Capítulo 16

 

 

Galen, líder de los Cazadores y guardián de la Esperanza, recorrió tranquilamente las distintas habitaciones de la fortaleza del enemigo. Acababa de recuperarse de las heridas de guerra que había sufrido a mano de los Señores del Inframundo y ahora había llegado el momento de vengarse.

Llevaba en la mano un arma completamente nueva que aún no había estado en contacto con la acción. Algo que iba a cambiar muy pronto.

—... hazlo callar de una maldita vez —estaba diciendo Cameo, poseída por el demonio de la Tristeza, cuando pasó junto a él sin verlo, pues Galen iba envuelto en la Capa de la Invisibilidad.

La observó detenidamente mientras pasaba. No había cambiado nada en todos los siglos que habían pasado desde que fueron creados. Tenía un cabello largo y oscuro hecho para agarrárselo fuerte y un cuerpo delgado hecho para el sexo. Sus ojos eran de plata derretida... y estaban hechos para que Galen se hiciera un collar con ellos.

—Si no lo haces, os mataré a los dos. Recuerda que cada segundo mueren un millón coma ocho personas, yo nunca tengo problema en añadir uno más a la lista.

Quizá sí que hubiera cambiado. Su voz áspera parecía reflejar el peso de las tristezas del mundo, y lo hacía de tal modo que Galen sintió un repentino dolor en el pecho que rápidamente le invadió todo el cuerpo. Sin embargo en otro tiempo, en los Cielos, la voz de Cameo solo le había provocado placer.

Se aseguró de que toda la envergadura de sus alas estaba bajo la capa y se apretó bien contra la pared frunciendo el ceño. Pero al hacerlo cayó al suelo una pluma blanca que inmediatamente se agachó a recoger para que nadie la viera.

Fue entonces cuando apareció tras Cameo una rubia bajita y curvilínea con una especie de perro negro en brazos.

—Lo único que digo es que con un poco de maquillaje parecerías mi prima la que vive en el campo en lugar de mi tía desnutrida. A lo mejor nunca te lo han dicho, pero las bolsas son para llevarlas en la mano, no bajo los ojos.

El perro... ¿mutante? giró la cabeza y miró directamente a los ojos de Galen. De su boca salió un rugido letal y asomaron unos impresionantes colmillos. Era obvio que la magia de la capa no funcionaba con todas las criaturas. ¿Qué era esa cosa?

—Tranquila, princesa. Mamá está dando unas lecciones de belleza a alguien que lo necesita. Y no queremos que esos tontos de los Señores se enfaden otra vez contigo, ¿a que no?

Galen no conocía a aquella rubia ni a su feísima «princesa». Lo que sí sabía era que los Señores solo se codeaban con un grupo de elegidos, lo que quería decir que era o un nuevo miembro de su ejército o la novia de algún guerrero. Daba mucha lástima ver cómo esos hombres, en otro tiempo fuertes y casi invencibles, habían caído últimamente en las redes del amor.

Bueno, fuera quien fuera, iba a morir como los demás.

Las dos mujeres y su acompañante seudo canino entraron a una de las habitaciones y cerraron la puerta tras de sí. No sonó ninguna alarma.

Del rostro de Galen desapareció el ceño fruncido y dejó paso a una sonrisa de satisfacción. No podían verlo, pero podrían haber sentido su presencia. El que no lo hubieran hecho hacía pensar que aquello iba a ser más fácil de lo previsto.

El idiota de Strider había dado la Capa de la Invisibilidad a los Innombrables, tan sanguinarios y crueles que habrían hecho temblar de miedo hasta al mismísimo Hércules. Cronos los había convertido en sus esclavos antes de caer él prisionero y había llegado a creer que los tenía bajo control. Ahora ellos, atrapados en una isla privada de Roma, querían verlo muerto.

Conscientes de que Galen debía acabar con el rey de los Titanes cortándole la cabeza, los Innombrables habían buscado su apoyo. El primer gesto en su favor había sido darle la Capa y el segundo, enseñarle a utilizarla. Galen había dado por hecho que simplemente lo protegería de las miradas no deseadas, pero se había equivocado. La Capa era además un arma muy efectiva.

Necesitaba toda la ayuda posible, aunque para ello tuviese que aliarse con las peores criaturas que habían habitado la Tierra. Sus hombres desaparecían de las calles y no se volvía a saber nada de ellos. Su reina había desaparecido también y Galen no había tenido contacto alguno con ella desde hacía semanas.

