Capítulo 20

 

 

—Está bien. Veamos qué puedo hacer para superar al pequeño Carl —dijo Paris justo antes de volver a rozar los labios de Sienna con los suyos.

Apenas la tocaba lo justo para provocarla, y notó cómo ella se fue ablandando, comenzando de nuevo a acariciarle la cabeza para después bajar las manos hasta el cuello y aferrarse a él.

Le pasó la lengua por los labios y cuando se abrieron para él, la introdujo en su boca lentamente, saboreándola con deleite. Sus lenguas se encontraron y se acariciaron. Parecían querer explorarse y descubrirse mutuamente, su sabor, su textura. Era lo más sexy que había experimentado en su vida.

La primera vez que habían estado juntos, Sienna había utilizado los besos para distraerlo y poder clavarle la aguja en el cuello. Ahora podría haber hecho lo mismo y a él no le habría importado. Ardía de pasión, con una intensidad que jamás había sentido. El corazón le latía dentro del pecho como si fuera un tambor de guerra que reclamaba más y más. Lo quería todo de aquella mujer que era su obsesión. Le temblaban las piernas y los brazos.

Al no poder ver nada, el resto de los sentidos estaban mucho más sensibles. Sentía el olor a flores que desprendía la piel de Sienna y que lo embriagaba mientras la acariciaba con los dedos tatuados como si quisiera memorizar todo su cuerpo. Oía todos los ruiditos que hacía y cada uno de ellos era como una caricia. Y su sabor... sí... era la ambrosía más deliciosa que había probado nunca.

Claro, eso era en lo que la había convertido Cronos, en una proveedora. Era un dispensador de ambrosía ambulante. Si pudiera beberse su sangre, estaría colocado toda la eternidad.

La ambrosía mataba a los humanos. Había estado a punto de acabar con la mujer de Maddox, pero Sienna ya estaba muerta, lo que quería decir que había dejado de ser humana. Al darle aquel néctar con los bulbos que necesitaba la planta para crecer, algo que habría matado incluso a un inmortal, la había convertido en el terreno de cultivo perfecto e inagotable de la droga.

Lo que corría por sus venas era aún más adictivo que lo que Paris había estado consumiendo hasta hacía poco. Cualquier inmortal que probara su sangre, se convertiría instantáneamente en un adicto, enganchado a ella. Sentiría la necesidad de estar con ella, de cuidarla y de luchar a muerte contra cualquiera que quisiera arrebatársela.

¿Por qué habría querido Cronos hacer algo así? ¿Por qué convertirla en semejante objetivo?

Otra cosa que tendría que resolver con él... a cuchilladas.

«No pienses ahora en eso. Estás con ella, está bien y te desea tanto como tú a ella».

La agarró de la cintura y la levantó del suelo, apretándola fuerte contra la pared.

—Ponme las piernas alrededor de la cintura, pequeña.

Ella obedeció. Paris le frotó la erección contra el clítoris hasta hacer que gritara de placer. Era... era... No había palabras para describirlo.

Quería más.

Lo quería todo.

—¿Estás mojada? —le preguntó y era más de lo que solía decir otras veces, pues normalmente se limitaba a decir «sí» y poco más.

Hubo un momento de duda por su parte.

—Sí —respondió por fin, susurrando tímidamente. Con sensual abandono y un ligero toque de vergüenza, lo que formaba una combinación muy tentadora.

Siguieron besándose apasionadamente, movían la lengua con rapidez y era como si estuviesen haciendo el amor. Paris quería más y más, pero no creía que nunca fuera a ser suficiente. Había merecido la pena todo lo que había tenido que hacer para llegar a donde estaba.

Había estado con tanta gente, había hecho tantas cosas. Algunas le habían gustado, otras no. El noventa por ciento de las veces actuaba como si llevara un piloto automático que le permitía hacer lo que tenía que hacer para obtener lo que necesitaba y dejar a sus compañeros de cama con una sonrisa de satisfacción aunque odiase a la persona en cuestión, detestase su olor, sus manos o la idea de estar dentro de alguien a quien ni siquiera conocía.

Pero ahora era distinto. Allí no había ningún piloto automático. El instinto lo controlaba, lo movía la necesidad de poseer y ser poseído. La necesidad de convertirse en un solo ser junto a ella, por cursi que sonara. Así que la besaba una y otra vez porque no podía no hacerlo. Porque tenía que explorarla más y más, tenía que descubrirlo todo de ella. Echó la cabeza a un lado y poseyó su boca del mismo modo que quería poseer su cuerpo.

