Capítulo 45
Sienna levantó bien las alas, que ya no arrastraban por el suelo. Le dolían los hombros, pero podía soportarlo. Su determinación era absoluta. Fuerte como una roca. Inquebrantable.
Iba a hacerlo. Sin vacilar.
Fue hasta el borde del tejado. La oscuridad del reino la envolvió de nuevo. No había ni rastro de la sombra, quizá hubiera cumplido su promesa de dejarlos en paz a cambio de comida. Ira había percibido el peligro que suponía aquella... cosa, pero las imágenes que le había mostrado, eran borrosas, sombrías, por lo que no les había aclarado nada a ninguno de los dos.
Así pues, no sabía muy bien lo que sería capaz de hacer aquella criatura. Le creía porque no tenía otra opción.
Extendió los brazos. No se paró a pensar en lo que podría o debería haber sido.
—¡Cronos! ¡Cronos! ¡Te invoco!
Vio un destello blanco a su lado. Se giró y se encontró con la imagen de Zacharel, tan hermoso como siempre, con un aura que desprendía energía y, sin embargo, sintió miedo al verlo. No había emoción alguna en su rostro.
Ira reaccionó como si acabara de ver a Olivia.
«¡El Cielo!».
—Mi gente te necesita, Sienna —anunció el ángel—. Ya te lo dije.
Lo miró fijamente.
—Y yo te dije que te pusieras a la cola.
—¿Por qué iba a hacerlo si puedo llevarte a mi antojo?
—Si fuera así, ya lo habrías hecho.
Tuvo que asentir ante tanta lógica.
—Entonces ven conmigo voluntariamente. Eres la clave de nuestra victoria.
«Estoy tan harta de todo eso».
—¿Por qué soy la clave? ¿Cómo puedo serlo?
—No lo sé.
«Estoy tan harta de la falta de respuestas».
—Entonces no vas a tener esa llave. Además, no sabía que los ángeles y los demonios trabajaran juntos.
Su mirada se suavizó ligeramente.
—Los demonios de los grandes señores, como el que llevas dentro, fueron ángeles una vez. Yo conozco, o conocía, a tu Ira. Hubo un tiempo en que su justicia no estaba pervertida, sino que era justa de verdad.
—Eso no cambia nada —¿dónde demonios estaba Cronos?—. Lo primero es Paris y esta es mi manera de salvarlo —y si Paris no le había hecho cambiar de opinión, mucho menos iba a hacerlo Zacharel.
—¿Por qué lo amas? —le preguntó el ángel, frunciendo el ceño, y de verdad parecía no comprenderlo—. ¿Por qué te sacrificas por él?
—Es fuerte.
El ángel respondió resoplando.
—Hay otros igual de fuertes.
Recordaba haber hecho lo mismo con Paris, contradecir todas sus palabras. No imaginaba que fuera tan molesto.
—Es inteligente, generoso, cariñoso, amable y...
—Es un asesino.
Continuó hablando como si él no lo hubiera hecho.
—Me protege y hace que me sienta especial. Cuida de mí y también se sacrifica por mí.
—¿Quieres un sacrificio? Muy bien. Pon un precio y me encargaré de ello ahora mismo.
Eso despertó la esperanza en su interior.
—¿Puedes salvar a Paris del destino que me ha mostrado Cronos? Muere en dos de los posibles futuros. ¿Puedes salvarlo a él y a sus amigos?
—No —respondió sinceramente y no debería haberle sorprendido, pero lo hizo—. El destino ya está en marcha, no hay manera de pararlo.
La esperanza se desvaneció tal y como había surgido.
—De acuerdo. ¡Cronos! —gritó de nuevo—. ¡Cronos!
—El rey de los Titanes te ha mentido, supongo que lo sabes. Te ha mentido en muchas cosas.
—¿Respecto a Paris? —preguntó, conteniendo la respiración.
—No.
Lo demás no importaba.
—¡Cronos!
—Ayúdanos, Sienna —parecía frustrado—. En los Cielos se está fraguando una guerra. El bien contra el mal y supongo que querrás estar en el bando del bien.
«Eso ya lo he oído antes».
—¡Cronos!
—Nosotros nunca te mentiremos —dijo, acercándose a ella—. Y tendrás oportunidad de vengarte de todo lo que te han hecho, a ti y a tus seres queridos.
A Ira le entusiasmó la idea y se lo demostró pegando botes dentro de su cabeza. También a ella le gustaba la idea de luchar, por fin, en el bando de los ángeles, y una parte de ella deseaba decir que sí. Pero, sí, siempre había un pero.
—Lo siento, de verdad que lo siento, pero he tenido que drogar a un buen hombre para hacer esto y tú no puedes garantizarme que no le pase nada, así que no puedo ayudarte.
Zacharel la observó detenidamente en silencio durante un rato.
—Muy bien. Dejaré que te vayas con el Titán. Cuando me necesites, y me necesitarás, solo tienes que decir mi nombre y acudiré.
Para llevarla a los Cielos.
