashlyn estaban también en la cama, pero ellos estaban cuidando de los bebés, que estaban encantados en los brazos de sus padres. Maddox llevaba un enorme vendaje y aún estaba magullado y pálido, pero sonriente. El pequeño Urban miró a Sienna y le guiñó un ojo.

No podía ser. ¿O sí?

Strider y Kaia estaban... haciendo el amor. «¡Ay, mis ojos!» Sienna salió de inmediato de allí.

En la siguiente habitación encontró a Sabin y Gwen... en la misma situación. ¿Qué le pasaba a todo el mundo? ¿Acaso el demonio de Paris los había poseído a todos?

Gideon y Scarlet estaban acurrucados el uno junto al otro, charlando. Era la conversación más rara que había oído Sienna en su vida.

—Te odio.

—Yo a ti más.

—No, yo a ti mucho más.

A otra cosa.

Amun y Haidee estaban en la cocina, haciendo galletas. Haidee tenía harina en las mejillas, pero también en los pechos y en el trasero, gracias a las manos de Amun.

Reyes y Danika estaban en su habitación. Reyes también estaba curándose de las heridas y Danika, pintando.

Como sabía que era el Ojo que Todo lo Ve, Sienna prefirió no mirar el cuadro que tenía entre manos porque no quería acabar tan obsesionada con el futuro como Cronos y olvidarse de vivir el presente.

Lo único a lo que había prestado atención había sido a la afirmación de que la fortaleza de Budapest muy pronto sería un lugar demasiado peligroso para vivir, aunque no sabía el motivo. También había aceptado la sugerencia de que el grupo al completo se quedara a vivir en el castillo durante un tiempo.

Cameo estaba limpiando sus armas frente a la tele. Sí, los guerreros habían encontrado la manera de llevar la televisión por cable hasta aquel reino inmortal.

Aeron y Olivia... ¿otra vez, no? De verdad, el castillo cada vez se parecía más a la jaula de los monos de un zoo. Sintió cierta nostalgia de su demonio, pero ya nunca gimoteaba.

«¿Te alegras de estar conmigo?», le preguntó Sienna. «Al menos un poco».

«No estás tan mal», respondió el demonio y ella se echó a reír.

Ira cada vez hablaba más con ella, llegaban a mantener verdaderas conversaciones y no un simple intercambio de palabras aisladas. Ira la había ayudado mucho en el campo de batalla, había guiado sus movimientos, pero sin controlarla por completo para que pudiera seguir tomando sus decisiones.

Legion se encontraba en la habitación que habían elegido para ella y, aunque estaba atada a una pared, la cadena era tan grande que podía moverse libremente, pero no volver con Galen para cumplir con su promesa.

«Tendré que arreglarlo», pensó Sienna.

«Esperanza seguirá luchando a muerte para recuperarla», le recordó Ira.

Probablemente, pero ya se ocuparía de eso en otro momento.

Viola y su perro princesa estaban ahí dentro con Legion. Viola no paraba de contar anécdotas sobre sí misma. Su público no podía escapar, así que era la audiencia perfecta. Aunque pobre Legion.

Torin estaba en su habitación frente al ordenador. Tenía una actitud distante y Sienna no pudo evitar preguntarse en qué estaría pensando.

Y de pronto lo supo, incluso pudo escuchar sus pensamientos:

«¿... debo hacer con la Llave de Todo? Cronos no me va a pedir que se la devuelva porque está muerto y... ¿a qué viene eso de que la mujer de Paris sea la reina de los Titanes? Parece una broma. Una antigua humana y además muerta, y también exmiembro de los Cazadores. Ya sabemos el rollo que es que nos dirijan seres poseídos por demonios. ¿Ahora tenemos que inclinarnos ante ella? Maldita sea, todo esto es muy raro y no tengo ni idea...».

¡Ya!, pensó, bajando el volumen de su propia mente. Igual que no quería conocer el futuro, tampoco quería saber más de lo que le correspondía sobre el presente. No estaba bien invadir de ese modo la mente de otra persona.

Sienna no había hablado demasiado con los Señores en los últimos dos días, había estado muy ocupada cuidando de Paris y adaptándose al nuevo puesto, pero ahora sabía que muchos de ellos aún no la veían con buenos ojos. Bueno, no importaba. Haría falta tiempo y ella estaba dispuesta a dárselo. Cualquier cosa con tal de estar con Paris.

A continuación apareció en las habitaciones que ocupaban los prisioneros inmortales de Cronos, Cameron, Winter e Irish. A diferencia de las otras veces, no vio escenas de sus crímenes pues, parecía que Ira había quedado saciado hasta el hartazgo durante la batalla y no sentía apetito alguno.

Cameron fue el primero en verla y avisó a los demás. No le sorprendía que pudieran verla porque todo el mundo podía hacerlo.

—Ambrosía. Otra vez tú. Eres la espía invisible de ese hijo de perra.

—Buenas noticias —respondió ella—. Ese hijo de perra ha muerto y, obviamente, yo ya no soy invisible.

