Capítulo 41
A la mañana siguiente, después de pasar toda la noche haciendo el amor con Sienna, Paris se dio una ducha, se puso la ropa que alguien le había llevado de casa, se armó y se aseguró de que el puñal de cristal de Sienna seguía en la mesilla de noche, donde ella pudiera utilizarlo si lo necesitaba. Después salió de la habitación, muy a su pesar, y entró en un mundo completamente nuevo.
Por lo visto Danika, el Ojo que Todo lo Ve, había visto que iban a ocurrir cosas terribles en la fortaleza de Budapest y había presentido que la mejor manera de protegerse era estando con William. Así que allí estaban todos, una gran familia feliz, aunque Paris jamás entendería cómo habían conseguido instalar tan rápido en el castillo una sala de pesas, una barra de bar y una sala multimedia.
Se fijó en todos los cambios para no pensar en la mujer que había dejado durmiendo plácidamente en su cama. Desnuda y saciada gracias a sus manos y a su cuerpo. No iba a pensar en sus gemidos, ni en sus gritos de placer pidiéndole más. No iba a pensar en cómo le había hecho pedir más también a él. Ni en cómo encajaban sus cuerpos. A la perfección.
Quizá al principio se hubiese obsesionado con ella sin conocerla realmente. Pero ahora sí la conocía. Bajo esa fachada tan correcta y formal, bajo esa obstinación de acero, había un ser amable y dulce. Una mujer delicada. Sienna amaba con todo el corazón y luchaba con uñas y dientes para proteger lo que era suyo. Sacrificaba su cuerpo, su tiempo y su vida por lo que creía suyo.
Ese genio suyo resultaba muy excitante. Su erección había crecido con cada cajón que le había lanzado. ¿Cuántas mujeres serían tan valientes como para retarlo de esa manera? No muchas. Sin embargo, ella lo había hecho, porque cuando ella lo miraba, no veía su cuerpo, ni su pelo, ni su oscuro pasado. Solo veía al hombre que era. Solo eso.
A punto estuvo de darse media vuelta y volver al dormitorio. Quería sentir su húmeda excitación en la cara, sus uñas clavándosele en la espalda. Quería que lo dejara marcado para siempre y así todo el que lo mirara sabría que era suyo. Y...
¿Qué demonios era eso que había colgado en la pared? Se detuvo en seco. Igual que en la fortaleza de Budapest, las paredes estaban ahora decoradas con retratos. Lo que ocurría era que en todos ellos aparecía Viola.
Viola con vestido de noche. Viola con ropa de cuero. Viola tumbada. Viola de pie. Había un sinfín de poses distintas.
—Estoy impresionante, lo sé —afirmó la susodicha a su espalda antes de llegar junto a él, ataviada con un ajustado suéter rosa y unos pantalones del mismo color—. Los he traído de una de mis casas.
—Ya. Sí, impresionante.
—¿Cuál te gusta más? —se llevó un dedo a la barbilla en actitud pensativa—. A mí me cuesta elegir.
—No sé. Déjame pensar.
Mientras hacía como que estudiaba los cuadros, oyó el ronroneo de Sexo, que quería acercarse más a ella. Un segundo después, Paris lucía una erección innegable. Se pasó la mano por el pelo. Se sentía como si estuviese traicionando a Sienna.
«¿Por qué me haces esto?», le preguntó a su demonio. «Creía que ya lo habíamos hablado».
«Me sienta bien la infidelidad. Quiero sentirme bien».
«Pues no va a ser así. Quiero que lo pienses detenidamente. Cada vez que estamos con Sienna es como un dos por uno, o quizá mejor que eso. Es humana, fantasma, nos surte de ambrosía, pero además es una antigua Cazadora y un demonio, todo dentro del mismo cuerpo, un cuerpo delicioso, por cierto. Si la engañamos, la perderemos. Nunca volveríamos a encontrar semejante chollo».
«Es como una orgía».
«Exacto».
Hubo una pausa.
«Bueno...».
—¿Y bien? —insistió Viola.
