Capítulo 22

 

 

Paris se lanzó sobre Zacharel, pero solo encontró aire y eso le hizo soltar una retahíla de maldiciones. Después se volvió hacia Sienna y la miró fijamente.

—Di su nombre y habrás firmado su sentencia de muerte —le dijo.

No le dio oportunidad de responder, aunque tampoco Sienna habría sabido qué decir, lo que hizo fue volver junto a ella y levantarla en brazos. Comenzó a caminar como si cargara con un peso insustancial.

—Hay una cueva cerca de aquí —le explicó—. Vamos a ponerte en condiciones antes de ir hacia la salida.

—¿Cómo sabes que hay una cueva? —ella llevaba allí meses, mucho más que Paris, y no conocía ninguna cueva por allí.

—Reconocí toda la zona nada más llegar.

Muy propio de un guerrero, y muy sexy. Sienna suspiró y apoyó la cabeza en su hombro. Ahora que volvían hacia el castillo, la cadena invisible ya no le tiraba tanto del cuello y podía relajarse.

—Con el poco tiempo que hace desde que nos hemos vuelto a encontrar y ya has tenido que llevarme en brazos por lo menos cien veces.

—Tus cálculos son un poco exagerados, pequeña. Además, me gusta llevarte.

Pequeña. Le encantaba que la llamara así y el modo en que su voz parecía acariciarla. Sintió una presión en el pecho y un hormigueo en el estómago. Nunca nadie le había hablado así y tenía la sensación de que para él también tenía importancia aquel apelativo.

Con la cara apoyada en su hombro podía sentir su aroma a champán y chocolate con más intensidad que nunca; tanta, que la embriagaba. Apretó la nariz contra su cuello, sintió el pulso de su corazón y se zambulló en su aroma. Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo parecían reclamar sus caricias.

Paris aminoró el paso y poco después se tropezó.

¿Estaba distraído, o herido? La preocupación pudo con la excitación.

—¿Estás bien?

—Sí —respondió con brusquedad, pero un nuevo tropiezo contradijo sus palabras.

Estaba claro que estaba herido.

—Déjame en el suelo —le pidió, tratando de bajarse de sus brazos—. Quiero andar.

—Estate quieta —protestó él, pero daba la impresión de que le dolía algo—. Distráeme. Cuéntame por qué te uniste a los Cazadores. Ya me lo contaste una vez, el día que desperté en tu celda, pero me faltan algunos detalles.

Sienna siguió forcejeando hasta quedarse sin fuerzas. A pesar de su debilidad, Paris seguía estando más fuerte que ella.

Cada cosa que descubría de él hacía que lo desease más. Finalmente no le quedó más opción que volver a relajarse en sus brazos y su aroma volvió a despistarla.

—Sienna.

Sí. Le había pedido algo. Claro. Bueno, si quería llevarla en brazos a pesar de todo, tendría que permitírselo. Lo cierto era que para ella era un placer estar tan cerca de él.

—Me tragué toda su ideología —comenzó a contarle—. Me convencieron de que el mundo se libraría del dolor, las enfermedades y la maldad si acabábamos contigo y con tus amigos.

—Nuestra muerte no hará que el mundo se convierta en una utopía. Los seres humanos toman decisiones con las que provocan todos los males que sufren. Pero pongamos que efectivamente tenemos alguna influencia en el mundo. ¿Realmente crees que importaría? La gente seguiría pudiendo elegir. Pueden resistirse, luchar y actuar como deberían.

—Lo sé —se pasó la lengua por los labios e imaginó que hacía lo mismo con los de él—. Ahora lo sé.

—¿De verdad?

—¿Me creerás si te lo digo otra vez?

Hubo un momento de silencio, un silencio tan denso y pesado como el aire que respiraban.

—Sí.

Sienna parpadeó sorprendida, olvidándose de pronto de lo que estaban hablando.

—¿Por qué?

—Porque quiero creerte.

No porque confiara en ella, pensó, pero intentó no sentirse decepcionada. Seguramente pedirle que confiase en ella sería como pedirle a un hombre humano que le regalara la luna. Un imposible. Pero su deseo de creer en ella era muy prometedor.

—Entonces te diré que sí, que de verdad creo que no serviría de nada mataros.

Le vio apretar la mandíbula antes de asentir.

—Siguiente pregunta. ¿Cronos te ha dicho alguna vez por qué te ha convertido en su esclava?

Era un tema delicado, pero Sienna asintió.

—Sí.

Sintió su mano bajo los pechos y ese simple roce bastó para volver a despertar su deseo.

—¿Qué te dijo?

¿Acaso intentaba sonsacarle la información seduciéndola? No era necesario que lo hiciera. Ya le había mentido una vez y había decidido no volver a hacerlo nunca más. La confianza era algo muy valioso y ella no iba a traicionar la de Paris pasara lo que pasara.

—Quiere que vuelva con los Cazadores, vigile a su líder y descubra todos sus secretos.

Sienna sintió cómo se le paraba el pulso a Paris. Su corazón dejó de latir de repente. Un segundo, luego dos. Hasta que por fin volvió a funcionar, pero más rápido de lo normal.

—¿Vas a hacerlo? —le preguntó.

Habían llegado a la entrada de la cueva, que resultó ser la boca de una de esas calaveras gigantes. Paris tuvo que agacharse para entrar sin darse en la cabeza con los dientes.

—Sí —respondió en un susurro, tratando de ocultar el tormento que eso le provocaba—. Voy a hacerlo.

—¿Por Cronos o por ti misma?

