Capítulo 15

 

 

Sienna se dijo a sí misma que debía cerrar la boca y no decir nada, pero las palabras comenzaron a salir por voluntad propia.

—Ibas a acostarte conmigo y luego marcharte. No es precisamente el comportamiento de un caballero, pero tampoco es como para drogarte, torturarte y haber estado a punto de matarte. Yo te engañé y dejé que te hicieran daño. Y luego te violé —le faltaba el aire, pero siguió hablando—. Lo siento mucho, Paris. De verdad. Sé que no es suficiente y que nada de lo que diga podrá borrar lo que te hice, pero...

—Sienna.

—Lo siento. Y después, cuando me estaba muriendo, te eché la culpa de mi muerte, pero no era culpa tuya. Te dije que te odiaba y siento mucho haberlo hecho. No merecías nada de eso.

Hubo una nueva pausa. Paris empezó a deslizar las manos por su espalda, acariciándola y consolándola.

—No me violaste —aseguró en un tono curiosamente cómico—. Yo te deseaba. Te deseaba muchísimo, aunque no quisiera hacerlo.

Quizá había imaginado la comicidad de su voz porque ahora sus palabras le parecían atormentadas.

—Me acosté contigo porque me pidieron que lo hiciera, porque quería destruirte —le confesó Sienna.

—Yo lo hice para recuperar las fuerzas.

—Pero también te deseaba —añadió ella en un susurro.

Sintió la presión de sus dedos bajo las alas, pero duró solo un momento.

—Y yo a ti. Es una de las razones por las que te llevé conmigo cuando escapé, porque quería volver a estar contigo.

De los labios de Sienna salió un nuevo sollozo.

—Pensé que me habías utilizado como escudo para protegerte y... y... —mierda. El llanto la dejó sin voz.

Sintió la boca de Paris en la sien.

—No te utilicé como escudo. Al menos no intencionadamente. Siento mucho cómo terminó todo, lo siento muchísimo. Y, si te sirve de algo, me he castigado por ello miles de veces y seguramente lo haga mil veces más. Si hubiera sabido lo que iba a ocurrir, te habría dejado allí... y habría vuelto a buscarte más tarde.

Lo último lo añadió con gesto titubeante, como si no estuviera seguro de cuál sería su reacción ante la verdad.

—Me alegro de saberlo.

Después de eso pasó toda una eternidad durante la cual se quedaron los dos agarrados y mirándose en silencio, pero ya no era un silencio incómodo sino plácido. Bueno, quizá fuera ella la única que se agarraba, pero a él no parecía importarle. Además, seguía acariciándola.

Sienna no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba un poco de contacto con otro cuerpo y que ese cuerpo fuera el de Paris hacía que la sensación fuera aún mejor. Era tan fuerte y olía tan bien. Si no tenía cuidado, acabaría frotándose la cara contra su pecho o escondiendo la nariz en el hueco de su cuello, trepando por él como una enredadera.

Cuando por fin se calmó, Sienna se vio sumida en un profundo cansancio que la dejó completamente derrumbada sobre él, con la cabeza apoyada en su hombro. Tenía los ojos hinchados, la nariz congestionada y la garganta dolorida de tanto llorar.

—¿Estás mejor? —le preguntó él.

—Sí, gracias. Paris... yo —abrió la boca, pero por un momento no dijo nada, solo tomó aire—. A pesar de todo, has venido a buscarme. Y has corrido un gran peligro.

—No me preocupa el peligro —respondió con voz áspera, en un tono que parecía indicar que no le gustaba por dónde iba la conversación.

Quizá no le preocupara el peligro, pero lo había visto con sus amigos y sabía que ellos sí le preocupaban. Lo eran todo para él y, aun así, los había dejado para salvarla a ella. Era increíble... y bochornoso.

¿Qué significaba que no quisiera que ella sufriera? ¿Acaso sentía algo por ella? Ni siquiera se atrevía a albergar dicha esperanza y, aunque no quería apartarse de él, lo hizo y se habría quedado admirándolo durante horas si al moverse no hubiese sentido un intenso dolor en las alas.