Ah. ¿Qué podía decirle para dejarla tranquila?
—La verdad es que no puedo escoger uno. Todos son igual de increíbles.
—Tienes razón. Haré que te envíen uno a tu habitación, así podrás observar todos los detalles durante horas. Encontrarás muchas sorpresas. De nada —dijo antes de marcharse, satisfecha.
Paris se quedó allí un momento, pensando en el ángel caído que se sentía atraído por aquella mujer. Tenía que hacer algo para unir a esos dos. Porque, ¿qué peor castigo iba a encontrar para él que acabar con ella el resto de la eternidad?
Siguió caminando y, en el siguiente pasillo, se encontró con Anya. No le sorprendió verla quitando los retratos de Viola y sustituyéndolos por imágenes suyas. Parecía que había empezado la guerra de la decoración.
—Gwen, Kaia, en serio —decía la diosa mientras colgaba un cuadro y trataba de mantener el equilibrio en lo alto de una escalera—. Es la misión más importante de vuestra vida. ¡Salid aquí ahora mismo, par de vagas!
Paris bajó la cabeza y continuó andando para que no lo reclutara a él también. Al pasar, vio a las hermanas arpías en uno de los dormitorios, estaban observando un dibujo de Galen a tamaño natural. Tenía cuernos, los dientes torcidos y tres dedos en cada mano, unos pies demasiado grandes y, en lugar de genitales, tenía una X. Una X muy pequeña.
Gwen hacía como si tuviera un arco en la mano y fuese a disparar la flecha al corazón, mientras que Kaia apuntaba a la entrepierna.
Volvió a sentir el ronroneo de Sexo, quizá por falta de costumbre porque en seguida dejó de hacerlo. Pero lo mejor de todo fue que Paris no llegó a excitarse.
Suspiró aliviado, aunque con cautela.
«Si nos metemos en esto de la relación, la voy a necesitar muy a menudo».
El demonio estaba dispuesto a intentarlo. Paris no pudo contener la alegría y levantó el puño hacia el techo.
«Lo sé y te prometo que estaremos con ella más de lo que crees».
Estaba resultando ser un día increíble. En sus labios apareció una sonrisa con la que podría haber iluminado toda una ciudad. Tenía miles de cosas que hacer. Hablar con Cronos, darle una paliza a su mujer, matar a Galen aprovechando que estaba débil y encontrar a Kane, pero antes, quería charlar un poco con sus amigos y conocer a los nuevos miembros de la familia.
En el piso de abajo encontró una mesa repleta de comida de la que agarró al pasar una manzana y una caja de caramelos de canela. Las dos cosas juntas eran sencillamente deliciosas.
Muchos de sus compañeros seguían reunidos frente a la puerta de la habitación de Ashlyn, comiendo, charlando, riendo... Hacía mucho tiempo que no los veía tan relajados. Así debería ser siempre su vida, pensó Paris.
William estaba en un rincón, charlando animadamente con una muchacha de pelo oscuro que se acurrucaba junto a él. Gilly era aún una adolescente a punto de convertirse en una mujer adulta, había sufrido numerosos abusos durante su infancia y, desde que Danika la había adoptado, la muchacha siempre se mostraba muy recelosa con todos excepto con William. Por algún motivo, adoraba a aquel cretino.
Quizá porque no sabía que William había asesinado a toda su familia hacía muy poco. Paris se preguntó cómo reaccionaría cuando se enterara. Porque acabaría haciéndolo. La verdad siempre acababa sabiéndose.
Gilly odiaba a su madre, a su padrastro y a sus hermanos, pero en el fondo probablemente también los quería y era difícil olvidar esa clase de sentimiento. Lo más seguro era que se marchara, y William iría tras ella para protegerla, ya que no podría evitarlo. Todos los hombres llevaban dentro ese instinto que los hacía proteger a los demás y, una vez que lo sentían, también era difícil de olvidar.
Aunque la necesidad de derramar sangre era aún más fuerte, como bien sabía Paris. Con cada vida que había arrebatado, había crecido su desesperación por encontrar a Sienna. Pero ahora ya la tenía a su lado. Estaban juntos y no iba a dejarla escapar.