Ella lo conocía lo bastante para saber que lo primero en lo que pensaría sería en sí mismo y que traicionaría a quien fuera necesario para conseguir lo que deseaba y si ella había decidido largarse y traicionarlo igual que él había traicionado a muchos otros, era asunto suyo. Galen iría tras ella como seguía yendo tras su esposo. Con todo su empeño.

Galen tenía intención de hacerse con el control de los Cielos. «Y esta vez voy a conseguirlo». Lo sabía, pero siempre «sabía» que sus planes iban a salir bien. Su demonio era capaz de convencer a cualquiera de que hiciera cualquier cosa... también a Galen. Esperanza se encargaba de que todo el mundo albergara grandes sueños y luego se reía a carcajadas cuando veía que esos sueños se venían abajo.

Pero ese día no era Esperanza el que lo impulsaba. Era Celos. Su otro demonio.

Sí. Quizá sus antiguos amigos aún no se hubiesen dado cuenta, pero Galen estaba poseído por dos de los demonios de Pandora.

Él había convencido a sus compañeros para que robaran la caja y después los había traicionado con la intención de usurparle el puesto a Lucien y convertirse en el líder de la Guardia de Elite, lo que quería decir que había cometido dos delitos y, por tanto, merecía dos castigos. Al menos eso era lo que le había dicho Zeus cuando había asignado un demonio a cada Señor y había restaurado el orden en los Cielos.

Galen detestaba albergar dos demonios. Esperanza lo llevaba hasta lo más alto solo para poder derrumbarlo después y luego Celos le encendía la sangre susurrándole cosas como: «Ese tiene una hembra y sin embargo tú eres mucho mejor que él. ¿Por qué no se la quitamos?». Esperanza hacía que le invadiera la necesidad de hacerlo hasta hacerlo llegar al convencimiento absoluto de que conseguiría lo que se propusiera... pero nunca lograba alcanzar la victoria.

Pero esa vez no iba a fracasar.

Iba a asestarle un buen golpe al enemigo.

Se proponía secuestrar a Legion, la mujer demonio que una vez habían enviado a matarlo, la misma que lo había seducido, la virgen que había vivido en el cuerpo de una estrella del porno. Legion le había hecho el amor hasta volverlo loco y entonces le había clavado sus fauces envenenadas y lo había abandonado para dejarlo morir solo y con tremendo dolor. Pero Galen se había salvado y había ido tras ella, momento en el que había descubierto que los Señores la habían encontrado antes y se la habían llevado allí. Galen quería hacerse con ella, volver a poseerla y castigarla. Quería matarla para cortar la cuerda con la que parecía tenerlo atado.

Estaba harto de pensar en ella y de hacerse preguntas.

¿A cuántos guerreros se habría entregado desde que había vuelto?

Estaba harto de imaginarla con otros, harto de que lo atormentaran los celos.

Pero iba a encontrar la respuesta a todas sus preguntas y, si se enteraba de que alguno de los Señores había disfrutado de su maravilloso cuerpo, pagaría un precio muy alto por ello, mucho más alto que sus amigos. Porque todos y cada uno de ellos iban a morir, pero a algunos los haría gritar durante meses antes de cortarles la cabeza.

Pero... recorrió la fortaleza de arriba abajo, pasó por todas las habitaciones, vio a todos los guerreros que aún vivían allí, sin que ninguno de ellos lo viera... pero no encontró ni rastro de la chica.

Tendría que poner en marcha el plan B. Arrancaría una página del libro de los Innombrables y «negociaría» antes de atacar.

Frustrado por el retraso, se coló en el dormitorio de Maddox y Ashley y se escondió entre la leña porque no solo era invisible, también incorpóreo. Maddox, guardián del demonio de la Violencia, no estaba, pero su embarazadísima compañera estaba en la cama, leyéndole un libro a su futuro hijo. Un bebé al que Maddox querría salvar a toda costa.

Ashlyn era muy hermosa. Tenía el cabello, la piel y los ojos del color de la miel. La verdad era que brillaba con la fuerza de la luna en una noche de esplendor y era frágil y delicada como solo podían serlo los humanos. Tenía una voz suave, melódica y llena de amor.

No había duda, Maddox movería el Cielo y la Tierra para recuperarla.

Galen se acercó hasta la cama y se despojó de la capa. En sus labios se dibujó una sonrisa al tiempo que se materializaba. Al verlo, Ashlyn se quedó inmóvil, tensa por el susto.

—Galen —dijo.

—Grita, pequeña Ashlyn —respondió él, alargando la mano para agarrarla, y ella obedeció.