Los tres la miraron boquiabiertos. Irish no dijo nada, los otros dos soltaron una amarga carcajada.

—Sí, claro.

—No me lo creo.

—Voy a soltaros —anunció y consiguió que se callaran de inmediato.

No lo había hecho antes porque no había sabido bien si era lo más sensato ¿Qué harían cuando se enteraran de que ahora era su reina? ¿Intentarían matarla? Pero luego había llegado a la conclusión de que tampoco pasaría nada si lo intentaban porque sus poderes eran mucho mayores.

—Si hacéis el menor daño a los Señores del Inframundo, que son como vuestros hermanos —les recordó con gran énfasis—, lo lamentaréis, pues están bajo mi protección y los defenderé a muerte. ¿Comprendido?

Los tres asintieron sin demasiada convicción.

—Preguntad por ahí y comprobaréis que puedo haceros mucho daño —añadió antes de acercarse a la puerta de la habitación de Winter y hacer desaparecer el escudo que le impedía salir. La muchacha desapareció de inmediato. Luego hizo lo mismo con los otros dos, que también se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos.

Algo tan fácil hacía solo unos días le había sido imposible.

Por desgracia, aún no había terminado con sus tareas.

A William no lo encontró en su dormitorio, la que estaba allí, durmiendo en su cama, era esa chica humana, Gilly. En el aire no había olor a sexo, sino a miedo y también a consuelo. Gilly había acudido allí preocupada por William, que también había resultado herido en la batalla. Él la había consolado hasta que se había quedado dormida a su lado y después se había marchado.

Lo encontró sentado al borde de la azotea, comiendo caramelos y charlando con otro hombre. Con Hades. Los dos percibieron su presencia antes de verla.

—Hola, muchacha a la que ayudo una y otra vez —dijo William, con un sentido del humor intacto a pesar de las heridas de guerra.

—Hola, muchacha que me debe multitud de favores —dijo Hades por su parte.

Seguía envuelto en una bruma negra, pero quizá los poderes le habían mejorado la vista, porque veía cosas que antes había pasado por alto. Hades tenía el cabello largo y negro como el carbón, los ojos también negros, sin pupilas y un rostro aún más hermoso que el de Paris. Bueno, que otras mujeres considerarían más hermoso, pero no ella.

Era muy fuerte y en el pecho llevaba tatuadas muchas estrellas diminutas.

«Me gusta», dijo Ira.

«Eso me da un poco de miedo, la verdad».

—¿Has decidido ya qué quieres que haga por ti? —le preguntó, preocupada porque sabía que podría pedirle cualquier cosa que no perjudicara a Paris ni a sus amigos, y ella tendría que concedérsela.

Hades meneó la cabeza y esbozó una sonrisa arrebatadora.

—Te lo diré pronto.

—De acuerdo —se alejó de allí y un segundo después estaba en los Cielos, en la nube de Zacharel.

Era increíble que los ángeles vivieran en nubes y que esas nubes fueran como casas con muebles, pasillos y jardines. Zacharel tenía una cama, pero en ella había atado un hombre con el pelo rosa y unas lágrimas tatuadas cerca de los ojos. Estaba amordazado y, a excepción de la sábana que le llegaba a la cintura, completamente desnudo.

«No mires. No es asunto mío». En la mesilla había un frasco con un líquido de aspecto pegajoso. No quería ni pensar qué hacía con esa cosa.

—Zacharel —llamó al ángel mientras observaba detenidamente al hombre de pelo rosa.

Era el mismo que había atacado a Paris en la cueva y, ahora que lo veía bien, no era un hombre, sino un ángel caído. ¿Qué hacía retenido precisamente en el lugar del que había decidido huir?

Zacharel apareció por la puerta del fondo. Estaba desnudo y mojado, y, ay, Dios, sencillamente increíble. Tenía los músculos perfectamente marcados, un atributo de considerable tamaño y ni un solo pelo.

El único defecto aparente de su anatomía era una mancha negra, tan grande como un puño, que tenía en el pecho, justo sobre el corazón. Tenía sangre en algunos puntos de la mancha, como si se la hubiese tatuado. Pero, no. Ese no era el único defecto. También tenía marcas de latigazos en las costillas. Lo que no sabía si considerar un defecto era la nieve que seguía cayendo a su alrededor.

Se detuvo en seco al verla y se apresuró a cubrirse con una túnica. También desaparecieron la cama y su ocupante.

—¿Cómo has entrado?

—Perdona —le dijo Sienna—. La verdad es que solo con pensarlo, he aparecido aquí.

—¿Qué quieres?

—Quería darte las gracias —gracias a él Paris y sus amigos seguían con vida—. Me diste agua del Rio de la Vida. Entonces no sabía lo que tenías que hacer para conseguirla, pero ahora sí lo sé y soy consciente de que tuviste que hacer alguna clase de sacrificio.

La información le llegaba a pequeñas dosis. Esa misma mañana se había dado cuenta de que los ángeles debían renunciar a algo querido solo para poder acercarse al agua y, para poder llevarse un poco, debían sangrar. En grandes cantidades. Quizá los latigazos se debieran a eso.