Cuando llegó junto a la pareja, le dio una palmadita en el hombro a la chica para que lo mirara. Ella gritó asustada, le dio una bofetada y se escondió en el regazo de William. Paris no quería que pensara que estaba enfadado o que tenía intención de devolverle el golpe, así que centró toda su atención en el guerrero.
—¿Qué se sabe de los inmortales?
Podría haber pasado por sus habitaciones, situadas en esa misma planta, pero prefería escuchar los chismorreos de boca de William y ahorrar tiempo.
Willy frunció el ceño.
—Pide disculpas.
—No hace falta que se disculpe —dijo Paris, sonriendo a la muchacha—. Últimamente he descubierto que tengo una cara ideal para recibir bofetadas.
—No hablaba con ella, sino contigo. Discúlpate por haberla asustado.
Ah.
—Perdona, Gilly.
La muchacha respondió con una sonrisa. Tenía un rostro encantador, de ojos oscuros como el pelo y piel bronceada, y un cuerpo con unas curvas que ningún padre querría para su hija.
—No te preocupes. Ha sido culpa mía. Me olvidé de dónde estaba.
—Lo comprendo. Yo también querría olvidarme para no tener que verle la cara a Willy.
Eso la hizo reír y Paris volvió a lo suyo.
—Dime, ¿qué hay de los inmortales?
William se encogió de hombros.
—No ha habido ningún cambio. Lo he intentado todo, pero no ha habido manera. Están atrapados en esas habitaciones.
—¿Se sabe algo de Kane?
—Ah, sí —se llevó la mano al cuello y se dio un ligero masaje—. Está vivo, en el Infierno, pero en manos enemigas. Si queréis que vuelva, vais a tener que ir a buscarlo personalmente.
Había algo raro en su tono de voz.
—¿Cómo lo sabes? —ni siquiera Amun había conseguido averiguar nada.
—El caso es que lo sé. El grupo sale mañana y, por cierto, no estás invitado. Me imagino que es porque creen que estás loco y que te enrollas contigo mismo, pero eso solo es una suposición.
Qué más daba.
—¿Quién va?
—Amun, Haidee, Cameo, Strider y Kaia.
Mayoría de chicas. ¿Acaso estaban cambiando sus equipos operativos?
—¿Tú no vas?
—Sí, claro. Los que lo tienen han puesto una condición para soltarlo, pero... no. No creo que pueda. Tengo cosas que hacer, ya sabes. Tengo planeada una velada íntima con mi suavizante.
Paris ya se lo imaginaba.
—¿Quién lo tiene? ¿Y por qué quieren que vayas tú? —no se molestó en llevarle la contraria sobre lo de ir porque, sinceramente, le importaba una mierda. Si la condición para que soltaran a Kane era que fuera él, tendría que ir y punto.
William miró a Gilly con absoluta amabilidad y admiración.
—¿Por qué no me haces un favor enorme y me traes unos ositos de gominola?
La muchacha lo miró con desconfianza.
—Qué condescendiente —aun así, Gilly se levantó para concederles la privacidad que buscaba William.
—Cuidado con esa boca —le dijo William mientras se alejaba—. Las respondonas no resultan atractivas.
—Tienes razón. Debería respetar a mis mayores —respondió la chica sin volverse a mirarlo.
Paris se echó a reír.
—¿Qué le estás enseñando?
William se puso muy serio de repente.
—A sobrevivir. Volviendo a lo de antes. Resulta que los que tienen a Kane son unos bestias que conocí cuando estuve allí abajo.
Eso le recordó a alguien.
—¿Te refieres a los Jinetes del Apocalipsis? Sí, Amun mencionó que te adoran.
—Maldito Amun —protestó con sed de venganza—. ¡Menudo chismoso! —meneó la cabeza antes de pasar a otra cosa—. Hablando de chismorreos. ¿Has visto ya a Pistola y a Revólver?
—¿A quién?
—Muerte y Caos. Les cambio el nombre cada dos horas o así.