 

 

William casi esperaba que Paris lo pulverizara en cuanto saliera del dormitorio. Le daría un puñetazo en la cara o le clavaría los dientes en la yugular, algo realmente violento para castigarlo por haber interrumpido su feliz reencuentro. Al fin y al cabo, la locura y las mutilaciones eran dos de las especialidades de Paris. Lo que no esperaba era que le dedicara una mirada mezcla de gratitud y de mal humor, pero eso fue precisamente lo que vio.

—¿Qué querías enseñarme? —espetó el Señor del Sexo.

Paris había tenido que mover montañas para llegar allí. Había hecho cosas que hacían que un depravado como William pareciera un angelito y todo para salvar a la mujer que ahora estaba pegado a él, a la que tenía agarrada de la mano como si fuera un salvavidas y se encontrara en medio de una riada. Era extraño que se agarrara a ella en lugar de zarandear al hombre que acababa de interrumpirlos.

Eso solo podía significar dos cosas. Que Paris ya le había hecho el amor y, por tanto, no había nada que interrumpir. Aunque había transcurrido menos de una hora desde que él se había separado de ellos, lo que significaría que Paris había sido muy rápido en llegar al clímax y, con todas las mujeres a las que se había tirado, William apostaría a que podría aguantar toda la noche y más.

La segunda alternativa era ligeramente más probable, pero aun así remota. Quizá Paris no hubiera sabido qué hacer con ella y había agradecido la interrupción.

Pero, ¿por qué habría de querer que lo interrumpieran? ¿Y por qué a cada segundo que pasaba parecía más molesto? ¿Acaso Sienna lo había rechazado?

Imposible, pensó William de inmediato. Sienna tenía la mano de Paris agarrada con la misma fuerza con la que él agarraba la de ella.

William la miró detenidamente. Era pálida, con pecas que contrastaban con su piel clara, y parecía algo temblorosa. Mientras la observaba, se preguntó qué vería Paris en ella.

A primera vista, e incluso a segunda, resultaba insulsa. Pero siguió mirándola y fue entonces cuando apreció la delicadeza de su estructura ósea. Se fijó también en que tenía unos ojos castaños grandes y sorprendentemente hermosos, con una combinación perfecta de color esmeralda y cobre. El cabello era como una cascada color caoba que le caía sobre los hombros. Y los labios... sí, él también habría cometido algún que otro crimen para sentir esos labios alrededor de su miembro.

Era esbelta, de pechos pequeños y quizá incluso demasiado delgada, pero desde luego despertaba el instinto de protección de cualquier hombre.

—¿Te vas a quedar ahí mirándola? —volvió a hablar Paris en el mismo tono de brusquedad. Esa vez resultaba incluso amenazante, como si fuera a atacarlo en cualquier momento.

William tuvo la certeza de que en esa ocasión no solo lo golpearía en el rostro, también se cebaría con su apéndice preferido. Así pues, el ser más golfo que había existido jamás deseaba de pronto a una mujer que había querido matarlo. Eso sí que era recibir su merecido. Pero claro, ¿no era esa la especialidad de Ira?

Paris dio un paso hacia él, cada vez más amenazante.

—Te he hecho una pregunta.

William trató de no sonreír y levantó las manos en un gesto de inocencia. En su interior también se sucedían las preguntas. ¿Hasta qué punto deseaba Paris a esa chica? ¿Se arrepentía de haber ido hasta allí? ¿Qué influencia tenía ella en sus emociones? ¿Seguiría teniendo el plan de hacerla suya y luego librarse de ella? Solo había una manera de enterarse.

—Contéstame —insistió Paris.

—No —respondió William—. No voy a quedarme simplemente mirándola.

De los labios del guerrero salió un rugido, pues ambos sabían que William acababa de dar a entender que tenía intención de hacer algo más.

Bueno. Quizá sobreviviera y quizá no.

—Me gusta tu camisa —dijo, dirigiéndose a Sienna—. Y desde luego me encantan los pantalones —llevaba una sencilla camisa blanca y unos pantalones holgados sin ningún detalle. En los pies, zapatillas de deporte sin cordones.

—Pues... gracias —respondió Sienna, visiblemente confundida.

—¿Podría hacerte una pequeña sugerencia, de todas maneras?

Paris emitió otro rugido antes de que Sienna pudiese responder, y le echó la mano al cuello. William lo miró a los ojos, que ya no eran azules, sino que estaban salpicados de chispas rojas y las pupilas no se diferenciaban del resto.