Después de la batalla, mientras Paris se quedaba sin energía además de sin sangre, Zacharel le había entregado un frasco de agua a cambio de que prometiera ayudar a los ángeles en la siguiente guerra. Por lo visto, la batalla contra Cronos no era la que necesitaba ganar.

—Haré todo lo que pueda por ti —añadió Sienna.

Sus poderes tenían ciertos límites, claro. No podía recuperar a su hermana, por mucho que lo había intentado. Tampoco podía encontrar a Kane, ni curar a los demás. Cronos nunca había sido el ser todo poderoso que había fingido ser.

—Tienes mucho que aprender de ti misma —le dijo el ángel—. Vas a pasar las próximas semanas con nosotros para que te enseñemos todo lo necesario.

—En cuanto se recupere Paris y entonces él vendrá conmigo —aseguró y rezó al Cielo para que él quisiera hacerlo.

—¿Compartió su oscuridad contigo, y aun así lo deseas?

—Claro. Yo soy una luz para él y, de algún modo, su oscuridad es mi luz.

—Eso es...

—No importa. El caso es que quiero que esté a mi lado y eso es todo.

Dicho eso, desapareció porque aún le quedaba una parada más que hacer antes de volver junto a Paris.

La casa de Galen.

Fox y él estaban sentados en la cocina frente a un sinfín de pistolas y de munición.

Ira rugió, pero no dijo nada.

Galen parecía molesto y Fox, agotada. Tenía la nariz roja e inflamada. Nada más verla, se puso en pie de un salto y a punto estuvo de lanzarse sobre ella, sin duda para chuparle la sangre.

Pero Sienna volvió a sentarla con un movimiento de mano.

Galen se puso en pie también.

—¡Tú!

—Sí, yo.

—Quiero recuperar a mis mujeres. A Legion y a Fox.

—Y yo quiero que liberes a Legion de la promesa que te hizo.

—Jamás.

—Imaginaba que dirías eso.

Quizá debería haberlo matado por todo el mal que había hecho, pero la mayoría de sus Cazadores habían muerto en la batalla, así que quizá fuera bastante sufrimiento. Además no quería que su demonio quedase en libertad como Avaricia y Conflictos, que habían pertenecido a Cronos y a Rhea, respectivamente.

—Como bien sabes, los Innombrables estaban unidos a Cronos y, ahora que ha muerto, son libres. Intenté volver a encadenarlos, pero cuando me di cuenta de quiénes eran y de que yo también podía controlarlos, ya habían huido —lo miró fijamente antes de continuar—. Quieren tu sangre, Galen, así que no tardarán en venir a por ti —de hecho, le extrañaba que no lo hubieran hecho ya—. ¿De verdad quieres someter a Legion a semejante peligro?

Pasó un largo rato. Su respuesta demostraría lo que realmente sentía por la chica.

—No, no quiero —admitió encorvando los hombros.

Eso quería decir que le importaba de verdad.

—Yo... la liberto —dijo entre dientes—. La libero de tener que cumplir la promesa que me hizo.

Sienna no dijo nada, pero estaba atónita. No sabía qué decir, así que pasó al siguiente punto.

—Tienes algo que quiero.

Galen no se hizo el despistado.

—La Capa de la Invisibilidad.

—Sí.

—Es mía. Mía.

Deseaba con todas sus fuerzas que él se la diera. Pero el libre albedrío era algo mucho más fuerte que sus nuevos poderes. Por eso Cronos se había esforzado tanto en convencerla de que hiciera lo que él quería. Mortal, inmortal o rey, todo el que atentaba contra el libre albedrío, era castigado duramente. Sienna estaba segura de que gracias a eso lo había derrotado. Porque Cronos le había robado la voluntad, su libre albedrío, y, al hacerlo, había perdido también el suyo.

—¿Qué puedo ofrecerte para convencerte de que me des la Capa? —le preguntó. Había aprendido un par de cosas sobre la negociación.

—Protección —dijo él—. Debes protegerme de los Innombrables.

A los Señores iba a encantarles la idea.

—Durante un año.

—Para siempre.

—Dos años.

—Para siempre.

—Dos años —insistió ella.

Galen la miró, sorprendido.

—Está bien. Dos años de protección. Puede que en ese tiempo te mate y me quede con tus poderes.

Para entonces, ya habrían encontrado la caja de Pandora, pero eso no se lo dijo.

—No juegues conmigo, Galen, si no quieres acabar en una prisión para inmortales.

Eso lo dejó pálido.

Sin duda se imaginó pudriéndose junto a los griegos a los que una vez había traicionado.

—Dame la Capa.

Se sacó una cosa gris del bolsillo del pantalón y se la tiró.

—Ahí la tienes.

No había tiempo para celebrar la victoria.

—¡Sienna!

Oyó la voz de Paris al otro lado de la enorme distancia que los separaba. Se le sonrojaron las mejillas de alegría. ¡Estaba despierto!

—Tengo que irme —dijo después de guardarse la capa y volvió al dormitorio del castillo con un pensamiento.

La seducción más oscura
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