Sí, pero, ¿cómo se llamaban en realidad?
—A eso he venido.
—Haberlo dicho antes —William le echó un brazo por los hombros y lo llevó hasta la puerta, pasando entre todos los demás—. Apartaos, mutantes. Paris es el próximo.
—Me toca a mí —protestó Cameo con toda la tristeza del mundo y se interpuso en su camino—. ¿Sabes que cada año mueren siete mil niños de...?
—Justo por eso no vas a entrar —le respondió William dedicándole una dulce sonrisa—. Además, yo he traído al mundo a esos dos demonios, así que yo elijo el orden y digo que el siguiente es Paris.
Cameo frunció el ceño. Era una de las mujeres más bellas que Paris había visto en su vida. Más aún que Viola. Tenía una larga melena negra, ojos brillantes y labios gruesos y rojos como una rosa.
—¿Sabes que un uno por ciento de los bebés nacen muertos? —dijo entonces, con la misma tristeza.
Sin duda era muy bella, pero también muy deprimente.
Llevaba dentro al demonio de la Tristeza y el sonido de su voz bastaba para romperle el corazón a cualquiera, pero si además empezaba con las estadísticas más funestas, que cada vez soltaba más a menudo y sin que nadie se lo pidiera, el resultado era sencillamente desmoralizador.
—Que alguien le traiga un caramelo a esta muchacha y se lo meta en la boca —gritó William antes de abrir la puerta sin llamar—. Señoras, nos toca.
Reyes estaba sentado junto a la cama con gesto amenazador, Strider se encontraba a su izquierda mirando al bebé que tenía en brazos su amigo.
Ashlyn estaba sentada en la cama, pálida y visiblemente débil. Maddox estaba junto a ella, con el otro bebé.
—Fuera todo el mundo —ordenó William—. Paris quiere ver a Maza y Martillo.
—No los llames así —le pidió Maddox.
Paris jamás había oído hablar con tal suavidad al guardián de la Violencia. Era increíble.
—¿Cómo quieres que los llame? ¿Clavo y Tuerca? ¿Menisco y Rótula? No, esos no me gustan. Vamos, tío, tus hijos son dos personajes duros, necesitan nombres con fuerza, no como esos que les habéis puesto.
Reyes se puso en pie y le dio el bebé a William antes de despedirse de Paris con una palmadita en el hombro. Strider hizo lo mismo, pero se detuvo a decirle:
—Ven a verme al gimnasio cuando termines.
Paris asintió, tratando de no dejarse llevar por la aprensión. En cuanto hubieron salido, se quitó de la cabeza la conversación que le esperaba y se acercó a William, que parecía muy cómodo con el bebé en brazos. Muchas veces, en secreto, Paris había contemplado la idea de formar una familia algún día, porque de ningún modo habría querido engendrar un hijo en una aventura de una noche. Pero ahora con Sienna, que jamás tendría oportunidad de ser madre...
Querría hacerlo por ella.
Por fin miró al primer niño medio humano, medio demonio que llegaba a la familia y lo que vio lo dejó asombrado.
—¿A que es una pequeña demonio preciosa? —le preguntó William, entusiasmado—. Claro que lo es.
La niña hacía ruiditos de felicidad y levantaba las manitas. Tenía los ojos muy abiertos, unos ojos dorados, brillantes y llenos de inteligencia, a pesar de la adoración con la que miraban a William. Y sí, era preciosa. Tenía ya algunos rizos color miel, pero lo más sorprendente era que tenía todos los dientes, unos dientes muy afilados y, en las manitas, pequeñas garras igual de afiladas.
—¿Crees que alguna vez podrá pasar por humana? —preguntó en voz baja, para que no lo oyera la madre, que seguramente estaría muy sensible.
—Es posible y es posible que no —respondió Ashlyn—. El tiempo lo dirá. En cualquier caso, son los dos muy bonitos.
Claro que lo había oído. Ella sí era humana, pero era capaz de oír cualquier conversación, aunque hubiese tenido lugar años atrás. Esa era su gran cruz. Y probablemente también la de los mellizos, que nunca podrían ocultarle nada a su madre.