—¿Estás tratando de decirle que estaría mejor sin ropa?

Mucho mejor, sin duda.

—¿Quién, yo? —apenas podía respirar, pero consiguió pronunciar esas dos palabras.

No, parecía que Paris no se había arrepentido de ir hasta allí.

—Paris —dijo Sienna con increíble tranquilidad—. Sé que no tengo derecho a pedírtelo, pero, ¿te importaría no matarlo? No me gusta nada el olor a cuerpo putrefacto.

Lo apretó con más fuerza... y luego lo soltó.

—Muéstranos lo que has encontrado.

Vaya. Desde luego ejercía una gran influencia sobre él. William se preguntó si Paris sería consciente de ello y qué pensaría al respecto. No obstante, dio por hecho que el plan seguía siendo librarse de ella porque ninguna relación podía durar si no había confianza y estaba claro que entre aquellos dos no había ni un ápice de dicha confianza. A pesar de tener la mirada clavada en él como si fuera a hacerlo pedazos, Paris no perdía de vista a Sienna, temiendo, quizá, que saliera huyendo o fuera ella la que hiciera pedazos a alguien.

—Acompañadme —dijo William, dando media vuelta. Recorrió el pasillo y subió un tramo de escaleras que conducía al tercer piso. No necesitaba mirar para saber que la pareja lo seguía porque oía los pasos de Paris, que parecían las pisadas de un búfalo.

Bajó el ritmo y pronto apareció Paris a su lado. Llevaba a Sienna en brazos y lo más sorprendente era que a ella no parecía importarle lo más mínimo.

Sienna miró a William a los ojos con la firmeza de una roca y frunció el ceño.

—Ira no dice nada sobre ti, ni me muestra ninguno de tus pecados. ¿A qué se debe?

No quería tener esa conversación y menos con una ex Cazadora muerta y resucitada, o poseída, o lo que fuera.

—Vas a tener que preguntárselo a él.

—Ya lo he hecho.

—¿Y?

—No me ha respondido, así que he llegado a la conclusión de que es porque el hecho de tener que convivir contigo mismo es peor castigo que cualquier cosa que pudiera hacerte Ira.

Milagro. El demonio no lo había delatado.

—Entonces tendrá que seguir siendo un misterio. Por cierto, debo advertirte que me vuelven loco las sabelotodos, así que sigue así, pequeña.

Sienna meneó la cabeza.

Paris intervino en la conversación, pero no como habría esperado William.

—¿Y mis pecados, te los ha mostrado? —eso demostraba su grado de incertidumbre.

William lo había visto excitado, enfadado, cubierto de sangre, obstinado, drogado, relajado y nervioso, pero jamás lo había visto asustado. Ahora Paris estaba aterrado. Tenía los músculos en tensión y los labios apretados.

—Sí —respondió ella en voz muy baja.

Hubo un momento de silencio.

—¿Quieres que te deje en el suelo?

—¡No! —Sienna se sonrojó al darse cuenta de lo alto que lo había exclamado—. No. Estoy bien donde estoy.

De ratón a tigresa. Era adorable. William pensó que quizá intentara algo con ella cuando Paris hubiese terminado porque, más tarde o más temprano, tendría que dejarla marchar. En sus ojos había mucha determinación. Aunque hubiese visto lo que había visto sobre él y, aun así, quisiese que la tocase un hombre que había hecho semejantes cosas, Paris había tomado la decisión de seguir adelante sin ella.

—Lo que quería decir es que me duele la espalda y necesito que me lleves —matizó Sienna.

—Sí, Paris es como un buen suspensorio.

El comentario de William provocó una mirada de reproche por parte de Sienna.

—Debería haber dejado que acabara contigo —murmuró—. ¿Vamos al quinto piso?

Parecía que sabía lo que allí había.

—Sí.

—¿Por qué? —preguntó Paris.

Sienna decidió estropear la sorpresa.

—Hay más inmortales poseídos por demonios.

Paris aceleró el paso.

—¿Están armados?

—No —dijo ella—. Solo atrapados.

—Enséñamelos.

—Eso era lo que iba a hacer yo —protestó William, que ahora era el que perseguía a Paris.

Algún día estaría bien que alguien le pusiera por delante, pensó William. Pero no la chica con la que soñaba, la muchacha a la que siempre protegería y por la que daría la vida. Ella no era para él.

Su verdadero amor moriría... o lo mataría. Era lo que se había profetizado y no había otra opción.

La seducción más oscura
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