Paris frunció el ceño al darse cuenta de su dolor. Le colocó las alas con delicadeza y extremo cuidado.

—¿Mejor así? —le preguntó cuando hubo terminado.

Debía de sentir algo por ella. Era imposible y, sin embargo, de pronto parecía posible.

—Sí, gracias —Sienna bajó la mirada hasta sus propias manos. Sin darse cuenta, se había agarrado la camisa y estrujaba la tela con fuerza. Debería preguntarle lo que sentía. Debería...

—¿Por qué te fuiste al verme aquí? —le preguntó con curiosidad, sin reprochárselo—. Cuando me atraparon las gárgolas.

—Pensé que eras una alucinación. Un recuerdo. Aparecen proyectados ante mí constantemente, como si fueran una película interminable.

Paris volvió a fruncir el ceño a la vez que apretaba los labios, ocultando unos dientes blancos y perfectos.

—¿También ahora?

Sienna miró a su alrededor y comprobó con sorpresa que solo veía muros a punto de derrumbarse y cuadros tapados con sábanas, pero ningún recuerdo.

—No. Solo te veo a ti —seguramente porque no había podido apartar su atención de Paris—. Tengo que decirte algo. Es sobre los Cazadores. Podría serviros de ayuda a tus amigos y a ti. Yo...

—No —la cortó en seco.

—Pero...

—No —insistió él.

—No lo entiendo.

—No quiero que me digas nada de ellos.

—¿Por qué? —nunca, ni siquiera cuando la había culpado de su situación, había visto tanta determinación en su mirada. Había en sus ojos un destello rojizo y sombras que parecían bailar en sus iris.

Sienna no tuvo que darle muchas vueltas para comprender por qué no quería aceptar la información que le ofrecía. Estaba claro que pensaba que iba a engañarlo, que le tendería una nueva trampa. Le dolió mucho darse cuenta, pero era lo que se merecía.

Prefirió cambiar de tema, consciente de que no podría hacerle cambiar de opinión.

—¿Cómo es que puedes verme y oírme? ¿Incluso tocarme? Antes no podías.

De sus ojos desaparecieron las sombras y el color rojizo. Se le dilataron las pupilas al mirarla.

—He aprendido unas cuantas cosas sobre los muertos —le dijo—. Nada más.

Pero era obvio que no quería compartirlas con nadie. Sienna sintió una punzada de dolor que aniquiló la alegría que había albergado al verlo allí.

—¿Has aprendido también cómo romper una maldición y sacar a alguien de un castillo del que no puede salir? —le preguntó, tratando de ser fría y no volver a derrumbarse.

Paris se quedó inmóvil unos segundos.

—Sabía que estabas atrapada aquí, pero aún no sé muy bien cómo lo supe.

—¿Sabes dónde estamos?

—En un recóndito reino de los Titanes, en alguna parte de los Cielos.

Sienna abrió los ojos de par en par.

—¿En los Cielos? ¿De verdad? Habría jurado que era el Infierno.

—¿Qué es lo que pasa cuando intentas irte?

—Cada vez que me acerco a una puerta o a una ventana, me duele y, si me quedo allí mucho tiempo, pierdo el conocimiento. Pero a veces... Ira reúne fuerzas y consigue sacarme de aquí, aunque tengo la sensación de que no llego muy lejos del castillo. Entonces hago cosas horribles —confesó susurrando—. Después vuelvo aunque no quiera y quedo encerrada otra vez.

Paris alargó la mano como si fuera a acariciarle la mejilla, pero a medio camino, soltó una especie de gruñido y dejó caer el brazo. Sienna sintió ganas de echarse a llorar de nuevo, pero no se permitió hacerlo. Ni siquiera al verlo ponerse en pie e ir hasta la ventana, muy lejos de ella, al menos simbólicamente.

Abrió las cortinas y con un par de movimientos consiguió también abrir la ventana. Del exterior entró una ráfaga de aire caliente y hediondo. Se llevó una mano a uno de los puñales y la otra la sacó a la oscuridad... sin ningún impedimento.

Parecía que él sí podía salir. Solamente ella estaba atrapada.