—¿Cómo se llama? —preguntó Paris.
—Ever —respondió William sin ocultar su rechazo.
Ever levantó un puño con aparente orgullo, o quizá era enfado.
—Es un nombre perfecto, igual que ella —aseguró la madre, parpadeando como si le costase mantenerse despierta.
—Duérmete, mi amor —le dijo Maddox—. Yo me encargo de todo.
—Gracias —respondió ella, recostándose ya hacia un lado.
—¿Quieres agarrarla en brazos? —le preguntó William a Paris.
—¿A Ashlyn? No, gracias —Maddox lo mataría, igual que el mataría al guerrero que se atreviera a tocar a Sienna. Claro que ninguno de ellos, excepto William y quizá Lucien, podrían verla.
William meneó la cabeza.
—A la bebé, tonto. A Ever.
—Ah.
—¿Tenéis que hablar tan alto? —los reprendió Maddox con esa suavidad que desentonaba tanto con la ferocidad de sus rasgos.
—No, no quiero agarrarla —respondió. Era demasiado grande y seguramente le haría daño. Además, la pequeña acababa de enseñarle los dientes para dejar claro que estaba muy a gusto donde estaba.
Se acercó a ver al niño, en brazos de su orgulloso padre. Igual que su hermanita, parecía tener ya varios meses. En lugar de castaño, el pelo del pequeño era negro y sus ojos, violeta, como los de su padre. De la cabeza le salían dos cuernecitos y en las manos tenía escamas negras y suaves como el cristal.
El pequeño observaba atentamente a Paris, que tuvo la sensación de que, con solo mirarlo, había descubierto todos sus defectos y debilidades y se preparaba para atacar.
—¿Cómo se llama?
—Urban —respondió William antes de que pudiera hacerlo Maddox, y lo hizo con el mismo rechazo que antes.
Ever y Urban, muy original.
—¿Por qué habéis elegido esos nombres?
—No hemos sido nosotros —reconoció Maddox—. Los han elegido ellos.
Paris abrió los ojos de par en par.
—¿Hablan?
—No, pero se comunican muy bien.
¿Cómo?
—Vaya... He oído que fue un parto difícil.
Maddox se puso en tensión, William meneó la cabeza y le hizo un gesto a Paris para que cambiara de tema. Pero era demasiado tarde.
—Este pedazo de animal abrió a mi mujer, le sacó los bebés y volvió a coserla —se le movían las aletas de la nariz de la fuerza con la que respiraba—. Sin anestesia.
—No había tiempo —se excusó William—. Estaban abriéndose paso a zarpazos, Ashlyn habría muerto si hubiera esperado más. Mejor un corte limpio de cuchillo que los que hacen unas garras como las de estos dos. Por cierto, de nada. Te recuerdo que están todos vivos.
Paris abandonó el barco como un cobarde, dejando solo a William frente a la ira de Maddox. Una vez salió de allí, se dirigió al gimnasio del piso inferior. Allí encontró a Strider, corriendo como un poseído. Que lo era, claro.
Tenía el pelo rubio pegado a la frente por el sudor.
Torin se encontraba también allí, en el otro extremo de la sala, levantando pesas con las que podría haber hecho pedazos el suelo de mármol. Por un momento, Paris se quedó inmóvil del asombro porque Torin nunca se acercaba demasiado a los demás por miedo a que alguien lo tocara accidentalmente.
Pero, ¿cómo había llegado allí? Por lo que él sabía, Enfermedad no había querido que Lucien lo transportara. ¿Y cuándo demonios se había puesto tan cachas? Normalmente se pasaba el tiempo encerrado en su habitación, vestido de negro de pies a cabeza. Pero allí, sin camiseta, Paris pudo comprobar que con ese cuerpo podría darle una buena paliza.
Sus dos compañeros dejaron de hacer lo que estaban haciendo en cuanto se dieron cuenta de que había entrado. Paris se quitó la camisa, se despojó de las armas y se acercó a la máquina en la que estaba entrenando Strider.