—Por... todos. Necesito encontrar respuestas sobre mi hermana. Desapareció hace años. Por venganza, porque odio a los Cazadores y lo que hacen —«por ti», añadió en silencio—. Aunque espero no tener que hacer las cosas como quiere Cronos —no hacía falta que le especificara a qué se refería con eso. Su intención era colarse entre los Cazadores, interrogarlo y matarlo.

Paris no dijo si la creía o no. La dejó en el centro de la cueva, junto a un manantial natural, y le colocó las alas para que no se arañaran contra el suelo.

Allí dentro hacia frío, había corrientes que hicieron temblar a Sienna. Por suerte, Paris no tardó en hacer un fuego de la manera más rudimentaria, frotando dos piedras y aprovechando las chispas para hacer las llamas y quemar las ramitas que había reunido. En unos segundos el fuego iluminaba su rostro y bañaba sus rasgos de luces y sombras.

Siempre le parecía muy bello, pero en aquel momento estaba sencillamente deslumbrante. Era un dios legendario, ningún simple mortal sería digno de él. Y mucho menos ella.

—No he venido aquí a castigarte —le dijo él.

Sienna recordó la acusación que le había lanzado mientras la apretaba contra la pared después de besarla brutalmente. En otras circunstancias, seguramente habría disfrutado de tan violento beso, pero en aquel momento, el pavor que le provocaban las sombras y lo que sentía por él, habría necesitado un poco más de suavidad.

Después había dejado de bastarle la suavidad y su cuerpo había ansiado más.

—Me alegro —dijo.

—¿Me crees? —preguntó, sorprendido.

—Sí.

La miró fijamente.

—¿Por qué?

—Porque quiero hacerlo.

Pero él meneó la cabeza con furia.

—¿No será más bien que te sientes en deuda conmigo?

Sienna se pasó la lengua por los labios, consciente de que ahora hablaban de otra cosa.

—No

—¿O porque quieres que esté fuerte?

—No.

—Está claro que no es porque me desees —dijo y sus palabras era como un látigo.

Quería oírselo decir, quería que reconociera que lo deseaba estando lejos de él, así ella no podría echarle la culpa a la pasión del momento. Pero sobre todo, Paris quería oírselo decir sin admitir él lo mismo. Quizá no quería hacerlo primero, o quizá no quisiera hacerlo nunca. En cualquier caso, era ella la que corría el riesgo. Si lo negaba, su orgullo saldría ileso, pero seguramente lo apartaría de su lado para siempre. Quizá le avergonzara reconocerlo, pero también podría hacerle sentir un placer como ningún otro. No había duda.

—Sí —admitió—. Porque te deseo.

Volvió a hacerse el silencio, un silencio durante el que Sienna acabó preguntándose si la había oído o si le importaba siquiera su respuesta. Entonces Paris apartó la mirada de ella un instante, solo para volver a mirarla enseguida con la fuerza del demonio que llevaba dentro. Era inquietante, pero no daba miedo. Ya no.

—No sabía qué iba a hacer contigo cuando te encontrara —dijo por fin con voz profunda—. Te salvaría, sí. De eso no tenía ninguna duda. Y me acostaría contigo, eso también. Te deseo tanto que me duele. Me duele todo el tiempo. Pero por mucho que quiera quedarme contigo, una parte de mí siempre ha sabido que tarde o temprano tendría que dejarte. No puedo tener una relación permanente, ni siquiera contigo.

«Ni siquiera», había dicho, como si ella fuese especial. El hecho de que hubiese admitido lo que sentía por ella disparó de nuevo el deseo de Sienna y lo hizo de tal modo que se echó a temblar, y seguramente habría caído al suelo de haber estado de pie.

—Sé que tendrías que dejarme —dijo ella. No podía culparlo por ello porque tampoco ella podría estar con él para siempre.

—No quiero mentirte —respondió Paris—. No quiero engañarte. Pero si intentáramos tener una relación de verdad, tendría que hacer ambas cosas.

Igual que se lo había hecho a esa mujer, Susan.

—No sé si a mi demonio le afectaría que estuviera contigo, si le daría fuerzas. No lo sé porque nunca he estado dos veces con la misma mujer desde que me poseyó. Si no funciona, tendría que marcharme y buscar... a otra persona.

No hacía falta que supiera que la idea de que estuviera con otra mujer la volvía loca de dolor.

—Lo sé.

—Porque has visto...

—A Susan. Sí.

La tristeza se reflejó en sus ojos azules, y luego la rabia.

—Si eso ocurre, te lo diré. Te lo diré enseguida, antes de irme, y, pase lo que pase, volveré contigo. Voy a llevarte hasta la salida, pero después de eso, tendremos que... despedirnos para siempre.

Quizá el fuego no había caldeado la cueva, o quizá su cuerpo había absorbido todo el frío, porque estaba helada. Paris no iba a tratar de impedir que volviera con los Cazadores y quizá ni siquiera le habría parecido mal que se convirtiese en la amante de Galen, pero no iba a preguntárselo. A pesar de lo mucho que deseaba saber la respuesta, no quería oírla.

—Ahora que sabes todo eso, ¿sigues queriendo estar conmigo? —le preguntó él.

La manera en la que se lo preguntó hacía pensar que no le importaba lo que respondiera, porque no tardaría nada en encontrar a otra si ella decía que no. Pero entonces se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración y apretando los dientes. Claro que le importaba lo que dijera.

—Sí. Quiero estar contigo —respondió—. Te deseo.

Paris la miró fijamente y asintió, satisfecho.

—Bien. Ahora quítate la ropa y métete en el agua.

La seducción más oscura
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