—Encuentra la manera de salvar a Paris y a sus amigos y seré toda tuya. Como ves, he aprendido algo en este mundo de los inmortales. Todo tiene un precio. La vida de los Señores o no hay trato.
—Muy bien —repitió Zacharel antes de desaparecer.
Un segundo después apareció Cronos frente a ella y parecía enfadado. En su rostro había un gesto siniestro. Al menos había abandonado el estilo gótico y los trajes por la túnica blanca.
—¿Primero me llamas y luego no me dejas aparecer? —preguntó el rey, iracundo—. ¿Cómo has conseguido frenarme?
Una vez más, Ira se quedó mudo, incapaz de ver el pasado de Cronos, lo cual era muy frustrante para los dos. A pesar de que lamentaba las cosas que el demonio le había hecho hacer, lo cierto era que confiaba mucho en su capacidad para juzgar a la gente.
—Yo no te he frenado —respondió con sinceridad mientras pensaba lo mucho que lo odiaba por todo lo que le había hecho y lo que le estaba haciendo a Paris—. Te he llamado para decirte que ya estoy preparada para ir en busca de Galen. Pero antes...
Se acercó a él lentamente y entonces agitó los brazos. Los cuchillos le cayeron en las manos y entonces comenzó una locura de movimientos. Lo empujó contra la pared del castillo y le puso un cuchillo en la yugular.
Cronos podría habérsela quitado de encima, pero todo ocurrió tan rápido que solo pudo mirarla con asombro.
—Me has alimentado a base de ambrosía y me has convertido en una especie de surtidor de ambrosía ambulante.
Entonces sí la empujó y habría caído al vacío si no hubiese batido las alas.
—Hice lo que tenía que hacer para que esto funcionase. Tenías razón, no eres lo bastante guapa para atraer la atención de Galen y necesitamos su atención.
No iba a pedirle disculpas, el muy cabrón.
Algún día...
—Y ahora permíteme que me gane la tuya —añadió Cronos con voz más suave.
Sienna parpadeó y entonces se dio cuenta de que todo había cambiado a su alrededor. De la oscuridad a la luz, de lo inhóspito al lujo.
Sobre su cabeza colgaba una enorme araña de cristal de un techo de madera labrada cuidadosamente. A los lados, las ventanas estaban cubiertas con enormes cortinajes de terciopelo rojo, a juego con la tapicería de las sillas y los sofás que había por la sala. Bajo sus pies, una gruesa manta de lana tejida. Y en el aire, el aroma a jazmín y madreselva.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—En tu nueva casa.
No iba a llorar.
—¿Es aquí donde vive Galen?
—¿Cuándo está en el reino de Rhea? Sí. Normalmente están todas las habitaciones ocupadas por sus hombres, pero ahora hay algunos desaparecidos —Cronos la agarró de los brazos y la obligó a mirarlo a los ojos—. Dentro de sesenta segundos, exactamente, vas a entrar en esa habitación —dijo, mirando hacia una puerta cerrada que había a su espalda.
¿Por qué tenía que esperar un minuto? Claro que, ¿qué más daba?
—De acuerdo.
—Galen no te aceptará tal como eres, ya no porque apestas a Paris, que es su enemigo.
¿Cómo iba a convencer de nada a un hombre tan terrible? Estupendo.
—Solo hay una manera de solucionarlo —anunció Cronos.
—¿De qué se trata? —preguntó al tiempo que se le helaba la sangre en las venas.
—De esto.
No lo vio moverse. Estaba ahí agarrándola y al segundo siguiente le había dado una puñalada en el estómago. El dolor era insoportable, pero aumentó aún más al bajar la mirada y ver el cuchillo hundido en su vientre.
Ira rugió de rabia ante semejante injusticia. Ya no necesitaba ver el pasado de Cronos para desear castigarlo duramente.
—¿Por qué...? —no pudo seguir hablando porque la sangre le salía por la boca a borbotones.
«Algún día lo mataré».
«Castiga. Castiga. Castiga».
—Ya te lo he dicho, Galen no te habría querido de otra manera —Cronos dio un paso atrás, llevándose el cuchillo consigo y sin disculparse por lo que había hecho.
«Lo odio». La sangre le empapaba la camiseta y la piel. Le temblaban las rodillas.
«Castiga. Castiga. Castiga».
Se acercó a él, de nuevo con los cuchillos en la mano.
Lo vio sonreír.
—No deberías malgastar conmigo la poca energía que te queda. Te sugiero que entres ahí y encuentres a Galen. Si no, volveré junto a Paris y lo mataré yo mismo.
Dicho eso, desapareció de su lado, dejándola sola mientras se desangraba.
Empezaba a ver borroso. Zacharel tenía razón, pensó. Cronos le había mentido y la había traicionado una y otra vez, y ella se lo había permitido como una tonta. Se arrepentía de las decisiones que había tomado. Pero no podía llamar al ángel.
Ira y ella deseaban lo mismo. Algún día, acabaría con Cronos, con Rhea y con Galen, salvaría a Paris y se olvidaría del resto del mundo.