—¿De qué querías hablar? —ocupó la máquina de al lado y se puso a correr también, simulando una pendiente. El ejercicio le sentó de maravilla, hacía mucho tiempo que no practicaba.
—¿Qué es eso que he oído de que tienes por aquí a una Cazadora invisible? —le preguntó Strider, secándose la cara con una toalla—. La Cazadora que está poseída por el demonio de la Ira, para más señas.
Era de esperar.
—Ya no es de los Cazadores y no voy a discutir mi relación con ella.
—Claro que lo vas a hacer. Está bajo el mismo techo que mi mujer.
—Tu mujer puede cuidarse sola sin ningún problema.
—Es cierto —admitió Strider con evidente orgullo—. Aun así, un enemigo al que no se puede ver sigue siendo el más peligroso. Esa chica tuya podría causarnos todo tipo de problemas.
Paris subió la velocidad de la máquina, hasta que la máquina empezó a temblar.
—No va a hacernos ningún daño.
—Os dejo solos —anunció Torin a su espalda y, un segundo después, salió de allí.
—¿Me estás diciendo que la mujer que te drogó y que vio cómo te torturaban ya no es una amenaza para ti y para todos nosotros? —le preguntó Strider con escepticismo—. Vamos, Paris.
—Hemos solucionado las cosas —ahora él también estaba empapado en sudor y le ardían los músculos, dos sensaciones que le encantaban.
—En la cama, por supuesto, lo que quieres decir que estás pensando con otra parte de tu anatomía que no es el cerebro precisamente.
«No lo desafíes, no lo desafíes, no se te ocurra hacerlo». Había que tener mucho cuidado con Strider porque su demonio aprovechaba cualquier indicio de confrontación y era Strider el que tenía que solucionarlo a golpes, hasta dejar sin conocimiento al adversario si no quería sufrir el castigo durante días.
—Te recuerdo que a Haidee la aceptó todo el mundo y también era una Cazadora.
—Sí, pero ahora es la personificación del Amor. Es difícil no confiar en ella. Pero a tu chica ni siquiera podemos verla, con lo que no podemos juzgar su comportamiento y sus palabras por nosotros mismos. No podemos ver cómo actúa contigo. ¿De verdad necesitas que te vuelva a decir que estás pensando con la entrepierna?
La oscuridad empezaba a crecer en su interior.
—Lo que necesito es que no te metas en esto —aclaró Paris—, antes de que se pongan feas las cosas y tengamos que solucionarlo con la fuerza —si tenía que enfrentarse a su amigo para que no insultara a su mujer, lo haría.
Silencio. Y luego un suave:
—Siento...
—¿Un ardor cuando haces pis?
—Muy maduro por tu parte —dijo Strider, pero se calmó un poco—. Tú y yo... tenemos historia. Cosas que los demás no saben y que nosotros hacemos como si no hubiesen pasado, pero los dos sabemos que es una de las razones por las que nos separamos durante el tiempo en que el grupo se dividió en dos, yo me fui con Sabin y tú con Lucien.
Paris sintió calor en las mejillas, un calor que no tenía nada que ver con el ejercicio físico que estaba haciendo.
—Dijimos que nunca hablaríamos de ello, ni lo pensaríamos —y Paris había cumplido su parte del trato.
—Las cosas cambian. Tú estabas débil, a punto de morir, no había ningún ser humano cerca y no querías que ninguno de nosotros te ayudara.
—Cállate —el día estaba empeorando por momentos.
—Mi demonio se lo tomó como un desafío y yo me encargué de cuidar de ti. Ahora te pido que, a cambio, cuides tú de tus amigos. Deshazte de esa chica —continuó diciendo Strider—. Solo nos falta un objeto, solo uno, y en cuanto lo consigamos podremos empezar a buscar la caja de Pandora. Por fin estaremos salvados. No solo puede espiarnos, también podría robarnos y hacer daño a los más vulnerables del grupo; podría arruinarnos por completo. Piénsalo bien. Hazlo por mí.
Strider lanzó la toalla al cesto y salió de la sala.