Volvió a cerrar la ventana y la miró. No regresó a su lado, se quedó mirándola apoyado en la pared. La camiseta negra que llevaba le marcaba los músculos y los pantalones se le ajustaban a los muslos... y a una impresionante erección.

¿Era posible que... la deseara? ¿Igual que lo deseaba ella a él?

«¿A quién quieres engañar? Es el Señor de la Promiscuidad. Seguramente reaccione así con todo el mundo».

—¿Puedes dejar que Ira se apodere de tu cuerpo sin que te controle también la mente? —le preguntó con un tono de voz algo tenso.

Sienna hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos, con las mejillas sonrojadas.

—Pues... no, siempre se apodera de las dos cosas al mismo tiempo. Pero nunca le dejo que lo haga sin oponer resistencia. Siempre lucho contra él, aunque no siempre gano.

—Deja de resistirte. Permite que se apodere de tu cuerpo, pero intenta mantener cierto control sobre tu mente.

Lo miró boquiabierta. ¿Quería que se dejara consumir y controlar por ese ser que pretendía castigar al mundo entero?

—Creo que no comprendes lo que significa eso.

Paris soltó una carcajada de amargura que no empañó en absoluto su viril perfección, sino que más bien la realzó. Quizá porque al percibir esa amargura, Sienna sintió también la necesidad de besarlo.

—Claro que lo comprendo.

Seguramente lo hiciera, sí.

—Ira hace mucho daño a los demás. Yo se lo hago. ¿Y si quisiera que esta vez te atacara a ti?

Paris la miró con una firmeza de hierro.

—Puedo cuidarme solo. Lo que me importa ahora es sacarte de aquí.

—Yo también quiero que lo hagas —pero no lo bastante como para correr el riesgo de hacerle daño. Pero su demonio no era el único riesgo, ni siquiera el más peligroso. ¿Cómo podía haberse olvidado de él?—. Cronos —dijo de repente—. Si me ayudas, Cronos irá por ti. De hecho, me sorprende que no lo haya hecho todavía.

—Por lo que he oído, está muy ocupado para preocuparse por mí —Paris esbozó una sonrisa malévola—. Pero tendremos que enfrentarnos el uno al otro y será pronto.

—No quiero que sea por mí —se apresuró a decir Sienna, horrorizada—. No quiero que...

—¿Tienes familia? —le preguntó, interrumpiéndola—. ¿Alguien con quien pueda dejarte en cuanto te saque de los Cielos?

Sienna parpadeó varias veces. La había salvado y, a juzgar por su erección, seguía deseándola, sin embargo no tenía intención de quedarse con ella. Quería librarse de ella lo más rápido posible. Qué tonta había sido de creer que podría haber algo más.

Entre ellos no podría haber nada. Ahora sabía más cosas sobre el demonio que albergaba Paris y sabía que no podría volver a acostarse con ella, a pesar de... las evidencias. Solo podía estar una vez con cada persona, ¿verdad?

—Sienna —la llamó—. Mírame a los ojos, por favor.

Sintió que le ardían las mejillas al tener que apartar por segunda vez la mirada de sus atributos masculinos.

—Perdona. No quería hacerte sentir como un trozo de carne. Es que me he distraído.

—¿Con mi... mis cosas?

—Sí.

Esa vez fue él el que se quedó boquiabierto y a Sienna le sorprendió que le pareciera tan increíble, siendo el mismísimo dios del sexo.

¿Qué le había preguntado? Ah, sí. Que si tenía familia.

—No. No tengo nadie que pudiera darme cobijo, o que quisiera verme siquiera.

Lo observó detenidamente mientras hablaba. Sus heridas habían empezado a curarse, pero no estaban bien del todo y su piel había perdido brillo y color. ¿Estaría debilitándose por la falta de sexo? Era lo mismo que le había ocurrido en la prisión de los Cazadores.

—¿Cuándo te acostaste con alguien por última vez? —le preguntó, tratando de parecer despreocupada a pesar de lo delicado del tema.

Al oír aquello, volvió a invadir sus ojos aquel brillo frío y rojizo.

—No lo recuerdo —respondió entre dientes.