Esa vez Sienna no se quejó.

—Sí —gimió y estaba claro que ahora sí le estaba gustando su manera de besarla—. Paris... voy a... Tienes que... para. No... no pares. ¡Paris!

No podía parar. Se apretó más contra ella, la oyó gritar y su placer lo volvió loco de deseo. Ardía de pasión por ella, de desesperación por hundirse en ella y hacerle saber que era suya y solo suya.

«¡Más!».

—Paris... para... por favor.

Lo agarró del pelo y lo obligó a levantar la cabeza.

—Te deseo —dijo con la voz ronca—. Pero no aquí. Quiero que sea en otra parte. En un lugar más íntimo.

«MÁS».

Tenía que llevarla al dormitorio donde habían estado antes. Sí pensó, ansioso e impaciente. Tenía que desnudarla, verla y hacerla suya. Tenía que hacerlo cuanto antes.

La tomó de la mano y dio un paso. Un solo paso y de pronto sintió que se le clavaban miles de agujas en la pierna. Eso le hizo recuperar la razón y volver al círculo de sangre. Notó el calor de la sangre corriéndole por la pierna y un dolor tan insoportable que seguramente no le quedara ningún músculo entero. En menos de un segundo las sombras le habían devorado la pierna como si fuera un filete.

¿Eso era lo que había tenido que soportar Sienna?

Sexo se refugió en un rincón de su mente, escondiéndose de tanto dolor.

Paris echó mano al puñal que llevaba bajo el brazo; la oscuridad volvía a desatarse en su interior y lo instaba a salir del círculo y luchar.

Pero entonces sintió la mano de Sienna en el brazo, sujetándolo. Ella también estaba jadeando.

—¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? —le preguntó mientras buscaba a tientas alguna herida.

—A mí no. ¿A ti?

—Estoy bien.

Al tocarla pudo comprobar que aún tenía los pezones duros por la excitación. Sin embargo había tenido la fuerza necesaria para parar, algo que no había podido hacer él. Era impresionante.

Las sombras se marcharon de pronto, con la misma rapidez con la que habían llegado. El castillo dejó de temblar y cesaron los gritos. Volvió la luz. Paris tuvo que parpadear para acostumbrarse al resplandor.

Sienna tenía las mejillas sonrojadas, los labios hinchados y húmedos de saliva y el pelo despeinado. Estaba increíblemente sexy, tanto que Paris volvió a sentir la erección presionándole la entrepierna.

Se dio media vuelta antes de caer en la tentación de comérsela viva. Fue entonces cuando vio a William agazapado en el centro del pasillo, dentro de otro círculo de sangre. La inmortal estaba en la puerta de su habitación con los ojos abiertos de par en par y gesto de incertidumbre. El segundo inmortal estaba también en la entrada de su habitación.

El tercero, al que William no había podido llegar, yacía en el suelo en un charco de sangre y... otras cosas. Se retorcía de dolor, pero seguía luchando por sobrevivir.

—¿Sabes qué era eso? —preguntó Paris, pero de repente todo empezó a dar vueltas a su alrededor y tuvo que echar mano a la pared para no caer al suelo.

La culpa no era del dolor o de la pérdida de sangre.

Sexo lloriqueaba en su interior mientras hacía que la debilidad se apoderase de él. Se había visto frustrado demasiadas veces en los últimos días y la negativa de Sienna había puesto en marcha la cuenta atrás. Eso quería decir que, si no se acostaba con alguien pronto, perdería todas las fuerzas hasta desvanecerse. Su cuerpo estaba soltando feromonas con la esperanza de que alguien se acercara a él y lo poseyera.

Pero Paris no iba a permitirlo. Seguía estando de acuerdo con los motivos que le había dado Sienna para parar, pero ya no podía más. Iba a hacerla suya de un modo u otro porque la alternativa era estar con otra persona y no estaba dispuesto a hacerlo.

—Sí, claro que lo sé —respondió por fin William, cuando consiguió recuperar el aliento. Levantó la mirada y clavó en Paris unos ojos que parecían de otro mundo—. Cronos las creó hace mucho tiempo igual que Zeus te creo a ti, pero tenía entendido que desde que encerraron a Cronos, ya no le pertenecían a él. Supongo que las habrá recuperado. Me parece que voy a tener una pequeña conversación con él sobre la hospitalidad y lo que debe hacer un buen anfitrión —añadió con una ironía que daba miedo.