Sienna sintió vergüenza al tener que admitir que estaba encantada de oír eso.

—Bueno, yo podría... ya sabes. Estoy... dispuesta. Para ayudarte. Si puedes y, claro, si me deseas —qué lástima daba oírla, pero deseaba tanto volver a tocarlo y estar con él una última vez. Aunque tuviese que tomárselo como un simple acto clínico—. Te lo debo —o como un favor con una especie de amigo.

El frío se convirtió en una capa de hielo que parecía envolverlo. Daba la impresión de estar librando una dura batalla contra sí mismo. Y el hielo debió de vencer.

—¿De verdad? ¿Estás dispuesta? —le preguntó—. Gracias por tu generosidad. ¿Cómo podría rechazar algo así un tipo como yo?

¿Un tipo como él?

—No pretendía...

—Solo para que lo sepas, no he venido hasta aquí para reclamar una deuda o para acostarme contigo. Espero que lo comprendas si te digo que voy a hacer la estupidez de declinar tu ofrecimiento. Pero aun así voy a ayudarte, así que no es necesario que te acuestes conmigo.

Sienna se mordió el labio inferior para no responder. Se lo tenía bien merecido. Quizá debiera alegrarse de que la hubiese rechazado. Estaba claro que seguía resentido con ella y, como bien había demostrado, no se fiaba. Habría sido muy duro acostarse con él y luego tener que verlo marchar; un golpe que la destrozaría, quizá para siempre.

Además, tenía que ir en busca de Galen. De pronto lo recordó y, al hacerlo, sintió una sacudida que la dejó temblando. Aún no había tomado una decisión, pero al decir que no tenía familia, se había dado cuenta de que tenía que hacerlo. ¿Y si realmente su hermana siguiera con vida y tuviera la oportunidad de salvarla? ¿Y si tenía un sobrino o sobrina al que Galen estaba torturando? Tenía que hacer algo y, para ello, quizá tuviera que acostarse con Galen, algo que no podría hacer si había algún tipo de vínculo entre Paris y ella.

—Pareces asustada —adivinó Paris—. ¿Qué te ocurre?

—No tiene nada que ver contigo —ya no.

Entonces llamaron a la puerta y se oyó una voz de hombre.

—Paris. No es una cuestión de vida o muerte, pero no oigo nada, así que supongo que no has conseguido ni quitarle la ropa interior. Déjalo y sal a ver esto.

Paris parecía aliviado.

—Ahora voy —dijo, como si acabaran de librarlo de un pelotón de fusilamiento.

Se quedó inmóvil un segundo, apretando los dientes y pensando en algo desagradable, a juzgar por la expresión de su rostro. Después se acercó a la cama y le tendió una mano a Sienna para ayudarla a levantarse.

—Gracias —respondió ella, tratando de no sentir el escalofrío que le había dado al rozar su piel.

—Ya —la miró fijamente a los ojos—. No se te ocurra intentar apartarte de mi lado. ¿De acuerdo?

¿Tenía miedo de que huyera de él? ¿O que le dijera a alguien dónde estaba para que pudieran matarlo?

También eso se lo tenía merecido, insistió Sienna. Lo peor de todo era que no podía esperar tener una segunda oportunidad con él, ni siquiera tener ocasión de redimirse. Acababa de darse cuenta de que estaban condenados y de que solo había un camino para ella.

Entonces pensó que ese mismo camino podría darle a Paris lo que más deseaba: la victoria frente a los Cazadores. Claro que él no sabría nunca de su intervención. Si Cronos se salía con la suya, Paris creería que era la amante de Galen, su juguete sexual. Y de hecho lo sería, al menos hasta que descubriera toda la verdad sobre Skye. Después mataría a Galen sin importarle las consecuencias.

—Sienna —la voz de Paris la devolvió al presente.

Lo miró a los ojos y supo que, ocurriera lo que ocurriera, acabaría perdiéndolo y eso sería muy duro, especialmente ahora que había vuelto a encontrarlo. Pero bueno, por el momento estaba con él y tendría que conformarse con eso.

—No me apartaré de ti.

La seducción más oscura
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