Sin duda tenía intención de que solo uno saliera vivo de esa conversación. Lo mismo que planeaba Paris.

—¿Alguna vez te han hecho eso a ti? —le preguntó a Sienna señalando al tipo que habían abierto en canal.

Con lo que corría por sus venas, las sombras se habrían vuelto locas por ella; se habrían cebado en su cuerpo y se habrían olvidado de todo lo demás hasta beberse toda su sangre.

Sienna no respondió.

—¿Qué —comenzó a decir Paris y entonces se fijó en que tenía la mirada perdida y los ojos rojos.

Ira se había apoderado de su mente y de su cuerpo.

—Tengo que castigarlas —dijo con una voz fría que Paris jamás le había oído, una voz en la que no había sentimiento alguno, ni pasión.

Un segundo después, desplegó las alas y fue como si dos nubes negras lo invadieran todo, desde el techo hasta el suelo.

—Sienna —susurró con calma. Tenía que estar tranquilo si no quería que Ira la tomase con él. Chasqueó los dedos delante de su cara—. Quiero que me escuches. ¿Me oyes, pequeña?

—Castigo —batió las alas con fuerza.

—Sienna.

Salió disparada sin decir nada más hacia la única ventana que había, rompió el cristal y se perdió en la noche.

Paris se lanzó tras ella, pero no consiguió alcanzarla y quedó suspendido con la mitad del cuerpo fuera y cinco pisos de altura debajo de él. «Estúpido». No había manera de saber dónde la llevaría Ira o qué la obligaría a hacer.

Lo que sí sabía era que tenía que ir tras ella.

Nunca había tenido que perseguir así a ninguna mujer. Miró al vacío y trató de buscar la mejor manera de largarse sin atraer la atención de las gárgolas. Solo había una manera, claro. Iba a tener que dejarse caer y rezar para que el impacto no le rompiera las piernas.

El problema era que, estando tan débil como estaba, cualquier herida que se hiciese, y sin duda se haría alguna, tardaría en curarse. No importaba. Sienna estaba en peligro y tenía que hacer algo.

—Quédate ahí —dijo a su espalda, dirigiéndose a William—. Mira a ver si puedes ayudar a los inmortales.

—Ya lo había pensado —respondió el guerrero.

Paris se preparó para saltar al vacío. Tres. Dos. Qué estúpido. Uno...

Y de pronto apareció Zacharel, las enormes alas blancas desplegadas en el aire y la nieve cayendo a su alrededor. Lo miró con una ceja arqueada.

—¿Te llevo a alguna parte?

—¿Dónde estabas cuando vinieron las sombras? —le preguntó Paris, enfadado.

—¿Quieres que te responda, o prefieres que te ayude?

«Estoy harto de que me manipule, pero debo reconocer que me vendría bien que me ayudara. Además, seguro que soy la damisela en apuros más hermosa que ha visto».

Aeron lo había llevado un par de veces, así que sabía que no había nada sexual en ello. Solo esperaba que Zacharel supiese que la evidente erección que lucía en la entrepierna no tenía nada que ver con él.

El ángel lo agarró por la cintura.

—Vas a ver lo bien que le sienta al alma ayudar a los demás.

—Muy bonito —farfulló Paris al tiempo que se agarraba al ángel solo para estar seguro. A pesar de la desesperación, Sexo no dijo nada—. Pero, ¿no podríamos hacerlo sin hablar?

—Podríamos, sí, pero no vamos a hacerlo. Mientras te tenga en mi poder, me gustaría que habláramos de tu enfermiza obsesión por esa muerta y del hecho de que ella estaría mucho mejor sin ti.

Estupendo. Paris levantó las piernas, empujó a Zacharel con los pies y saltó al vacío.

La seducción más oscura
titlepage.xhtml
Khariel.htm
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_002.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_003.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_004.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_005.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_006.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_007.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_008.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_009.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_010.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_011.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_012.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_013.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_014.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_015.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_016.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_017.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_018.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_019.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_020.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_021.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_022.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_023.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_024.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_025.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_026.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_027.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_028.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_029.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_030.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_031.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_032.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_033.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_034.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_035.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_036.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_037.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_038.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_039.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_040.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_041.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_042.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_043.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_044.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_045.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_046.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_047.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_048.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_049.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_050.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_051.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_052.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_053.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_054.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_055.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_056.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_057.html
CR!CEHFKRX1CH4PV96T11WVQ0WXC97P_split_058.html